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UN CURSO EN Sioux High - 7 : LA FIESTA DE LAS PUTAS

Escrito por: sumisodecantabria

Las sesiones de porno no sólo eran parte del proyecto de control de niñatos establecido en Sioux High y una estupenda fuente de ingresos para la sociedad pedagógica. Servía también como entrenamiento para “La fiesta de las putas”, un gran acontecimiento que se celebraba un par de veces al mes desde la llegada de la primavera, con el que de nuevo se ponía a prueba la docilidad de los chicos internados y se trataba de sumar ingresos en las cuentas del centro.

La cuestión era que Sioux High se levantaba en el centro de una gran extensión de tierras situadas a su vez en una especie de tierra de nadie. Era uno de los estados más despoblados de la Unión, con grandes extensiones de praderas semidesérticas en las que sólo vivían cuadrillas de vaqueros, algunos agricultores y mineros en comunidades bastante aisladas o varias unidades militares que operaban y maniobraban en la zona. La proporción de mujeres era tan mínima que los hombres se pasaban el otoño y el invierno matándose a pajas y soñando con cualquier tipo de agujero que se pudiera abrir a sus rabos desenfrenados y ansiosos.

La fiesta de las putas había sido una idea que un antiguo director, David Allen, había puesto en marcha con éxito a finales de los 60, en los años de la revolución sexual y en la que incluso en aquella zona recóndita muchos prejuicios comenzaban a caer. ¿Todos aquellos hombres aislados y rudos, dedicados a trabajos corporales que les moldeaban los cuerpos y casi les obligaban a buscar desahogos para toda su energía necesitaban agujeros donde meter sus rabos? Perfecto, veinticinco muchachos por dos, boca y culo, sumaban 50 orificios disponibles para disfrute de aquellos sementales. ¿Que algunos de los sementales podrían tener algunos reparos en follarse chicos? Una nueva humillación para los internos podía salvar el problema, la feminización, o como le gustaba decir al tal Allen, la “zorrificación”. Porque eso era la fiesta, una gran reunión de trabajadores del campo y de las minas, de soldados salidos y de vaqueros solitarios con ganas de juerga en una campa que se preparaba con cuidado, con comida, bebida zonas de juegos y apuestas, competición de rodeo, un par de grupos de country…. y una exposición de jóvenes convertidos en cross dressers, vestidos de zorras, jovencitos con la mirada baja, dispuestos para cualquier cosa que los hombretones quisieran poner en práctica para conseguir su satisfacción sexual.

Fueron varios los gemidos apagados los que se escucharon en el internado cuando el director Scott explicó el significado de la fiesta a la que acudirían al día siguiente y que duraría toda una semana. Kyle y sus compañeros aprendían paso a paso a aceptar sus nuevas miserias, y si de los golpes y abusos privados, en la burbuja del internado, habían pasado a los rodajes pornográficos, ya se habían acostumbrado. Pero exponerse, vestidos como fulanas, a cientos de hombres que por unos dólares podrían alquilar sus cuerpos, suponía un paso más en la degradación de lo que ya a duras penas se podía definir como sus personas. Poco importaban las inaudibles quejas. La mañana de la fiesta comenzaría como siempre, con un equipo de ayudantes llegados de sabe dios dónde, encargados de asear en profundidad a los chicos, de repasar los depilados de sus cuerpos, de limpiar bien sus orificios anales y ajustar sus dispositivos de castidad para continuar estudiando ligeramente cada cuerpo y elegir la peluca adecuada, la ropa interior justa y una sesión de maquillaje que ayudara a convertir a aquellos ex-machitos malos en fulanas en oferta. Para Kyle llegó una peluca rubia con una melena rizada y explosiva, también un sujetador negro de encaje y unas bragas cortas a juego, más un provocador liguero y unas medias negras, perfectas para unos zapatos de tacones altísimos. Una boa de plumas como complemento, además de varias piezas de bisutería de mal gusto, y por encima una blusa top blanca, semidesabrochada, y una minifalda de cuero negro. Cuando le mostraron el resultado, el chico Hanson estuvo a punto de llorar, mientras sus mejillas se ponían rojas como nunca antes al verse convertido en aquella buscona. El maquillaje llegaría como remate final, con labios muy rojos, uñas lacadas en negro y purpurina, ojos en tonos violetas y verdosos y polvos para dar suavidad y color a su piel, ya bronceada por tantos meses de trabajo al aire libre en pelota picada.

Durante el viaje, las bromas de profesores y adiestradores eran constantes, pero ni uno solo de los chicos fue capaz de levantar la mirada siquiera para evaluar qué había ocurrido con sus compañeros, en una especie de solidaridad que intentaba no agravar la humillación de los otros chicos. Al llegar al Rancho Greenleaf, el local elegido ese año para la fiesta, bajaron uno por uno (¿una por una?) pastoreados por Alban, atravesando una multitud de machos entusiastas que gritaban bravos y piropos a las chicas mientras arrojaban sus sombreros vaqueros al aire.

La liturgia de las fiestas era sencilla, los clientes se acercaban a la zona donde se exponía a los chicos de Sioux High, podían tocar, preguntar, analizar, mirar y si se decidían por alguna de las putas bastaba con anotar el número elegido, hablar con el adiestrador que estuviera en ese momento de guardia, acordar la cantidad a partir de las prácticas que se quisieran realizar y acercarse a la habitación o recinto asignados para esperar a que les acercaran la zorra elegida. Un militar joven, de aspecto latino, estuvo mirando a Kyle un buen rato, antes de, al parecer, decidirse. Se acercó al mostrador y le dijo a Fletcher, un negrazo enorme que se había ganado la fama de ser una mala bestia entre los muchachos, sus pretensiones.

-El Quince, tío, para un gang bang con mucha leche y en plan muy cabrón.

-Cuántos tíos y cómo de cabrón,

-Somos siete colegas de la unidad, tío. No sé, además de follarle por todas partes queremos escupir, insultar, abofetear, mear, dar azotes, yo que sé, todas esas cosas.

-Perfecto. ¿Has elegido nombre para la zorra? Ya sabes que aquí las tenemos por números.

- Lola, tío, Lola suena bien para una zorra latina.

- Pues en el barracón tres la tenéis en unos minutos. 80 dólares por participante en el grupo.

Pablo, el militar, de origen mexicano, abonó el dinero acordado y fue a buscar a sus colegas para guiarlos hasta el lugar acordado. Kyle-Lola estaba ya esperando a la puerta cuando llegaron los soldados, y no tardó mucho en empezar la fiesta dentro del barracón. Manejándose con los tacones como mejor pudo, Kyle sirvió cervezas y licores a los siete amigos, sufrió sus bromas, requiebros y toqueteos, bailó muy pegadito con todos y cada uno de ellos, mientras aprovechaban la música para sobar su culo e irse calentando, y fingió reaccionar poniéndose muy caliente cuando le insultaban. No fue necesario mucho alcohol para que arrancaran a la furcia falda y blusa y la obligaran de malas maneras a ponerse de rodillas y le ordenaran abrir bien la boca. Polla tras polla, fue mamando con sus mejores artes, bien aprendidas en los sets de rodaje, dando lengua y saliva, apretando los labios para evitar el contacto de los dientes, tratando de ajustar su respiración a los movimientos del macho, abriendo bien para que las trancas latinas pudieran entrar hasta el fondo en su garganta. Las folladas iban acompañadas de expresiones como “come, puta de mierda, come más”, golpes en la cara, tirones en la cabeza para obligarle a mirar y abrir la boca, donde recibiría centenares de escupitajos a lo largo de la sesión. De rodillas primero, a cuatro patas después se abrió el momento de los turnos dobles, mientras una polla ahogaba su boca e invadía su garganta, otra entraba de manera brusca en su culo, dejándolo cada vez un poco más abierto. En algún momento la locura era tal que estaba atendiendo seis de las siete pollas a la vez, dos en el culo, partiéndolo en dos y provocando a Lola un dolor terrible por la brusquedad y la violencia de las embestidas, dos en la boca, como si quisieran dilatarla, y una para cada mano. Todos los chicos se corrieron varias veces a lo largo de la sesión, en la boca y en el culo del chico, y terminaron con una paja alegre compartida que dejó empapada de lefa la cara y el pecho de la puta cuando todos se vinieron más o menos al mismo tiempo. A orden de Pablo (vamos a lavar a la patita, chicos) todos remataron la faena meando encima del cuerpo ya maltrecho y sucio de Kyle, que se sentía tan humillado como nunca antes en su vida.

Pero la fiesta de las putas no había hecho nada más que comenzar.

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