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El ritual de las nalgadas

Escrito por: nalgadastucumanas

08-08-2017
572 palabras
En las grandes ciudades, tanto en Argentina como en el resto del mundo, hace décadas que se dejo de usar el castigo corporal como método disciplinario en los niños. Sin embargo en el interior del país y sobre todo en el norte es hasta hoy un método ampliamente difundido, que afortunadamente no quedó en desuso y del cual puedo dar testimonio. Cuando cometía una falta que merecía ser corregida, allí estaba mi madre lista para zurrarme. Está de más decir que el blanco predilecto de los azotes de mi madre eran siempre mis tiernas e indefensas nalgas. Para ella no había sábados ni domingos. Nunca tuvo pereza en azotarnos cuántas veces haga falta. Las palizas podían ser semanales como diarias, solo era cuestión de merecerlas.
Cuando la falta era lo suficientemente grave, mamá no dudaba en buscar instrumentos proporcionales para el castigo como: cinturones, paletas, varillas y fustas y hasta un alargador si era necesario. Azotarnos no constituía un mero acto en sí y desde que fui niño tanto mis hermanas como yo nos entregamos mansamente a ese ritual, porque éramos conscientes que si oponíamos resistencia nos iría peor, cobraríamos por partida doble. La ceremonia comenzaba cuando nuestra falta quedaba al descubierto. Ella por lo general estaba llegando a casa cerca de las 18 , y si yo o mis hermanas habíamos traído una mala calificación o habíamos cometido alguna travesura que merecía ser corregida, debíamos de esperarla en un rincón del living de cara contra la pared. Y pobre de nosotros si no lo hacíamos, así que media hora antes que ella arribará, sin que nadie nos dijera nada íbamos a tomar nuestro lugar. Una vez que corroboraba que estábamos en falta nos ordenaba que fuésemos al despacho que tenía papá a desnudar nuestras nalgas hasta que ella se duchará. Con los pantalones bajados y los calzoncillos por los tobillos me arrodillaba en el rincón y esperaba por mi paliza. Cuando escuchaba sus pasos sabía que mi espera estaba a punto de concluir. Pero tenía terminantemente prohibido darme vuelta hasta que mamá no me autorizara. Mamá comenzaba a regañarme con severidad por la falta y siempre terminaba diciendo: "¿Tengo que darle una zurra?. Entonces pídame una", decía ella con voz cortante y seca. Esto también formaba parte del castigo. Nosotros teníamos que pedir nuestra azotina educadamente. ¿Mamá puede azotarme por no haber sido un buen niño hoy?. "Claro que puedo. Ahora levántese e inclínese sobre el escritorio para recibir su merecido". Mientras yo me ubicaba en mi posición, mamá sacaba del cajón el instrumento cuidadosamente elegido para la ocasión., podía ser la chinela, el tan temido cinturón o un matamoscas. Y zass comenzaba la azotina que no se detenía hasta dejar nuestras nalgas ardiendo Cuando la paliza terminaba, mamá siempre se despedía con la misma frase: " Espero no tener que volver a recordarte tus obligaciones - no sabes cuanto me duele tener que hacer esto, pero...
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El ritual de las nalgadas

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