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La casa de campo del amo (parte II)

Escrito por: mall

Allí estaba yo. Desnudo, dentro de una jaula, con una cadena que pasaba de mi cuello a mis manos atadas a la espalda, luego me apretaba los huevos y volvía hacia mi cuello.

No sé cuanto tiempo pude estar ahí dentro, pero me parecieron horas. La jaula estaba al sol, y aunque no era pleno verano, el calor empezaba a notarse y mi sensación de sed pasó a ser importante. No sólo la sed se estaba convirtiendo en un problema, también la cadena que me rodeaba la polla y los huevos me martirizaba cada vez más. Tenía la polla roja y morcillona, y un simple roce con la jaula me hacía ver las estrellas.

«Este tío ya no volverá más» llegué a pensar, «aquí te quedas».

Estaba tumbado sobre un costado cuando oí la furgoneta otra vez y la verja como se abría. Me puse de rodillas y me aseguré de que se oyera el ruido de las cadenas al moverse, no fuera cosa que el amo se olvidara de mi.

El amo aparcó la furgoneta en el mismo sitio que antes y bajo tranquilamente, con lentitud, y, sin ni siquiera mirar hacia donde yo estaba, entró en la casa.

Ya estaba yo empezando a desesperarme cuando el amo volvió a salir. Se había cambiado de ropa. Ahora llevaba solo unos vaqueros ceñidos y botas de montar por encima del pantalón. Estaba desnudo de cintura hacia arriba y eso le daba un aire imponente, casi como un dios.

Entonces vino hacia mi y mi corazón se disparó. Me emocioné como un perro se emociona al llegar su dueño a casa. No era por el ansia de que me desatara o me sacara de la jaula, sino que era porque por fin el amo parecía interesarse por mi, fuera por lo que fuera.

El amo abrió la puerta de la jaula y dijo «puedes salir, pero quédate de rodillas».

Me arrastré como pude para salir. Con las piernas adormecidas y las manos atadas a la espalda no fue fácil y no quería parecer torpe ni acabar con la poca paciencia del amo.

«Seguro que tienes sed» dijo el amo, una vez estuve de rodillas ante él. Y al mismo tiempo que lo decía se abrió la bragueta y se sacó la polla.

No exageraré como en otros relatos diciendo que el amo tenía un pene enorme. No. El pene de mi amo era un pene de tamaño adecuado, no era pequeño pero tampoco superdotado. Era un pene normal, pero para mi era el pene de mi amo y como tal debía ser adorado. Mi sumisión al amo no dependía de sus genitales, sino del poder que emanaba sobre mi.

«Abre la boca y coge la punta con los labios. No la chupes» ordenó.

Pero no lo pude evitar. Cuando tuve su polla fláccida en mi boca tuve que chupar. Quería saborearla y notarla dura, quería que me follara la boca y me hiciera suyo.

Lo que conseguí, en cambio, fue una hostia. Seca y rápida.

“Te he dicho que no la chupes, sólo sujeta la punta con los labios”. El dolor repentino del bofetón me dejó unos segundos atontado, y cuando me recuperé simplemente abrí la boca para recoger la punta del pene del amo.

Así estuvimos un buen rato, hasta que sin que él dijera nada, noté un líquido caliente en mi boca. Mi amo empezó a mear, pero al cabo de un segundo paró.

“Bébetelo. No dejes que salga nada fuera”.

Tragué sin pensarlo. Era la primera vez que tragaba orina y el sabor fue tremendamente extraño. Por una parte me gustó, pero por otra tenía un desagradable sabor amargo que se notaba sobre todo al acabar de tragar.

Nada más tragar el primer sorbo mi amo soltó otro poco de orina, y entendí que tendría que ir tragando lo que me fuera dando. Tragué otra vez. De momento me gustaba.

Otro poco.

Otro poco.

La sensación de sabor desagradable se iba incrementando, cada trago costaba un poco más que el anterior y una parte instintiva en mi cerebro me iba diciendo que lo que hacía no era ni bueno ni normal. Poco a poco empecé a notar asco en vez de placer, cada vez más ganas de vomitar. Y el amo que no paraba.

No pude evitarlo y gemí, suplicando al amo que parara de mear, tenía auténtico pánico de vomitar, no por el asco que pueda darme, que también, sino por las consecuencias que eso podría suponer para mi en forma de castigo y la ira del amo.

El amo notó perfectamente lo que pasaba y se apiadó un poco de mi diciéndome “Falta poco, aguanta”. Y continuó con sus pequeñas meadas hasta que por fin echó la última y más abundante. “Ni se te ocurra dejar que se escape” ordenó. Yo no podía tragar a ese ritmo y se me llenó la boca de meo, aumentado mi sensación de asco hasta ser algo insoportable.

Sacó su polla de mi boca. “Traga, sin prisa”, me dijo mientras seguía con una mano en mi cabeza.

En ese momento no podía más, tenía que escupir eso o vomitaría. Un sudor frío me cubría la frente y los ojos soltaban lagrimas de asco y de impotencia. Los cerré fuerte y, haciendo de tripas corazón, tragué todo el líquido que tenía en la boca.

Nada más tragar, sentí un alivio inmediato. El asco fue cesando y el agobio desapareció. No pude evitar sonreír por haber superado esa prueba.

“Muy bien, veo que estás siendo un buen esclavo. Ponte de pie y ven conmigo dentro de la casa”.

Tiró de la cadena que me ataba y le seguí.

La casa de campo del amo (parte II)

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