Sentía el enorme cabezón metido en la boca y su tamaño era tan extremo que la ocupaba casi completamente. Aún así, como pude, movía mi lengua para estimular cada rincón del enorme glande y trabajar el agujerito y el frenillo. Succionaba y todavía tenía en mi boca el regusto de haber saboreado y tragado el abundante requesón. Me excitó su sabor salobre y rancio, un intenso sabor a macho. Pero ahora vino algo mejor; el puntalón estaba segregando líquido preseminal. Eran babas y más babas que yo tragaba ansioso y agradecido. Oía los gruñidos varoniles de placer de Ahmed y una nueva amenaza -¡chupa puta! ¡Dame placer o te azoto!- Recordé el látigo trenzado con el que decían que Ahmed azotaba a sus esclavos, a su harén de mariquitas. Me sobresalté al recordar eso, pero me pareció terriblemente erótico. Me sentía como una geisha sumisa nacida para dar placer a su amo, a su dueño y señor, un ser tan inferior cuya única misión en la vida es servir y dar placer a su amo. Entonces él con sus grandes y fuertes manos sujetó mi cabeza y fue introduciendo su miembro cada vez a mayor profundidad. Sentí como el inflado cabezón atravesaba mi garganta. El resto del miembro que iba entrando en mi boca era tan grueso que mis labios se tensaban al intentar abarcarlo. Aunque tenía la boca abierta completamente sentí que mis labios se partían. Empecé a experimentar arcadas al sentir a ese gran falo penetrar cada vez a mayor profundidad en mi tubo digestivo. Las arcadas eran cada vez más intensas y yo tenía miedo de que ese enorme proyectil terminara reventando mi tubo digestivo. Empecé a realizar gestos como si fuera un epiléptico en pleno ataque para advertir a Ahmed de que parara. Pero Ahmed no me hacía caso, en lugar de eso protestaba con su voz de trueno -¡vamos! ¡mariquita! Sigue tragando o te azoto. Eres una mierda ¿no sabes dar placer a un macho?- y continuaba introduciendo centímetros y más centímetros del enorme proyectil. Sentía sus enormes manazas que sujetan con enorme fuerza mi cabeza y sus caderas seguían adelantándose sin piedad. El inflado cabezón siguió progresando por mi tubo digestivo hasta terminar presionando la entrada de mi estómago, tan largo era aquel falo. Era la polla grande de un hombre grande que medía bastante más de un metro ochenta. Cuando Ahmed me introdujo hasta el último centímetro de su enorme proyectil dejó escapar una profunda exhalación de placer y me dijo -Tienes suerte de tener a un amo como yo ¡putita!-. Yo me agitaba entre intensos espasmos musculares por las intensas arcadas y el dolor. Me sentía como un mero objeto propiedad de Ahmed. Un objeto que él pudiera romper sin más, como un simple juguete que pudiera reventar por un uso abusivo sin ningún miramiento para saciar su placer. Me excitaba sentir su egoísmo y brutalidad de macho, de macho que solo piensa en él y en su propio placer. Volvía a oír su voz de trueno -muestra tu agradecimiento, puta. Ya que no puedes hablar porque tienes mi polla metida en tu boca expresa tu agradecimiento dando un masaje a mis huevos. Me gusta que amasen mis huevos-. Intentando controlar mis espasmos agarré con mi mano temblorosa sus enormes huevos que colgaban a mitad de sus muslos. Eran tan grandes que mi mano no podía abarcar ambas pelotas al mismo tiempo, pero como pude les di el masaje ordenado. Ahmed siguió con sus insultos y humillaciones -demuestra el mariquita tan inferior que eres y dame un buen masaje- y eso hice. Me aplicaba en el masaje todo lo que podía mientras sentía su enorme miembro desde mi boca hasta presionar la entrada de mi estómago, a punto de reventar mi tubo digestivo. Continuó -¿sabes por qué tengo unos huevos tan grandes, puta? Porque soy muy hombre, porque soy muy macho- y soltó unas risotadas que resonaron en toda la sala. Eran las risotadas del macho confiado y satisfecho que siente su poder, su superioridad. En un momento dado me ordenó que parara el masaje y entonces empezó a mover sus caderas hacia delante y hacia atrás y su enorme falo empezó avanzar y retroceder en mi tubo digestivo. Yo me agitaba presa de las más intensas arcadas y del dolor mientras oía sus gruñidos de placer ¡que maravillosa locura estaba yo viviendo! (Continuará)
TE VOY A CASTIGAR POR MARIQUITA - Parte 3
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