Después de haberme follado, Roberto había permanecido unos minutos adormilado boca abajo sobre mi espalda, sin retirar la polla del todo de mi culo. Su esperma aún caliente rezumaba desde el ojete y me empezaba a mojar los muslos. Hacía mucho calor en aquella habitación cerrada y estábamos empapados. Yo me sentía relleno y agradecido, no me quería ni mover.
Finalmente, el argentino se desesperezó y se levantó de la cama. Me dió un azote cariñoso en el culo y me peguntó, amable, si quería una cerveza. Asentí. "¿Puedo antes ducharme?... Estoy empapado" -pregunté. Me dio su consentimiento y me indicó el baño. En cinco minutos me duché, me vestí y llegué al salón, donde me esperaba medio vestido con unos pantalones de deporte, sentado en un sofá y con dos cervezas. Sonaba Nacha Guevara en un tocadiscos, casi inaudible.
Fui a sentarme a su lado en el sofá, pero con un gesto me indicó que lo hiciera en el suelo, a sus pies. "Así te puedo acariciar mejor" -explicó. Yo obedecí. Agarró una de las cervezas (era un tercio de Mahou, en vidrio) y me hizo beber sin soltar la botella. Tragué con gusto, tenía sed.
Estuvimos así sentados un buen rato, bebiendo cervezas y charlando de muchas cosas, como buen porteño tenía mucha conversación. De vez en cuando me acariciaba la nuca, la barbilla, los pezones. Me estaba excitando de nuevo.
En un momento dado puso uno de sus pies sobre el sofá y me indicó el dedo gordo. "Chupa" -ordenó. Eso hice durante un rato. Por el rabillo del ojo veía como crecía el bulto bajo su pantalón. Luego me dijo que me tumbara boca abajo en el suelo. "Quiero verte bien el culo". Yo llevaba un pantalón de verano, de tela muy fina. Me empezó a magrear los glúteos con fuerza, me daba pellizcos y a veces hundía sus dedos en mi agujero a través de la tela. "Vamos al dormitorio"
Otra vez en aquella cama sudada y lefada, me desnudé por completo y me ofrecí sumiso a aquel dios del orgasmo anal. Pero esta vez él no pensaba ser tan amable: Su actitud había cambiado por completo, sus caricias de antes eran ahora rudas imposiciones. Me metía sus dedos por la boca y luego por el culo, me atragantaba la garganta con su polla hasta hacerme saltar lágrimas, me zurraba los glúteos con fuerza. Se había convertido en un animal carnívoro devorando a su presa.
Cuando me puso a cuatro patas ya no hubo cremita lubricante. Me calzó su pollón de una embestida y comenzó a follarme salvajemente. Aquello era ya una violación en toda la regla. Yo gemía lastimero y el me tapaba la boca con su manaza.
Al fin se corrió dentro de mi con un estertor y se derrumbó sobre mi espalda. Sus babas mojaban mi nuca. Yo no me movía.
Luego se levantó como si tal cosa, me pidió que le acompañara al baño, me ordenó entrar en la bañera y allí me orinó encima toda la cerveza que había bebido. "Ya estás limpio -dijo- no hace falta que te duches".
Así, mojado, sucio y dolorido, me vestí y me despidió, otra vez muy simpático. En la puerta me ofreció un papel donde había anotado su nombre y su teléfono. "Shamame alguna vez!".
No volví a verle. No por miedo a lo que pudiera hacerme en una segunda visita, sino por miedo a mi mismo: Aquello me había gustado demasiado.
Aún hoy en día recurro a su recuerdo cuando la paja se alarga y el orgasmo no llega.
1993 - Roberto (II) - Madrid
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