Empezaré diciendo que este relato transcurre en un futuro distópico que surgió desde una idea, un morbo o una fantasía. Cualquier comentario político al respecto carece de importancia Por favor, si vas a dejar un comentario hablando de política, puedes ahorrártelo.
Capítulo IV - La caza
La noche se me hizo eterna. Al estar desnudo y con el invierno cerca no pude dormir más de cinco minutos del tirón en toda la noche. El suelo estaba frío y húmedo, por lo que me encontraba en posición fetal durante las horas que intenté dormir. Desconocía lo que había ocurrido dentro de la casa, ya que llevaba encadenado en ese árbol desde la tarde del día anterior. Sin embargo, sí que pude oír como Número 2 gritaba a los pocos minutos de haberme dejado atado en el árbol. No comí ni bebí nada.
Número 2 salió del cortijo en dirección a mí, por lo que intenté incorporarme, pero me quedé de rodillas ante él, casi suplicando que me desatara. Nada más ver a Número 2 me di cuenta de su cuerpo desnudo, el cual estaba lleno de moratones. Tenía varios hematomas en el cuerpo, pero el mayor lo tenía en las costillas, el ojo derecho hinchado y un poco de sangre seca en el labio inferior. No supe que decir, ya que seguramente eso había ocurrido por mi percance con el señor y recayó en Número 2, quien fue encargado de adiéstrame. No dije nada, solo agaché la cabeza con culpabilidad. Una vez liberado, Número 2 se dirigió al cortijo, todavía sin hablar, así que le seguí.
El señor se encontraba todavía dormido, pero la casa tenía un gran olor a café recién hecho y a tostadas con tomate y jamón. Número 2 fue a la cocina, donde cogió la bandeja donde se encontraba ese desayuno que me parecía lo más valioso del mundo, dos naranjas y un cuchillo. Yo, intentando disculparme sin palabras, cogí la bandeja de sus manos, el me miró y yo asentí, haciéndole ver que yo la llevaría. Permanecí de pie sujetando la bandeja hasta que Número 2 me hizo un gesto para indicarme que el señor ya había despertado. Por lo que vi, la hora del desayuno no está marcada como la hora de comer. Salí de la cocina temblando, pero con ganas de querer hacerlo bien y subsanar los problemas que causé.
- Vaya, vaya. La maricona ha vuelto. ¿Qué tal la noche en el campo? ¿Bonita? - Me dijo el señor mientras me miraba y sonreía triunfal, o eso creí sentir, ya que estaba mirando al suelo.
Coloqué la comida en la mesa. Cuando tuve la bandeja vacía, la sujeté con el brazo y el costillar, y me arrodillé al lado del señor. El señor se mostró inmóvil. No sabía como disculparme ante los problemas que causé el día anterior. Quería mostrarle que intentaría ser servicial lo mejor que pudiera y que la culpa de lo ocurrido anteriormente era solo culpa mía, no de Número 2. El señor no pronunció palabra. Extendió su pie descalzo hasta mi cara, el olor a pies seguía presente. Recordaba perfectamente la escena de la escopeta, por lo que sabía lo que debía hacer. Me daba miedo tocar el pie con las manos para sostenerlo, así que me acerqué a la planta del pie, aguanté la respiración y la besé. El señor entonces retiró el pie.
- Bujarra - Dijo para llamar a Número 2, quien se acercó a la mesa y se colocó en la misma posición en la que esperaba para rellenar el vaso del señor.
- Por lo visto no eres tan inútil. Parece que has hecho algo bien. - Dijo mientras seguía comiendo y me señalaba con un leve movimiento de la cabeza, como quien habla de una butaca.
Número 2 agachó la cabeza. No dijo nada pero su actitud mostraba un gesto de agradecimiento hacia el señor.
- No te pediré disculpas por lo que ocurrió ayer. Ambos sabemos que lo merecías - Dijo el señor mientras seguía comiendo, sin darle importaría a lo que decía. Número 2 asintió con la cabeza mientras seguía mirando al suelo.
- Pero tengo una sorpresa para ti. Quiero que vayas al lavabo. Puedes ducharte con agua caliente. Tienes diez minutos. En esos diez minutos, Número 6 se quedará aquí. - Dijo e hizo un gesto con la cabeza indicando a Número 2 que se fuera.
Pude ver como Número 2 se esforzaba por no llorar. Podía notar una sonrisa de alegría bajo su rostro amoratado. Número 2 se fue del salón y yo agaché de nuevo la cabeza, volviendo a la postura de cuatro patas que había adoptado para pedirle disculpas al señor. Permanecí en esa postura un rato, hasta que vi la mano del señor a la altura de mi cara, la miré de reojo y vi que me hacía un gesto indicando que me levantara, y así lo hice.
- A ver, puta marica. Vamos a dejar las cosas claras desde un principio. Lo que le hice ayer a tu amiguita no es nada en comparación con lo que puedo hacer. Aquí vas a estar callado, servicial y sin mariconadas. La pluma te la voy a quitar a hostias y el mariconismo a la fuerza. ¿Sabes lo que puede hacer el aparato ese que llevas puesto? - Dijo mientras me señalaba al pene enjaulado con el aparato de castidad con pinchos. Asentí.
- ¿Los maricones como hacéis crecer vuestra enfermedad? ¿Follando?. El culo puede pincharse con ese aparato hasta desgarrarse. La boca puede partirse si se golpea correctamente. ¿Y sabes lo que se puede hacer con el rabo?- Dijo mientras señalaba mi pene con el cuchillo. Volví a asentir. -Bien. Cada vez que quieras hacer cualquier mariconada, recuerda eso. Ahora ve a por mi escopeta. Vamos de caza. - Dijo mientras me indicó que podía llevarme la bandeja.
Número 2 acababa de salir del baño, a pesar de los golpes parecía bastante feliz, aunque intentaba mostrar una expresión neutra. Yo estaba guardando la escopeta del señor en la funda de ayer. Número 2 me hizo un gesto mostrando que debía vestirme para salir, pero no podía hacer eso, ya que el señor me había ordenado explícitamente que debía llevarle la escopeta.
No fue hasta que el señor fue a vestirse cuando vi la oportunidad de irme a vestir, así que aceleré el ritmo y me puse el uniforme marcado con un triangulo rosa que me habían dado en aquella celda. Volví al cortijo lo más rápido que pude y me coloqué en la misma posición en la que me había visto el señor antes de entrar en el dormitorio. Por supuesto, la indiferencia del señor fue absoluta, ni siquiera me miró. El señor abrió la puerta del cortijo. Aprovechando que no miraba, dirigí mi mirada a Número 2, quien me indicó por señas que cargara los macutos y la escopeta a mi espalda y le siguiera, y así lo hice.
Seguí los pasos del señor, por supuesto, siempre detrás suyo, como me indicó cuando me compró. Llegamos al Mercedes-Benz Clase S Berlinga negro. Con un chasquido me indicó que guardara las cosas en el maletero, y así lo hice. Al ver que había poco espació pensé que esta vez iría en alguno de los asientos, pero no fue así, ya que pude ver como el señor se encontraba mirándome fijamente, esperando a que fuera yo mismo quien entraba esta vez en el maletero, a mi propia voluntad, así que lo hice. Si el primer viaje fue una tortura dolorosa y claustrofóbica, esta se multiplicaba por cuatro. Debía estar tan encogido que, cada vez que el coche saltaba debido al asfalto, las rodillas me chocaban con la barbilla.
El camino se hizo eterno, cuando el coche paró, pensamos que habíamos llegado al destino, pero no fue así. El señor abrió el maletero y se alejó para reunirse con unos hombres, todos ellos llevaban ropa de camuflaje. Era la primera vez que oía al señor decir frases de manera simpática, aunque fuera a sus amigos.
Sentí que el señor me estaba señalando, de pronto sentí todas las miradas de sus amigos puestas en mí. Si no hubiera tenido la cabeza agachada, ante esa vergüenza la hubiera agachado igual. Empezaron a reírse a carcajadas, menos el señor, que volvió a hacer un chasquido y señaló hacia un coche todoterreno que llevaba un carro para transportar animales, diría que cerdos debido al tamaño. Pude ver como había otros chicos sentados dentro de esa celda. Guarde de nuevo las cosas dentro del todoterreno y, al ver a los demás jóvenes con el mismo uniforme que yo ahí, di por sentado que ese era mi sitio. Sin pensar mucho en la humillación que suponía, entré y me senté como pude en aquella jaula. El silencio era sepulcral, solo podíamos oír a los señores riéndose y charlando. Finalmente, los señores cerraron la jaula con un candado y emprendimos el camino.
Me sorprendía la tranquilidad de todos los que íbamos en esa jaula, todos miraban al suelo de manera automática, parece que yo era el único que estaba nervioso. Quizás porque iba a ser mi primera vez que vería como alguien cazaba. Cuando por fin llegamos, los señores quitaron el candado y abrieron la puerta. Los que se encontraban a mi lado comenzaron a salir en orden, a cuatro patas, como perros, y cada uno se posicionó al lado de un señor, supongo que cada uno iría al lado de su dueño. Yo hice lo mismo, aunque me arrepentí nada más apoyar la pierna. El suelo estaba lleno de piedras que se clavaban en la rodilla.
Me coloqué al lado del señor, el cual había bajado y cargado su escopeta a su espalda y le seguí como si fuera uno de sus perros, como hicieron todos. Nos asentamos detrás de unos arbustos, todo se encontraba en silencio, ya no solo por parte de los esclavos, si no también por parte de los señores.
Al tener la cabeza agachada no pude ver que ocurría. De pronto el ruido de un disparó me hizo saltar del susto. De manera disimulada, alcé un poco la vista para ver si faltaba alguno de nosotros, pero no fue así. Vi como uno de ellos se alejaba a cuatro patas y recogía una perdiz del suelo, la cual sujetó con la boca y se la llevó a su señor. Esto pasó con cuatro más hasta que llegó mi turno.
El señor acertó al primer tiro. Era mi momento, sentía como todos los señores me miraban, y al ver la buena puntería que tenían, el ponerme delante de ellos a cuatro patas me daba mucho miedo, pero mientras me alejaba de ellos vino a mi mente una terrible afirmación. Caí en que todos habían recogido la presa con la boca, y que yo debía hacer lo mismo. Ya podía ver a la presa en el suelo. Mi mente no paraba de recordarme la cara de Número 2 y la charla que el señor tuvo conmigo durante el desayuno.
Ya la tenía a mi alcance. Cerré los ojos, me incliné poco a poco, abrí la boca e intenté morderla. El primer intento no salió muy bien, por lo que tuve que soltarla. No quería perder más tiempo, así que repetí la operación, pero esta vez abriendo mucho más la boca. Sentí las plumas de la perdiz chocando con mi lengua cada vez que quería coger aire, lo que me provocaba arcadas. Me acerqué al señor, que extendió la mano. Yo pensé que iba a abofetearme, pero lo hizo para quitar la perdiz de mi boca. Volví junto a los compañeros. Los tiros habían vuelto a sonar. De pronto escuché como el señor se giraba y miraba a los esclavos. De nuevo pude ver su mano a la altura de mi cabeza, pero esta vez el gesto era para que me acercara mientras sus compañeros disparaban, y sabiendo que iba a golpearme, me acerqué esperando un gran dolor.
Cuando me aproximé a él, este me orientó dejando mis costillas más cerca a su alcance. Cerré los ojos esperando a sufrir el mismo destino que Número 2. El señor se levantó y dio suaves palmadas en ellas, como a los perros, lo cual me desconcertó mucho y me hizo llorar aún más. Hacía mucho que no sentía ninguna muestra de cariño, aunque fuera esa. El señor cogió un cuenco metálico como el que Número 2 utilizó para llenar de comida a los perros del señor y lo llenó de agua. Lo puso cerca de mí y me sacudió la cabeza y las orejas, como quien juega con su perro. Se acercó a mí, lo cual hizo que mi corazón estuviera a punto de explotar. No me había percatado de lo bien que huele el señor. Hasta ese momento solo había podido oler sus pies.
- Lo has hecho bien. Este es el camino, y esto es lo que debes hacer. Ahora puedes beber y enjuagarte la boca - me dijo al oído y, acto después, se incorporó para volver a darme palmas en las costillas.
No sabía como reaccionar, ahora sabía como se sintió Número 2 con la recompensa de la ducha. Instintivamente, besé la bota del señor, la cual no se encontraba demasiado limpia, pero en ese momento no me importaba. La besé repetidas veces. En ese momento me encontraba muy agradecido ante la generosidad de el señor. El señor al que ya estaba considerando mi propietario. Estaba empezando a abandonar cualquier opción de escapar o de poder volver a mi vida normal.
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