Agustín le dio una lista de cosas que debía ir a comprar a una de las tiendas improvisadas que se instalaban en las palapas de palma, le ordenó que fuera a comprarlas y le dio la maleta para que regresara con todas las cosas.
Le ordenó que fuera a la palapa más alejada, la que estaba al otro lado de la playa, Rubén obedeció inmediatamente.
Cruzar por aquella playa delante de tantos cuerpos desnudos fue mucho más duro de lo que había imaginado, había estado tantas veces en la playa, incluso vistiendo diminutos bañadores, pero desde que había subido de peso no se había quitado la ropa enfrente de nadie, ahora caminar desnudo en medio de todos esos cuerpos era un verdadero reto.
Sintió una enorme vergüenza, y aquel camino a la palapa fue una verdadera humillación. Al poco rato regresó con la mochila llena de cosas, Agustín sacó dos botellas grandes de un litro y le ordenó que las bebiera completas de un jalón. Rubén bebió la primera sin dificultad, la segunda le costó más trabajo. Pero la terminó. Agustín ocupó ese tiempo para beberse una cerveza en botella. Cuando terminó discriminadamente orinó adentro de ella hasta el borde, luego discretamente acercó su verga a la toalla de Rubén y terminó de orinar en ella. Hizo un agujero en la arena y colocó ahí la botella con miados.
-Quiero que se acabe, da sorbos pequeños para que te dure toda la tarde- le ordenó. Rubén la tomó y bebió un sorbo, estaba fuerte, salada y amarga, le costó trabajo tragarla pero finalmente lo hizo, luego miró la botella y se dio cuenta que apenas había bajado un poco del contenido.
Agustín abrió una bolsa con cacahuates salados y comió varios puños, puso algunos sobre la toalla de Rubén a la altura de su cara y Rubén los comió gustoso, luego sacó un par de chocolates que se empezaban a deshacer por el calor y los puso sobre la toalla, Rubén los comió también, manchándose el contorno de su boca de chocolate - Justo lo que quería- dijo sonriendo- déjala así, sucia. Rubén obedeció y tomó un sorbo de orines para tragar los restos de chocolate.
-Tírate boca arriba cerdo- le ordenó- y Rubén permaneció boca arriba largo rato con La Mancha de chocolate en su cara y el olor a orines de la toalla a su alrededor.
-¿Amo? ¿Puedo voltearme?- preguntó después de un rato cuando sentía que el calor ya le daba fuerte en la cara.
-Hazlo, pero primero termínate tu cerveza- Rubén bebió la mitad de la botella de un jalón y se tumbó boca abajo.
A las doce del día el sol estaba en su punto, Agustín se levantó a mojarse en el mar dejando a Rubén un rato boca abajo, Rubén volteaba a ratos a mirar a su Amo disfrutando el mar, el agua mojando su bien torneado cuerpo que se veía ya Moreno por el efecto del bronceador, su verga aunque flácida seguía siendo gruesa e imponente y se veía maravillosa cuando le escurría el agua Del Mar, y sus glúteos que se tensaban cuando saltaba las olas y se contoneaban cuando caminaba a un lado y a otro eran un verdadero deleite visual.
Después de un rato Agustín llegó empapado junto a Rubén y dándole una leve patada en el costado le ordenó que se pusiera de pie - vamos a caminar cerdito.
Lo tomó de la mano y caminaron por la orilla del mar. Las miradas regresaron, pero ahora no iban dirigidas solo a Agustín, ahora los miraban a los dos.
Rubén se preguntaba los motivos, ¿dudas?, ¿envidias?, ¿lo admiraban por tener a su lado un hombre así? Un chico realmente guapo y con un cuerpo espectacular los miró descaradamente, Agustin aprovechó la ocasión para girarse hacia Rubén y plantarle un beso. El chico que miraba tuvo que hacer un esfuerzo para contener su involuntaria erección, giró rápido y se metió al mar. La cabeza de Rubén daba vueltas miró el rostro de Agustín que gozaba lo que estaba sucediendo.
Regresaron a donde estaban sus cosas y Agustín le ordenó a Rubén que recogiera todas las cosas, la bolsa de cacahuates estaba tirada en el piso, Agustin la metió en la boca de Rubén e hizo lo mismo con la envoltura de chocolates y otras pequeñas bolsas que estaban en el suelo.
-No te las vayas a tragar cerdo cochino, es para que las tires en el basurero cuando salgamos- le dijo. Agustín se vistió afuera del auto y le dio a Rubén un pequeño short que apenas le entró. Agustín puso el GPS y se tiró a dormir. El navegador los llevó a un hostal cercano, a la orilla Del Mar.
Agustín había reservado un cuarto compartido, lo que hizo sospechar a Rubén que esa noche se iría a la cama sin cenar verga.
Era un cuarto con dos literas, ellos ocuparían una y junto había dos chicos de poco menos de treinta ya instalados mirando cada uno su celular.
Las duchas eran comunitarias y estaban llenas de hombres, no tenían paredes que dividieran las regaderas. Agustín tomó la primera y Ruben tuvo que tomar la única desocupada en medio del cuarto de baños.
Junto a él estaba un chico de veinte, con el cuerpo delgado y fibrado, junto un hombre de 30 muy musculoso y de muy buen cuerpo, al frente un rubio de cuerpo espectacular, con una verga gigante. Una nueva humillación para Rubén, que pensaba qué tal vez alguien que había sido obeso toda su vida no sentiría, pero el, acostumbrado a estar tan orgulloso de su cuerpo por cuarenta años, estar ahí rasurado de todo el cuerpo y con casi veinte kilos arriba de su peso acostumbrado, era una sensación verdaderamente intimidante.
Agustín le hacía preguntas tontas, gritándole desde su regadera hasta la suya para llamar la atención, lo llamaba “gordo” como un apodo cariñoso y le daba trato de amigos.
Cuando se estaban secando afuera de las regaderas Agustín le dijo que mirara en el espejo un regalo que le había dejado.
Rubén miró al espejo pero no encontró nada, cuando volteó a mirar la parte de atrás se dió cuenta que intencionalmente en su espalda Agustín le había dejado una parte sin bronceador y en su lugar había puesto bloqueador neutro, la zona marcaba una “C” enorme en toda su espalda. Lo obscuro de su piel bronceada contrastaba con el blanco de la “C” dibujada en su tono natural.
-Gracias Amo- le dijo Rubén realmente sorprendido por la iniciativa de su Amo.
-Una cosa más, fíjate en tu cara- le dijo Agustín- Rubén ya lo había notado pero no le había dado importancia hasta que Agustín lo resaltó, la piel de su cara era de un moreno tostado hasta donde había estado el pañuelo de su cabeza, que conservaba el pálido natural de su piel.
-No tengo que decirte que tienes prohibido usar gorra los próximos días ¿verdad?- le dijo riendo.
-Gracias Amo- respondió Rubén mirando de nuevo aquella marca bicolor en su cara y pensando que efectivamente se vería ridículo con esos dos colores en la frente.
Se tiraron a dormir un rato, despertaron hasta que era de noche, los dos sentían un hambre atroz, Agustín le ordenó que se pusiera los shorts y le dió una playera sin mangas y bajaron juntos al comedor del hostal para cenar.
EL CERDO IX
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