Escuchando: You keep me hangin'On - The Supremes - 1967
-“¿No me vas a dar las gracias, Chocho?”.
-”Muchas gracias, Don Carlos, es muy bonita, pero nunca he llevado una de estas y no sé si podré aguantarla más de cinco minutos”. A todo esto, la situación me había provocado un tremendo y molesto empalme. No tengo lo que se dice un pollón, lo mío llega como mucho a los 14 cms en erección, pero aquella jaulita apenas llegaba a cubrir mi dedo índice.
-”Es para principiantes. Un cómodo diseño en plástico antialergias. 9 centímetros. Y la vas a llevar puesta todo el fin de semana, Chocho, quiero tenerte cachonda y sin correrte hasta que yo me vaya. Y ahora pasa al baño y dúchate bien, que estás sudadita. Luego vienes en bolas, te la coloco y me haces un besapiés”.
-”Usted manda, Don Carlos”.
Pasé al baño y me desvestí. Mientras regulaba la temperatura de la ducha, entró él con una bolsa de basura donde recogió toda la ropa y las zapatillas, que había dejado en un rincón. -”No las vas a necesitar”.
Terminado el aseo, volví al dormitorio. Don Carlos estaba sentado en un butacón de falso cuero, junto a la mesita auxiliar. Estaba vestido como había llegado (unos chinos granate, camisa blanca de manga corta, cinturón negro de marca) pero se había descalzado. En la mesita descansaban, en varias piezas, sus regalos.
-”Ven aquí, Chochito”. Me acerqué a su alcance. -“Chochito, vas a darle besitos al oso mientras yo te pongo la jaula, ¿vale?” -”Vale, Don Carlos”. Me entregó el muñeco, lo acerqué a mi cara y comencé a besar el peluche, que me ocultaba en gran parte lo que mi señor estaba haciendo. Noté como me agarraba con fuerza los huevos y los hacía pasar por una especie de anillo. Luego introdujo mi pene (afortunadamente sin empalme) en la funda de plástico. Encajó la llave y sonó un clic. -”Ves que fácil, Chocho? Ya estás preparada para la vida moderna! Te ha dolido?” -”Nada, Don Carlos, muchísimas gracias”. -“Pues ya sabes como me tienes que dar las gracias!”.
Volví a dejar el peluche en la mesita, me arrodillé ante mi señor y comencé a besar y lamer sus pies. Había sudado bastante durante el viaje y olían fuerte. Con la cabeza pegada a sus pies y el culo en pompa, de vez en cuando me daba un cachete en el culo o me pellizcaba los pezones. Estaba relajado y contento. Estábamos. Y con tanto relax me llegó la inevitable erección, produciéndome al principio incomodidad, luego un creciente dolor en la polla. El dolor me hacía destrempar, pero la situación y el sobeteo me ponían muy cachonda y volvía la erección. Entretanto, mi macho se había bajado del todo la bragueta, enseñando unos robustos cojones y una espléndida polla, no muy larga pero bastante ancha y venosa, incircuncisa, con un glande en forma de champiñón que supuraba abundante líquido preseminal.
-”Me duele mucho, Don Carlos!” -me quejé, lastimero. -”Aguanta, Chochito, será sólo hasta que te acostumbres. Y para que estés entretenida y no lo pienses, ahora mismo me vas a hacer una mamadita”. Y procedió a levantarme la cabeza agarrándome por la barbilla y acercando mi boca a su enhiesto rabo. “Chupa!”. Eso hice con esmero y dedicación hasta que un chorro de esperma caliente se derramó en mi garganta. -”Trágalo todo, cariño, lo has hecho muy bien”. Obedecí y, en señal de agradecimiento y respeto a mi señor, volví a lamerle los pies.
-”Bueno, pues ya va siendo hora de que salgamos a cenar, no crees, Chocho?”
-”Pero debe ser tardísimo! No creo que haya sitio en ningún restaurante…”
-”Pues claro que lo hay, cielo, reservé una mesa a medianoche en uno de mis restaurantes asiáticos favoritos, muy cerca de aquí… Venga, vístete y ponte guapa, que quiero que los demás comensales se mueran de envidia al vernos” -y mientras hablaba, iba sacando varias prendas de su maleta: unas braguitas rosa, unos vaqueros rosa, zapatillas, camiseta, todo rosa, rosa fucsia furioso. La braguita se ajustaba bien a mi culo, pero por delante apenas contenía el paquete, quedando ambos huevos colgando por fuera. Pantalones y zapatillas eran casi de mi talla, me quedaban un poco justos. Y en cuanto a la camiseta, rosa y con lentejuelas plateadas, me quedaba muy pequeña y francamente, ridícula, marcando ostensiblemente tetas y barriga.
-”Don Carlos, por favor, no puedo salir así, voy haciendo el ridículo!”
-”Claro que vas a salir así! O quieres que me enfade? Yo te veo guapísima!… Solo falta el toque final.” Y tomando de la maleta un pulverizador de perfume sin marca, me roció cabeza, pecho y pubis con algo que olía a puta barata. -”Ves, así estás perfecta, nena, esta noche vas a romper corazones” dijo mientras ajustaba a mi cuello un collar de cuero rojo.
(2) Viernes en rosa
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