Estaba terminando de colocarme las medias cuando el Amo entró por la puerta. Yo llevaba un vestido cortito de manga corta, tanga, medias y tacones. Sabía que él me lo había prohibido pero la tentación de ver la ropa sobre la cama mientras yo estaba desnudo había sido demasiado grande.

-¿Qué haces así vestida, puta?
-Amo, yo...
-Ponte de rodillas, zorra.

Obedecí. Me puse de rodillas mirando al suelo.

-Si quieres que te trate como una perra así lo haré. Eres una maricona que no se merece la consideración de un esclavo.

Me cogió de la oreja y tiró hasta levantarme. Entonces se sentó en la cama, me puso sobre sus rodillas y levantó mi falda.

-¿Llevas tanga? Eres más zorra de lo que pensaba.

Cogió la zapatilla y comenzó a azotarme el trasero. Cada azote picaba pero yo sabía que me lo merecía.

-Ponte a cuatro patas en el suelo y agarra la pata de la cama, zorra.
-Sí Amo.

Me colocó unas esposas mientras yo permanecía con el culo en pompa. No podía moverme, las esposas me sujetaban a la cama.

-Ahora vas a aprender...

Puso una silla encima mio. Las patas no me presionaban, estaban dos a cada lado de mi cuerpo. Se sentó en ella, pasando también un pie a cada lado, y siguió azotando mi culo con la zapatilla.

-Quiero estar seguro de que te cansas tú antes que yo, golfa.
-Sí Amo.

Hacía rato que me ardía el culo cuando el Amo decidió parar. Cogió entonces uno de mis pies y se lo acercó. Me quitó el zapato y empezó a pasar el dedo índice por la planta del pie. Lo que comenzó como un agradable cosquilleo pronto empezó a obligarme a estirar y encoger los dedos de los pies. Cuando me notó lo suficientemente sensibilizado, sujetó fuerte mi pierna entre las suyas, apretó mi tobillo con la mano izquierda y empezó a rascar con fuerza con la derecha. Atrapado por las esposas y la silla puesta sobre mí, sólo podía reir y golpear el suelo con desesperación con mi pierna libre. Le supliqué que parara. Le rogué que me dejara. No sirvió de nada. Continuó haciendo cosquillas durante varios minutos.

-¿Vas a volver a vestirte de zorrita?
-No... no... lo prometo, Amo...
-¿Estás segura?
-Sí, Amo...

Se levantó, quitó la silla y abrió las esposas. Me cogió de la oreja y me llevó hasta un rincón de la habitación. Me dejó allí de rodillas de cara a la pared. Cogió dos pesados libros de la estantería y me ordenó sujetarlos con los brazos en cruz.

-Son muy valiosos, zorra. Valen mucho más que tú. Como se te caigan te voy a hacer un culo nuevo.

Dolorido todavía por la azotaina con la zapatilla, me propuse aguantar los libros tanto tiempo como fuera necesario. Fue imposible. Pronto cayó el del brazo izquierdo.

-Eso son 100 azotes.-dijo el Amo.-Levanta el libro que te queda con los dos brazos, sujetandolo sobre tu cabeza tan alto como pu...