Lunes 22 de septiembre. 8,10 horas.
Jorge se despertó con la sensación de haber vivido un sueño; de hecho buscó su flamante pasaporte diplomático para cerciorarse de que sus recuerdos no eran falsos y que lo ocurrido había sido verdad. Y repasó también la copia del testamento: todo resultaba gozosamente auténtico. La habitación era tan hermosa… se puso en pie dejando que sus plantas se hundieran en la gruesa alfombra y dio unos pasos hasta llegar a la consola frente a la cama sobre la que reposaba una artística figura criselefantina que representaba a una bailarina en equilibrio; si era auténtica debía de costar una fortuna. Se sentía a gusto, casi como en casa. El sol entraba a través del ventanal y teñía de naranja la estancia haciendo brillar los hermosos brocados de las paredes. El estilo decorativo oscilaba entre lo recargado y lo minimalista, creando un espacio muy diáfano pero donde había detalles de lujo por doquier. Buscó en el hilo musical una sintonía a su gusto; una orquesta de jazz hacía sonar suaves melodías que parecían escritas para suavizar el alma. Álex se había arrodillado en cuanto percibió que su Amo estaba despierto; desnudo y con las manos en la espalda miraba el suelo aguardando cualquier orden, sin atreverse a chistar. Jorge, también desnudo, acercó su miembro flácido a la boca del esclavo, quien sin necesidad de palabras comenzó a lamerlo y chuparlo con absoluta dedicación. Usando la lengua intentaba buscar las zonas sensibles y aplicarse en ellas con fuerza y delicadeza y mediante el sentido del gusto buscaba cualquier suciedad que pudiera eliminar y tragar. Con el pene ya en erección Jorge decidió sacarlo de la boca y darse media vuelta; el esclavo al encontrar su cara frente al culo de su dueño empezó a lamerlo con ganas y luego a penetrarlo con su lengua, tal y como sabía que a su dueño le gustaba, sin usar las manos. Saboreó el acre segregado que encontró en el esfínter anal de su amo y fue una vez más consciente de quién era y de lo que hacía.
—Gracias Amo, soy tu esclavo.
Jorge sentía un gran placer cuando Álex le comía el culo porque sabía que lo humillaba mientras experimentaba un masaje delicioso en un lugar tan sensible. Sabía que muchos activos no se dejaban comer el culo, al contrario, ellos le comían el culo al pasivo antes de follárselo como parte del ritual sexual; en cambio él, que era totalmente activo siempre había disfrutado haciéndose comer el culo, algo que a su entender rebajaba y humillaba al que comía, y que por tanto enaltecía a quien recibía el placer de sentir una lengua entrando y saliendo humildemente de su culo. Le faltaba para ser todo perfecto que otro esclavo le mamara la polla mientras le comían el culo, algo que precisaba el concurso de dos esclavos; y se dijo a sí mismo que no debía pasar mucho tiempo antes de experimentar algo así. El húmedo masaje anal despertó en Jorge la impe-riosa necesidad de evacuar el vientre, lleno sin duda de restos de las exquisitas comidas y cenas pasadas. Hizo salir una ventosidad que apenas sonó, ya que tenía el ano dilatado, pero que inundó de hedor la estancia; y Álex, que no dejaba de aplicarse con la lengua, también notó que al tiempo su boca se saturaba del sabor infecto e inequívoco de las heces que se acumulaban en los intestinos y aguardaban cercanas a salir.
—Gracias Amo, soy tu esclavo —dijo con sinceridad.
Jorge nunca había gustado de las prácticas escatológicas, cuya mera idea o mención en realidad le repugnaban. Sintiendo que la evacuación resultaba ya próxima entró en el baño y se sentó en el inodoro mientras Álex le hacía una mamada; el ruido de la mierda contra el agua se mezclaba con el de la boca del esclavo aplicado en su labor. Jorge había comprobado que si eyaculaba a la vez que su esfínter anal se dilataba expulsando mierda el orgasmo era aún más intenso; consiguió su objetivo. Terminó el vaciado completo de sus tripas un poco después y entonces ordenó:
—Limpia con tu lengua, ¡esclavo!
Acentuó la última palabra porque sabía que esto hacía que Álex sintiera la imperiosa necesidad de cumplir la orden; así ocurrió también en esta oportunidad. Era la primera vez que hacía comer mierda a Álex, quien hasta entonces le había limpiado el culo usando toallitas pero no con sus manos ni mucho menos con su lengua.
—Sí Amo, gracias Amo, soy tu esclavo mi Amo, ordena y obedezco, tus deseos son órdenes para mí, Amo.
Y empezó a lamer y tragar la mierda pegada en el culo de Jorge, que no era poca; le costó bastante contener las ganas de vomitar pero lo consiguió, aunque hubo algún amago de arcadas que no pudo evitar. El amo pensó que su esclavo era realmente parte de la misma mierda que se estaba comiendo y sintió asco. Cuando acabó le ordenó que se aseara usando el agua del inodoro; él se duchó largamente y en solitario, convencido de que los esclavos eran menos que animales, menos que basura. Tras salir de la ducha pidió una hoja de servicio para el esclavo y ordenó que lo limpiaran a fondo y le afeitaran todo el vello corporal, incluyendo cabeza y cejas, como había visto en Kondo, aunque la diferencia es que a Álex el pelo le volvería a crecer.
Lunes 22 de septiembre. 11,00 horas.
Jorge se preguntaba cómo sería su vida en adelante y qué pasos concretos serían los más convenientes cuando llegó Yusuf para sacarle de dudas.
—Buenos días, elí. Permita que le felicite de todo corazón por la concesión de su ciudadanía, es un honor realmente muy raro en Ketiris. Disculpe si uso este término en lugar de “Ketirandia”, le confieso que aunque “Ketirandia”, “Ketyrland” y otros similares son los nombres internacionales del país a nosotros nos resultan chocantes, de hecho yo siempre pienso en “Disneyland” cuando los escucho, me parecen poco serios, e incluso graciosos. Entre nosotros decimos siempre “Ketiris”, ¿qué le parece, elí?
—Me gusta mucho más Ketiris que Ketirandia y comprendo perfectamente que esas convenciones internacionales suenen raras e inventadas; en adelante usaré el nombre original y te agradezco que me hayas advertido.
—A su servicio siempre, elí.
Se sentaron en la mesita de trabajo y el empleado extrajo una serie de papeles del portafolio.
—Tenemos algunas tareas por delante. En primer lugar le informo que ya está en marcha la venta de sus bienes y activos en España, de acuerdo a sus instrucciones; los fondos correspondientes se transferirán a su cuenta y nuestros gestores realizarán la liquidación de impuestos el año próximo, como marcan las leyes.
—Perfecto, doy por hecho que eso va a ocurrir así y que por tanto puedo olvidarme de ello.
—Así será, se lo aseguro elí. Y lo siguiente es que usted se traslade a su hacienda, es decir, a su casa principal en Alfar.
—¿En el archipiélago?
—Sí, elí. Allí reside el Consejo de Gobierno y es donde se asientan las haciendas principales de la mayoría de notables del país.
—Entiendo que al haber yo heredado legalmente todos los bienes de Benassur ya se trata de algo que poseo y por tanto podría por ejemplo quedarme en este hotel un tiempo; no digo de modo gratuito, pues la cortesía de la que he disfrutado hasta ahora ya no tiene sentido que se alargue, pero con los fondos de mi cuenta podría pagar cómodamente la estancia, ¿no es así?
El semblante de Yusuf mostró claramente estupor y alarma.
—Pues… claro que sí, elí, podría ser como usted dice; pero lo que está previsto es su toma de posesión, de hecho se está preparando una gran celebración en su honor. Usted es ahora una de las personas más importantes de nuestro país, dueño de recursos muy valiosos y estoy seguro que disfrutará plenamente en sus dominios. Todos sus empleados aguardan con impaciencia su llegada, naturalmente usted será libre de despedirlos si lo desea, aunque de todas formas están aprendiendo lo más imprescindible de español a marchas forzadas.
—¿Tengo empleados? ¿son esclavos?
—Me refiero a empleados a sueldo, elí. Por una parte hay algunos consejeros personales en lugares clave, como su casa principal y por supuesto muchos otros que desempeñan labores puramente técnicas en las minas y otras industrias de las que es dueño. También tiene muchos esclavos, por supuesto, aunque los señalados con la marca de Benassur Gurión fueron ya sacrificados.
Esta información intrigó y alarmó a Jorge a partes iguales.
—¿Cómo que fueron sacrificados? ¿Y qué es esa marca que mencionas?
—Se trata de una ley muy antigua y arraigada. Cada elí, cada amo, puede poner su marca a aquellos esclavos que considera especiales por algún motivo; esta demostración de interés se considera un gran honor para el esclavo, que recibe su marca con agradecimiento; su vida queda unida a la de su dueño de modo irrevocable, de modo que la pierde si su amo fallece antes que él.
—¿Qué tipo de marca es? ¿Un tatuaje? Vi que el vilicus que me sirvió hace poco tenía un símbolo tatuado en la parte de atrás del cuello, pero pensé que era un esclavo del Estado.
—Efectivamente lo era, elí, esos esclavos no tienen un dueño específico; se distinguen porque su marca es siempre una letra K, la inicial de nuestra patria; pero al igual que la marca de fidelidad, que es la que une a un esclavo con su amo, se estampa con un hierro al rojo y siempre en el mismo lugar, la parte de atrás del cuello, para que su servidumbre pública sea bien patente ya que cualquier elí puede usar sus servicios.
“Así que no era un simple tatuaje”, pensó Jorge.
—¿Y a los otros esclavos en qué parte del cuerpo se los marca? —quiso saber Jorge con morbosidad.
—Donde su amo decida, ya sea el pecho, la zona genital, las nalgas, la espalda, el cráneo… en donde más le guste, incluso en la cara. Sea donde sea resultará un gran honor para el esclavo llevarla. Y la marca de cada elí tiene un diseño único escogido por él.
—Me gustaría saber más cosas sobre esclavos, si no te parece mal, pues no quiero equivocarme ni mucho menos hacer algo indebido o ilegal.
—Por supuesto, elí, este es el momento para hablar de ello si lo desea.
—¿Qué ocurre con los esclavos durante los viajes fuera del país? ¿No se presentan problemas legales por el hecho de trasladarse a un país donde la esclavitud no se reconoce? ¿No intentan los esclavos fugarse o incluso denunciar a sus amos?
—Podría responderle que un esclavo nunca haría eso, aunque fuera simplemente por efecto del soma que ayuda a su control, aparte del entrenamiento de tantos años; pero la razón fundamental por la que eso jamás podría ocurrir es que es ilegal que un esclavo abandone Ketiris, es el único bien que el elí no puede llevar consigo en sus viajes al extranjero. Naturalmente sí puede viajar en compañía de empleados que le ayuden, o contratarlos en su destino, pero lógicamente un servidor es un ciudadano, mientras que un esclavo carece de derechos.
—Entendido. Me gustaría comprar otros esclavos, ¿hay algún inconveniente? ¿Y cómo sería el proceso de compra? ¿Cómo elegirlos?
—Se pueden comprar en cualquier mercado, cada ciudad cuenta con uno normalmente, aunque excepcionalmente en Sunrut no hay. Los esclavos suelen tener un precio fijo, establecido por el Estado; esto se aplica a los esclavos que llamamos “brutos” o “de fuerza”, es decir, esclavos para usar en explotaciones mineras, agrícolas, industriales, etc. Por lo general estos esclavos se adquieren a partir de sus características, como edad, peso, potencia, etc., esta es una información que acompaña a cada esclavo. No es habitual que un elí tan importante como usted realice estas compras, sino que las suele de-legar en algún empleado encargado de ello. También existen los esclavos llamados “personales”, aptos para el uso directo de los amos; se trata de individuos con un físico especialmente apto que han recibido un entrenamiento y condicionamiento específico; su precio también es fijado por el Estado y son de venta libre; dependiendo del caso a veces el mismo elí los selecciona o bien delega en alguien de confianza que conoce bien sus gustos y necesidades. Y están por fin los esclavos “selectos”, que se venden en subastas semestrales a las que solo pueden acceder los elís poseedores del título de Alto, que son muy pocos. Ignoro con sinceridad cuál es su situación a este respecto; la persona de la que usted recibió la fortuna, Benassur Gu-rión, tenía ciertamente el título de Alto, pero se trata de un honor de tipo individual, no heredable.
—Comprendo. En todo caso, ¿cuáles son los precios de un esclavo “bruto” y de uno “personal”? ¿Y cuál es el estado de mi cuenta corriente en este momento? De eso aún no hemos hablado…
—Un esclavo bruto cuesta poco, en este momento creo que son unos veinte doblones; este es un dato que a veces varía, el año pasado eran más de treinta, es decir, a veces sube o baja, según sea la producción. Y un esclavo personal cuesta exactamente lo que quinientos brutos, es decir que su precio actual es de diez talentos, es decir diez mil doblones.
Jorge hizo con rapidez la equivalencia y llegó a la conclusión de que un esclavo “bruto” costaba mil seiscientos euros y uno personal ochocientos mil euros. Era de suponer que los “selectos” alcanzarían cifras astronómicas…
—En cuanto a su fortuna personal, aquí puede consultar el saldo de su cuenta en el Banco Central —dijo Yusuf mientras le entregaba a Jorge un informe impreso.
A pesar de que ya había sabido más o menos en cuánto consistía la fortuna heredada la cantidad le seguía pareciendo fabulosa y más cuando aparecía bajo su nombre y con certificación bancaria.
—¿Esto es mío? —preguntó asombrado.
—Por supuesto, elí. Y se refiere solo al dinero en efectivo, su fortuna personal es muchísimo mayor porque el conjunto de inmuebles, empresas y otros bienes es varias veces esa cantidad. Es usted muy rico, señor Rojo —le aseguró Yusuf.
Eran más de ochenta y cuatro millones de talentos; incluso se habían tomado la molestia de poner la equivalencia a euros: más de seis mil setecientos millones de euros, un auténtico disparate. Y para remate Yusuf le aseguraba que su fortuna total era mucho mayor; una locura.
—De acuerdo, vayamos entonces a esa casa principal que mencionaste. ¿Cómo haríamos el viaje? Supongo que en avión, espero que me informes de las opciones de vuelo, horarios y demás.
—Sería en avión, desde luego. No hay vuelos regulares con el archipiélago, es necesario pues viajar en vuelo privado.
—¿Tengo algún avión privado?
—No elí. Tendrá que alquilar uno, pero no se preocupe, yo me encargaré de todo si usted me autoriza a realizar gastos en su nombre. Solo debe firmar este documento que me faculta para ello —dijo alargándole un nuevo documento—; pero no se preocupe, cada gasto debe luego refrendarlo usted para que el banco lo dé por válidamente pagado.
—Confío en ti, Yusuf —dijo Jorge mientras lo firmaba—. ¿Y cuándo podríamos salir? ¿Puedo llevarme a Álex?
—Si lo desea puedo pedir que esta misma tarde nos traslademos a Alfar. El vuelo dura menos de una hora, podrá usted dormir en su hacienda y mañana se celebraría su bienvenida oficial. En cuanto al esclavo puede viajar en la bodega de carga o en cabina, como prefiera.
—Pues —respondió Jorge mientras dudaba por qué opción tomar— creo que será mejor que permanezca en cabina. No cuento con otro esclavo, al menos no conmigo.
—Muy cierto, elí.
—Por cierto, tengo una curiosidad que no sé si podrías aclárame, Yusuf.
—Haré todo lo posible, elí.
—¿En cuál de las categorías se incluiría a mi esclavo Álex? Me refiero a las tres que mencionaste: bruto, personal y selecto.
—Tendría que examinarlo, elí. Y sería solo mi impresión, una opinión nada más.
Jorge llamó a Álex y este se presentó ante ellos. Estaba desnudo, con el plug anal y la jaula de pene. Aún llevaba parches en las llagas abiertas aunque el resto de latigazos empezaban a deshincharse.
—Obedece cuanto te diga este hombre y déjate examinar —ordenó Jorge.
—Sí Amo.
Yusuf lo miró con ojo experto, lo hizo trotar un rato por la habitación y realizar algunos ejercicios gimnásticos para probar su fuerza, resistencia y flexibilidad.
—Sería un buen esclavo de fuerza, un bruto. No estoy seguro de que resulte un buen esclavo personal, aunque para eso habría que valorar también su desempeño dando placer sexual; imagino que debe de ser bueno, dado que usted lo ha elegido, así que si decide venderlo posiblemente lo clasificarán como esclavo personal; pero no estoy seguro.
—¿Puedo hacerte alguna pregunta personal, Yusuf? No me molestaré si no me quieres contestar.
—Por supuesto, elí; y contestaré sinceramente y sin reparos.
—¿Eres homosexual?
—De comportamiento sí, elí. Es lo que nos corresponde a todos. Siempre he vivido rodeado de otros hombres, me resulta natural su compañía, los comprendo y me comprenden; tengo muy buenos amigos y me gusta estar con ellos. A veces he pensado en si disfrutaría el estar íntimamente con una mujer. Sé que son distintas de nosotros, me intrigan en muchos aspectos y me gusta mirarlas, aunque apenas si he visto unas cuantas, pero las esclavas desnudas que he podido contemplar me resultan muy excitantes. Así que en realidad no sé si podría complacerme con relaciones heterosexuales, yo creo que tal vez sí.
—¿Están prohibidas las relaciones heterosexuales?
—No elí, no del todo, pero al ser antinaturales están reguladas estrictamente. Si un hombre y una mujer desean vivir en pareja se les otorga un permiso especial para que puedan hacerlo, pero previamente ambos son esterilizados con el fin de que sus hijos no puedan heredar esa tendencia anómala; también se les asigna un destino de trabajo especial y se los somete a un seguimiento de actividades. Personalmente no querría llegar tan lejos, perdería mi puesto de funcionario y estaría mal visto socialmente: no me compensaría, la verdad. Y con mis compañeros de cama actuales puedo aliviar la tensión sexual perfectamente; entre amigos el sexo es siempre placentero y divertido, sin complicaciones.
—¿Es legal el matrimonio entre hombres, entonces?
—Claro elí, desde hace siglos; pero en mi caso no creo que nunca me vaya a casar, estoy bien como estoy.
—¿Y no te gustaría comprarte una esclava para ver si te proporciona placer?
—No elí, carezco de permiso para ello. Soy un ciudadano libre, pero sin derecho de posesión animal; ese es un privilegio con el que he soñado a veces, pero que imagino nunca alcanzaré. Por tanto no puedo poseer esclavos… ni esclavas.
—¿Quién paga tu sueldo?
—Usted, elí —contestó Yusuf al tiempo que sonreía—. Fui asignado a su séquito de empleados por decisión del Muy Alto Abumón desde el día de hoy, aunque esa asignación es provisional hasta que usted la ratifique.
—Vaya, así que eres mi empleado —dijo Jorge sonriendo a su vez—. ¿Y cuál es tu sueldo? ¿Estás conforme con él?
—Mi salario es el que se corresponde con mi categoría administrativa, que es la más alta: cuarenta doblones semanales. Es un buen sueldo.
Eso eran cuatro mil doscientos euros ¡cada semana! Muchísimo más de lo que había nunca ganado Jorge. Definitivamente Yusuf era alguien que quería tener a su lado y por suerte se lo podía permitir; bueno, eso y cualquier cosa, ya era hora de dejar de pensar en términos económicos, para él se había terminado el calibrar las cosas según su coste.
Comieron juntos en la habitación del hotel. Yusuf se ausentó brevemente para dar las instrucciones oportunas y a media tarde un lujoso vehículo eléctrico de lunas tintadas los llevó a ambos al pie del avión que aguardaba para volar a la isla de Alfar. Jorge no quiso preocuparse de ningún detalle, seguro de que su pequeño equipaje estaría ya en la bodega de la nave; también comprobó satisfecho que Álex, cubierto con la púdica túnica parda, aguardaba a bordo; tampoco quiso saber cuál habría sido su medio de transporte.
El avión era de color blanco, con algunos detalles negros y dorados. Una amable azafata se encargó de ayudarlos en las maniobras de despegue y aterrizaje; Jorge también saludó al piloto, que al igual que la azafata hablaba francés y comprobó que le trataban con la deferencia reverencial de quien está en presencia de un gran personaje. El vuelo fue corto, apenas cuarenta minutos, y durante el mismo no se puedo ver más que un mar inmóvil que desapareció en cuanto cruzaron por encima de las nubes. Aterrizaron tras una corta maniobra y el avión se detuvo; al poco la puerta se abrió y una escalerilla fue prontamente arrimada; olía a sándalo, a hibisco y a otras plantas para Jorge desconocidas. Un gran cartel luminoso decía “Aeryphar Bisinia”. Otro vehículo que se diría gemelo del que les había llevado desde hotel aguardaba al pie. Ya estaba en su nuevo hogar.
11. Camino de Alfar
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