Escrit per: meame_y_hostiame
2109 paraules
Montó su siempre reluciente moto y salió de su chalet de una urbanización del Vallés intentando no hacer demasiado ruido. Eran las dos de la mañana, mitad de semana, la noche era fría. Sus padres no estaban en casa, pues al retirarse pasaban más tiempo en la casa del pueblo que allí. De todos modos, no quería que sus vecinos notaran su salida.
Borja era el típico niño pijo que siempre había intentado crearse la imagen de macho alfa infiltrando toques supuestamente proletarios en sus maneras. En otras palabras, utilizaba palabras que él creía eras las usadas por los jefes de las manadas en las zonas proletarias. Algo en su cerebro eternamente adolescente le hacía creer que eso le confería un mayor poder de seducción. Irónicamente, lo hacía. En la mayoría de las ocasiones porque esa precaria construcción demostraba una inocencia que resultaba más amable que temible. En otras, porque se decidía seguir el juego.
Quizás, por su actitud de pretendida chulería o por su falta de rumbo, ninguna de sus relaciones duraban demasiado. A sus veintiocho años había tenido unas quince novias. Cada vez que él presentía que lo iban a dejar, él comenzaba a buscar otra. Su peor pesadilla era que supieran que eran ellas quienes le habían dejado. Por eso mismo siempre intentaba mantener a las chicas con quien salía apartadas de su círculo social.
La mujer que más le había durado era una mujer diez años mayor que él, de etnia gitana, a quien sólo veía en secreto, porque ella lo había decidido así. Ella le había dicho en varias ocasiones que le daría vergüenza presentar a su familia un niño pijo, que además, era payo. Se encontraban como, cuando y donde ella quería. Se vivían montando escenas el uno al otro, que siempre terminaban en una sesión de sexo salvaje. Invariablemente, ella terminaba con sus uñas postizas rotas de tanto clavarlas en las turgentes nalgas y amplias espaldas de blanquecina y suave piel de él. Muy frecuentemente, él terminaba con marcas de mordidas en su cuello, las mejillas rojas. En alguna ocasión, un ojo morado fue difícil de explicar.
Esta noche, Borja se dirigía a la casa de su nuevo interés. Unos meses atrás, tras ver unos videos porno, comenzó a tener interés por las transexuales y travestis. Abrió una cuenta en Grindr, naturalmente, sólo mostraba la foto de su atlético y velludo pecho en su perfil. La mayoría de los mensajes que recibía eran de chicos. Pero su deseo estaba centrado en lo femenino, al menos lo que él consideraba femenino. Es posible argüir que una racionalización tan explícita del deseo no sea otra cosa que un mecanismo de negación como defensa a una realidad que no se está dispuesto a aceptar. Es posible, pero no es la única posibilidad. Y de todos modos, no es la intención de este autor el juzgar a los protagonistas de sus relatos. Hasta que no aprendamos a aceptar nuestras diferencias, no sólo a tolerarlas, ...
La dignidad del mandril I
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