Escrito por: uvfsihhc
408 palabras
Antes de que pudiera moverme, el crujido de la grava me puso en alerta. Otro camión estaba estacionado a unos metros, y de él bajó una figura. Era otro hombre, rondando los 50 , pero con un aire distinto. Donde el primero era puro músculo y precisión, este tenía un paso más lento, más deliberado, como un depredador que no necesita correr. Su silueta bajo la luz mostraba un cuerpo robusto, una barba descuidada y unos ojos que brillaban con algo entre curiosidad y hambre.
“¿Qué tenemos aquí?” dijo, su voz rasposa, como si el tabaco y el asfalto la hubieran moldeado. Se acercó, y el olor a gasolina y sudor me envolvió. No preguntó nada más, no hacía falta. Había visto lo suficiente, quizás desde su camión, para saber lo que acababa de pasar. Y, por la forma en que me miraba, estaba claro que quería su turno.
Intenté hablar, pero su mano ya estaba en mi hombro, pesada, empujándome de vuelta contra el muro. “Shh,” murmuró, con un tono que era más orden que consuelo. Sus dedos eran ásperos, callosos, y se movían con una seguridad que me hizo estremecer. No había preliminares, no había palabras dulces. Esto era la carretera: cruda, directa, sin promesas.
Me giró con un movimiento firme, su cuerpo presionando contra el mío. El metal del muro estaba frío, pero él era todo calor, todo fuerza. Sus manos desabrocharon mi cinturón con una facilidad que hablaba de experiencia, y en segundos estaba atrapado en su ritmo. Era diferente al primero: menos calculado, más visceral, como si descargara algo que llevaba acumulando kilómetros. Cada embestida era un recordatorio de su dominio, y yo, perdido en la intensidad, no podía hacer más que ceder.
No sé cuánto tiempo pasó. Todo se volvió un borrón de sensaciones: su aliento en mi nuca, el roce de su barba, el sonido de su cinturón golpeando contra la tela. Cuando terminó, se apartó con un gruñido, ajustándose la ropa como si nada. Encendió un cigarrillo, el resplandor naranja iluminando su rostro por un instante. “Sigue en la carretera, pequeño,” dijo, exhalando humo. “Siempre hay alguien esperando.”
Subió a su camión, y el motor rugió, llevándoselo al igual que al primero. Me quedé solo otra vez, con el eco de sus palabras y el peso de lo que acababa de pasar. La parada estaba en silencio, pero la noche aún no había terminado. Y, en el fondo, sabía que la carretera siempre traería más.
Segundo y último camionero de la noche
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