Escrito por: Quimer
1720 palabras
De repente una noche que andas paseando por una calle solitaria, la noche se torna en un torbellino de luces rojas y azules. Cuando te topas con un cuerpo inerte en el suelo, bañado en un charco de sangre. Antes de que pudieras procesar lo que veías, la policía te rodea, acusándote de un crimen que no cometiste.
Te esposan y te llevan a la comisaria, donde te encierran en una celda fría y sombría. Tu compañero de celda es una mole imponente de hombre, un verdadero gigante entre los mortales. Mide alrededor de dos metros de altura, con hombros tan anchos que parecen capaces de cargar el peso del mundo. Su cuerpo está cubierto de músculos abultados y definidos con un torso cubierto de vello y brazos que podrían doblar acero, cada uno esculpido como si fuera obra de un artista obsesionado con la perfección de la forma humana. La vena principal de su bíceps sobresale, pulsando con cada movimiento, un testimonio de su fuerza bruta.
La piel que cubre su físico es morena y gruesa, adornada con cicatrices y tatuajes que cuentan historias de una vida dura y sin concesiones. Un dragón enroscado se extiende desde su hombro hasta su antebrazo, sus garras parecen rasgar la piel, mientras que en su pecho, palabras en un tipo de letra gótico declaran "Nacido para Mandar".
Su rostro es igualmente duro, con una mandíbula cuadrada y una barba espesa y descuidada que enmarca sus labios gruesos. Sus ojos son de un marrón oscuro, casi negros, y brillan con una mezcla de desafío y malicia. No hay suavidad en su mirada, solo la dura resolución de un hombre que ha visto demasiado y ha salido endurecido del otro lado.
El cabello, corto y desordenado, parece ser lo único que no controla meticulosamente, dando un contraste sorprendente con el resto de su apariencia controlada y dominante. Su nariz, que ha sido claramente rota más de una vez, le da un aspecto de boxeador retirado, y sus orejas ligeramente deformadas sugieren años de peleas.
Su voz, cuando habla, es profunda y resonante, cada palabra cargada de autoridad y poder, haciendo que incluso sus susurros se sientan como órdenes.
Este hombre no es solo tu compañero de celda; es un depredador sexual, y tú has entrado en su territorio.
La atmósfera es densa y cargada de una tensión palpable. Su presencia es intimidante, y el espacio confinado hace que cada uno de sus movimientos se sienta amenazante.
"Ven aquí, perra," gruñe con una voz que reverbera contra las paredes de concreto. No es una sugerencia; es una orden. Te empuja contra la pared fría y áspera, sus manos grandes y fuertes agarran tus brazos, inmovilizándote. Sientes su aliento caliente en tu cuello mientras susurra "llevo muchisimo sin follar y tu eres un regalo" me suelta un segundo para quitarse la camisa mientras dice "tranquilo chico son cosas que pasan, vas a ser mi juguete esta noche," puedes sentir el peligro en su tono. Su mano encuentra el camino bajo...
Presunción de inocencia
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