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La arena y el agua 2 - El reloj de agua

Escrito por: royblender

Capítulo 2

El reloj de agua

___

Ambos hombres, maduro y muchacho, regresaron a la bodega del transporte de la cofradía.

Guillermo, un paso por detrás de Daniel, miró al joven, su forma de caminar, la posición de sus hombros, la debilidad de sus piernas, su respiración, profunda pero temblorosa…

Parecía estar recuperando las fuerzas después del trastorno provocado por el viaje, aunque no era esa mejoría lo que, en esos momentos, concentraba la atención de Guillermo.

En un relámpago de consciencia, Guillermo supo que Daniel, como él mismo, era un mentat.

La conclusión era casi-seguramente cierta, dentro de la extrema seguridad que le otorgaba un análisis mentat como el que había efectuado.

Guillermo y Daniel se sentaron en una mesa, uno enfrente del otro.

La mesa era de un metal extraño.

Se trataba de una aleación diseñada quizás para eliminar cualquier susceptibilidad magnética del material, lo que le daba un color azulado y le hacía emitir una luz muy sutil y agradable y que parecía alienígena dentro de la negrura de la habitación.

-Daniel, eres un mentat, ¿No es cierto?

-Así es, señor, aunque no terminé completamente mi adiestramiento, superé el nivel 4 dentro de la escala en precisión y profundidad de mis habilidades.

Guillermo, serio de repente, empezó a recitar la letanía que despertaba en los mentats su carácter de computadores humanos:

-"Por propia voluntad…"

Daniel continuó:

-"Pongo en marcha la mente…"

-¿Qué ves, Daniel?

-Lo mismo que usted, señor.

-"Lo vemos todo".

-Esta nave de la cofradía, no llegará a su destino, señor. Su destrucción es segura.

-¿Es una proyección, Daniel?

-Sí, señor, los motivos me resultan imposibles de deducir, pero en no más de tres horas, esta nave no existirá y los que nos rodean y nosotros mismos, pereceremos.

Guillermo miró a los ojos del joven, ambos estaban sumidos en la disciplina mentat, y en ella, el futuro, impenetrable para los humanos no dotados del don de la presciencia, se abría en un universo de probabilidades, indómito y, sin embargo, restringido por la fuerza de la lógica y la causalidad.

En el río principal del futuro, en el que desembocaban un número incomprensible de afluentes, Daniel había visto lo inevitable.

Guillermo, aunque sabía que Daniel no podía estar errado, al menos no en la conclusión fundamental, inició una búsqueda interna, recordando las percepciones que su mente inconsciente había almacenado desde que el transporte anuló el espacio por primera vez.

-Estamos en una nave de un tamaño estándar, que debería estar gobernada por tres navegantes en las primeras fases de su transformación inducida por la melange, cuando las capacidades de navegación son extremadamente potentes en ellos - afirmó Guillermo.

-Sí, señor.

-Sin embargo, los tres saltos que hemos experimentado (y que te han provocado los efectos desagradables de hace un rato) - añadió Guillermo casi riendo - han sido demasiado costosos en tiempo y energía, la nave ha permanecido fuera del universo, más tiempo del debido (unos 340 milisegundos en el peor caso y 200 y 310 en los otros dos saltos), si tres navegantes los hubieran ejecutado.

-Lo que supone un coste de 1 millón de kilogramos de melange, con un margen de error de más-menos 20 mil kilogramos.

-Inasumible sin una razón.

-Humildemente, coincido con su percepción, señor.

-Solo hay un navegante en esta nave, y es uno que está en la última fase de su vida y capacidad de encontrar un camino entre las singularidades del espacio.

Adicionalmente, hay guardias armados en este transporte por supuesto, pero no en el número esperado.

Los pasajeros que han pagado una altísima suma para eludir las incomodidades del viaje, han pagado también por su seguridad, pero las tropas existentes, están por encima de lo necesario y de lo sufragado por los pasajeros, aproximadamente en un 7 por ciento.

Esta nave, no debería ser una no-nave, ya que no debería contar con el enmascaramiento que impide localizar un transporte de la Cofradía incluso a los buscadores prescientes, pero el azul de la mesa donde estamos y de otros metales presentes en puntos concretos, indica lo contrario.

La nave desaparecerá, si no resulta completamente destruida, incluso para la visión presciente más aguda.

Además existen al menos 14 variables que permanecen parcialmente impenetrables a mi análisis, pero no tanto como para no ver con claridad que convergen a la misma conclusión.

-Señor, puedo preguntarle en qué grado de adhesión al ideal mentat se encuentra.

-A mi edad, en el nivel 12, Daniel, y nunca he estado en uno mayor.

Daniel absorbió esa información y, aún concentrado más allá de lo posible para muchos, el significado de las palabras de Guillermo le conmocionó.

El profesor más avanzado en el rigor mentat de la escuela que había entrenado al joven en Ilion, alcanzaba, según los rumores que corrían entre los estudiantes, un grado 9 y la opinión mayoritaria, era que el profesor, de algún modo, estaba cerca de perder su humanidad y trascender los límites de la mente y de su lógica.

Daniel no podía imaginar hasta dónde podría llegar un mentat de grado 12, y esto en cierto modo, le asustaba tanto como le admiraba y maravillaba.

¿Podría Guillermo leer la mente y el alma de los hombres?

¿Saber más de ellos de lo que nadie más había sabido jamás?

¿Ver el futuro casi con la misma seguridad con que lo hacía el presciente más poderoso?

¿Poseía las capacidades de una decidora de verdad, pero en el cuerpo de un varón?

¿Había conseguido romper la frontera que separaba las vidas de sus ancestros y la suya propia, no siendo una Reverenda Bene Gesserit ni utilizando el agua de la vida extraída de los gusanos de Arrakis?

En teoría nada de lo anterior era posible, pero en teoría Guillermo tampoco era posible y, sin embargo, estaba allí sentado mirándole sonriente.

Las preguntas llenaban la cabeza de Daniel y querían salir de ella en un torrente burbujeante.

Sin embargo, guardó silencio.

La situación no era la mejor para que el maduro satisficiera la curiosidad de un muchacho, apenas un joven.

Pero ¿quién era Guillermo? - siguió preguntándose Daniel.

¿Por qué no conocía su existencia?

Sin duda, el nombre de un mentat con esas habilidades debería pronunciarse en los lugares más recónditos del Imperio.

Daniel repasó en un parpadeo de su visión mental sus recuerdos y no encontró rastro de Guillermo.

Nadie le había hablado nunca de la existencia de un mentat de nivel 12 ni había leído nunca sobre uno.

Nadie.

Nunca.

En ningún lugar, ni contexto ni tiempo.

¿Se trataba de un mentat salvaje?

¿Uno cuyas capacidades no podían ser explicadas tan solo por la genética?

También Daniel lo era.

Pero solo pensar que compartía algo con alguien como Guillermo, le hizo sonrojar de vergüenza por su atrevimiento y descaro.

¿Que Guillermo fuera un hombre oculto entre muchos otros, significaba que estaba fuera del control de la Orden Mentat y quizás también del propio Imperio?

-Tu conclusión es perfecta, Daniel: la nave no llegará a su destino.

Tu previsión es que tenemos un máximo de 3 horas para salir de aquí - añadió Guillermo sonriendo - discrepo, Daniel, tenemos menos de 1 hora.

Nos acercamos lentamente a la singularidad de Phobos-4, la nave cruzará el umbral de la misma pero jamás regresará al espacio-tiempo usual.

Por favor, Daniel, abandona el trance mentat pero mantén la visión interna completa.

Yo haré lo mismo.

¡ Ahora, Daniel !

Con un parpadeo, Daniel obedeció.

Salir del espacio de cómputo mentat no era nunca algo fácil, y menos aún para un mentat inexperto.

La atracción de la seguridad, paz y belleza del mundo matemático podía ser más intensa que cualquier otra cosa, y el peligro de no querer abandonarlo era el mayor que enfrentaba un mentat.

No pocos de ellos habían cedido a la luz de la razón pura y se habían dejado morir sin regresar nunca a la vida real e insoportablemente tenebrosa para los que una vez habían "visto".

Las pupilas de los ojos de ambos hombres recuperaron la capacidad de adaptación a la luz, perdida durante el cálculo mentat.

El rostro de Daniel, pacífico durante el trance, se llenó ahora de duda, preocupación y sudor.

Guillermo, por el contrario, porque su disciplina era más fuerte, sus habilidades muchísimo más afinadas y había encontrado en el casi-infinito un destino diferente a que ambos murieran en 1 hora, estaba sereno.

-Será como ha dicho, señor, pero ¿no podemos hacer nada para salvar a los peregrinos que nos rodean y a nosotros mismos?

-Podemos, pero, Daniel, deberemos actuar con extrema precisión.

En unos instantes, el hombre que se sienta detrás de mí, a mi derecha, dos bancadas más atrás, se acercará a nosotros.

Esperaremos a que eso ocurra antes de hacer algo.

Daniel, mírame.

Confía en mí, por favor, de igual modo en que yo confío en tí.

Mírame, mira en mi interior, no te oculto nada.

Estaré contigo, permaneceré a tu lado por siempre.

Nunca más estarás solo.

Te necesito.

Nunca me marcharé.

Mírame…mírame…Daniel, mírame.

Daniel abrió los ojos, levantó la cabeza, todavía baja, como había estado toda su joven vida, y miró en el alma de Guillermo.

El calor inundó su corazón.

La sangre golpeaba sus tímpanos con la regularidad de un reloj.

Una.

Dos.

Tres.

Cuatro.

Pulsaciones puras, perfectas, energía medida pero no medible.

Las palabras de Guillermo permanecían aún a su alrededor y en su interior.

Parecían dardos, verdes y azules, a veces tornasolados, incisivos, amables, insistentes, imposibles de ignorar.

Quizás Daniel no era consciente de ello, pero ya no era el mismo.

El temor que nunca le había abandonado, el miedo con el que había crecido y que le había alimentado y envenenado, el pánico que debería sentir ahora, cerca de la muerte, había sido fulminado por Guillermo.

La desconfianza que enhebraba una red a su alrededor, una red que le ahogaba y, al mismo tiempo, le protegía en una cuna aterradora, en una cárcel de hambre y sed, de sudor e insomnio, de sal y pesadilla, desde siempre, desde niño, se había desanudado.

¿Cómo era posible?

¿Cómo un desconocido había derrotado a su enemigo?

¿Cómo lo invencible había sido vencido?

¿Cómo el alivio podía ser tan inmenso?

¿Era esto ser libre?

¿Era esto pertenecer?

¿Era amar?

En ese momento, Daniel, no lamentaba nada.

Su vida había, por un suspiro anhelante y dulce de un hombre maduro, cobrado sentido.

Sus ojos se humedecieron.

Las lágrimas nunca derramadas, colmaron a Daniel de aún más extrañeza, de más maravilla, de más gratitud.

Quería llorar por primera vez en un 1 millón de años.

¡Y podría hacerlo!

Después del conjuro de Guillermo, podría hacerlo.

Quería reír por primera vez en 1 millón de años.

¡Y quería hacerlo!

Después de hoy, podría reír, jugar, gritar, aullar como un lobezno a un sol y sonreír a una luna, no importaba lo que ocurriera con el transporte de la cofradía ni siquiera si su futuro se agotaba en 1 hora.

Quería vivir por primera vez desde que nació.

¡ Y vivía !

Sonrío a Guillermo y alargó su mano por encima de la mesa, hasta encontrar la línea media de la hoja de la misma, donde se detuvo.

Nada hacía falta, nada sobraba.

"Todo era dulce, y tú eras lo más dulce de todo"

Las palabras de su madre en su oído infantil, cuando apenas era capaz de entenderlas, llegaron imposibles de detener de su memoria.

Tanta ternura, tanta dulzura…

La miel corría por sus venas.

-Aquí estoy, señor, con usted, bajo usted, le seguiré adónde me lleve.

La arena y el agua 2 - El reloj de agua

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