Placenteras Palizas

Tengo 46 años y desde niño sentí un gran placer por las palizas. Haciendo un poco de historia sobre el origen de mis inclinaciones debo decir que nunca fui un niño malcriado, cuando cometía una falta que merecía ser corregida, allí estaba mi madre con la zapatilla o el cinto, lista para zurrarme, como Dios manda: "Escatima la vara y malcriarás al niño".
Pero creo que mi sadomasoquismo se acentuó en mis clases de esgrima. Tenía un profesor tirado a la antigua, que de psicología de Piaget no entendía nada y el único método que conocía era azotar una vara de mimbre. Cada falta, era sancionada con cinco golpes en las nalgas, que casi siempre eran acumulativos y se daban al final de la clase. Nadie se iba sin recibir por lo menos 15 azotes. Por supuesto que las consecuencias del castigo eran no poderse sentar con comodidad durante unos días, ya que nuestras posaderas quedaban ardiendo y rojas como un tomate.
A partir de esas clases mi curiosidad por los castigos corporales fueron en aumento. Gozaba cuando mis compañeras me contaban con lujo de detalles como las zurraban sus padres y siempre quería que me tengan al tanto de los últimos acontecimientos. También había encontrado como fuente de placer todos aquellos relatos que hacían referencia a severas palizas , fue así que me convertí en un apasionado de "Las Aventuras de Tom Swayer", tanto del libro como de la tira de dibujados animados que pasaban por televisión. Creo que no hace falta aclarar que mis escenas predilectas eran y siguen siendo cuando el maestro azota a Tom.
No fue fácil para mí profundizar y concretar mi fantasía, porque vivo en una provincia del interior llena de prejuicios. Durante mucho tiempo me tuve que contentar leyendo los testimonios de revistas y añorando el día de poder viajar a Buenos Aires para contratar los llamados "Servicios Disciplinarios", que aparecen en los diarios. Inclusive los castigos de mi madre, a pesar de mis fechorías ex profeso, desaparecieron cuando entré en la adolescencia.
Un día, cansado de que nadie sancionará mis faltas le propuse a una de nuestras empleadas que me pusiera en mi lugar. Ella gustosa aceptó, ya que decía que estaba cansada de que no estudiara e hiciera gastar a mis padres un dineral. Recuerdo que me hizo poner en cuatro patas sobre la cama, ofreciéndole mi cola desnuda y descargó sobre ella unos 20 cintarazos.
Esta primera experiencia fue profundamente gratificante para ambos y con el tiempo la fuimos perfeccionado, en especial en el uso de instrumento que utilizaríamos para tales fines. Una sandalia de suela solía dejarme las nalgas al "rojo vivo" y eso a mí me provocaba una gran excitación, especialmente cuando observaba su trabajo maestro en el espejo. Mis indefensas nalgas también conocieron el rigor del rebenque, los cepillos de madera y de un mata mosca de plástico, que a decir verdad, resultó muy efectivo, por el fuerte dolor y ardor q...