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TE VOY A CASTIGAR POR MARIQUITA - Parte 4

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Ese hombre grande empezó a mover sus caderas hacia delante y hacia atrás sin piedad y su enorme falo empezó avanzar y retroceder en mi tubo digestivo a punto de ser reventado. Yo me agitaba presa de las más intensas arcadas y del dolor mientras oía sus gruñidos de placer, los gruñidos de placer del macho egoísta y brutal. Sus enormes huevos colganderos chocaban una y otra vez contra mi cuello y pecho provocando un maravilloso sonido rítmico -¡plast! ¡plast! ¡plast!...- parecido al que produce un látigo cuando descarga sobre la indefensa piel de un esclavo. De vez en cuando con mis manos acariciaba sus fuertes piernas, sus musculosos muslos de culturista ¡que maravillosa locura estaba yo viviendo! Continuó con sus brutales emboladas hasta que sentí como su enorme miembro se revolvía dentro de mi tuvo digestivo. Un rotundo gruñido advertía de que ese gran macho estaba eyaculando. Fue una gran corrida. Una cantidad enorme de semen fue expulsada e inundó completamente mi tuvo digestivo, desde la entrada de mi estómago hasta mi boca, en el precario espacio que dejaba el descomunal falo. Ese gran macho entraba en éxtasis de gozo y se producían las últimas emboladas mientras mi tubo digestivo ya completamente inundado seguía recibiendo enormes cantidades de semen. Mi nariz rozaba el pubis de Ahmed, de un vello negrísimo propio de un macho árabe, y me recreaba en saborear el espeso líquido blanco y en reconocer emocionado ese sabor salobre a macho. Si hay algo que nos gusta a los mariquitas es paladear el semen de nuestro amo macho. Algo que los machos nunca harían pues lo consideran algo completamente repugnante y denigrante. “Un hombre de verdad no se presta a chuparle la polla a otro hombre y menos a tragar y a paladear su semen. Eso es cosa de mariquitas y si acaso de mujeres que se prestan a semejantes vejaciones” me contaron que una vez dijo Ahmed. Su extremado machismo me excitaba y erotizaba. No hay cosa más excitante para un mariquita que chuparle la polla a un macho machista, cuanto más machista mejor. ¡Oh! Ahemd ¡Qué semental! Ese era el calificativo perfecto para ese sensacional macho: semental. Pero la enorme presión del gran falo en las últimas emboladas hizo que riadas de semen se escaparan por las comisuras de mis labios. Yo no quería que pasara eso, pues sabía que para un amo era una grave ofensa que un esclavo dejara escapar su semen, aunque fuera una sola gota. El esclavo debía tragar hasta la última gota del líquido expulsado, pues nació para ser vejado de esa forma. Era una norma muy estricta cuyo incumplimiento se pagaba muy duro. El líquido más importante que un esclavo puede tragar es el semen de su amo, líquido sagrado para un esclavo, pues un esclavo podría dar su vida por tener la dicha de saborear el semen de su amo. A parte de por la devoción del esclavo, el estricto cumplimiento de la norma también era para evitar el lógico engorro de que los goterones pudieran ensuciar el suelo o parte del cuerpo del amo o de su traje. Había que servir al amo escrupulosamente y evitar a toda costa cualquier cosa que pudiera desagradar, molestar o repugnar al amo. Cuando Ahmed se recuperó del intenso orgasmo, se dio cuenta de los goterones caídos al suelo. Se enfadó mucho. Cuando todavía tenía yo metido su miembro en mi boca y tubo digestivo me recriminó muy duramente por mi descuido -¡puta! ¿qué has hecho? ¡Como has dejado que el suelo de mi gimnasio se ensucie! Te castigaré duramente por ello-. Yo quería explicame, decir que no lo pude evitar, que no pude controlar la salida del líquido por la presión del gran falo, pero obviamente con aquel colosal proyectil metido en mi boca no podía hablar. Suele pasar que cuando los amos nos recriminan duramente algo a los esclavos, nosotros no podemos defendernos ni justificarnos pues no podemos hablar al tener la gruesa polla del amo metida en nuestra boca. Los amos lo saben y naturalmente se aprovechan de eso. Pero la vida es así de injusta; los amos disfrutan dominando, castigando, humillando y vejando a los esclavos y van a gozar sometiéndolos a las injusticias más brutales, y en cambio los esclavos debemos someternos a todo ello para servir con el mayor esmero y agradecimiento a nuestro amo. Teniendo todavía el enorme miembro metido en mi tubo digestivo, y estando todavía en erección, Ahmed me dio una fuerte bofetada. -¡Puta!- gritó con su voz de trueno. Luego me dio otra ostia, luego otra y luego otra. Yo me agarraba a sus piernas musculosas para no perder el equilibrio por los fuertes impactos, pues sabía que debía someterme a su castigo y demostrar agradecimiento ¡Oh! Ahmed ¡un hombre de verdad! (Continuará)

TE VOY A CASTIGAR POR MARIQUITA - Parte 4

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