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Caza mayor en la Patagonia I

Escrito por: Master_Leo


N.A.: Esta historia se me ocurrió hace varios años, a raíz de sucesos que conocí mientras estaba en una ciudad patagónica, a orillas del Golfo San J… y que ahora revive luego que un esclavo mío fuera asaltado por una pandillita de adolescentes; por suerte sin sufrir lesiones importantes.

 

Aclaración muy necesaria: Este relato, es una ficción y de ninguna manera implica aceptar, tolerar, propiciar o desear la aparición de “escuadrones de la muerte” o “justicieros por mano propia”.

 

Aunque…

 

 

1 (Introducción un poco aburrida, pero necesaria)

 

Ya hacía unos veintitantos años que el país había salido de una dictadura a la democracia, y junto con las ventajas que ésta trae consigo se había instalado una filosofía de vida en la que no existían premios ni castigos, culpables o inocentes, buenos ni malos.

 

Así las cosas,  la vida se había vuelto bastante imposible. Sobre todo después de caer el sol; bandas más o menos organizadas, en su mayoría de adolescentes y niños generalmente manejadas por adultos que permanecían en las sombras se enseñoreaban, robando, golpeando y hasta matando al pobre infeliz que cayera en sus manos.

 

Jueces y fiscales sostenían que los delincuentes eran producto de “una sociedad injusta” (como si alguna vez hubiera habido una “sociedad justa”) y por lo tanto todos los que integrábamos esa sociedad éramos responsables del aumento de los delitos. Es decir: todos somos responsables, ergo nadie es culpable.

 

La policía hacia tiempo que había bajado los brazos, hastiada de tardar más en llenar los informes de la captura, que  los malhechores en salir libres por orden de Su Señoría.

 

Así las cosas, y de una manera bastante espontánea fueron surgiendo “gentes de bien” que sin tener que guardar las formas jurídicas o leguleyos, poco a poco fueron logrando que la noche fuera más segura. Cada tanto aparecían diseminados por La Loma o detrás del cerro los cuerpos que, una vez identificados, resultaban pertenecer a malvivientes, a menudo con “frondoso prontuario”.

 

Nuestro cuarteto, Pedro, Christian, Felipe y yo, Leandro, éramos uno de esos grupos. Veteranos de la guerra del Sur, estábamos acostumbrados a la muerte, sobre  todo si la causa era justa. Y hacía poco mas de un año que cada dos o tres noches salíamos de cacería; habitualmente poseíamos información acerca de a quienes y por qué ajusticiaríamos.

 

Pero esa noche fue diferente.

 

Estábamos allí no para matar, si no para capturar.

2. (Acecho & captura)

 

Bajaba por 25 de Mayo hacia el mar, detrás de mí las luces de Rivadavia se opacaban en la niebla que el famoso viento patagónico no alcanzaba a disipar. A mi derecha la plaza España y del otro lado la Terminal que a esas horas de la madrugada no mostraba movimientos y que estaba en penumbras. Buen coto de caza.

 

Gracias al frío mi cabeza iba envuelta en una bufanda que ocultaba el micrófono y el audífono que me mantenían en contacto con la van, a una manzana de distancia y las manos en los bolsillos apretaban, una el celular encendido en modo radio y la otra una pistola Bersa 7,65 mm.

 

Llegando a la mitad de la cuadra de la Terminal, un susurro a mis espaldas me indicó que estábamos en el lugar adecuado

 

-¡Atento!- el susurro de Pedro en mi oído me sobresaltó –dos pibeschorros por retaguardia-

 

-Y uno por el frente- respondí – Y creo que hay un campana[1] en la esquina-

 

A partir de ahí, la escena se desarrolló como un ballet bien ensayado: El de la esquina dio una pitada a su cigarrillo confirmando que era quien “marcaba” a la víctima y el que estaba por delante se dejo ver en medio de la vereda, con algo brillante en su mano ¿navaja, puñal? No importó demasiado, en lugar de detenerme o retroceder, acorté en dos pasos la distancia, cosa que lo desconcertó los suficiente como para que con un golpe con el talón de la mano bajo la nariz cayera de rodillas. Antes que uno de los que tenía por detrás saltase sobre mi espalda, vi. que el “campana” cruzaba la calle corriendo y escuché el chirrido de gomas de la van al arrancar y sus luces nos deslumbraron a todos. Sin embargo, cuando Pedro y Christian llegaron yo estaba debajo de una pila de brazos y piernas que trataban de noquearme.

 

Un rato después, viajábamos tranquilamente por la costanera, los cuatro cuerpos de los atacantes en el piso de la van, con las manos atadas a la espalda con precintos de plástico igual que los tobillos. Con un par de patadas en las costillas logramos el debido silencio y poco después de pasar el Hospital bajamos a la playa para inspeccionar debidamente la mercancía.

 

Felipe, dueño de la van, había instalado luces potentes en la parte trasera, de manera de poder ver claramente lo que ocurría allí y al encenderlas nuestras víctimas parpadearon sorprendidos ensayando una queja colectiva que colectivamente desapareció cuando vieron los puñales que esgrimíamos y que apoyamos debajo de sus mentones, mientras con la otra mano desabrochábamos los cinturones y abríamos las braguetas de los pantalones; cuando llegó el momento de bajar los calzoncillos, tres slip y un boxer se levantó un coro de quejas

y algunos movimientos tratando de impedirlo. Sin embargo, al sentir la hoja de los cuchillos tan cercana a sus “joyitas” se calmaron bastante y los gritos se trocaron en lamentos

 

-¡Eh loco! ¿Qué hace’?-

- ¡No man, esa no me cabe ni ahí!- Y otros por el estilo.

 

Christian decidió que ya habían demasiados ruidos y con dos simples cortes abrió el slip del que tenía debajo y casi en el mismo movimiento se lo metió en la boca al que tenía a su lado, que era el mas quejoso. Los demás lo imitamos y pronto los tres mas jóvenes estuvieron con la boca llena con el calzoncillo de su  compinche, sin embargo, el mayor de todos, el que había estado vigilando en la esquina se resistía violentamente, tratando de morder la mano de Pedro. Era un morocho de unos veinte años, pelo grasiento bajo un gorro de lana, con espaldas anchas y un abdomen bien definido. De en medio de un bosque de largos pelos negros sobresalía una verga gruesa y corta, tal vez un poco encogida por el temor, que descansaba sobre unos huevos no demasiado grandes.

 

Felipe que se siente atraído por los negrazos de ese tipo, trató de ayudar a Pedro solo para recibir un escupitajo que cayó en medio de su pecho.

 

El golpe dado con el dorso de la mano hizo rebotar contra el piso metálico la cabeza del groncho y mientras ponía una rodilla en la garganta, Felipe comenzó a retorcerle las bolas y el pito como si quisiera arrancárselos y cuando groncho abrió la boca, un poco para gritar y otro poco para respirar, recibió el slip un poco transpirado, un poco cagado del  tipo de al lado. Una vez logrado el silencio debido, Felipe se dedicó concienzudamente a molerlo a patadas sin respetar ningún rincón del cuerpo que se convulsionaba bajo los golpes de sus borceguíes.

 

Cuando se hubo cansado, se alejó un poco, jadeante por el esfuerzo y dijo: -¡Me quedo con este hijo de puta, para domarlo bien domado!-

 

Todos estuvimos de acuerdo y nos dedicamos a observar a los restantes, que temblaban a nuestros pies; ninguno pasaba de los dieciséis o dieciocho años El primero era un rubio paliducho y delgado, con los huesos casi al aire. Su pijita circuncidada colgaba larga y delgada como una lombriz blanca entre sus piernas como palitos. A Pedro le gustaban los “pitos recortados” de manera que cuando lo reclamó para sí nadie se opuso.

 

-¡Ja, ja, ja!- Dijo tirando de la verguita flaca- No esta mal, pero voy a tener que alimentarlo mucho antes de poder usarlo-

 

Ya habían sido adjudicados dos: “groncho” a Felipe y “lombriz” a Pedro

 

Quedaban dos para repartir entre Christian y yo.

 

El primero con facha de wachiturro[2], delgado pero fibroso, con el pelo rapado a los lados de la cabeza y una especie de cresta en lo alto. Una argollita plateada en un ala de la nariz y un arito brillante en la oreja. Lindos pectorales coronados por pezones oscuros y grandes y unos genitales normales, sin vello.

 

El otro muy parecido, con pelo largo, una cara deliciosa, de grandes ojos oscuros, que nos miraban aterrados. Labios carnosos y lindos dientes. Su cuerpo no destacaba demasiado, excepto por una pancita de bebedor de cerveza y una cantidad desmedida de vello. El pito de grosor y largo normal, algo hinchado a esas horas ¿Lo excitaría la situación?

 

Ya nos daríamos cuenta de eso.

 

El prepucio cubría el glande un poco mas de la mitad y el pequeño cíclope se asomaba temeroso.

 

-Me quedo con este, si te parece bien- Le dije señalando a “pancita”

 

-¡Perfecto!- se alegró – Planeo hacerlo mi mucamita y ese es demasiado peludo-

 

-En cambio yo gozaré un montón depilándolo- Y agregué -¿una mucama? Por lo menos ya tiene aros, jajaja-

 

Christian lo miró con cierto disgusto y dijo mientras le pisaba le entrepierna: -Tan pronto lleguemos a casa se los voy a arrancar y cuando esté entrenado, tal vez le ponga unos aros en los pezones o en el pito-

 

“Wachiturro” comenzó a sollozar y trató de cubrirse flexionando las piernas lo que hizo que Christian se apoyase con mas fuerza en las bolas del pobre tipo, a la vez que con la suela de la bota hacía rodar la verga sobre el abdomen.

 

Y mientras seguía con los pisotones se abrió la bragueta y sacando su poderosa herramienta empezó a orinar, primero a su recién obtenido esclavo y luego a los demás, mientras les gritaba: -¡ ESCUCHEN BIEN, MIERDAS. A PARTIR DE AHORA USTEDES NO SON NADA Y NOS PERTENECEN Y PODEMOS HACER Y VAMOS A HECERLES LO QUE QUERAMOS CON USTEDES, PEDAZOS DE BASURA!-

 

Y para reafirmar sus dichos, cada uno de nosotros a su vez meó a su esclavo y los otros tres, Felipe a lombriz, Pedro a groncho, Christian a wachiturro y yo a pancita.

 

Una vez terminada esa sencilla ceremonia les cubrimos la cabeza con unas bolsas de tela que siempre había en la van y emprendimos el regreso a nuestras respectivas casas y comenzar con la doma de los esclavos.

 

                                                                                                                     (continuará)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] Campana: Aquel que vigila mientras se comete un delito.

[2] Wachiturros, Los: Grupo ¿musical? con estética e interpretes de “cumbia villera”; Pelos al rape, piercings, ropas holgadas, zapatillas caras, etc (ver Wikipedia)

Caza mayor en la Patagonia I

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