TE VOY A CASTIGAR POR MARIQUITA - Parte 8

Ahmed todavía estaba estimulando con sus dedos el interior de mi ano, que se estremecía completamente dilatado y que expulsaba cada vez mayores cantidades de jugo anal por la excitación. Yo me esforzaba por mantener mi espalda completamente arqueada para mantener mi culito en pompa, al máximo. Esa era la forma en la que un mariquita debía ofrecer su ano a un macho, y Ahmed era muy exigente en eso. Castigaba muy duramente a los esclavos que no le ofrecían el ano así. Entonces dijo -te voy a violar para castigarte por putita, por mariquita. Es lo que mereces-. Su voz sonó como la voz del emperador que condena al último de sus siervos al más duro castigo. Yo tuve miedo, el miembro de Ahmed era descomunal. Le supliqué que no me penetrara, que no estaba acostumbrado a ser follado con un miembro tan enorme, que me podía reventar el ano y el intestino. Pero Ahmed no se dejó convencer y dijo -¡calla, puta! Eres mariquita y los mariquitas habéis nacido para servir y dar placer a nosotros, los machos-. Entonces sentí la presión del enorme cabezón del miembro de Ahmed en mi ano. Aún con mis temores, yo estaba muy excitado y al sentir esa presión mi ano se dilató totalmente deseoso de penetración. El enorme cabezón pudo atravesar mi ano, aunque con gran dificultad. Sentí un intenso placer -ah, ah, ah...- ¡qué gusto! Pero le supliqué a Ahmed que me metiera solo la punta del miembro -solo la punta, por favor, amo, la punta nada más-. Ahmed no se apiadó y respondió -¡puta! Pues por ser esclavo te meteré todo el rabo-, y empezó a introducirme centímetros y más centímetros del enorme proyectil -ah, ah, ah...- ¡que gusto! Sentía un placer cada vez más intenso. Se sucedieron los centímetros hasta que me llegó a meter el enorme proyectil hasta el fondo -ah, ah, ah...-. Sentía la enorme presión en mi interior pero también un inmenso placer. Las caderas de Ahmed empezaron a moverse hacia delante y hacia atrás y ese gran macho empezó a emitir gruñidos varoniles de placer. Yo experimenta un placer cada vez más intenso. Recordé que una norma que Ahmed imponía de forma muy estricta era que cuando él se follaba a un esclavo, éste no podía tocarse sus propios genitales. Eso no lo consentía. La única polla que había que trabajar era la suya, la de sus esclavos era como si no existieran, por tanto, me abstuve de estimular mis propios genitales. Me pareció una actitud muy machista, pero el machismo de Ahmed me parecía fascinante y me excitaba. Las emboladas de Ahmed empezaron a sucederse de forma cada vez más rápida. Yo enloquecía de placer, y empecé a gritar y a dar alaridos. Sonó la voz varonil de Ahmed -¿qué es esto, puta? ¿gozas? Te estoy violando para castigarte, no para darte placer ¡puta!- Yo seguía gritando de placer sin poderlo evitar. Ahmed incrementaba el ritmo de las emboladas y se mezclaban sus gruñidos con mis gritos de placer. Entre sus gruñidos de vez en cuando dejaba escapar algún insulto -¡puta!-. Yo nunca había gozado de forma tan intensa. Ni había tenido la oportunidad de ser follado por un macho tan machista. Enloquecido, mis gritos aumentaron de intensidad. Mientras Ahmed me seguía jodiendo yo contemplaba en el espejo su cuerpo de hombre de complexión grande, musculoso y moreno, sus biceps, sus pectorales, su cuello robusto, su bonita barba y escuchaba sus insultos, y entonces me corrí e inmediatamente y emitiendo un gran gruñido de macho se corrió él. Me corrí sin tocarme yo mis propios genitales, como el mariquita más pasivo. Al principio de nuestro encuentro Ahmed me dijo que quería comprobar personalmente lo mariquita que yo era, y la evidencia estaba en el semen expulsado por mí. Al final Ahmed pudo comprobar lo mariquita y lo pasivo que yo era, y yo pude comprobar el gran macho y el gran señor que era él. (Continuará)