Recorría, de lunes a viernes, el trayecto entre la Estación Los Dominicos hasta Universidad Católica en la línea 1 del Metro de Santiago. Le parecía entretenido y no le molestaba casi nada. Vivía en el lujoso barrio de La Dehesa, junto a sus padres y algunos de sus hermanos, quienes lo llevaban desde la residencia familiar hasta la estación y en la tarde la rutina se repetía, pero esta vez pedía un automóvil de aplicación para volver a la casa, a diferencia de la mañana donde era alguno de sus hermanos quien lo trasladaba a embarcarse.
Le gustaba el Metro porque era rápido, seguro y ahorraba tiempo, aparte que le daba una cierta independencia. Viajaba solo y se ponía sus AirPods e iba escuchando música.
Estudiaba derecho en la Pontificia Universidad Católica de Chile. Siempre supo que estudiaría estudiando para abogado, como su padre y abuelo. Sus otros hermanos estudiaban Ingeniería Comercial en la Universidad de Los Andes y el otro Ingeniería Civil, en la misma Universidad Católica, pero se trasladaba en su propio auto y a él no le gustaba viajar con él: entre ambos existía una natural antipatía y distancia y se evitaban mutuamente. El mayor de los hermanos ya era ingeniero civil y trabajaba en la viña del padre, en el valle de Curacaví, cerca de Santiago, a medio camino de Valparaíso. La madre era médico y trabajaba en la Clínica Alemana, en su especialidad: anestesista.
Había estudiado en el Verbo Divino y sus mejores amigos lo eran desde ese colegio, aunque ahora estudiaban en otras universidades: la Adolfo Ibáñez y la del Desarrollo. El fue un mediocre alumno, pero le alcanzó para entrar a la primera, o segunda, según se mida, universidad del país.
Raimundo era el menor de la familia, pero se sentía incómodo, aunque se lo guardaba para sí. Se sentía ahogado en ese estrecho circulo familiar y social. No le gustaban las fiestas y prefería salir con sus escasos amigos a hacer trekking al cerro Manquehue o pasar fines de semana en Zapallar o Cachagua, los exclusivos balnearios en la zona norte de la región de Valparaíso, viendo las olas, escuchando música o solamente caminando. Tampoco se sentía cómodo fumando o bebiendo. Cuando sus amigos lo hacían, el salía a caminar solo o se ponía a dormir. Hubo un tiempo que su madre pensaba que el menor de sus hijos tenía depresión y lo llevó al psicólogo, pero el dictamen fue claro: el niño era medio misántropo, pero no depresivo.
El gran secreto de Raimundo era un hecho que lo perseguía desde su niñez y adolescencia y que no se atrevía a asumir y procesar: le gustaban los hombres. Era un maricón, un fleto, un cola, un gay, un homosexual. Cualquiera de esas etiquetas serían su muerte civil y ello le atormentaba. Nadie lo sabía y él se esforzaba en ocultarlo.
Su madre era una profunda y devota católica, muy cercana al Opus Dei y su padre, si bien no era religiosamente practicante, se encargaba que nadie en la familia osara contradecir a la madre en sus postulados y orientaciones. Raimundo fue criado en ese espeso ambiente conservador e impostadamente religioso: hizo todos los sacramentos requeridos y se esforzó por tener polola, como le dicen a las novias los chilenos, pero fue infructuoso. Nunca funcionaba, pese a su dedicación: era torpe, se aburría y no comprendía a las mujeres. Sus amigos se reían de él y lo acusaban de “nerd”.
Se sentía profundamente aburrido, detestaba su vida, se encontraba flaco, desabrido, sin atractivos, despreciado. Estaba convencido que sus amigos lo aceptaban con pena y casi como un acto de caridad. La universidad le gustaba por su estricta rutina, sus objetivos claros, la limpieza de los estudios y el esfuerzo de todos por mantener las formas. Le parecía todo predecible y eso no le fascinaba, pero no le molestaba. Consideraba que lo mejor era seguir el ritmo de los hechos y que todo se cumpliera a su tiempo, sin mucho entusiasmo, con una total parsimonia y absoluta resignación.
De los ritos que debía practicar el que más profundo rechazo eran las reuniones familiares: mientras más masivas más le molestaban. Hacía un gigantesco esfuerzo por mantener la compostura y no caer en ser una persona desgradable, porque al final de cuentas, era su familia y sentía un genuino cariño y amor por ellos, especialmente por su madre, pero no soportaba estos eternos almuerzos.
Raimundo estuvo, está, profundamente enamorado de un ex compañero del Colegio Verbo Divino: José Tomás, un deportista de excelencia, actual seleccionado de la PUC en natación, alumno brillante de medicina, guapo y de una prestigiosa familia, pero es un amor imposible. Raimundo lo sabe y pese a ello se entusiasma con la idea de ser, por lo menos, su amigo, aunque el otro ni siquiera lo considera parte de su círculo. Cada vez que lo ve y ni siquiera es capaz de obtener un saludo de respuesta se siente abatido y profundamente triste.
Raimundo se siente patético es sus esfuerzos. Piensa en eso cuando va en el Metro: mira a la gente y los ve felices con tan poco, observa a las parejas besándose en las despedidas, a otros conversando sobre sus hijos o parejas y concluye que eso está vedado para él, por eso prefiere no ver ni escuchar: se pone sus audífonos y cierra los ojos y se deja llevar por la música.
Es miembro de una familia con esos apellidos vascos y castellanos, propios de la elite chilena, escrupulosamente cerrada, siempre preocupada de mantener la pureza social de sus integrantes. Y Raimundo conservaba irrestrictamente esa norma de vida, lo que no negaba el hecho que él sabía que eso era insostenible.
Lo sabía y lo comenzó a experimentar y fue una tormenta violenta, que cambio su vida y que le acabó con todas las certezas y rompió el orden, ya no se aburriría, pero la angustia y ansiedad ahora serían el signo de su existencia.
Todo había comenzado unas semanas antes, cuando se había cruzado en esa Línea del Metro con la persona que lo estaba descolocando. No sabía su nombre, pero estudiaba derecho al igual que él, en la misma Universidad. Era claramente de mayor edad qué él, de 19 años, pero nunca tanto más.
La primera vez que lo vio fue cuando aquel subió al vagón de Metro en que él iba en la Estación Baquedano, que permite combinar con la Línea 5. Le llamó la atención su rostro seguro y severo, pero extrañamente alegre, que era de menor estatura que él (de 179 cm). Le pareció, en primer lugar, una persona más, con ropa común, un corte de pelo que él jamás podría llevar (muy corto a los costados y más largo en la nuca y la parte superior, con una pañuelo multicolor en su cuello y una chaqueta de mezclilla azul con tres banderas: la de Chile, la bandera LGTBQ+ y otra de la PUC. “Sujeto paradójico”. Luego lo vio en el patio de la Universidad, que queda justo en la siguiente estación (que por eso lleva su nombre: Universidad Católica).
Lo observó con un poco más de dicción y esa primera impresión se confirmó: le resultaba interesante y hasta algo atractivo. Distaba mucho de su ideal de belleza (José Tomás), pero lo suplía con otros atributos, como una personalidad magnética. Se acercó adonde estaba: rodeada de otros estudiantes -hombres y mujeres_ que le escuchaban atentamente. hablaba como lo suelen hablar los chilenos: rápido y comiéndose las sílabas finales, reemplazando los verbos en su terminación con ese característico is. Era muy distinto a cómo hablaba él y sus círculos: con una forma afectada y distintiva de su clase. A nadie parecía importarle su presencia, pero se alejó hasta la imagen religiosa que presidía ese patio y se sentó en un escaño a simular que veía su teléfono móvil, para seguir escuchando la conversación.
Le resultaba gracioso estar ahí, subrepticiamente escuchando una charla ajena. Gracioso y algo excitante. Se pasaron los minutos y casi llega atrasado a su clase. Terminada esa clase comenzó una búsqueda vertiginosa de información sobre esa persona, y se puso, como desquiciado, a revisar paneles informativos, fotografías en diarios murales, hasta que vio una noticia en la página web de la Facultad, donde aparecía su nombre: se llamaba Cristian, iba en IV Nivel y era ayudante de la cátedra b Fuentes del Derecho en primer año.
Ya en casa, se encerró en su cuarto, y comenzó a navegar por redes sociales. Revisó X, Instagram y Tik Tok, hasta que dio con las cuentas de Cristián. La de X estaba sin movimiento, la de Tik Tok casi no tenía reels (apenas 3, de paisajes), pero la de Instagram era un yacimiento de hallazgos que lo conmovieron.
Revisó íntegramente la cuenta de Cristián, cada una de las publicaciones y sus comentarios. Le dio like a cada fotografía y se dedicó a admirar y fantasear con lo que veía: su compañero desconocido de Derecho UC era un homosexual asumido, liberal, con un espectacular físico y debería tener unos 22 o 23 años. Estaba atrapado con su rostro, su cuerpo, su desparpajo y libertad.
Aparte, se enteró, había obtenido una beca en la Universidad Complutense de Madrid y permanecido por casi 9 meses en un intercambio. Aparte de ello, tuvo un cargo en el Centro de Estudiantes. Todo lo que leía y se enteraba de Cristian le parecía sobresaliente y excepcional, muy distinto a él, con tanto recurso y tan poco que ofrecer. Todo lo que representaba Cristián era tan distinto y tan distinto de lo que él encarnaba y defendía. Le parecía desafiante tratar de conocerlo, pero no se engañaba, ello no era posible. Le estimulaba y excitaba, pero sabía que no existía ninguna posibilidad de conocerlo, ninguna.
Esa noche se masturbó viendo las fotografías del Instagram de Cristián: en la piscina, haciendo ejercicio, sudado, recién duchado, con ese torso bien tonificado, esa cara tan vulgar, pero tan excitante.
Y pensaba, luego de acabar su faena onanista “¿Cómo me puede fijar en este cuma?”. Cuma, para un chileno es el grasa, el flaite, el negro, el indio, el ordinario, el vulgar, el de clase baja, el que no corresponde a lo educado y refinado, el despreciado, el pobre sin educación.
Esa noche tuvo un sueño perturbador y despertó, sobresaltada y sudado, no sabía porqué, pero no paraba de imaginarse siendo follado sin piedad por Cristián. Lo veía acercándose a él y penetrándolo sin piedad, eso es lo que deseaba. le parecía una fantasía imposible y volvía a masturbarse, para tranquilizarse, pero al despertar, no podía borrarlo de sus pensamientos.
Siguió con su rutina y se fue con su madre hasta el Metro y ahí tomó el primer vagón. No se cruzó nuevamente con Cristián ese día, pero tenía una prueba y se fue a estudiar solo, lo que siempre hacía, en la biblioteca cera de la Plaza de las Comunicaciones. Habían muy pocas personas a eso de las 12:00 horas. pensaba estar allí hasta las 14:00 para almorzar en un local cerca de la Universidad, pero estando concentrado en revisar un grueso Manual de derecho no se percató quien se sentó frente a él. Con sus audífonos y un remarcador amarillo fluorescente, leía el texto y subrayaba lo que le parecía relevante.
Al rato, el que estaba al frente lo miró fijamente y Raimundo se sintió extrañamente observado, levantó su vista y se quitó sus audífonos y escuchó la pregunta que le estaban formulando:
- ¿Tienes prueba?
Raimundo quedó paralizado y se sintió sorprendido y apabullado: Era Cristián quien estaba frente a él, viéndolo e interrogándolo.
- Sí, si,… tengo prueba. - Respondió nerviosamente Raimundo.
- A ver, yo te ayudo, fui ayudante de esa cátedra. - le dijo Cristián y se sentó al lado de Raimundo, casi rozándolo.
El muchacho estaba extremadamente nervioso, temblaba y le costaba hablar, pero se fue tranquilizando con la presencia firme, segura, casi acogedora y paternal de Cristian. Sin darse cuenta, se relajó y logró concentrase en la materia objeto de la prueba, formulando las preguntas pertinentes y siendo orientado por el que había sido ayudante de esa cátedra.
Cuando eran las 14.30, Cristian le dijo que debía marcharse. Raimundo no atinó a nada más que a agradecer y despedirse, pero cuando Cristian ya estaba casi saliendo de la sala, casi gritó, lo que le valió una reprimenda del encargado del recinto, diciendo:
- ¡Hey, espera, por favor!
Se disculpó con el encargado y se dirigió hacia la puerta donde Cristian lo esperaba, sonriendo por la situación.
- Disculpa, nuevamente gracias, pero ¿me podrías dar tu número de WhatsApp?
- Sí, obvio - respondió Cristián - anota - y se lo dictó, mientras rimando nerviosa y atolondradamente lo registraba en sus contactos de su teléfono móvil.
Raimundo no podía creer lo que le había sucedido. Se quedo, ensimismado hasta la hora de la prueba, las 16:00, sin almorzar, pensando en Cristian y en lo que le había sucedido.
Se fue, corriendo para tratar de ingresar al salón y llegó cuando el profesor, un exigente y pedante abogado de la plaza, ya había saludado y estaba dando las instrucciones. Apenas se sentó, el ayudante puso la prueba sobre su pupitre y comenzó a responderla.
Al terminar, se sintió extrañamente tranquilo y hasta seguro que le había ido bien. Estaba feliz, no por la prueba, sino por el encuentro previo.
Recordó que había registrado el número de WhatsApp de Cristian y le mandó un mensaje:
- Hola - escribió.
- Hola, ¿qué tal? - fue la respuesta de Cristian.
Su avatar era una foto suya con una chaqueta de mezclilla y un paulo multicolor. En cambio la de él era la foto de su perro.
- ¿Quién es el dueño de ese lindo perrito? - Escribió Cristián.
- Ahhh, disculpa, soy Raimundo, el chico al que ayudaste hoy en la Biblioteca de Comunicaciones.
- Ahhh, ¿y como te fue en esa tortura?
- Espero que bien, muchas gracias por la ayuda, creo que me sirvió.
- Cuando necesites algo, me escribes.
- Vale, muchas gracias.
- ¿Podemos conversar un rato?
- Por supuesto, ¿cuándo?
- Cuando puedas.
- Hoy, a las 18:30 horas.
- ¿Dónde?
- Lastarria 55, nos vemos.
- Ok
Ya eran casi las 18:00 horas. Calle Lastarria queda casi al frente de la Casa Central de la Universidad Católica. Es una calle con restaurantes, librerías, locales comerciales, una iglesia y plaza, pero a Raimundo en lo personal no le agradaba ir ahí, de hecho lo evitaba, pero esta vez haría la excepción.
Al llegar a la dirección le sorprendió que era una puerta de vidrio que anunciaba “Cabinas de internet” y tenía un discreto letrero que decía Liberchat. Espero, entre nervios, ansioso y a¡excitado y pasado unos tres minutos de las 1830, llegó Cristian, tan seguro y sonriente como siempre.
Lo invitó a seguirlo y Raimundo, con su habitual timidez, sólo atinó a seguirlo.
Cruzaron el portal extremadamente pequeño del recinto y se encontraron casi de frente, con un sujeto sonriente, pequeño y de hablar rápido:
- Una cabina para dos - dijo Cristian.
- La 5 jóvenes. Pásenlo bien.
Raimundo se inquietó un poco, pero no lo suficiente para aminorar su excitación. Avanzaron por es pasillo estrecho, rojo intenso y discretamente iluminado e ingresaron a una pequeña sala de 2 x 1 metro, con un ordenador/PC de gran pantalla y una pequeña silla.
La tensión entre ambos era palpable y el ambiente estaba electrizado. Fue Cristián quien tomo, como era esperable, el control de la situación y pese a ser casi 10 cm mas bajo que Raimundo que fue, no obstante, apretado contra la puerta por su compañero y que lo besó con tal pasión e intensidad que el otro gimió y se entregó, como si eso lo hubiese estado esperando toda una vida.
Raimundo retribuyó esa pasión con la suya, pero torpe y nerviosamente, todo muy propio de él. En su inseguridad, quiso ser arrojado, pero solo fue torpe. La torpeza, el nerviosismo y la intensidad de sus excesos, solo demostraba lo excepcional del momento, un encuentro deseado, pero para el cual no estaba preparado. Su respiración era agitada t comenzó a sentir un calor profundo que le hizo sudar. Fue Cristian quien le quitó la chaqueta y la camisa y le dejó a torso desnudo. Solo lucía su cadena de fino otro y s¡u cruz, regalo de su madre en su primera comunión y que nunca había abandonado.
Cristian lo siguió besando y luego puso su boca en el cuello y lo lamió y mordió con fuerza. El luchando se sentía en la gloria. Estaba completamente entregado y sólo quería que el otro seguiste. Cristián lo hizo y meso, lamió y mordió -literalmente - sin piedad, cada uno de los pezones, haciendo que su compañero apenas gimiese y ahogara su grito de dolor. No quería que ese momento se detuviese y si el precio era ese dolor, pues bien, había que pagarlo.
Cristián siguió besando, lamiendo, tocando, manoseando, abriendo y quitando, explorando este territorio inexplorado, virgen a estas nuevas experiencias, dócil a esta aventura.
Le abrió la cremallera del pantalón dockers color caqui, se los bajo sin pedir permiso y lo mismo hizo con el bóxer Tommy Hilfiger La verga bien dotada de Raimundo estada dura y goteaba tímidamente el liquido pre seminal y Cristian se la introdujo en su boca y comenzó a succionarla, llegando hasta casi hasta el punto de hacerla explotar y acabar, pero se detuvo, solo para girarlo y ponerlo sobre el escritorio donde estaba el teclado del Ordenador/PC. Raimundo afirmó sus manos en esa endeble estructura, mientras Cristian se incorporaba, se quitaba su propia sudadera, se bajaba su jeans y se calzaba un condón en su erecta polla, mientras untaba con sus saliva el culo del muchacho, que estaba en su punto de máxima excitación. Hurgueteo con sus dedos el inexplorado culo de Raimundo y sin avisar, preguntar ni pedir permiso, lo perforó con una dureza tal que pensó en morir por ese dolor, mientras esa espada le perforaba con una fuerza enorme. Se apoderaron de él, en esos minutos unas sensaciones extremas, nuevas, poderosas, contradictorias y paradójicas. Era dolor, sí, y muy intenso, pero también un placer intenso y desconocido. Se sentía transportado a otra dimensión, como si su cuerpo ya no fuera suyo, como que perdía el control de sus emociones, como que todo había cambiado. Su corazón bombeaba a un ritmo brutal, su respiración se agitaba. Quería que el otro acabase ya, pero por otro lado, que continuara esa arremetida salvaje, por que cada segundo que pasaba sentía algo distinto y más placentero aún.
Cuando Cristian finalmente se corrió adentro de su culo, Raimundo sintió los poderosos movimientos de su dominador y como ambos cuerpos estaban unidos y mojados. Al salir de él, Cristián le besó y Raimundo hizo lo mismo. Esperaron un momento, para calmarse y relajarse, mientras se vestían y trataban de borrar las evidencias.
- Me cansé de esperar que me hablaras todas esas veces en el Metro y en los patios de la Universidad - le dijo Cristián.
- ¿Te diste cuenta?
- Obvio, todos mis amigos y compañeras se daban cuenta que me mirabas y seguías, pero nunca me decías nada, te quedabas mirando como zombie con fentanilo.
- Qué patético soy, me avergüenza haberlo hecho - dijo Raimundo mirando al suelo.
- Nada, sólo eres tímido, no te subestimes.
- ¿Qué se hace ahora?.
- Salir y tomarse algo, el momento lo amerita.
- Bien, tu dime dónde, no soy frecuente por acá.
Salieron y Raimundo bajó la cara, como tratando de ocultarse, con algo de verguenza, mientras el recepcionista seguía riendo.
- No te preocupes - le dijo Cristian - todos saben a qué se viene acá, solo hay que hacerlo tranquilo y no provocar escándalo.
Fueron a un local llamado José Ramón ubicado a la vuelta de donde estaban y pidieron una cerveza para cada uno.
- Me dio hambre - dijo Raimundo - No almorcé hoy.
- Pide una hamburguesa, acá son muy buenas.
Así lo hizo. Para Cristián era la primera vez que estaba en ese local, comiendo con casi un desconocido, luego de haber tenido sexo con alguien por primera vez. Esta conmovido, agotado, algo tembloroso, hambriento y todavía sudoroso.
- ¿Es tu primera vez?
- Sí, ¿se noto mucho?
- Estabas muy nervioso, pero no se notó porque estabas super entregado.
- ¿Eso es malo?
- Para mí fue excelente. Te quería decir algo. supe de tí y quien eras cuando empezaste a darle like a todas mis fotografías y videos de Instagram. De esa vez que quise conocerte.
Raimundo se volvió a avergonzar.
Cristian sonrió y le miró fijamente:
- Cuando dije que eras muy entregado, quise decir que eres super sumiso. No te quejaste y aceptaste todo sin queja ni oposición. Creo que eres lo que busco.
Y Cristian se sintió bien, aunque no sabía exactamente lo que el otro le quiso decir. Eso era algo que pronto descubriría.
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