Nota del autor:
El dresscode (o código de vestimenta) de un local es una norma (generalmente obligatoria) que pone el local para determinadas noches. Por ejemplo: dresscode “desnudo” quiere decir que todos deben ir desnudos.
Gracias de todo corazón a los que me leéis y comentáis. Este relato sube ligeramente la intensidad, e introduce prácticas que no son del agrado de todo el mundo. Aún así, son reales, así que me sentiría mal si no las pusiera.
También hay humor y alguna que otra declaración polémica, pero bueno. Así soy.
Vamos al lío.
R.
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Capítulo 7: dresscode
Mi Amo no se despidió de su amigo el cumpleañero, pues éste estaba ocupado metiéndole la lengua hasta la campanilla a otro chavalín, unos 20 años más joven que él. No sé muy qué nos pasa a los sumisos, si es que tenemos “daddy issues” (que creo que no es mi caso, pues mi relación con mi padre es bastante buena) o si simplemente asociamos la edad a mayor dominancia o experiencia. Sea como sea, es asombroso cómo la mayoría de los cachorros/esclavos buscan (mejor dicho, buscamos) un Amo mayor que nosotros; siendo raro a la inversa.
Salimos del local y no tuvimos más que andar dos calles y subir unas escaleras para llegar al lugar que decía mi Amo. Era un sitio bastante discreto, y curiosamente elevado (siempre pensé que los locales de este estilo estaban a nivel de la acera o en un sótano). El local en sí no era fetichista, sino de cruising; y es que, por desgracia, no son lo mismo (ojalá todos los locales de cruising fueran también BDSM, que no digo yo que se alcanzara la paz mundial, pero estaría más cerca). Sin embargo, el “orgullo oso” le daba un ambiente diferente, y pudimos ver en la cola diferentes tipos de personas; lo que nos aseguraba una diversidad suficiente como para no ser blanco de todas las miradas por llevar una cola asomando por los pantalones.
Aprovecho para hacer un inciso y decir que, por regla general, ese local (como la mayoría de los locales de cruising) no es sino un sitio donde gente se encuentra con otras personas para practicar sexo sin compromiso; generalmente (por desgracia) sin protección. Es por eso por lo que no me suelen gustar esos sitios; pues pese a ser masoquista, perro y disfrutar del sexo de muchas maneras diferentes; la idea de meterme en un hervidero de ITS no me fascina (lo digo desde el respeto, es una forma de vida totalmente válida; pero no es para mí). Para mí el sexo sin protección es un límite que solo franqueo con la barrera de la confianza… y de una serología negativa, repetida dos veces. Lo mismo esto le quita morbo al asunto, pero bueno, yo soy así; y así seguiré, siempre ladraré (era así la canción, ¿no?). Lo dicho, perdón por el inciso. Proseguimos.
Esta noche, como he comentado, era diferente. El “dresscode” era sin camiseta; y fue al cruzar la puerta (mi Amo pagó mi entrada, que costó más barata por mi edad, curioso también como emplean a los jovencitos de “cebo”) cuando vi algo que no olvidaré jamás. Era mi primera vez en un local de cruising (ya había ido con anterioridad a una sauna, pero simplemente para aprovechar el jacuzzi); y lo que vi me dejó perplejo. Había gente de todo tipo, de hecho, volví a sacar el Félix Rodríguez de la Fuente que llevo dentro y me imaginé el documental de la “fauna cruisinera”:
En primer lugar; los habituales. Caracterizados generalmente por edad avanzada, moverse con soltura y acechar en busca de activo. Y sí, la mayoría eran pasivos-sumisos, y es que entre nosotros nos reconocemos. Llámalo feromonas perrunas o llámalo ir en suspensorio con el ojete tan abierto que se ve de lejos.
En segundo lugar, la fauna úrsida. Osos de todo tipo habían migrado hacia el evento, atraídos por los cachorros. Los había de todos los tamaños y colores: ibéricos (vello negro, piel morena); escoceses (generalmente pelirrojos) y europeos (rubios, con ese vello casi blanco que recubría su gran cuerpo). Algunos practicaban la endogamia (oso con oso) y otros buscaban presa; o se dejaban cazar por un cazador; que también habían acudido al evento, atraídos por tal oportunidad de llevarse una presa exótica a casa.
En tercer lugar, teníamos a los tímidos (de no ser por mi Amo, yo sería de ese grupo). Estaban sentados en la barra, mirando a la fauna y posiblemente imaginándose un documental de la 2 con ella.
Podría seguir: gente vestida de cuerpo, con arneses, sin ellos; algunos con gorra (todo por la estética, porque tremendo calor hacía allí como para encima llevar gorra) y me hizo mucha gracia ver a un par de ellos con gafas de sol, ¿verían algo?, lo dudo.
Por mí, me habría pasado la noche observando, bastante entretenido. Pero mi Amo tenía otros planes. Me llevó a la zona de “vestuario” y se quitó la camiseta. Dios, cómo me gustaba. Ese cuerpo que sin estar definido, no está gordo. Cubierto de vello, negro con algunas canas. Axilas peludas, que ya destilaban olor a macho; y unos brazos fuertes, capaces de forzar al más travieso de los cachorros. Me tuve que poner a pensar otra vez en documentales para bajar la dolorosa erección; mientras me quitaba la camiseta. Yo soy consciente de que no estoy mal y de que puedo tener mi público; pero en comparación con mi Amo era un cero a la izquierda.
Amo: quítatelo todo.
Cachorro: pero en la puerta dice que…
Amo: también dice prohibido perros y aquí estás, ¿no?
Bueno, si lo vemos así, pues vale. Mientras me quitaba los pantalones (con cuidado de no sacar la cola de mi culo), me detuve a buscar a alguna otra persona que estuviera desnuda… y menudo chasco. Nadie (al menos en la zona de la barra). Genial, iba a ser otra vez el centro de atención. Bueno, si la gente no se fija, la jaula no se ve mucho… y siempre podría mover la cola poco, así no se varía tanto. Sí, eso haría.
Amo: ven aquí, agacha el hocico.
Lo hice y sentí como usaba su cinturón a modo de collar. Bueno, adiós a mi idea de ser discreto. Al menos ahí no me conocía nadie. “Pero te van a conocer”, pensé. Y tanto, y es que tras guardar la ropa en la taquilla, sentí el primer tirón de la correa. “Por favor, llévame a alguna cabina y hazme lo que quieras pero no me exhibas”, pensé. Evidentemente mi Amo no me leyó la mente o, si o hizo, le importó tres cojones lo que yo pensaba. Fuimos a la barra a pedir la consumición que regalaban con la entrada, y podía sentir las miradas clavadas en mi nuca. Podría decir que iba a 4 patas, pero mentiría (el suelo estaba asqueroso, de hecho los dos íbamos con zapatillas); aunque a 4 patas habría sido menos llamativo. Como he dicho en varias ocasiones, soy bastante alto; y sacaba una cabeza a mi Amo. Por tanto, la imagen que dábamos era, cuanto menos, variopinta.
Amo, al camarero: un whisky, solo. Y al cachorro ponle algo ligerito, que no aguanta muy bien el alcohol.
Eso es cierto. Pese a mi tamaño, dos cervezas me ponen bastante tonto y ya llevaba dos copas (y un hambre de perros, nunca mejor dicho). Me fijé que en la barra había cuencos de perro con chuches varias y ladré bajito para que mi Amo me diera una.
Amo, en voz alta (cabrón): ¿quieres una, bonito?
Cachorro, en voz baja (avergonzado y excitado a partes iguales): woof, woof.
Amo: pues siéntate, ¡sit!
Nunca me habían dado órdenes de perro en público, pero ya tenía demasiada gente mirando como pare encima no hacer caso. Me senté y tras un “buen chico” mi Amo me lanzó un par de chuches, que cogí al vuelo. Mientras comía, mi Amo hablaba con el camarero, al que parecía que conocía de la mili (vaya, el mundo es un pañuelo). Yo me dedicaba a ladrar para pedir bebida (que estaba muy rica, sabía como a fruta) y chuches. La verdad es que estaba entretenido, a los pies de mi Amo, mirando a la fauna que, tras acostumbrarse a mi presencia, habían dejado de prestarme atención. Mi Amo pareció notar que estaba cómodo y decidió cambiar eso. Lo hizo cuando ladré otra vez, pidiendo mi enésima chuche (los cachorros no tenemos fondo cuando se trata de comida).
Amo, cogiendo un hueso de fresa: mira, de tus favoritas. Cógela, vamos.
Se bajó los pantalones (solo por detrás) y se la metió en la raja del culo. Eso sí que no me lo esperaba. Y me encantó, porque a los perros nos encanta oler y comer culo. Por fin iba a oler el de mi Amo, aunque hubiera gente mirando. Me daba igual, la música estaba alta y la luz era roja y tenue, tampoco me iban a ver mucho. Mi Amo se inclinó hacia delante y tiró de la correa, llevando mi hocico a su peludo culo. Joder, que bien olía: sudor y almizcle, pero nada más; como a mí me gustaba. Olisqueé un buen rato y, cuando encontré la chuche (estratégicamente situada en su ojete), me la comí sin dudar (y disfrutando como un perro). Después, aprovechando la situación, me dediqué a lamer los restos de azúcar del ojete de mi Amo, que sabía delicioso. A mi Amo pareció gustarle, porque se puso cómodo y siguió contando viejas batallitas con su amigo, mientras yo realizaba mi propia labor de espeleología. No sé cuanto rato llevaba haciendo eso cuando me dio por, en una de esas veces que levantaba le hocico para coger aire, mirar a mi alrededor. Al parecer, teníamos nuestro propio club de fans. Algunos se habían sacado la polla y se estaban masturbando, otros estaban simplemente mirando y un par de ellos estaban follando contra la pared mientras nos miraban fijamente. La verdad es que me corté un poco (soy bastante tímido, por si no ha quedado claro), pero usé la lógica canina de “si no los veo, no están” y seguí comiendo culo un rato más.
No sé si mi Amo hizo esto a propósito (a ver, sé que lo hizo adrede para humillarme, pero no sé si era consciente de que el “timing” fue perfecto). Cuando el DJ cambiaba de una canción a otra (que todas sonaban igual, pero al parecer había cambios), justo en ese momento donde las conversaciones ajenas son ligeramente audibles para los demás, mi Amo hizo algo. Tiró de la correa hacia delante (pegando aún más mi hocico a su ojete) y dijo, entre risas:
Amo: traga perro.
Y, ¡zas!, tremendo pedo se tiró en mi hocico. He de decir que sonó más que olió, y eso que me lo tragué entero. No sabía qué sentía en ese momento. Es decir, sentía demasiadas cosas. Vergüenza, para empezar. Sumisión y entrega, para seguir. ¿Asco?, posiblemente, pues a nadie le gusta el olor de un cuesco en la cara. ¿Dolor de polla? Muchísimo. Mucho muchísimo, joder. La erección más grande de la noche coincidía con la mayor humillación hasta ahora, y es que la gente cercana se estaba riendo. Algunos se iban asqueados, sí; pero la mayoría estaban, ¿excitados?; sin dudarlo.
Entre todas esas emociones, y con el hocico apestado, cometí un error. Dejé de lamer culo y, evidentemente, mi Amo se enfadó. Se subió los pantalones y me levantó con un tirón de correa bastante brusco.
Amo: ¿te he dicho que pares?
Cachorro: Woof…
Amo: entonces, ¿por qué paras, chucho?
Odio el insulto de chucho, que uno es de raza, joder. No sabía cómo expresar por qué había parado, ¿por reflejo?, posiblemente. Pero eso a mi Amo no le iba a valer, así que simplemente encogí el hocico y miré al suelo, en señal de sumisión.
Amo: chucho, voy a tener que castigarte. Y créeme, si eso te ha parecido humillante, ahora vas a saber lo que es una humillación de verdad. Pon tus patas en la barra e inclínate. Y como se te ocurra moverte, te dejo aquí atado, ¿ok?
Ni ladré, del miedo. Simplemente obedecí y me puse con el culo en pompa, con las patas delanteras en la barra, y mirando al amigo de la mili de mi Amo.
Amigo: vaya, parece que se ha enfadado.
Cachorro: ¿tanto?
Amigo: no le gusta que le lleven la contraria – se me acercó para que mi Amo no escuchara lo que me iba a decir - Te voy a decir dos cosas perrillo: a mi amigo le gustas; lleva parte de la conversación hablando de ti, y eso es inusual.
Cachorro: ¿y la otra cosa?
Amigo, riéndose: te huele el hocico a culo, asqueroso.
Vaya con los amigos de mi Amo, una de cal y otra de arena. Pero bueno, le gustaba. Y eso me puso feliz, tanto que moví la cola. Y duré poco moviéndola, porque sentí el primer azote, fuerte, a los pocos segundos de empezar. ¡Joder! Cómo escocía. Y es que no hace falta dar 100 azotes (como se ve en algunos vídeos) para poner un culo rojo o morado; basta con 15, bien ejecutados (y bien fuertes) para tener a un cachorrillo dando saltitos de dolor, sin moverse mucho, en la barra de un bar.
A los 10 azotes mi Amo paró y le sentí trastear con la correa. “Se acabó”, pensé, aliviado. Pero nada de eso, me quitó el cinturón del cuello con un único propósito.
Amo: abre las piernas, y no te muevas.
Abrí las piernas y cerré los ojos, justo para sentir el primer golpe en el cachete izquierdo. Cuando te azotan con correa, primero escuchas el silbido (la correa “corta” el aire al trazar un arco) y luego sientes el golpe. Es un golpe que no duele mucho en el momento, pero en milisegundos empieza a picar, y a los 30 segundos quema. Por eso a mi Amo le gustaba la correa. Y por el dolor de polla que tenía, a mí también. Así seguimos un rato, tanto que vi un patrón: correazo en nalga izquierda, correazo en nalga derecha, puntapié ligero en huevos. Correazo en nalga izquierda, correazo en nalga derecha, puntapié ligero en huevos. Me dediqué a pensar en eso para no pensar en lo mucho que me quemaba el culo (y en lo mucho que me gustaba); y no sé cuándo mi Amo paró, me dio la vuelta y me besó.
Amo: has aguantado bien, perrillo -dijo, pegándose a mí – y me has hecho muy feliz.
Mientras sorbía la nariz (¿he llorado y no me he dado cuenta?), sentí un bulto en mi barriga. Mi amo tenía una erección tremenda, tanto que se notaba pese al vaquero. Le miré a los ojos y solté un ladrido triste, pero juguetón. Me daba igual ya todo el mundo, la verdad. En lo que llevábamos de noche me había exhibido, ladrado, comido un culo, tragado un cuesco y tenía el culo que se podía freír un huevo en él.
Amo: cachorrillo, ¿sabes que es mejor que dejar un culo caliente a base de azotes?
Cachorro: Woof…
Amo: follárselo.
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Este relato es más largo de lo habitual, así que espero que os guste. De nuevo, se agradecen comentarios e interacciones.
Un saludo.
R.
Historia de un cachorro (7)
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