Lunes, 22 de septiembre. 21:35 horas.
Era de noche. Tras guardar el equipaje de Jorge en el maletero del coche este emprendió la marcha hacia lo que Yusuf siempre había llamado “casa principal”. En cuanto dejaron las instalaciones aeroportuarias la oscuridad más absoluta envolvió al vehículo, que avanzaba a buen ritmo por una pista de tierra. El frescor de la noche entraba por las ventanillas, inundando de aromas húmedos y agradables el habitáculo interior. Jorge estaba muerto de curiosidad.
—¿Es largo el camino hasta la hacienda? —quiso saber al poco de empezar el trayecto.
—Estamos en Bisinia, a más de dos horas de Tauride, elí —fue la enigmática contestación del empleado.
—¿Tauride es la ciudad donde está mi casa?
—Así es, elí. La capital de su hacienda es Tauride, una de las ciudades principales de la isla, en ella está su casa principal. Disculpe por no haberle hablado antes de esto, pero está siendo todo tan precipitado…
—Es verdad, yo mismo me siento un poco desbordado por tantas novedades; pero quisiera saber algunas cosas más. ¿Qué tamaño tiene esta isla en la que nos encontramos? ¿Y qué extensión tiene mi hacienda?
—Alfar es la isla principal de archipiélago; es de forma alargada y mide unos ciento cuarenta quilómetros de norte a sur y unos ochenta de este a oeste; luego podemos ver mapas y así lo tendrá mucho más claro. El aeropuerto de Bisinia se sitúa en el extremo sur y Tauride en el extremo norte, de ahí que el viaje vaya a durar tanto; no tenemos carreteras de asfalto y aunque se trata de caminos de tierra en muy buen estado la velocidad necesariamente es limitada.
Efectivamente, el velocímetro del coche indicaba setenta kilómetros por hora, aunque parecían muchos más. Los potentes faros taladraban la negrura; Jorge reparó por primera vez en el chófer, un negro de impecable uniforme que permanecía callado y recibía con atención cualquier indicación de Yusuf en la lengua local.
—¿Por qué no se asfaltan las carreteras, al menos las principales, Yusuf?
—El coche no es un medio de transporte muy usado, elí.
—¿Ah no? Pero cualquier otro será más lento —objetó Jorge.
—Ciertamente, pero no tenemos prisa, elí —repuso Yusuf con una actitud que hizo que Jorge se acordara de la idiosincrasia de las Islas Canarias, donde todo es más reposado; tal vez esa calma y horror por la prisa fuese algo propio de cualquier isla, pensó para sí.
Poco a poco el terreno se volvió escarpado, aunque la magnífica suspensión del coche compensaba lo irregular del firme. Casi a medianoche apareció frente al vehículo la imagen algo fantasmagórica de una construcción elevada a la luz de antorchas; se encontraba sobre un repecho y a medida que el camino serpenteante fue enfilando el pequeño promontorio las masas oscuras fueron perfilándose con un poco más de nitidez. El camino atravesaba una enorme muralla ...