En unos pocos meses me había habituado a mi nueva situación: mis días transcurrían recluído en esas cuatro paredes, en la pequeña oficina y, las tardes, en el despacho de mi jefe, siendo su putita para todo lo que ordenase.
No tenía idea de cómo salir de esa situación: por un lado me aterraba perder el puesto de trabajo, aunque ganaba muy poco y hacía muchas horas, pero en parte me tenía que servir para obtener experiencia laboral.
Por otra parte, a veces sentía asco de mí mismo por hacer todo lo que estaba haciendo en esas interminables tardes... Aunque en algunos momentos de excitación, un deseo morboso me hacía sentir atracción hacia todo eso que tanto me humillaba.
Lo que sucedía es que mi jefe era insaciable: siempre estaba buscando nuevas formas para obtener placer y, como yo era su juguete, estaba a expensas de qué inventara cada vez.
Cuando ya me había resignado a la rutina de ser violado por la boca cada tarde y tragar una o dos corridas, beber sus meos de la tarde o, si era lunes, los que hubiera reciclado en botella... Pues resulta que ahora le apetecía travestirme y me traía ropa íntima, tal vez de su mujer y me obligaba a vestir así en su despacho mientras me tenía lamiéndole los pies, por ejemplo, o pegando cartas debajo de su mesa.
Toda humillación le parecía poca y disfrutaba de verme así, se reía mucho cuando yo aparecía semidesnudo, vistiendo medias y braguitas.
También le gustaba mucho atarme las manos a la espalda envolviéndome las muñecas con cinta adhesiva de embalar. Así gozaba al verme indefenso y me daba bofetadas bien sonoras mientras me follaba la boca y yo estaba ahí, de rodillas, tragándomelo todo.
En alguna ocasión me tuvo que encerrar en el aseo porque vino algún cliente y me he tenido que pasar una hora o más ahí encerrado, vestido como una zorra y suplicando que al cliente no le entren ganas de ir al baño.
Yo no podía más con todo eso, pero mi jefe era insaciable: a veces me follaba la boca justo después de llegar de comer, sin esperar a que pudiera venir la chica que estaba de tarde. Pero, como ésa ni miraba ni preguntaba: hacía su trabajo y se comunicaba con el jefe por teléfono, pues nada. Yo a tragar lefa después de haberme lavado los dientes hacía dos minutos...
En otra ocasión, me estaba follando la garganta mientras yo estaba de rodillas y "esposado" con la cinta adhesiva y me susurraba con su voz grave: "venga, venga, que me estoy cagando, dios, a ver si me corro ya..." Era así de basto, y en ésas que me empujó hacia dentro del baño y ahí mismo se sentó a cagar sin permitirme que sacara su pollón de mi boca.
Tuve que seguir recibiendo polla hasta que se corrió, teniendo que respirar ese hedor inmundo y escuchar sus pedos mientras cagaba a base de bien, como solía hacer después de venir de comer. Cuando se corrió, debió sentir un placer morboso al verme ahí de rodillas, frente a la taza del water, de modo que no me dejó separame de ella.
Él se puso de pie y, sin tirar de la cadena, se dio la vuelta y dijo: "adelante, puta, huele la mierda de tu dios." Y me empujó con el pie sobre el cuello, metiendo mi cabeza dentro de la taza.
Nunca había estado tan cerca de una cagada. Ahí sus mojones enormes y las paredes del water todas sucias y yo de rodillas, esposado y forzado a rozar casi con mi cara eso.
"Cómetelo". Sólo una palabra y sentí verdadero pánico. La situación se me había ido de las manos. Intenté levantarme, pero me dio una hostia tan fuerte que caí al suelo junto al water.
Empecé a llorar y suplicar que por favor me dejara salir de allí, pero me dio otra hostia y me dijo: "cómetelo todo, puta, no me hagas enfadar."
Y así, entre lágrimas y sollozos, esposado e indefenso, comencé a lamer las paredes del water y a comer los excrementos que habían allí.
Estuve casi cuatro horas dentro, pues mi jefe no permitió que me moviera hasta que todo lo que había dentro de la taza acabara dentro de mi estómago.
"Buen chico, ya sabes lo que vas a tener que hacer a partir de ahora si quieres conservar tu trabajo."
Mi Jefe III
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