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Presunción de inocencia

Escrit per: Quimer

2 dies

De repente una noche que andas paseando por una calle solitaria, la noche se torna en un torbellino de luces rojas y azules. Cuando te topas con un cuerpo inerte en el suelo, bañado en un charco de sangre. Antes de que pudieras procesar lo que veías, la policía te rodea, acusándote de un crimen que no cometiste.

Te esposan y te llevan a la comisaria, donde te encierran en una celda fría y sombría. Tu compañero de celda es una mole imponente de hombre, un verdadero gigante entre los mortales. Mide alrededor de dos metros de altura, con hombros tan anchos que parecen capaces de cargar el peso del mundo. Su cuerpo está cubierto de músculos abultados y definidos con un torso cubierto de vello y brazos que podrían doblar acero, cada uno esculpido como si fuera obra de un artista obsesionado con la perfección de la forma humana. La vena principal de su bíceps sobresale, pulsando con cada movimiento, un testimonio de su fuerza bruta.

La piel que cubre su físico es morena y gruesa, adornada con cicatrices y tatuajes que cuentan historias de una vida dura y sin concesiones. Un dragón enroscado se extiende desde su hombro hasta su antebrazo, sus garras parecen rasgar la piel, mientras que en su pecho, palabras en un tipo de letra gótico declaran "Nacido para Mandar".

Su rostro es igualmente duro, con una mandíbula cuadrada y una barba espesa y descuidada que enmarca sus labios gruesos. Sus ojos son de un marrón oscuro, casi negros, y brillan con una mezcla de desafío y malicia. No hay suavidad en su mirada, solo la dura resolución de un hombre que ha visto demasiado y ha salido endurecido del otro lado.

El cabello, corto y desordenado, parece ser lo único que no controla meticulosamente, dando un contraste sorprendente con el resto de su apariencia controlada y dominante. Su nariz, que ha sido claramente rota más de una vez, le da un aspecto de boxeador retirado, y sus orejas ligeramente deformadas sugieren años de peleas.

Su voz, cuando habla, es profunda y resonante, cada palabra cargada de autoridad y poder, haciendo que incluso sus susurros se sientan como órdenes.

Este hombre no es solo tu compañero de celda; es un depredador sexual, y tú has entrado en su territorio.

La atmósfera es densa y cargada de una tensión palpable. Su presencia es intimidante, y el espacio confinado hace que cada uno de sus movimientos se sienta amenazante.

"Ven aquí, perra," gruñe con una voz que reverbera contra las paredes de concreto. No es una sugerencia; es una orden. Te empuja contra la pared fría y áspera, sus manos grandes y fuertes agarran tus brazos, inmovilizándote. Sientes su aliento caliente en tu cuello mientras susurra "llevo muchisimo sin follar y tu eres un regalo" me suelta un segundo para quitarse la camisa mientras dice "tranquilo chico son cosas que pasan, vas a ser mi juguete esta noche," puedes sentir el peligro en su tono. Su mano encuentra el camino bajo tu ropa, desgarrandola con poca ceremonia. Su tacto es áspero, explorando tu cuerpo sin permiso, apretando y palmeando como si evaluara su propiedad.

Sin previo aviso, te gira bruscamente, enfrentándote a la pared. Sientes cómo su cuerpo masivo te aprisiona contra el frío concreto. Su mano se desliza entre tus piernas, grosera y exigente. "Mira qué mojado estás, puta. Te gusta, ¿eh?" se burla, mientras escupe en su mano y clava un dedo en tu culo haciendo que sueltes un alarido de dolor con la otra mano te tapa la boca y dice " acabamos de empezar putita y la noche es larga"

Entonces, lo sientes posicionarse detrás de ti. Un momento de silencio, luego el dolor agudo y ardiente mientras te penetra brutalmente. No hay gentileza, solo la fuerza bruta de su embestida. Empieza a moverse con un ritmo salvaje, cada golpe acompañado de un gruñido o una maldición. "Eso es, toma toda mi polla, perra. Vas a suplicar por más antes de que termine contigo."

Sus manos agarran tus caderas, clavando sus dedos en tu carne mientras te usa sin piedad. El sonido de su piel golpeando contra la tuya llena la celda, crudo y obsceno. Se tira en la cama y dice " Perra ven y subete me gusta ver la cara de quien me como" dudosamente vas a subirte en aquel semental de enorme verga. De un golpe cogiendo tus caderas te hace sentarte hasta el fondo y dice "agarrate al cuello "sin preambulos abre aun mas tu culo y se pone de pie usandote como un muñeco inchable haciendo alarde de su fuerza bruta.

Finalmente, con un último gruñido profundo, alcanza su clímax, llenándote con su calor. Te deja caer al suelo de la celda, exhausto y usado, mientras él se retira, satisfecho con la marca que ha dejado en ti. Te quedas allí, humillado y dolorido, pero extrañamente vivo con una sensación de sumisión total.

Después de esa noche infernal, te llevan al interrogatorio. El policía encargado de la detención y de la sala de interrogación es un tipo completamente diferente a tu compañero de celda, pero no menos intimidante a su manera. Es más bajo, alrededor de 1.80 metros, pero su cuerpo está bien construido, musculoso y compacto, como el de un luchador profesional. Lleva el uniforme de la policía con una autoridad natural, cada parte de su atuendo meticulosamente cuidada, desde la camisa azul oscuro hasta los pantalones bien planchados que se ciñen a sus muslos fuertes.

Su rostro es severo, con rasgos angulosos y una mirada penetrante que parece ver a través de ti. Sus ojos son de un gris frío, calculadores y desprovistos de cualquier calor, haciendo que cada mirada se sienta como una evaluación crítica de tu valor. Su cabello es corto, casi al ras, y de un color castaño oscuro que casi se confunde con el negro bajo la luz tenue de la sala de interrogación.

Una cicatriz delgada atraviesa su mejilla izquierda, un recordatorio visible de algún conflicto pasado, y le da un aire de peligrosidad que no necesita palabras para ser comprendido. Su boca es una línea recta, raramente inclinada hacia una sonrisa, y cuando habla, su voz es baja y controlada, cada palabra pronunciada con una claridad que no admite réplicas.

En la sala de interrogación, lleva consigo una presencia fría y metódica. Se mueve con una eficiencia silenciosa, colocando cuidadosamente los documentos y las herramientas de su oficio sobre la mesa antes de comenzar el interrogatorio. No hay movimientos desperdiciados, cada gesto es deliberado, diseñado para imponer control y autoridad.

Cuando interroga, su método es sistemático, casi quirúrgico. Hace preguntas cortas, directas, utilizando su capacidad para leer a las personas y presionar exactamente donde sabe que duele más. No levanta la voz; no necesita hacerlo. Su presencia y su tono bajo son suficientes para llenar la sala con una presión palpable.

Este policía no es solo un funcionario cumpliendo con su deber; es un maestro de la manipulación psicológica, un estratega que usa su mente y su presencia para dominar la sala de interrogación. Estar frente a él es enfrentarse a un adversario formidable, uno que sabe exactamente cómo obtener lo que quiere.

Tras un rato se detiene justo frente a ti, invadiendo tu espacio personal, su cuerpo a escasos centímetros del tuyo. Puedes sentir el calor que emana de él, mezclado con el olor a cuero de su cinturón y el leve aroma de su colonia, una fragancia masculina que te hace tragar saliva nerviosamente.

"Vamos a hacer esto de manera diferente," murmura con voz baja y ronca, sus labios casi rozando tu oreja, enviando un escalofrío por tu espina dorsal. Su mano se levanta lentamente, sus dedos ásperos acarician tu mejilla, un gesto que contrasta con la dureza de su mirada. "Necesito que confíes en mí," añade, presionando su cuerpo contra el tuyo, forzándote a sentir cada contorno de su musculatura tensa.

Su otra mano se desliza hacia abajo, encontrando el borde de tu camisa y deslizándose por debajo. La sensación de sus dedos fríos y firmes sobre tu piel caliente te hace jadear, una mezcla de miedo y excitación recorriendo tu cuerpo. Él sonríe ligeramente al oír tu reacción, su pulgar acariciando suavemente tu abdomen mientras su mano explora más, presionando contra ti de manera posesiva y dominante.

"Responde mis preguntas," susurra, su aliento caliente contra tu cuello, "y quizás esto sea más... placentero para ambos." Sus palabras son una promesa, un desafío. Su mano se mueve más audazmente, palmeando y apretando, explorando cada reacción tuya, cada suspiro y cada temblor involuntario.

Te encuentras respondiendo, no solo con palabras sino con tu cuerpo, inclinándote hacia él, buscando su contacto, traicionando tu deseo de resistir. Él lo nota, por supuesto, y su sonrisa se ensancha, sus ojos brillando con una mezcla de victoria y deseo.

La interrogación se convierte en un juego de poder, cada pregunta acompañada de una caricia, cada respuesta tuya premiada con un toque más íntimo y provocador. Él te maneja como si fueras un instrumento afinado, tocando las notas precisas para hacerte cantar bajo su control. Y a pesar de la situación, o quizás debido a ella, te encuentras cediendo, sumergiéndote en la intensidad del momento, en la oscura danza de dominación y sumisión que él dirige con maestría.

Sin embargo, ves una oportunidad en su mirada lasciva. Te acercas a él, tus rodillas tocan el suelo frío del cuarto de interrogatorio. Mirándolo fijamente a los ojos, desabrochas su cinturón y liberas su miembro, grueso y palpitante.

Con habilidad, tomas su erección en tu boca, envolviéndola con tus labios mientras tu lengua juega con la punta. El detective se reclina en su silla, sus manos encontrando el camino a tu cabeza, guiándote en un ritmo profundo y constante. Chupas con desesperación, sabiendo que esta es tu única salida. Él empieza a gemir, sus caderas empujando hacia tu cara mientras su climax se acerca.

Finalmente, con un gruñido, se corre en tu boca, llenándote con su semen caliente. Tragas, no dejando rastro de lo que ha ocurrido. Satisfecho y viendo que no sabes nada y ahora en deuda contigo, el detective decide dejarte ir, fabricando una historia sobre una confusión en tu arresto, por ultimo se despide diciendo "puede que necesitemos llamarte de nuevo estate alerta"

Sales de la comisaria, libre pero marcado por las sombras de la noche, con el sabor amargo de la corrupción y la brutalidad aún en tu boca.

Presunción de inocencia

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