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"Hazme tu Perra", Capítulo 1.

Escrito por: EspososSumisos

El bar parecía un buen lugar donde pasar el rato. Ulysses se encontraba al acecho de una nueva víctima. Buscaba exorcizarse de algunos deseos que habían despertado en él en las pasadas semanas. Aun recordaba el sabor de aquella verga y la sensación de tenerla metida en su estrecho y virginal culo. Y le gustaba, más de lo que podía admitir realmente. Y se negaba a ello, queriendo demostrarse a sí mismo lo mucho que le gustaba follarse a chicas y chicos por igual, pero siempre él en el rol de quien penetra.

Preston había resultado muy astuto. En la desesperada necesidad de dinero, le había convencido primero de chuparla y después de entregar el culo. Y lo cierto es que el irlandés tampoco podía sacarse al italiano de su cabeza ahora. Lo cierto es que le quería de proyecto personal, uno que era divertido simplemente por el hecho de querer probar un punto a través de él. Iba a volverlo una puta, y lo haría por el gusto de destruir a aquel chico activo, machito y machista, y entregarlo al mundo vuelto un maricón total.

Por eso, le observaba desde lejos, mientras intentaba sin éxito conquistar a alguien en la barra. Su actitud era tan irreverente que muchas veces era repulsiva. Eso le jugaba a favor, a Preston. Salvo que alguien quisiera follárselo por su atractivo, difícil que llegara con alguien a casa aquella noche.

Dejó que pasaran las horas y también las copas, y cuando le vio demasiado ebrio como para poder sostenerse bien, se acercó a él, con la invitación de una nueva cerveza.

Palmeó su hombro y notó la mirada temerosa del otro. —¿Pero cómo estás, colega? —habló con total naturalidad, Ulysses creyendo ilusamente que iba a tratarle como a un igual. Error absoluto, aquella solo era una falsa actitud con la que justificar su acercamiento y bajar las defensas.

Le invitó la cerveza y tomó a la par suya, dejando que se terminara de emborrachar cuando él estaba apenas un poco alegre. Una ventaja que explotar si iba a encargarse de destruir al otro.

Colocó una mano sobre su muslo sin mucho cuidado cuando ya se había acabado su cerveza y apretó como si aquello fuera de su propiedad. Ulysses se sintió ligeramente incómodo, aunque lo cierto es que el tacto fuerte del otro también supo sentirse bien. En especial cuando estaba bastante ebrio. —¿Por qué no te doy un aventón como la otra noche? —sugirió de pronto, dejando en claro sus intenciones. —¿Seguro que no es problema? —buscó desviar la atención el menor, a lo que Preston simplemente negó con la cabeza, despreocupado. Lo que quería era tenerle en su camioneta. No iba a haber problema alguno en ello.

Ligeramente temeroso y ligeramente excitado, Ulysses accedió y tras dejar que se hiciera cargo de sus tragos, le acompañó hasta la camioneta una vez más. Una vez subieron, se aseguró de trancar las puertas y encender el vehículo. —Dejemos las apariencias maricón. Vamos a mi casa y vas a dejar que te haga mío una vez más. Esta vez te pagaré solo si haces bien tu trabajo —soltó de una, cambiando el tono juguetón de adentro y yéndose rápidamente a apretar la entrepierna ajena para desesperarle.

Ulysses gimió, entre bufidos, e intentó apartar la mano ajena por mucho que se abultara demasiado rápido. —No soy un maricón. Si acepté el otro día es porque no había llegado ni a comer —confesó. Su hermano había terminado por correrle de casa por adicto y el departamento de un amigo solo era un techo bajo su cabeza. Uno que no perdía solo porque el otro seguía pagando las cuentas a la distancia. Lástima que de agua potable y renta paga no se vive. —¿Tienes algo que comer hoy? —inquirió de pronto el otro, pero su mirada ebria dejaba en claro la respuesta.

No tenía nada en el refrigerador y su estómago rugía. El alcohol había sido pago gracias a Preston y al barman al que le había coqueteado un poco, después de todo.

—La verdad no. Pero no soy un maricón —aceptó a regañadientes, reafirmándose en una hombría que no necesitaba. Y si se quejaba era porque le daba un poco de miedo la idea de acabar tomándole el gusto a aquello. —Pues te daré de comer entonces. Primero me la chupas y luego veo qué tengo en casa, ¿sí? —insistió y el menor solo pudo asentir, con los ojos húmedos.

No tardaron demasiado en llegar a su casa y Preston fue rápido en asegurar la puerta para que no huyera. Se tumbó en el sofá, con los brazos tras la cabeza y las piernas ligeramente abiertas, esperando que hiciera su trabajo. —De rodillas y te la comes. Anda, que tienes hambre —aprovechó a burlarse, claramente excitado con el sufrimiento ajeno.

La penumbra de la sala, apenas alumbrada por la luz encendida de la cocina hacía del espacio lo suficientemente oscuro como para que Ulysses se sintiera tan puta como el otro quería hacerle sentir.

Con el estómago entre rugiendo de hambre y revuelto del alcohol, se puso de rodillas torpemente y se llevó la verga a la boca, liberándola él mismo con sus manos en una desesperación que hablaba más de sus ganas de comer que de sus ganas de chuparla.

El miembro parecía más apestoso que la vez anterior, casi como si el mayor a propósito lo hubiera dejado oloroso para él. Casi como si estuviera todo planificado.

Y justamente lo estaba.

Había pasado varios días usando la misma ropa interior que se había puesto esa noche exclusivamente para Ulysses. La mezcla de la peste a sudor de bolas, restos de orina y una mezcla de semen y presemen hacían de aquella polla un verdadero manjar de maricón. El italiano sentía que vomitaría del asco, pero hacía su mejor esfuerzo, denotando que de mamadas sabía poco y nada pero que estaba dispuesto a aprender, pues había mejorado un poco desde la vez anterior. Quizá las bofetadas que Preston le había dado al usar sus dientes le habían enseñado algo.

Una luz potente e intermitente cegó sus ojos unos instantes y no supo bien qué había ocurrido, aunque el mayor no tardó en dejarlo en claro. —Saliste bien en la foto y todo. Me la guardaré para agendarte con ella —se burló y en el instante en que notó que el otro iba a alzar la cabeza, bajó la mano para sujetarle de la nuca y forzarle a tragarla entera. —No, no la borraré. Vas a seguir comiéndola y vas a dejar que guarde tu número de móvil con la foto que prueba lo marica que eres —habló violento a la vez que le asfixiaba con su glande atravesado en la garganta.

Ulysses buscaba aire y no lo encontraba hasta que finalmente lo soltó, dejándole toser y respirar.

—No puedes hacer eso. No puedes… —. Una bofetada le calló en seco. ¿No podía qué? Era un macho, claro que podía hacer lo que quería. Preston lo tenía más que claro, e iba siendo hora que la puta italiana lo entendiera también. —Puedo hacer lo que se me dé la gana. Puedo violarte y no darte ni un pedazo de pan duro, tirarte de vuelta a la calle muerto de hambre o hasta darte de las croquetas de mi gato. En cambio, te estoy ofreciendo un plato de comida caliente a cambio de que me complazcas. ¿Tan difícil de entender? —demandó, y le volvió a forzar su verga en la boquita.

Podría no querer aceptarlo, pero Ulysses debía reconocer que estaba perdiendo aquella batalla. Al menos esa noche. Y si su ego era tan grande que no podía ir a un puto comedor y pedir por comida, quizá no debía ser tan grande como para chupar una verga y dejar que aquel macho se masturbara con sus fotos. Tampoco es como que Preston conociera a alguien de su vida para jodérselo.

Tampoco es como que quedara mucha gente en su vida que lo quisiera cerca.

Siguió tragándose aquel miembro, ahora en los brusco movimientos con los que Preston le forzaba a chuparla, básicamente dejando que el mayor se masturbara con su boquita como si fuera aquel viejo fleshlight que solía tener. Ese que también había acabado vendiendo como la mayor parte de sus pertenencias para poder comprar porquerías que meterse y comer algo en sus momentos de mayor lucidez.

No era más que eso, un agujero con el cual satisfacerse. ¿Acaso no era ese maricón que el otro decía? Si hasta chuparla era lo que menos le disgustaba de la situación y el sabor ya no era tan repugnante…

El irlandés continuó unos minutos más en el mismo jugueteo, hasta acabar corriéndose sin previo aviso en la garganta del otro. A diferencia de la última vez que se había corrido usando condón y mientras se cogía a Ulysses por el culo, el semen en su boquita no solo le tomó por sorpresa, sino que fue algo que nunca había probado antes. Acabó levantándose sin permiso alguno, completamente mareado y vomitó sobre el piso de la cocina.

Una nalgada fuerte le hizo pegar un brinco y fue cuando sintió la mano de Preston sujetarle de la nuca una vez más. —¿Tan mal sabía mi leche? —se burló, siseando en su oído antes de carcajearse. —Peor sabrá tu vómito. Y sí, tendrás que lamerlo de mi suelo. Y luego limpiar, que no me haré cargo yo de eso —. Una amenaza que iba a cumplir claramente. —Por favor, no me hagas lamer el vómito del suelo, eso es asqueroso —imploró, con genuina tristeza en la voz. Con asco, con miedo. —Hubieras pensado en eso antes de vomitar. Ahora, hazlo, o no comerás nada esta noche —terminó exigiendo.

Entre lágrimas, el menor se puso a cuatro patas en el suelo, lamiendo y relamiendo las baldosas cubiertas de restos de alcohol, con claras burbujitas del semen que tan rápido como bajó su garganta acabó en el suelo. Succionó todo lo que pudo, sintiendo el escozor ácido quemarle el esófago y no acabó vomitando de nuevo simplemente porque juntó energías de algún sitio en lo más profundo de él.

Mientras tanto, Preston procedió a cumplir con lo prometido y le preparó su comida.

Quizá no sería lo que Ulysses esperaba, claro, pero al menos era un hombre de palabra.

Puso a calentar unas patatas fritas y una hamburguesa que le había quedado de su propia cena mientras el otro limpiaba, primero con su lengua y luego con el trapeador.

Una vez estuvo calientito, comenzó a masticar lo que había recalentado y a escupirlo en un tazón. Aquella masa comestible se veía desagradable, y a saber cómo sabría. Cuando todo el alimento acabó procesado de aquel modo, aprovechó el tener aun su verga fuera para orinar un poco en el tazón, remojando el “puré” en sus meados. Humeaba y todo en el frío invernal.

Había cumplido con su plato de comida caliente, ¿cierto?

—Aquí tienes —colocó el bote sobre la mesa, permiténdole sentarse a comer. No sería un privilegio que tendría siempre, pero se lo daría aquella noche. Quizá estaba siendo fuerte, pero tampoco quería pasarse. Sabía que podía espantarlo del todo, a un nivel que ni siquiera la falta de comida fuera capaz de mantenerle cerca y obediente. —¿Esto es algún tipo de broma? —se quejó, aunque el aroma que llegaba a su nariz no era del todo desagradable.

Hasta la orina humeante se sentía relativamente apetitosa cuando su estómago imploraba por comida. —Agradece que te doy algo, ¿no? Si no te gusta, ahí tienes la puerta, puedes ir a la calle a probar suerte —le devolvió la mirada desafiante, buscando tentar qué tanto podía seguir jugando el otro a ser machito. Algo le decía que le duraría poco aquello. El estómago gruñendo lo dejó en claro. —Eso pensaba —insistió con una sonrisa, pasándole una cuchara.

Ulysses comenzó a dar bocado y lo cierto es que cucharada a cucharada aquello sabía menos malo. El hambre era clara, pues comía rápido y con desesperación. Se notaba que estaba pasando por un momento terrible y Preston solo podía regocijarse en saber que tenía ese poder sobre el otro. Que podía explotar esa debilidad.

Que iba a hacerlo.

—Buen chico, así me gustan mis maricones, obedientes —susurró a su oído una vez más, provocándole. —Esta noche puedes dormir aquí, seguro la pasas mejor en mi cama, calentito y acompañado —sugirió y lo cierto es que a Ulysses le pareció una buena idea y todo. De pronto hasta parecía considerado el mayor, después de tanto rechazo y tanto maltrato en su vida. Quizá no era lo peor que podía pasarle.

Asintió, aun comiendo desesperado. No podía ni hablar hasta que acabara el plato y lo dejara limpio con su lengua. —Lava el plato luego, te esperaré en la cama —advirtió retirándose y Ulysses hizo lo propio cuando terminó de comer. Cuando llegó a la cama, no le sorprendió encontrar al otro solamente en boxers y una camiseta, y para ser honesto, hasta le vio un atractivo innegable.

—Gracias por todo —terminó por decir, genuino. En alguna forma retorcida, entendía que el otro solo estaba siendo bueno con él. Eran sus modos, quizá se acostumbraría. —Perdona si soy un poco insoportable a veces. Nunca nadie me cuidó de verdad —.

Preston al menos podía reconocer que se veía en el otro. Claro que él nunca dejaría que le trataran como una puta, pero sabía bien cómo explotar eso.

Acabarían durmiendo abrazados, calor mutuo para aquella noche fría. Ulysses se llevaría una sorpresa sin embargo a la mañana siguiente, justo al despertar, cuando sintiera su entrepierna curiosamente abultada y apretada. Un aparato de castidad aprisionaba su polla y marcaba sus huevos pesados. El próximo paso estaba dado.

"Hazme tu Perra", Capítulo 1.

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