-“Lo siento, G… ¿no hay algo que pueda hacer? Soy tu esclavo, debería servir para esto”.
G me miró con una mezcla de sorpresa y ternura.
-“Heterito, ya lo hemos hablado mil veces… por más que seas mi sumiso favorito y me des satisfacciones que ningún sumiso marica me podrá dar jamás, también tienes una limitaciones importantes… Y ahora mismo, lo que quiero es correrme… ¿vas a ponerme tú el culo para que me corra, acaso?.”-preguntó con sorna.
-“G… es que sabes que eso es imposible… ya no es si quiero o no… lo hemos hablado muchas veces: soy virgen, estrechísimo, en mi culo hetero no debe caber ni un alfiler… (G siempre de descojonaba cuando yo, todo serio y convencido de mis palabras, le decía esto)… Acabaríamos la noche en urgencias… ¿quieres eso?”- le miré, realmente triste.
-“¡Joder!... ¡pero entiéndelo tú! ¡Soy tu amo y necesito correrme!- G parecía enfadado de verdad… -“Si no vas a serme útil, terminamos la noche aquí, lárgate a tu cuarto, y me follo a cualquier puta del Grindr… ¡Dame al menos tu otro agujero, joder!”.
G acababa de sugerir que le comiese la polla.
Yo. El hetero. El más macho. Comiendo un rabo.
-“Uffff, G, no me pidas eso… no creo que pueda…”.
Por más que quisiera complacer a G, no iba a ser capaz de comerme un rabo. Solamente pensarlo, a mi cerebro le entraron náuseas.
-“Pues entonces no me vengas con chorradas de que quieres complacerme. Va, vístete, y lárgate, te devuelvo el móvil y el DNI”- me los lanzó e hizo ademán de coger el suyo, seguramente para chatear con algún “culo”, como se refiere siempre G con desprecio a los chicos gays que buscan llegar, que les preñen, e irse.
Hundido, le miré… me levanté despacio y empecé a recoger mi ropa. Él me ignoró. Para G, yo había dejado de existir. Podía ser tan cruel cuando quería… Sentí que algo que no sabría describir se desgarraba en mi interior.
Pasaron unos segundos de silencio, hasta que algo me impulsó a decir:
-“O-o-o-yee… lo s-s-siento… lo haré…”- fue mi murmullo casi imperceptible.
G levantó la cabeza del móvil.
-“¿Aún sigues aquí, heterito? ¿Qué dices?”.
-“Que lo haré, no quedes con otro chico, lo haré yo”.
A G se le abrieron los ojos como platos. Se acercó, me cogió de la mano, me pasó un brazo por el hombro, y me hizo sentarnos los dos en la cama. Me tomó la barbilla y me miró a los ojos con una sonrisa que me devolvió a la vida.
-“¿Qué harás, heterito?”.
-“Haré que te corras”.- contesté, de forma intencionadamente vaga.
-“No, has dicho que al menos me la vas a comer… Con esa boquita de hetero… ¿sí o no?”- y me acarició los labios con delicadeza.
Mi cabeza era un torbellino.
-“Te lo pregunto una última vez, ¿sí o no?... de verdad, heterito, no me hagas perder más tiempo, estoy muy, muy cachondo…”.
-“S-s-sí…”.
-“¿Sí qué?- Ahora G volvía a ser el G que yo conocía, y no pararía hasta lograr mi rendición total.
-“Te la voy a comer”.
El rabo de G se revolvió visiblemente en sus slips al escuchar esto. Su cara era una mezcla de alegría y lujuria.
“Genial… pues vamos a ello, que de verdad que no puedo esperar más… haz lo que te diga… ponte de rodillas…”
A partir de ahí todo se aceleró. De repente pasé a estar muy asustado. Como un autómata, me arrodillé en la moqueta.
-“G, escucha, estoy nervioso… nunca he hecho esto… docenas de tías me han comido la polla pero no me imagino siquiera lo que es para un tío meterse voluntariamente el rabo de otro chico en la boca… ¿y si vomito?... no sé si voy a poder, ni a saber, me da miedo hacerte daño… ¿y si llegado el momento me pongo violento?”.- farfullé atropelladamente todo lo que me iba a pasando por la cabeza.
-“Tranquilo, heterito, que yo he pensado en todo, tú sólo hazme caso”.
G se fue la maleta y sacó… ¡un rollo de cuerda!. Al percibir mi cara de pánico, cogió el antifaz que antes había usado conmigo en la cama y se acercó. Aterrorizado, hice ademán de levantarme.
-Sshhh, sigue de rodillas… todo esto es para ayudarte”- y mientras me decía esto, me volvió a encajar el antifaz en la cabeza. A partir de es momento, dejé de ver nada.
-“Pon las manos atrás, a la espalda… junta las muñecas”.
Obedeciendo, enseguida noté cómo la cuerda iba inmovilizando mis muñecas, con movimientos hábiles y rápidos, dejándolas bastante apretadas. En aquel punto, estaba tan asustado que recuerdo empezar a perder la erección.
En la oscuridad, noté cómo G me colocaba los tobillos juntos, y enseguida percibí que la cuerda trazaba varias vueltas sujetándolos con firmeza.
Era evidente que G había atado así a docenas de chicos con anterioridad. Su habilidad con los nudos era encomiable. Cada vez que terminaba una tarea, compraba la tensión de la cuerda, y la imposibilidad de deshacer aquello, y en menos de dos minutos, había terminado.
Escuché cómo se ponía de pie delante de mí, y posó su mano en mi mejilla, acariciándome.
-“Bien, bien, heterito… quien lo iba a decir…que te tendría así, bien atado, de rodillas ante mí… ¿ves? ¿te ha gustado que te ate? De esta manera lo de escaparte o ponerte violento ya no debe preocuparte… ¿no crees?.- y tras decir eso, recibí, pausadamente, hasta tres bofetadas en la mejilla, en las que G fue aumentando la fuerza desde una caricia inicial, a la tercera, una buena bofetada, que resonó en el cuarto.
Cabreado, me revolví instintivamente, intentando defenderme con mi brazos, y ponerme de pie. Pero sólo conseguí desestabilizarme y casi caer de bruces. ¡Joder!, tenía las muñecas atadas detrás de la espalda, y atadas a su vez a los tobillos, que también estaba atados entre sí... No podía mover un milímetro brazos y piernas. No podía defenderme, no podía levantarme… Mis movimientos se limitaban, básiciamente, a sentir y negar con mi cabeza.
La sensación de impotencia fue desconocida y brutal. El pulso se me aceleró… Qué he hecho… Pero si yo no quiero hacer esto… pensé con desesperación, y empecé a gimotear.
-“G, escucha, me he equivocado…no quiero hacer esto… no puedo… pensé que podría, pero no puedo… lo siento muchísimo, desátame… lo siento, de verdad, no puedo.”
A oscuras, en el silencio, escuché un sonido que interpreté como G bajando la goma de sus slips (mis slips), y recibí otra bofetada, esta vez de media intensidad.
-“Heterito, ya no me mareas más, has dicho que lo harías, y ahora te la vas a comer y vas a hacer que me corra. Cállate, y abre la boca… Espabila… Empieza chupando suave, cubre los dientes con los labios, porque te juro que como note tus dientes, te vas a ir con la cara roja a Barcelona”.
En tinieblas, sin control ninguno sobre la situación, abrí un poco los labios, y en seguida noté una presión suave, que me obligó a abrirlos un poco más. G me metió su rabo, muy poco a poco, centímetro a centímetro.
Todavía recuerdo aquella extraña sensación de notar algo húmedo y caliente entrando poco a poco en mi boca. G estaba cachondo, pero todavía no duro del todo. Fue muy raro. Cuántas veces me habrían comido la polla a mí, y qué extrañas las sensaciones me resultaron desde el otro lado. Al ser consciente de lo que me estaba ocurriendo, reprimí una náusea por dos veces. G dejó su polla inmóvil, dentro de mi boca, y me ordenó:
-“Bien, heterito, ahora recórrela con tus labios, de la punta al tronco, moviendo tu cabeza adelante y atrás. Suave y lento de momento. Yo no voy a moverla, hazlo a tu ritmo”.
Hice lo que me ordenó con tanto cuidado como si lo que tuviera en la boca fuera el cristal más frágil. La sensación me daba arcadas... Me recuerdo pensando varias veces: ¿pero cómo puede gustarles esto a las mujeres?
Una nausea que no pude evitar asustó a G, que la sacó con rapidez, para volver a enchufármela, ordenándome repetir la operación.
Así varias veces.
Yo no podía evitar las arcadas. Recuerdo en aquel momento haber perdido completamente la erección, y al ser de repente consciente de ese hecho, celebrarlo mentalmente como una confirmación de mi heterosexualidad y hombría (sí, ahora cuando lo cuento, sé que resulta patético pensar así con un rabo en la boca). Pero en aquel momento lo pensé. Por mi cabeza pasaron las docenas de caras bonitas de chicas a las que había convencido y manipulado a veces para prestarse a hacerme lo mismo que yo estaba haciendo a G.
Todos estos pensamientos recorrieron fugazmente mi cerebro durante los minutos que seguí chupando con mi cabeza adelante y atrás, al tiempo que el rabo de G, adquiría más y más dureza, y mayor tamaño.
Cuando G juzgó que la fase 1 del entrenamiento había terminado, en lugar de dejar que mi cabeza fijara el ritmo, empezó a ser su pelvis la que introducía su polla hacia delante y hacia atrás en mi boca. Cada vez con más profundidad. Las arcadas se hicieron más intensas, sobre todo cada vez que su rabo golpeaba en mi campanilla.
Una náusea, bastante fuerte, en uno de los apretones, interrumpió el ritmo que la mamada empezaba a coger. Jadeando, eché la cabeza hacia atrás.
Esto no gustó a G. Intuí que, poco acostumbrado a demostrar tanta paciencia, se empezaba a impacientar. Me la volvió a enchufar con fuerza, y la bofetada que recibí, confirmó mis sospechas.
-“Joder, no la saques, ostia… ¿te he dicho que la saques?.
-“mm..pp..er f d on mm”.- En aquel momento me di cuenta de que hay pocas cosas más humillantes que intentar hablar con una polla en la boca.
Después de seguir varios minutos buscando y forzando el límite de lo que mi boca era capaz de tragar, tras los que llegué a sentir el vello púbico de G golpeando mi nariz en cada empujón, G decidió que ya era la hora de la acción.
-“Pasamos a la fase 3, heterito”.
G la sacó de nuevo de mi boca, me agarró del pelo de la nuca y, tirando sin miramientos, me arrastró unos metros hacia delante. Atado como un chorizo, gateando sobre mis rodillas, y sin entender nada, intenté no caerme de morros con las manos atadas a la espalda, y estamparme la cara contra el suelo. Pero G me tenía fuertemente sujeto de la cabeza.
Cuando paró de arrastrarme, me recolocó, y entendí lo que perseguía. Al meterme nuevamente la polla en la boca, e instintivamente mover yo mi cabeza hacia atrás, ésta hizo tope de forma sonora en la pared. Mi cabeza, lo único que podría mover, tenía ahora limitado el movimiento.
G empezó a hablar, y sonaba complacido.
-“Bueno, ya está… ¿ves? Ha costado, pero ya está… Ya has calentado en la banda… Ahora te toca salir a jugar el partido… Abre la boca que te la voy a follar”- El símil futbolístico, con su carga de ironía y burla, no me pasó desapercibido. El hetero machito, el deportista chulo, se estaba comiendo su primer rabo.
Agarrada mi cabeza, y sin poder moverme yo un milímetro, G empezó entonces un mete-saca donde cada vez que la metía ganaba unos milímetros adicionales en el camino hacia mi garganta.
Sin poder retroceder, mi boca sólo podía intentar amoldarse a aquello, y pugnaba por no vomitar, con arcadas cada vez más frecuentes, que ahora eran totalmente ignoradas. La saliva empezó a babear por mi cara. Me ahogaba.
Las embestidas fueron ganando en velocidad y en profundidad. Intenté abrir cada vez más la garganta para permitir el paso de aquel monstruo, y, como si G me leyera el pensamiento, noté su mano en mi nuez, como verificando hasta donde me la estaba hincando.
A ratos, como si fuera un juego, G me tapaba la nariz con sus dedos. Cada vez que lo hacía me quedaba sin aire. Cuando G la retiraba ligeramente, respiraba a bocanadas por la boca como un pez, pero el muy cabrón cada vez la tenía más rato hincada en mi garganta, más profundo. Tenía la sensación de estar poniéndome muy rojo, y sin entender por qué, noté que me caían lágrimas de los ojos.
Pero si hubo algo que noté muy a mi pesar, y esto es algo que me persigue desde entonces, es que volví a excitarme de nuevo. El paseo por la habitación arrastrado de los pelos, la sensación de deshumanización, de ser utilizado, de tener cero control sobre la situación, de impotencia por no poder hacer nada por evitar aquello, de no ser absolutamente nada más que un agujero para que G se desfogara, hizo que todas las fibras de mi naturaleza de esclavo, empezaran a resonar al unísono, y fue mi propio rabo el que alcanzó una dureza parecida al de G.
Calculo que la follada brutal estaba durando ya más de 10 minutos, me sentía al borde del desmayo, la mandíbula desencajada, la garganta me dolía, y tampoco sabía cuánto más duraría, pero mi rabo había decidido que… ¡aquella pesadilla me estaba gustando!... Se me cayó el alma a los pies. No necesitaba más pruebas: no era tan hetero como siempre me había auto percibido, y además estaba enfermo.
Para colmo, el movimiento en mi jockstrap llamó la atención de G, porque, de repente, mi paquete, duro, recibió un golpe de si pie desnudo, que incomprensiblemente, todavía hizo que mi rabo palpitara más fuerte. G, entre jadeos, no iba a dejar pasar aquella victoria.
-“UFFFF … heterito… lo sabía… te estás comiendo mi polla y estás duro… te gusta mi polla… ¡reconócelo! ¡di: me gusta tu polla!”.
Ahogado, sin aire, llorando, casi casi vomitando, y con la cabeza violada como un muñeco, no estaba yo para contestar nada. Guardé silencio, pero G me aplastó la polla con su pie desnudo.
-“Dilo, joder”.
-“Mmm pppf uuffta tu mppoo aaaa”- fue el gutural sonido que patéticamente salió no sé de qué parte de mi garganta.
-“No te entiendo, joder, qué dices”- Se ensañó G presionando más mi rabo con su pie… No podía creer que me estaba gustando aquello. Me dieron ganas de correrme y pensé: ¿cómo se puede ser tan patético?.
-“MMee ffuufftaa tu ppoooiiaa”- intenté vocalizar como pude, en el colmo de la auto-humillación.
Esto terminó de encender la mecha para la explosión de G.
-“Y más que te va a gustar, cabrón, prepárate, que viene lo bueno”.
La voz de G estaba llena de lujuria, y adiviné, sin duda alguna, que estaba muy cerca de correrse.
Agarrándome la cabeza de las orejas con las dos manos, con una violencia brutal, empezó a follarme desesperadamente la boca y a jadear cada vez más intenso. Si aquello dura unos segundos más, creo que palmo, mi cabeza separada de mi tronco. Por un momento temí con horror que G se iba a correr dentro de mi garganta, y que yo no podía hacer nada para impedirlo. No podía hacer absolutamente nada.
De repente, me la sacó de la boca de forma abrupta, y escuché el inconfundible sonido de empezar a machacársela con la mano, muy cerca de mi cara, mientras con la otra me agarraba la cabeza.
Pasarían unos treinta segundos antes de notar varios trallazos impactando en mi frente y en mi pelo, a la vez que G daba un alarido de placer.
Los disparos siguieron durante más de un minuto, cubriendo mi mejilla, mi nariz, mi frente y mi cabeza (suerte de mis ojos vendados).
Yo seguí aterrorizado, inmóvil, y en silencio.
G tardó en recuperarse y poder hablar, y su voz sonaba ya totalmente más relajada.
-“Tendrías que verte ahora, heterito, jajaja, vaya cuadro estás hecho, te haría una foto para tu chica…”
TRASPASANDO LIMITES CON G (VI)
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