TE VOY A CASTIGAR POR MARIQUITA - Parte 9 (reeditado)

Después de aquel enloquecedor encuentro, le supliqué fervorosamente a Ahmed que me aceptara como esclavo. Estuve besándole los pies mientras le suplicaba. Para mi gran entusiasmo él me aceptó. Todas mis propiedades y dinero se los cedí a él con premura. Yo me quedé sin nada, pero era una forma de demostrar a Ahmed mi agradecimiento por haberme aceptado como esclavo. Pasé a vivir en una mazmorra que Ahmed tenía en el sótano de uno de los chalets de su propiedad. Fui obligado por él a alojarme dentro de una jaula para animales y me puso un collar de esclavo que tenía una argolla. En ese mismo sótano había colgados en ganchos correas de distintas longitudes, para utilizar según a él le placiera. La jaula estaba cerrada con un candado y solo él tenia la llave y yo debía comer en un plato de los que se utilizan para dar de comer a los perros. En ese mismo sótano estaban en sus jaulas el resto de los esclavos de Ahmed que conformaban su harén. Cuando él venía de montar a caballo siempre debía limpiarle las botas lamiéndolas con mi lengua, incluso las suelas. Cosa que hacía fervorosamente, salivando abundantemente. Me encantaba el olor a cuero de sus negras botas y me fascinaba el amenazador brillo de sus espuelas. Algunas veces tenía la fortuna de comer entre sus botas de montar a caballo, a cuatro patas, como un perro, en mi plato para perros. Mi cuerpo se cubrió de moratones por las patadas y puntapiés que Ahmed me daba con sus botas de montar, botas ideales para dar buenas patadas, y en mi piel se distinguían las señales de los latigazos, y del castigo con su fusta y sus espuelas. Me obligó a ponerme un cinturón de castidad, pues todos sus esclavos lo llevaban. El único que podía gozar por la polla era él, los demás debíamos gozar exclusivamente por el ano como mariquitas pasivos, como seres inferiores. La única polla que había que trabajar era la suya, y siempre con total dedicación y esmero. Para los esclavos, su polla era algo que debíamos de adorar y adorábamos. Cuando Ahmed entraba en la mazmorra automáticamente todos los esclavos debíamos arquear la espalda poniendo nuestro culito en pompa, ofreciendo nuestro ano a nuestro amo y señor, por si él deseaba follarse a alguno. Para mi dicha él me jodía con frecuencia. Era jodido y bien jodido por el gran macho y a pesar de mi cinturón de castidad siempre me corría como un bendito, evidenciándose así de forma reiterada mi condición inferior de mariquita pasivo. Una vez me dijo -de todos los esclavos que tengo, tú eres el más pasivo, por eso es a ti a quien castigo con más dureza y severidad, porque es lo que mereces-. ¡Oh! ¡Ahmed! ¡Ahmed! ¡un amo de verdad! ¡un auténtico hombre! ¡un auténtico macho! (Continuará)