RECLUTA GRANDULLON
III
Me han clavado la limpieza del recinto, eso significa que armado de un escobón y un carrito como el de los barrenderos, tengo que barrer hasta el último rincón del polvorín. Corre un viento frío que dificulta la faena y la hace inútil pues en cuanto te das la vuelta, lo que has barrido vuelve a estar sucio.
A ratos pienso en el cabo Sánchez, pero tampoco le doy muchas vueltas. Nos echamos un buen polvo y estuvo bien. Sin más ilusiones. Las tuve con Severo y acabaron en lo que acabaron. Con más razón aquí. Esto es lo más parecido a una cárcel y la tropa se follaría a su padre si se terciara.
En estos pensamientos me encuentro cuando me viene a buscar un recluta al que dicen el culebras.
-La PePa, que vayas a verle.
Me pregunto qué jodida tortura se le habrá ocurrido al muy cabrón en esta ocasión. Resignado, dejo el escobón en el lugar. Ya lo recogeré a la vuelta del infierno.
Entro en el cubículo del sargento. Hay un oficial con él. Me cuadro. Se trata de un comandante. Es un hombre bastante mayor (calculo que de unos sesenta años),el rostro enjuto y la mirada distraída.
-Siéntate,hijo -me dice el comandante.
Fuma con afectación. Uno podría pensar de él que se trata de un viejo aristócrata. Huele como si se hubiera vertido encima medio litro de Varón Dandy.
El sargento y él intercambian unas palabras. Noto a la Pepa tenso.
-Déjanos solos -le dice el comandante- y en cuanto termine te llamo ¿te parece?
El superior le está dando una orden disfrazada de sugerencia. La PePa no tiene más remedio que obedecer.
-¿Cómo te llamas? -me pregunta en un tono tan familiar que se diría que nos encontramos en medio de una fiesta y se le ha olvidado mi nombre.
-Angel …
No me da tiempo a que le diga mi apellido.
-Eso es...Angel. ¡Cada día tengo peor memoria! ¿Sabes por qué te he mandado llamar, Angel?
-No, mi comandante.
-¿Conoces a Vicente Ñesa?
Pongo cara de extrañeza.
-Creo que le apodáis Tapón.
Mi cara se ensombrece.
-Sí, le conozco.
-¿Qué me puedes decir de él?
Presiento una encerrona. Temo que el sargento me haya culpado de lo que él provocó. Me tomo unos segundos antes de dar ninguna respuesta.
-Dime lo que más o menos sepas -me insiste el comandante en un tono superficial, como si lo que yo le contara en realidad no fuera a tener ni la más mínima importancia. Pero tal actitud me hace desconfiar todavía más.
-¿Puedo ser del todo sincero, mi comandante? -le planteo fingiendo que estoy entrando en su juego.
-Pues claro, muchacho. Si a mí esto del ejército no creas que me hace mucha gracia.
-Mi comandante, en mi opinión Tapón necesita tratamiento especializado.
-¿Qué clase de tratamiento?
-Pues el que requiere una persona que se pasa las veinticuatro horas del día masturbándose.
El comandante abre los ojos asombrado.
-Pregunte a cualquiera de los otros reclutas y que le cuenten si no me cree.
-¡Caray!
-Yo no tuve mucho trato con él porque apenas llevo un mes aquí. Pero desafortunadamente ha sido tiempo suficiente para chocar en un par de ocasiones.
Le narro lo que ocurrió la noche que se me acercó en el puesto de guardia y me pidió que se la chupase.
-Supongo que los incitadores buscaban que me revolviese contra él y le diera una paliza o así. Pero el cabo Sánchez se dio cuenta del juego y puso orden.
-Muy sensato el cabo.
-Sí, mucho.
-¿Y el segundo enfrentamiento?
Le cuento lo que ocurrió mientras lavábamos las bandejas.
-Ese día yo me encontraba con el ánimo alterado por la sobrecarga de servicios... y le golpeé. Unos compañeros nos separaron. Pero el incidente llegó a oídos del sargento y nos convocó a los dos.
-¿Y qué ocurrió en esa reunión?
-Tapón se atrevió a exponer delante del sargento su deseo de que yo le hiciera una felación.
El comandante me mira incrédulo al principio, después rompe en sonoras carcajadas.
Por mi parte aguanto el tipo y no abandono mi papel de hombre encolerizado con el recuerdo del supuesto incidente.
-Disculpa, Angel. No me esperaba algo así. ¿Y cómo respondió el sargento?
-No le hizo ni pizca de gracia. Montó en cólera y nos castigó con un mes entero de guardias.
-Comprendo.
-Al día siguiente Tapón había desaparecido.
-El dice que fue... violado -y acompaña la última y delicada palabra con un ademán lánguido de la mano que sostiene su cigarrillo.
Desde su aparente superficialidad me observa.
-Podría creer que alguno de nosotros hubiera sido violado por semejante demente, pero lo contrario me parece más una cortina de humo que oculte su deserción.
Tras unos segundos el comandante me da las gracias por todo lo que le he contado y la confianza que le he demostrado, y me pide que al salir le diga al sargento que entre.
La PePa aguarda fuera con un vaso de café en la mano.
-¿Qué has dicho? -me pregunta.
Le explico mi versión. La PePa asiente.
-Tómate el día libre -me ordena.
Disfruto de un día libre en el polvorín donde todo el mundo anda jodido por la acumulación de guardias y quehaceres. No me siento culpable. Es más, me importa un bledo lo jodidos y puteados que estén los demás. Tanto como a ellos les importa mi suerte en manos del sargento. Claro que nadie contaba con mi adaptación a esa circunstancia de abusos. Adaptación que ha llegado a la complicidad y el encubrimiento. Acabo de acusar a un pobre obseso sexual de deserción y de tratar de encubrir su delito con una “infundada acusación de violación”.
El caso es que lejos de sentir remordimientos lo que deseo es una sesión de sexo.
Me acerco al puesto de guardia. Sánchez acaba de regresar de hacer los relevos. Nos saludamos.
-¿No tienes ningún servicio? -me pregunta.
-Me han dado el día libre.
Sánchez frunce los labios como única y enigmática reacción sin añadir nada más.
-¿Has visto quién ha venido? -me dice señalando el coche oficial que hay aparcado frente al puesto de guardia.
-Sí.
-Algo ocurre.
Guardo silencio.
-¿Por qué te ha dado el día libre? -me pregunta cediendo a la curiosidad (o a los celos tal vez).
-Le he echado una mano en un asunto.
-¿Qué clase de asunto?
-Oficial.
Sánchez decide no profundizar más. Creo que comprende que por el hecho de que se me haya follado una noche no puede pretender que me abra a él como si fuera mi amo y señor. Aunque le joda.
Pero repentinamente soy yo quien cambia de idea y le dice:
-Le he servido de coartada.
-Sólo necesita una coartada quien es sospechoso de un delito.
-La fuga de Tapón.
-Mejor no me cuentes.
-¿No querías conocer todos mis asuntos con el sargento?
Nuestra conversación se ve interrumpida con la llegada del comandante y el sargento, que viene a despedirle. Nos cuadramos. El comandante se monta en el coche oficial y abandona el polvorín. El sargento se queda quieto mientras ve alejarse el vehículo. Saca un cigarro puro y lo enciende.
Me encuentro en presencia de dos hombres que me ponen de lo más cachondo. Mis ojos se cruzan con los del sargento antes de que emprenda el camino de regreso hacia su cubículo.
Repentinamente el suboficial se gira y grita hacia donde nos encontramos:
-¡Grandullón, sígueme!
Voy tras él.
Sánchez hace gesto de detenerme agarrándome de un brazo.
-Acabo de recibir una orden -le digo.
Con semblante preocupado, me deja continuar mi camino en pos de nuestro superior.
Llego al cubil del sargento. Pido permiso para entrar.
-A la orden, mi sargento.
La PePa mira por el ventanuco desde el que se ve el patio del polvorín azotado por el inclemente y frío viento de finales de noviembre.
-Ese perro me ronda como los chacales a un animal enfermo. Me tiene muchas ganas. Pero se va a joder. Que se ande con cuidado si no quiere que le arruine la vida.
-¿Habla del comandante, mi sargento?
-Es una apestosa maricona reprimida. Hace tiempo que me la tenía que haber follado. Pero su puto culo estrecho de requetepijo me da asco.
Sigue con la mirada fija en el exterior.
-Despelótate, grandullón. Quiero ver algo suculento.
Conecta la radio que tiene junto a la ventana. Es una emisora donde se dedican canciones. La que van a poner a continuación es “El emigrante” interpretada por Juanito Valderrama. Comienzan a dar los nombres la larga lista de las dedicatorias y el motivo. Es una inaguantable cantinela bajo cuya cadencia me empiezo a desvestir. Hasta que no me quedan más que los calzoncillos no arranca la melodía de la canción.
“Tengo que hacerme un rosario con tus dientes de marfil...” canta Valderrama, y yo dejo caer mis calzoncillos hasta los tobillos. Tengo la polla hinchada de excitación.
El sargento se ha puesto a canturrear la copla mientras me observa. Me palmea las nalgas.
-Esto es otra cosa -dice.
La polla se me ha endurecido.
Se sienta en un sillón viejo de tapicería raída.
-Sírveme un coñac -me ordena y después se vuelve a enganchar a la copla:
“Adiós mi España querida te llevo en el alma, te llevo prendida, y aunque soy un emigrante jamás en la vida podré olvidarte”
Le sirvo el coñac, da una profunda calada a su cigarro puro.
-Esto es el paraíso -dice exhalando el humo- Sólo me falta una cosa... que me la chupes.
Me arrodillo, le desabotono, extraigo su magnífico cipote. Me lo trago al son de la patética canción que tan sentidamente interpreta Valderrama.
Mi sargento ruge de placer cuando consigo que su espléndida tranca me traspase la glotis.
Es cierto que aún tengo frescas en el culo las erosiones que me ha producido en la noche la preciosa polla del cabo, pero espero que este cabrón al que estoy pellizcando los pezones de su titánico tórax, me taladre hasta que su leche salga por mi boca.
Me separa la cabeza de su sexo.
-Quieto, fiera, que aún no quiero correrme.
Sigue canturreando. Con su bota juguetea contra mi picha caliente. Una gota de mi preseminal le cae sobre el cuero negro.
-No me jodas, grandullón, límpiame esa lefa.
Puedo coger un papel, un paño, mi propia ropa y limpiarle la bota manchada. Pero la sujeto con la suela contra mi pecho desnudo y limpio la mancha con mi lengua.
El sargento me mira casi incrédulo de mi gesto. La polla le palpita.
Me levanto sin soltar la bota y la sitúo con la suela contra mi sexo. El sargento presiona. Me aplasta la polla y los huevos. ¡Joder, me gusta!
Mete la bota por mi entrepierna y coloca la puntera contra mis nalgas. Separo las piernas y la puntera se clava contra mi ojete. De la polla se me escapa más preseminal.
El sargento me mira con facciones viciosas mientras da caladas a su puro.
-Te estás corriendo, grandullón -me dice con voz cavernosa.
Le miro sin tapujos. Estoy a punto de pedirle que se me folle sin demora.
Pero llaman a la puerta. El sargento me ordena que me acurruque contra un rincón del cubículo con mis ropas y me cubre con una vieja manta de basta tela.
-Adelante -dice.
-¿Da usté su permiso, mi sargento?
Es la voz del caló, mi compañero de camareta. La manta tiene algún agujero que otro y por ellos puedo observar.
-¿Qué coño quieres, Heredia?
El caló le cuenta una historia tremenda de que su madre está “mu mala” y que la han internado en un hospital. Que además su “yaya” está también muy grave y que su hermanita pequeña está recién operada de “pendecitis”.
-Heredia, qué familia más perjudicada tienes -se le mofa el sargento-¿Y tienes algún certificado médico que pruebe lo que me cuentas?
-Nooo, mi sargento, pero yo le juro por mis muertos que le digo la “verdá”.
El sargento se mueve alrededor del caló cavilando.
-Y claro, quieres que te dé un permiso para ir a ver a toda esa parentela enferma.
-Pos sí, mi sargento. Que mire “usté” que yo tengo que “vé” a los míos -medio lloriquea el caló-
-Y ¿qué precio crees que puede tener que yo me crea tanta desgracia familiar... sin pruebas?
El caló duda, el sargento espera, yo me estoy excitando.
-Pos no sé, mi sargento.
-Venga, no me decepciones; que sé que tu familia trapichea.
-¡Oiga, sargento...! -se indigna el caló.
-”Mi” sargento, Heredia,”mi” sargento -le puntualiza la PePa disfrutando de su posición de poder.
Heredia tiene que cambiar de registro; ha comprendido que eso de indignarse no le servirá de mucho.
-No se me ocurre qué precio pué tener un permiso, mi sargento.
-Te pilló la policía militar en unos billares haciéndote una chapa.
-¡Eso no es verdad...!
El sargento se tira un sonoro cuesco que desconcierta al caló. A mí casi me da un ataque de risa.
-¿Qué decías? -continúa el sargento.
-Nada, mi sargento.
-Eso de hacerse chapas está muy mal. ¿Cómo te pillaron?¿Te la estaban clavado en los váteres?
-Nada deso, mi sargento;era yo el que se follaba al viejales.
-Te pillaron dando por culo a un viejo. Cosa grave. Y por eso te mandaron aquí.
-Sí, mi sargento.
-Mira, Heredia, eso que hiciste está muy mal. No se puede ir metiendo la polla en el culo de otro hombre.
-Pero al viejo le gustaba, mi sargento. Si hasta me pagaba.
-¿Y a ti te gustaba?
-Si pagaba...
-¿Y al contrario?
El caló se queda paralizado hasta que rompe a gimotear:
-Por lo más sagrao, mi sargento, no me pida eso.
-Vamos a ver, Heredia, tú me pides que yo me crea cosas sin pruebas. Pero algo que a mí me cuesta tanto tiene un precio muy alto.
En ese momento el sargento tira de la manta que me cubre y yo aparezco en mi desnudez acuclillada.
-Aquí, el recluta grandullón también quiere un permiso y él... digamos que estaba dispuesto a pagar un precio por ese permiso. La cosa es muy simple, sólo uno de los dos puede irse de permiso... pongamos que quince días. Y si la oferta me gusta mucho incluso podríamos hablar de tres semanas. ¡Tres semanas fuera de este jodido agujero,Heredia!
Yo pongo cara de susto y de vergüenza. Me pongo en pie. Tengo la polla a medio armar. El sargento me sacude en ella un leve manotazo. Después me examina el culo, me lo palmea.
-Se tiene que estar bien ahí dentro -dice con la pava de puro apresada entre los dientes- ¿Tú que opinas, Heredia?
El caló, con las facciones tensas que agudizan su aspecto ya de por sí fiero, se baja los pantalones y los calzoncillos.
Muestra un trasero de redondeadas nalgas al sargento, un poco tipo torero, y sin apenas vello. La polla le cuelga desconsolada. En manos hábiles promete convertirse en un rabo con muchas posibilidades. No es mi tipo pero hay que reconocer que el caló es un bocado apetecible.
El sargento se le acerca. Humea su pava de puro. Contacta con la piel desnuda de las nalgas de color aceituno. Mete los dedos por la sima que separa los glúteos...Ha debido de llegar al ojete por la mueca de molestia que ha puesto el caló.
-Puede interesarme -manifiesta la PePa- Pero es un poco estrecho y no sé si será capaz de que le meta esto.
El sargento se saca su tranca que aún conserva restos de mi saliva. Volvérsela a ver me excita. Todo lo contrario que al caló, que la mira aterrado.
-¿Probamos? -le dice.
-Me va a reventá -dice el caló casi llorando.
-Se me ocurre una idea. Que el grandullón te la meta primero y que te dilate para que yo pueda entrar sin reventarte.
Me quedo de una pieza.
Estamos entrando en un delirio que no podía imaginar ni en mis sueños más tórridos y desmadrados.
El caló me mira con odio. Y yo sé que si hacemos lo que pide el sargento, aquél me buscará para acabar conmigo.
El miedo me encoge el ánimo.
-¿Qué te parece, Heredia? -quiere saber el sargento.
El caló le mira fijamente y dice.
-Que sean cuatro semanas de permiso.
-Sí, señor; sabes negociar. Lo llevas en la sangre.
El sargento me llama. Me coloca detrás del culo del caló. Mi cuerpo es casi el doble que el suyo.
La PePa le ha bajado los pantalones hasta la caña de las botas de faena. También le ha quitado la parte superior del uniforme. Tiene un cuerpo tenso y de escaso pelo. En los pliegues se oscurece el color de la piel. Hasta la polla la tiene oscura.
-Fóllatelo -me susurra el sargento.
Tengo dudas. Sé cómo las gastan los de esa etnia. No me perdonará en la vida.
El sargento se aleja para servirse un coñac.
-Vamos a dejarlo -le sugiero al caló en voz baja.
-Y una mierda. Métemela y acabemo el asunto.
-No, Heredia, yo no voy a violarte.
-Me cagüen tus muertos, que me la metas, hijoputa. O te crees que va sé la primera polla que mentre en el culo.
El sargento vuelve con un vaso con coñac. En la radio José Guardiola le contesta cantando a su hijita dónde está el buen Dios.
“Pues sí, mi corazón, sé dónde está, pude estar en ti y en mí, puede que en cualquier lugar”
Sí, me digo, en cualquier lugar menos aquí.
He logrado, rozando mi glande contra la piel suave del caló que se me trempe de nuevo. El sargento me observa maniobrar mientras bebe.
Abro las nalgas de Heredia. Ahí está la entrada de su culo. Paso la punta de mi verga por él. Realmente el culo que tiene es estrecho. Voy a hacerle daño porque el calibre de mi rabo no es despreciable.
La PePa se acerca. Arroja un lapo untuoso sobre el esfínter del caló.
-Esto ayudará -dice.
El lapo mancha mi capullo. Empujo contra el ojete de Heredia. Se resiste.
El sargento le propina una buena zurra que le torna colorada la nalga golpeada.
-Vamos, recluta, lo puedes hacer mejor.
Presiono contra la entrada. El salivazo ha penetrado en el carnoso dintel y detrás va mi polla que se abre camino rápidamente hasta lo más hondo del culo del caló. Se estremece con mi invasión y el sargento suelta una bocanada de su boca aprobando la maniobra.
-Ábremelo bien, grandullón, y no tengas prisa.
Es un gozo sentir el calor de las entrañas del caló. Mi verga le traspasa hasta que nada de ella queda fuera.
El sargento mira con su polla al aire. Verla me inspira. Si tuviera huevos le pediría que me la clave mientras me follo a mi compañero de camareta.
Cierro los ojos e imagino que se me pone detrás y me ensarta.
“Di, papá:¿dónde está el buen Dios?” sigue preguntando en la radio con voz inocente la hijita de José Guardiola.
Hijita (me dan ganas de contestarle) Dios está en el culo de este imbécil de Heredia, y en el impresionante pollón de la PePa, y en mis putos cojones que van a escupirle toda mi lefa al caló que me estoy trincando bajo supervisión de mi superior. Sí, desde luego que aquí está Dios.
Mi placer está llegando al límite.
-Quiero ver cómo te corres -me dice el sargento.
Saco la polla en el momento en el que descargo y un chorro de leche blanquecina se desparrama por la entrada del culo del caló.
La PePa me aparta, impregna su verga en la lechada y se la hinca a Heredia que no puede evitar un gemido de dolor.
El sargento no se anda con cuidados ni tonterías. Le mete tales pollazos que me temo lo va a partir en dos.
-¡Qué rico sabe tu agujero! -le espeta- Espero que mientras estés de permiso te acuerdes de mí y vuelvas a por más.
Ver al sargento en acción me la pone tiesa. Me gustaría recibir parte de esa potencia.
-Grandullón -me ordena mi superior- cómele la polla al caló- Quiero que también disfrute mientras me lo trajino.
Obedezco la orden. Le casco una mamada de campeonato y consigo que su polla oscura esté bien dura. Puedo ver, además, cómo la tranca de la PePa entra y sale de su culo.
El caló empieza a suspirar de placer. Sabe poner el culo en posición para recibir las enculadas hasta donde más duelen y más placer proporcionan.
El sargento gruñe y suda. Se ha quitado la camisa. Veo su torso de toro cabrón. Sus huevos de hijo de puta redomado baten implacables contra las carnes de piel aceituna.
-Toma, leche -le grita a Heredia mientras se corre.
Con mi mano ensalivada, le casco al caló un lento pajote y logro que un géiser de lefa salga disparado hacia mi cara.
Estamos los tres exhaustos.
En la radio están dando una nueva lista de nombres a los que va dedicada la siguiente canción; ésta, ya más actual, la canta Marisol: ¡Tómbola!
El Caudillo nos ha estado observando colgado en la pared. Me pregunto qué le habrá parecido nuestra capacidad de sacrificio por la patria.
RECLUTA GRANDULLON I I I
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