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La tortura de Jorge (II)

Escrito por: pcnso5

Ahí va la segunda parte. ya me diréis qué momento os gusta más, cuál os hace "reventar"

El interrogatorio de Jorge continuaba. Las marcas de los brutales azotes infligidos por el terrible látigo se extendían por espalda, pecho, abdomen y costados, que se hallaban en carne viva. Mientras, los testículos estaban hinchados y amoratados como consecuencia de los certeros rodillazos de los verdugos, golpes que le habían provocado un dolor que nacía en su entrepierna y recorría su cuerpo hacia arriba hasta generar violentos vómitos.

Ahora, había sido atado a un caballete en forma de ángulo de tal forma que todo su cuerpo estaba tenso, para aumentar el dolor, y sus nalgas abiertamente expuestas a lo que en su momento pensó que eran cañas de bambú. En realidad, eran varas de ratán, un vegetal utilizado para los castigos judiciales en varios países de Asia que provoca un dolor terrible y que ya caía de manera metódica sobre las feas nalgas de la víctima, cuyo vello había empezado a infectar las heridas.

Mientras unos de los jóvenes se empleaba a fondo en la paliza, el otro, agotado y sudoroso tras haber flagelado con intensidad al pobre Jorge, decidió ducharse. A través de las cortinas de la ducha, instalada en una esquina de la amplia sala del tormento, se podía intuir claramente que el muchacho se estaba masturbando con fruición. En pocos minutos, le sobrevino una abundante pero desgraciadamente poco duradera eyaculación. Sus gemidos de placer quedaron amortiguados por los gritos de dolor de Jorge, que llegaban acompañados del sisear de la vara al cortar el aire, el golpe contra las posaderas y el casi inmediato aullido.

El joven salió de la ducha completamente desnudo y se secó con una toalla que colgaba de unas abrazaderas utilizadas para amarrar a los infortunados presos, pues la ducha también se utilizaba como elemento para provocar sufrimiento. Mientras se dirigía a un armario para coger un calzoncillo limpio (el anterior aguardaba un posterior lavado en el cesto de la ropa sucia junto con las vestimentas de Jorge), su compañero le advirtió:

-Ten cuidado, tío, como te pillen lo vas a pasar muy mal.

En el centro de detención e interrogatorio, los guardias, casi todos muy jóvenes, tenían completamente prohibido masturbarse y la violación de esta norma se penaba con muy dolorosos castigos y con castidad forzada pero, claro, nada comparado con lo que sufrían los que, como Jorge, se empeñaban en no hablar.

-Ya, pero es que mi novia lleva una temporada en plan estrecho y estoy que reviento.

-Puf, como la mía, y supongo que como la de este, ¿verdad?, dijo señalando a Jorge, cuyo culo se había convertido en una masa sanguinolenta y amorfa.

Todavía le azotaron un poco más pero, visto que no hablaba salvo para invocar la presencia del hombre del pelo blanco, que creía le podría ayudar, le desataron del caballete y le arrastraron literalmente hasta el extremo de la sala en el que se encontraba la bañera llena hasta el borde de agua turbia. Jorge, desnudo, fue tumbado boca arriba sobre la plataforma de madera, cuyo roce sobre las laceraciones le arrancó nuevos gemidos.

Los verdugos le ataron los brazos al reverso de la tabla y los pies a la parte inferior de la misma. Posteriormente, le rodearon el pecho con una correa y le inmovilizaron la cabeza, tras lo que soltaron los anclajes que impedían que la tabla basculase. Ya sólo faltaba que uno de los jóvenes, con cuyo cuerpo sujetaba la plataforma, se apartase para que la cabeza y el tronco de Jorge se sumergieran en la bañera por un tiempo indefinido.

Cuando éste se dio cuenta de lo que le esperaba, empezó a balbucear nombres, direcciones, números de teléfono. Primero, de manera inconexa; después, con más orden. Los jóvenes verdugos, semidesnudos, se miraron con expresión de triunfo y uno de ellos se dirigió al escritorio de la sala.

La tortura de Jorge (II)

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