Soy Pedro, del barrio, de esos que no piden permiso porque no lo necesitan. No solo marco el paso, sino que disfruto viendo cómo te entregas sin dudar. Me atraen los cachorros curiosos, esos que llegan con la mirada perdida, sin saber exactamente qué buscan, pero sabiendo que yo tengo lo que necesitan.

Aquí el juego es sencillo: no se trata de hacerte sufrir, sino de hacerte sentir. La sumisión química que empleamos es consensuada, por supuesto. No hay dolor, solo un placer profundo que no conocías hasta que lo experimentas.

Desde el principio, dejo claro que el placer es mutuo. Mi poder no se mide por lo que te hago, sino por cómo te entregas. No necesitas pedir, solo sentir. Esa química entre nosotros, esa conexión de mente y cuerpo, es lo que te llevará al siguiente nivel. ¿Dolor? No aquí. Solo el placer más auténtico.

Me flipa usar la sumisión química consentida . Y que ayuda a ir más allá, a perderte sin miedo, a disfrutar sin reservas. Aquí, tu cuerpo responde sin control, pero es lo que deseas. Y yo, desde mi lugar, observo cómo caen tus barreras, cómo el miedo se transforma en excitación. Esto es lo que te llamaba, lo que no sabías que necesitabas: un poder compartido. Yo marco el ritmo, pero tú eres quien se entrega.

No hay falsedades ni miedo. Hay control, sí, pero solo para que disfrutes. Quien se entrega lo hace por deseo, no por obligación. El sumiso lo es porque busca experimentar ese placer profundo, el que solo se alcanza al perderse en lo incontrolable. Y es ahí, cuando te entregas, cuando ves que yo también disfruto, que el juego cobra sentido.

El placer no está en lo que te hago, sino en lo que me das , en esa conexión sin palabras. Y cuando ves que yo también lo gozo, entiendes de verdad lo que es el control. Soy el rey, claro, pero solo porque tú, en tu sumisión, haces que esto funcione. Y eso, hermano, es lo que más me excita.