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Como me convertí en sumiso [11]

Escrito por: somir

Después de completar dos travesías en la piscina, mi corazón seguía latiendo con fuerza, aún cargando la mezcla de humillación y adrenalina. Al emerger del agua por segunda vez, sentí cómo la piel se me erizaba al notar las miradas que seguían fijas en mí. Los murmullos no habían cesado, y aunque había superado el reto, el peso de la exposición seguía gravitando sobre mí.

Justo en ese momento, mis ojos se iluminaron al ver a mi amo acercándose, con una sonrisa amplia y satisfecha. Había algo en su andar que emanaba confianza; su presencia llenaba el espacio a su alrededor de una manera que todos parecían notar. Su rostro, aunque marcado por los años, llevaba la huella de una vida vivida con audacia. A sus 70 años, su cuerpo era robusto y ligeramente panzón, con un pelaje gris en el pecho que le daba un aire de sabiduría y madurez. Su cabello, también gris, caía desordenadamente sobre su frente, pero había un brillo en sus ojos que era inconfundible: la luz de alguien que sabe lo que quiere y no duda en conseguirlo.

— He resuelto el problema que tenía —dijo, su voz profunda resonando con un tono de satisfacción. Esa mezcla de autoridad y cariño en su tono siempre me hacía sentir una extraña calidez a pesar de la humillación. Era como si cada palabra de él me recordara mi lugar y, al mismo tiempo, me llenara de una lejana felicidad.

Se acercó a mí y me entregó algo que me hizo sentir una oleada de sorpresa: una tanga roja preciosa. La tela brillaba suavemente bajo el sol, y era un contraste intenso con el plug y la jaula que todavía llevaba puestos. Su diseño era exquisito, con bordes de encaje que hacían que se sintiera ligero, casi como una promesa de lo que vendría.

— Ponte esto —ordenó, su mirada fija en mí, penetrante—. Luego ven y túmbate junto a mí en la tumbona.

Asentí, sintiendo cómo la ansiedad y el deseo se entrelazaban en mi interior. No sabía qué esperaba de mí, pero siempre estaba dispuesto a seguir sus órdenes. Mientras me cambiaba, la presión del plug seguía recordándome mi estado, el compromiso que había hecho al aceptar ser suyo.

Deslizando la tanga roja sobre mis caderas, noté cómo se ajustaba perfectamente, destacando mi figura delgada y sumisa. El color vibrante resaltaba mi piel bronceada por el sol, y aunque me sentía expuesto, había algo agradable en la forma en que el encaje se ceñía a mi cuerpo.

Una vez vestido, me acerqué a la tumbona donde él se había acomodado. La escena era casi surrealista. Allí estaba yo, un joven de veintitantos años, delgado y con un cuerpo esculpido por la juventud, con piel suave y una expresión inocente que contrastaba con la firmeza de mi situación. Mis ojos, llenos de una mezcla de ansiedad y sumisión, se posaron en él, esperando la aprobación.

Mi amo, por otro lado, era la personificación de la confianza en su propia piel. A pesar de su barriga prominente y su aspecto peludo, había una poderosa aura que lo rodeaba. Era un hombre que había vivido, que había conocido la vida en todos sus matices, y aunque sus años se reflejaban en su figura, eso solo añadía a su atractivo. Había una calma en su porte, una sabiduría adquirida que pocos podían igualar.

Me tumbarme a su lado en la tumbona, sintiendo el calor del sol en mi piel mientras él se reclinaba cómodamente, casi como un rey en su trono. Miré hacia el cielo, disfrutando de la sensación de estar cerca de él, pero aún sintiendo un leve temblor en mi interior por lo que vendría. Él era mi todo, mi amo, y sabía que siempre esperaba lo mejor de mí.

Mientras nos acomodábamos, se giró hacia mí, su mirada intensa buscando la mía.

— Estoy muy satisfecho con lo que has hecho hasta ahora. Pero recuerda, este es solo el comienzo —dijo, su voz suave pero con una firmeza que enviaba escalofríos por mi espalda.

Miré a mi alrededor y noté cómo varios hombres en el área de la piscina comenzaban a observarnos, algunos murmurando entre ellos, otros sonriendo, como si todos supieran que estábamos en un juego de dominación y sumisión. Mi corazón latía con fuerza, no solo por la atención, sino porque sabía que en cualquier momento, él podría decidir llevar las cosas un paso más allá.

— Estoy pensando en cómo celebrar tu buen comportamiento —continuó, mientras acariciaba la parte trasera de mi cuello con un dedo—. Pero eso dependerá de cómo te comportes el resto del día.

Su toque era cálido y familiar, y aunque el nerviosismo seguía presente, había algo reconfortante en su presencia. Sabía que, aunque me exigiera, lo hacía porque le importaba. El peso de la sumisión, de ser su perra, se sentía como un segundo hogar.

— Relájate y disfruta del sol —dijo, acomodándose de nuevo en su tumbona—. Quiero que tomes un trago y socialices un poco más. Esta vez, asegúrate de que todos sepan que eres mío.

Asentí, sintiendo cómo el miedo y la emoción se mezclaban en mi pecho. No había forma de escapar de mi papel en este juego, y mientras me recostaba junto a él, sabía que el día apenas comenzaba. Con cada momento, mi sumisión se profundizaba, y no podía evitar sentir que, de alguna manera, todo esto era lo que realmente deseaba.

Con el calor del sol brillando sobre nosotros y mi amo a mi lado, supe que, aunque había desafíos por delante, había un extraño placer en ser suyo. La incertidumbre, la emoción, y la humillación se mezclaban en un cóctel perfecto de deseo, listo para desbordarse en cualquier momento.

El calor del sol sobre mi piel era abrumador, pero no era solo el calor lo que me hacía sentir tan vivo. Era la mezcla de humillación y deseo que latía en mi interior, mientras yacía al lado de mi amo en la tumbona. Cada palabra suya me recordaba quién era, su "perrita" en un mundo lleno de hombres, y aunque esa idea me llenaba de vergüenza, había una parte de mí que anhelaba seguir su guía, entregarme a él en su totalidad.

Mi amo se acomodó, disfrutando del sol y de su bebida, mientras yo trataba de relajarme, aunque sabía que el día apenas comenzaba. Había algo en su aura que me mantenía a la vez ansioso y emocionado. Su poder sobre mí era palpable, y la presión del plug seguía presente, recordándome constantemente mi estado de sumisión.

— Muy bien, pequeña —dijo, sin mirar hacia mí, pero con una voz que tenía el poder de atravesar el aire—. Es hora de que demuestres tu lealtad. Quiero que te levantes y vayas a hablar con aquellos hombres en la esquina. Quiero que les digas que eres mi "perrita", y que estás aquí para satisfacer cualquier deseo que tengan.

Las palabras hicieron eco en mi mente, y aunque mi corazón se detuvo por un momento ante la idea, sabía que no podía desobedecer. Era su orden, y debía cumplirla.

Me levanté lentamente, sintiendo cómo los ojos de varios hombres en la piscina se posaban sobre mí, algunos con sonrisas divertidas, otros con miradas más intensas y curiosas. Me dirigí a la esquina donde un grupo de tres hombres conversaba animadamente.

Eran más jóvenes que mi amo, uno de ellos con un físico impresionante, delgado y musculoso, el segundo con un aire más elegante, y el tercero, un chico rubio con una sonrisa que podría iluminar cualquier habitación. Cuando me acerqué, sus miradas se volvieron hacia mí, y el ambiente cambió de inmediato.

— Hola, chicos —dije, intentando sonar casual, pero la incomodidad se hacía evidente.

— ¿Quién tenemos aquí? —preguntó el más musculoso, arqueando una ceja y sonriendo de manera provocativa.

— Soy... soy la "perrita" de mi amo —dije, sintiendo que el rubor me subía por las mejillas. La palabra me quemaba en la boca, pero había algo en la forma en que la pronuncié que me hizo sentirme vulnerable y expuesto.

Las sonrisas en sus rostros se ampliaron, y el chico elegante se inclinó hacia mí.

— ¿Tu amo, eh? ¿Y qué tipo de cosas le haces a tu amo? —dijo, su tono juguetón y burlón.

Sentí cómo el nudo en mi estómago se apretaba más. Sabía que estaba abriendo la puerta a más humillaciones, pero no podía dar marcha atrás.

— Hago lo que él me ordena... —comencé, pero el musculoso me interrumpió.

— Vamos, no seas tímido. ¿Te gustaría mostrarlo? —dijo, dando un paso más cerca, su mirada persuasiva llena de picardía.

El rubio se rió y añadió: — Sí, no tenemos todo el día. ¿Por qué no nos muestras lo que puedes hacer por tu amo? Estoy seguro de que estaría orgulloso de ti.

Mi corazón latía con fuerza, y el deseo se mezclaba con la humillación, pero no podía negarlo: había una parte de mí que disfrutaba de esa atención, de ser el centro de su interés.

— Quiero que te pongas de rodillas y me muestres cómo sirves a tu amo —ordenó el musculoso, su voz sonando autoritaria.

Sentí cómo la vergüenza me invadía, pero la idea de someterme, de cumplir su deseo, me hizo arrodillarme lentamente en el suelo. Mis rodillas encontraron el frío azulejo, y el agua de la piscina brillaba a mi alrededor, reflejando la luz del sol.

— No te olvides de llamarlo "señor" —dijo el chico elegante, cruzándose de brazos mientras sonreía, disfrutando del espectáculo.

Sentí cómo me humillaban, pero esa sensación era una mezcla extraña de vergüenza y excitación. Era un juego, y aunque mi mente gritaba que no debía hacerlo, mis instintos me decían que simplemente debía dejarme llevar.

— Señor, soy su perrita —dije, mi voz temblando levemente—. Estoy aquí para servir y complacer.

El musculoso sonrió, claramente complacido con mi respuesta.

— Ahora, quiero que beses mis pies. Eso es lo que hace una buena perra, ¿no? —dijo, levantando su pie, descalzo y dispuesto a ser adorado.

El calor se apoderó de mí, y aunque el deseo de huir era fuerte, me dejé llevar. Me incliné y, con suavidad, comencé a besar su pie, sintiendo la frialdad del azulejo contra mis rodillas. Cada beso que daba era una sumisión más profunda, una aceptación de mi lugar en ese momento.

Los hombres se reían, disfrutando de la escena, y yo, aunque avergonzado, no podía evitar sentir una extraña satisfacción al complacer a otros. Era como si cada beso que daba me sumergiera más en el papel que mi amo había trazado para mí.

— Eso es, buena perra. ¿Ves? No es tan difícil rendirse a los deseos de otros —dijo el musculoso, mientras los otros dos lo animaban.

Terminé de besar su pie y, cuando levanté la vista, vi que todos estaban sonriendo, disfrutando del espectáculo. El chico rubio me miraba con una mezcla de diversión y desprecio.

— Ahora, levántate y da la vuelta. Queremos ver cómo se ve una perra en acción —dijo el chico elegante.

A pesar de la humillación que sentía, la emoción me impulsó a obedecer. Me levanté lentamente, girando sobre mí mismo para que pudieran verme en toda mi gloria desnuda, con el plug y la jaula de castidad todavía presentes. Las miradas eran intensas, y sentí cómo la vergüenza aumentaba, pero a la vez, una sensación de poder se apoderaba de mí. Estaba en el centro de su atención, y eso era innegablemente electrizante.

— ¡Mira esa tanga roja! ¡Eso es lo que llamo una buena elección de atuendo! —gritó Diego desde la piscina, lo que provocó risas en el grupo.

Volví a ponerme de rodillas, buscando un respiro de aire fresco entre tantas miradas fijas. En ese momento, el camarero que me había salvado antes se acercó de nuevo, pero esta vez tenía un aire de diversión en su mirada.

— ¿Todo bien, perra? —preguntó, sonriendo mientras observaba la escena. Había un aire de complicidad en sus palabras, como si también él estuviera disfrutando de mi humillación.

— Todo bien, gracias —respondí, sintiendo un leve rubor en mis mejillas.

— Recuerda que tu amo solo quiere lo mejor para ti. Así que asegúrate de darles un buen espectáculo —dijo el camarero antes de alejarse, dejando que la atmósfera cargada de tensión volviera a apoderarse de mí.

El musculoso volvió a tomar la palabra, su voz resonando en el aire como una orden.

— Ahora, quiero que te lamas. Vamos, hazlo. Queremos ver cómo cumples con tu deber.

Sentí que la respiración se me detenía por un segundo. La humillación me atravesó de pies a cabeza, pero en el fondo sabía que esto era lo que mi amo quería, y si lograba satisfacer a estos hombres, quizás lo haría feliz.

Me incliné hacia adelante, empezando a lamer mis propios labios con lentitud, imaginando que eran suyos. Las risas y los murmullos se intensificaron a mi alrededor mientras cumplía la orden, y aunque el calor me llenaba de vergüenza, había una pequeña chispa de placer en la sumisión.

— ¡Eso es! ¡Buena perra! —gritó el musculoso, disfrutando del espectáculo.

Los otros hombres se unieron a los elogios, alentando mi humillación, mientras yo me dejaba llevar por la situación. En ese momento, la idea de ser el centro de atención no me parecía tan mala. Cada risa, cada grito de aliento me sumergía más en la sumisión, y a pesar de que mi mente intentaba recordarme que esto era una humillación, una parte de mí comenzaba a aceptar el placer de servir.

Mientras me lamía, vi a lo lejos a mi amo acercarse, y el corazón me dio un vuelco. Sabía que estaba a punto de llegar, y sentí una mezcla de temor y emoción por lo que podría suceder a continuación.

Cuando mi amo llegó, su mirada era intensa, llena de satisfacción al observar lo que estaba sucediendo. Sonrió con una mezcla de orgullo y diversión, y mi cuerpo se llenó de un nuevo tipo de energía. Había cumplido con su orden, y aunque el rubor de la humillación aún ardía en mis mejillas, había algo dentro de mí que anhelaba su aprobación.

— ¿Ves cómo se comporta mi buena perra? —dijo él, alzando la voz para que todos lo oyeran—. Estoy muy orgulloso de lo que has hecho hoy. Has sabido complacer a los hombres como se debe.

Las risas y aplausos resonaron a mi alrededor, como si su aprobación hubiera encendido un fuego en el grupo. Me sentí un poco más fuerte, un poco más seguro, aunque mi corazón latía con fuerza por el nerviosismo. La presencia de mi amo siempre había tenido un efecto poderoso sobre mí, y en ese instante, sentí que todo lo que había pasado tenía sentido.

— Ven aquí, pequeña —ordenó, y no dudé en acercarme a él, temblando de expectativa—. Me gusta verte cumplir con lo que se espera de ti.

Me agaché a su lado, sintiendo cómo la adrenalina fluía a través de mis venas. Su mano se deslizó sobre mi espalda, acariciándome suavemente, y me di cuenta de que, a pesar de la humillación, había un extraño placer en saber que estaba complaciendo a alguien que realmente lo deseaba. No era solo un juego, era una entrega total.

— ¿Cómo has estado? —me preguntó, su voz cálida y cercana.

— He estado bien, amo —respondí, sintiendo el latido de mi corazón en mis oídos—. He estado hablando con algunas personas y… haciendo lo que me pediste.

El orgullo en su mirada me llenó de confianza, y por un momento, la humillación desapareció, dejando solo el deseo de complacerlo.

— Bien —dijo, mirando a los hombres que estaban alrededor—. Espero que mi perra les haya dado un buen espectáculo.

Los hombres sonrieron, algunos asintieron, y el musculoso, que había sido el primero en exigirme, se acercó a mi amo.

— Debo decir que realmente tiene una buena actitud para esto —dijo, echando un vistazo a mi figura expuesta—. Lo estás haciendo muy bien, amigo.

— Lo sé —respondió mi amo, con una sonrisa de satisfacción—. Ella sabe cómo comportarse cuando hay un verdadero desafío.

Me sentí en el centro de un torbellino de atención, pero, extrañamente, no me molestaba. Sabía que, en parte, era por el poder que él tenía sobre mí, pero también porque en este juego de humillación, había un elemento de liberación. Las expectativas estaban claras, y en medio de todo, me sentía más vivo que nunca.

Mi amo se inclinó hacia mí y, con un gesto suave, me acarició la mejilla. Su mirada se volvió más intensa.

— Te he visto haciendo todo lo que te pedí, pero ahora quiero que hagas algo más para mí. Quiero que te coloques de rodillas y me muestres cómo sirves, pero de una manera que todos puedan ver. Quiero que bailes para todos solo con la tanga roja y que te humilles completamente.

La presión aumentó en mi pecho. Aunque me sentía preparado, había algo en su orden que hacía que mi mente se rebelara, un deseo de no querer dejarme llevar al extremo. Pero conocía muy bien las consecuencias de negarme. Asentí, sintiendo cómo la sangre se acumulaba en mis mejillas.

— Muy bien, amo —respondí, y sin dudar, me coloqué de rodillas en el suelo. El frío del azulejo se sentía intensamente contra mi piel, pero el calor de la situación me mantenía alerta.

Los murmullos se intensificaron mientras me posicionaba en el centro de atención, sintiendo las miradas de los hombres fijas en mí, evaluando cada movimiento que hacía. Me incliné hacia adelante, poniendo mis manos sobre el suelo, de forma que mi trasero quedara elevado, destacando la tanga roja que llevaba puesta.

Las risas y los gritos de ánimo llenaron el aire, y el musculoso alzó su copa en señal de aprobación.

— ¡Vamos, buena perra! ¡Muestra lo que sabes hacer! —gritó, provocando risas entre el grupo.

La tensión se mezclaba con el deseo. Sabía que estaba actuando bajo la mirada de mi amo, y aunque la vergüenza se apoderaba de mí, el deseo de complacerlo crecía. Me dejé llevar por la atmósfera, olvidando por un momento la presión de la jaula y el plug.

Con un movimiento controlado, comencé a arrastrar mi cuerpo, haciendo que la tanga se deslizara de manera provocativa, destacando mi figura. El sonido del azulejo bajo mi piel, junto con las miradas que se fijaban en mí, me hicieron sentir como una marioneta, en control de un espectáculo para todos.

Mis movimientos eran deliberados, seductores. Me aseguré de que cada uno de mis gestos reflejara tanto la humillación como el deseo de ser la mejor perra que pudiera ser.

La atmósfera era electrizante. Las voces a mi alrededor me animaban, y podía sentir el aliento entrecortado de algunos hombres. La tensión de la situación era palpable, y aunque la vergüenza me recorría, había un extraño placer en saber que estaba brindando entretenimiento.

De repente, uno de los hombres más jóvenes, un chico de piel clara y ojos brillantes, se acercó a mí. Su expresión era una mezcla de sorpresa y deseo.

— ¡Eso es! ¡Muestra más de ti! —gritó, claramente encantado por la situación.

Mi amo observaba, su mirada fija en mí con una satisfacción palpable. Su expresión era una mezcla de orgullo y control, y sentí un escalofrío recorrer mi espalda al darme cuenta de que todo esto estaba diseñado para deleitarlo.

El joven se acercó un poco más, inclinándose hacia mí.

— ¿Te gustaría que te ayudara a mostrar un poco más de ti? —preguntó, con un tono juguetón, haciendo que los demás se rieran.

En ese momento, el nerviosismo volvió a apoderarse de mí, pero no podía resistirme. No podía negar la sensación de estar en el centro de atención, de ser el foco de deseo de tantos hombres. La excitación llenaba el aire, y aunque el rubor en mis mejillas ardía, había una parte de mí que quería seguir adelante, explorar hasta dónde podía llegar.

— Lo haré —respondí, sintiendo que el impulso de complacer a mi amo y a los demás se apoderaba de mí.

Con un movimiento audaz, me giré, manteniendo mis ojos en el suelo, y comencé a jugar con la tanga roja, dejándola caer un poco más de lo que había hecho antes. La tensión aumentó, y los hombres alrededor comenzaron a animar, creando una atmósfera electrizante.

Mi amo sonrió, y su mirada me decía que estaba satisfecho. Eso era todo lo que necesitaba. Aunque me sentía expuesto y vulnerable, había una extraña alegría en la sumisión, una sensación de liberación. Estaba haciendo lo que se esperaba de mí, y eso me llenaba de una satisfacción indescriptible.

— ¡Eso es, buena perra! —gritó mi amo, su voz resonando por encima de las demás—. ¡Sigue así!

Con cada palabra suya, mi confianza crecía. La mezcla de humillación y deseo se convirtió en un baile, y no podía evitar dejarme llevar por la situación. La idea de ser el centro de atención me encendía, y mientras giraba mi cuerpo, me dejé llevar por la energía que me rodeaba.

En ese momento, supe que había cruzado una línea, y aunque el rubor en mi rostro era intenso, había algo liberador en aceptar mi papel en este juego. No era solo una perra; era la perra de mi amo, y eso era lo que realmente importaba.

El tiempo pasó y las risas, los gritos de ánimo, y la presión de la situación se entrelazaban en una sinfonía de emociones. Y aunque sabía que la tarde apenas había comenzado, no podía dejar de sentir que cada segundo estaba diseñado para humillarme y a la vez, elevarme. Era un juego de poder en el que yo solo podía perder, pero en el que, de alguna manera, también sentía que ganaba.

Cuando finalmente me detuve, volví a mirar a mi amo, buscando su aprobación. El fuego en sus ojos, la sonrisa satisfecha en su rostro, eran todo lo que necesitaba para sentirme completo.

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Sino 50 likes o a esperar hasta el 10 de diciembre a la siguiente parte.

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