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Entrenado como esclavo por su Padre

Escrito por: Switchpoblano

La casa del Senador Guillermo Mendoza es una lujosa residencia ubicada en una zona exclusiva de la capital. En el elegante comedor para veinte personas el senador ocupa la cabecera, a su derecha está sentado uno de sus mas acérrimos rivales políticos, el senador Vergara y a su izquierda el hijo mayor de Vergara, Saulo. El resto del salón está vacío excepto por un esclavo que espera con la vista agachada y las manos detrás a que los comensales terminen el plato para retirárselos y servirles el siguiente.

Los tres hombres sentados están muy bien arreglados: visten trajes costosos y relojes de millones. Mendoza es un hombre muy apuesto, alto y fornido de cincuenta años. Con el cabello perfectamente bien cortado y peinado, su barba canosa bien perfilada. Es un hombre de piel blanca, cabello castaño y ojos azules, de modales elegantes pero muy varoniles.

Vergara es un hombre obeso de baja estatura, calvo, de modales rudos y poco elegantes. Tiene las manos gordas y usa en ellos anillos de oro de muy buena manufactura. Es un político de larga carrera que ha hecho su fortuna en diferentes puestos de gobierno.

Saulo es un muchacho moreno de 18 años, alto, se ve fornido a través de su traje, de facciones finas y ojos negros brillantes. Lampiño del rostro y se comporta en la mesa con mucho más educación que su padre.

El esclavo parado detrás de Mendoza es blanco, muy blanco, fornido y de piel lechosa, tiene la cabeza completamente rasurada, así como las cejas, el pecho, las axilas, las piernas, la entre pierna, los glúteos, todo su cuerpo.

Tiene unos piercings con formas de aro en ambas orejas y en la nariz.

Como dicta la etiqueta en las cenas formales el esclavo porta un collar de metal alrededor del cuello, trae una camisa sencilla de tela tosca con un pronunciado cuello “V” que a manera de escote nuestra parte de sus pectorales gruesos y bien formados.

También viste un pantalón corto hasta medio muslo que se aprieta a sus nalgas y sus piernas dejando ver su figura bien redonda y pronunciada.

El esclavo es muy preciso en sus movimientos, recoge el plato por un lado y lo sirve por el otro, sirve las copas sin derramar gotas y se mantiene erguido aunque con la cabeza agachada.

Vergara lo mira con beneplácito, aquel esclavo blanco bien entrenado que hasta ahora ha sido propiedad de Stefano será el regalo de 18 años para su hijo Saulo y esa noche cena con su contrincante político para celebrar su cambio de dueño.

Mientras sirve la comida, Vergara no puede evitar ver las manos tersas y bien cuidadas del esclavo, y es que… aquel sumiso sirviente que ahora ha perdido legalmente nombre y apellido tres meses atrás era el petulante hijo de Guillermo: Stefano Mendoza.

El partido de Mendoza llegó al poder tres años atrás, arrasó las elecciones con una sola promesa de campaña: Pena de esclavitud perpetua a todo político o ciudadano que fuera descubierto en actos de corrupción.

Mendoza mismo en muchos eventos de campaña enarboló aquella iniciativa como estandarte, cuando su partido llegó al poder muchos políticos y empresarios comenzaron a caer en desgracia y el Presidente cumplió su promesa.

Año y medio después de que aquella ley se pusiera en práctica se descubrió una red de corrupción en la que, sin que Mendoza estuviera al tanto, participaba su hijo Stefano.

Stefano entonces era todo lo arrogante y prepotente que puede ser el hijo de un senador, rubio con un cabello espectacular, ojos azules, alto y fornido, con el cuerpo esculpido en horas de gimnasio herencia de la estricta disciplina con la que lo educó su padre los primeros años. Stefano lo tenía todo: autos, un departamento de lujo y negocios que por malas influencias se fueron corrompiendo.

La madre de Stefano es una modelo rusa que prácticamente lo abandonó con su padre al cumplir los 15 años. En ese tiempo Mendoza, su padre, comenzó a interesarse en la política y el chico creció en internados para ricos en donde se rodeó de aquellas malas compañías que lo llevaron a la desgracia.

El juicio a Stefano duró un mes. Cada uno de los implicados fue enjuiciado por separado.

-Stefano Mendoza se le encuentra culpable del crimen de corrupción y a partir de este momento lo sentencio a esclavitud perpetua y le despojo de todos sus derechos ciudadanos- Sentenció el juez a quien, el senador Mendoza no encontró manera de sobornar sin que a él también lo acusaran de corrupción.

Al momento de recibir la sentencia tres oficiales de policía se acercan a Stefano con navajas en la mano y le hacen girones el elegante saco y la camisa que trae puesta. En minutos su saco, su corbata, su camisa y la camiseta que traía puesta caen al piso en forma de tiras largas de tela, su torso blanco y fornido queda expuesto.

Con la misma navaja le arrancan la cadena de oro que tiene puesta y luego se agachan a hacer pedazos su pantalón, su cinturón y su bóxer. Ser expuestos desnudos después de ser declarados culpables es parte del castigo a los acusados, símbolo de que han perdido todos sus derechos, incluyendo el nombre y el apellido.

Stefano sale completamente desnudo de la sala de audiencia, le colocan unos grilletes que unen sus tobillos y sus muñecas con unas cadenas, un oficial le escribe en el pecho el número 710, su nuevo nombre.

Lo suben a un auto de policía y lo llevan a un edificio del gobierno que sirve ahora como nuevo centro de control de esclavos.

Es conducido a un cuarto húmedo y sucio a donde lo hacen pararse contra la pared y le disparan un chorro de agua helada, lo obligan a girarse y Stefano se cubre los genitales para protegerlos del azote de agua fría.

No le ofrecen toalla para secarse, escurriendo agua lo conducen a un cuarto lleno de jaulas de perro, diminutas e incómodas y lo encierran en una de ellas.

En el salón con jaulas hay cinco esclavos más, uno de ellos fue su cómplice en el “negocio” que hizo con tráfico de influencias, lo mira nervioso y emocionalmente deshecho. Stefano guarda el aplomo, es demasiado orgulloso como para dejar que su nueva vida lo hunda o lo haga perder la esperanza.

El tiempo pasa lento en la incómoda jaula, como puede encuentra maneras de recostar la espalda para dormir un poco, pero no logra conciliar el sueño,

Tras mucho tiempo encerrado les sirven a los esclavos enjaulados su primera comida, es una mezcla de cosas sin sal, comida incípida que les sirven en platos de perro en el piso.

Los cinco hombres comen de su plato en el suelo, un oficial les prohíbe usar las manos, Stefano se mancha la cara y el pecho como un animal… mira en silencio a los otros esclavos que también están sucios y comen sin dignidad, levantando la cara para masticar antes de volver a hundirla en el plato de perro del que comen.

No hay luz natural en el cuarto de las jaulas, no se sabe la hora, pero los oficiales los mandan a dormir

-¡Oficial!- Dice Stefano antes de meterse en su jaula- necesito mear.

El oficial señala una atarjea en el piso- orina- le ordena- a cuatro patas como perro.

Stefano se pone en cuatro sobre el pequeño orificio sobre el piso, cubierto por una rejilla de metal oxidada. Levanta la cara con cierta ansiedad porque no puede mear, ve que los otros esclavos lo observan -¡rápido perro!- le grita el oficial dándole un azote en las nalgas que le dejan una marca colorada.

Stefano cierra los ojos y comienza a orinar, mientras mea en el piso, a cuatro patas, se da cuenta de que ha perdido toda su dignidad, por lejos de sentir lástima por él se llena de coraje.

A la mañana siguiente los esclavos hacen fila para usar un único baño: es un WC sin paredes en donde se sientan a la vista de todos. Uno se sienta mientras el otro se asea el culo junto a él.

Antes de pasar al retrete a cada esclavo le entregan un vaso para llenarlo con orina.

Cuándo Stefano termina de defecar y limpiarse la cola un oficial lo guía hacia un cuarto lleno de cubículos sin puerta con unas planchas de metal dentro de ella - acuéstate en la plancha boca arriba- le ordena alguien que parece doctor solo porque tiene una bata percudida.

El “doctor” le sujeta con unos cinturones dd cuero los brazos extendidos hacia los lados sobre extensiones de metal en la plancha, le levanta los pies y lo sujeta a unos grilletes que penden de cadenas empotradas en el techo. Stefano queda acostado con los brazos en cruz y sus piernas levantadas lo suficiente para dejar expuesto su ano.

El doctor acerca un palo de suero que tiene una bolsa con solución en él. Le introduce una sonda en el ano que está conectada al suero, Stefano no dice nada pero se agita violento.

Un oficial que vigila la escena se acerca- ¿algún problema puto?- le dice el hombre muy fornido y moreno, alto y mal encarado

Stefano baja la mirada- no, perdón- dice temeroso

-¿Te molesta que te metan cosas en el culo?- le pregunta el oficial

-No señor- responde nervioso Stefano

-Entonces te gusta- le dice el oficial

Stefano no sabe qué responder y se queda callado- ¿te gusta que te metan cosas en el culo?- le pregunta nuevamente el oficial

-Si señor- responde Stefano

-¿si qué esclavo?- pregunta el oficial

-Si me gusta que me metan cosas en el culo- responde Stefano

El oficial se baja el pantalón, una verga gruesa y morena brota de su entrepierna, está flácida y tiene el glande rosado - te voy a meter esta entonces ¿qué dices?- le pregunta a Stefano poniéndosela a milímetros de su cara, Stefano mira hacia arroba no verla

-Por favor señor- dice Stefano

-¿por favor qué? ¿Te la meto?- dice el oficial, Stefano se queda callado mientras siente que la solución que baja de la bolsa por la sonda hasta su ano comienza a llenarle los intestinos

-Dale un besito esclavo- le ordena el oficial, Stefano se aguanta el asco y se gira para darle un beso tímido en el glande al oficial

El oficial se sube el pantalón y le suelta una nalgada a Stefano que permanece acostado con mas piernas levantadas recibiendo el líquido por el enema- si te da más problemas me dices- le ordena el oficial al médico que no dice nada.

Cuando el oficial camina hacia afuera del cubículo, el pequeño cuarto de paredes de tabla roca se llena de gente, tres esclavos y otro médico ingresan al recinto rodeándolo.

Stefano se siente expuesto y abrumado, no puede cubrirse los genitales y está completamente abierto. Es una sensación de vulnerabilidad tremenda.

De pronto un baile de diez manos se mueven sobre su cuerpo de una manera feroz, una mano le corta el cabello con una maquina, otra se aplica a rasurarle un brazo y la otra le rasura las piernas. Uno de los médicos le inyecta una aguja para sacar dos muestras de sangre mientras el otro le obliga a abrir la boca para revisarle los dientes.

Las manos vienen y van y Stefano siente su cuerpo invadido, las que lo rasuran pasan rápido de un sitio a otro, el médico de las agujas le perfora los pezones colocándole anillos de 18 milímetros de diámetro en ellos, luego uno en la nariz.

El enema lo va llenando por dentro haciéndolo sentir incómodo, angustiado, las manos que le rasuran las piernas comienzan a rasurarle el ano.

Una alarma indica que es momento de retirarle la sonda del culo, lo hacen levantarse y sentarse en una cubeta. Los cinco hombres esperan de pie junto a Stefano que suelta todo el líquido de sus intestinos delante de ellos.

Mientras está sentado en la cubeta se mira el pecho, los brazos y las piernas, ahora desprovistos de aquella suave capa de pelos rubios que tan orgulloso lo hicieron sentir muchas veces en la playa… aquellos días se habían acabado para siempre

De vuelta a la plancha, esta vez obligado a ponerse en cuatro las manos continúan con su procedimiento. La sonda regresa a su culo y vuelve la insoportable sensación de llenarse los intestinos de aquel líquido.

Unas cadenas lo mantienen sujeto a la plancha en posición de cuatro patas, mientras el doctor le coloca un anillo en la nariz. El doctor que lo recibió al principio en la plancha comienza a hacerle preguntas personales

-¿Última relación sexual?-

-Hace cinco días- responde Stefano pensando en la chica pelirroja con la que tuvo sexo casual en una noche de fiesta, siente que esa podría ser ahora la última vez que tendrá sexo en la vida

-¿Has tenido sexo anal?- pregunta el doctor

-No- responde Stefano

Le preguntan sobre sexo con animales, cuántas parejas ha tenido, la frecuencia con la que se masturba

-¿Última mastubación?- pregunta el doctor

-Hace dos dias- dice Stefano tras confesar públicamente que suele hacerlo una vez al día

La alarma indica que es momento de sentar al esclavo nuevamente en la cubeta, a Stefano le produce asco volver a sentarse en la misma cubeta usada que nadie ha limpiado pero el líquido en sus intestinos hace lo suyo.

Al terminar lo regresan a la posición boca arriba. Los esclavos presentes le rasuran la entrepierna, las preguntas continúan, las manos siguen tocándolo sin saber que sucede, una mano comienza a masturbarlo - ocho flácido- escucha que dice la voz de un doctor.

La boca de uno de los esclavos se mete la verga de Stefano en la boca, a pesar de que siente ardor por sus nuevas perforaciones, las máquinas y navajas moviéndose por su cuerpo y los doctores girando y haciendo preguntas su verga no tarda en ponerse tiesa- 12 centímetros parada- escucha que dice la misma voz que se la midió flácida.

El doctor lo lleva a la cubeta una tercera vez y a su regreso lo obligan a ponerse en cuatro patas nuevamente

Un esclavo se coloca unos guantes mientras Stefano se acomoda en cuatro, tras sujetarlo a las cadenas el esclavo con una mano le mete un par de dedos en el culo usando un lubricante viscoso, Stefano siente como el esclavo hábilmente le estimula la próstata, mientras con la otra lo masturba a toda velocidad

Stefano experimenta una completa pérdida de control, siente una serie de sensaciones intensas que nunca ha sentido, gime y suda, abre la boca y mira hacia abajo con desesperación, ansiedad, impotencia.

Lo están ordeñando como a un animal y siente una calentura incomprensible pero al mismo tiempo no soporta ser humillado de esa manera, trata de no hacer ruidos pero gemidos involuntarios escapan de su boca, el médico coloca un vaso debajo de él y el esclavo continúa ordeñándolo con una mano en el culo y la otra en su verga hasta que Stefano entre aullidos se viene soltando abundante leche en el vaso… para su sorpresa el esclavo no para cuando termina de venirse, sus dedos en el ano siguen estimulando su próstata y la mano en su verga sigue moviéndose arriba y abajo… Stefano aulla de dolor y de ansiedad… el esclavo extrae hasta la última gota.

Agotado, humillado, algo roto por dentro Stefano se tira boca arriba en la plancha. Los esclavos abandonan el cuarto con las muestras de semen, orina y sangre en una charola.

El doctor le coloca una mascarilla y Stefano en segundos se queda profundamente dormido.

-Este ya está listo- escucha que el médico dice cuándo vuelve en si, trae una soga anudada al cuello de la que se desprende un largo trozo de cuerda, los pezones y la nariz le arden por los piercings que acaban de ponerle y siente un nuevo ardor en el glande que no identifica porqué es… no sabe cuánto tiempo ha transcurrido desde que lo durmieron, pero siente que han sido varías horas.

Cuando lo sueltan y lo levantan Stefano siente rara la verga, se agacha para descubrir que le han puesto un “príncipe Alberto” en el glande del que pende un tag de mediano tamaño con el número “710”.

Siente un ardor donde termina su espalda, ligeramente arriba de las nalgas, se palpa y siente que le han colocado otro anillo pequeño en esa zona.

Adormilado y mareado camina detrás del oficial que lo jala de la cuerda que trae en el cuello, no necesita que le amarren las manos, camina despacio, adolorido y adormilado, aún drogado por la anestesia

El oficial lo lleva jalándolo como a un perro al patio del edificio. Es un patio largo y muy antiguo, el calor de la loza del suelo le quema las plantas, lo colocan en un cepo, y del cepo cuelgan un cartel con el numero 710. Los cepos están empotrados en el piso formando una hilera junto a un templete.

“Aquí me van a subastar” piensa Stefano mirando con terror al mismo par de esclavos que lo rasuraron poniendo unas sillas delante del templete.

Entrenado como esclavo por su Padre

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