Este relato se me ocurrió escribirlo durante una experiencia que tuve con un grupo de machos hetero. Me parecieron atractivos, y como siempre, me fascinaba su expresión varonil, no en vano eran machos hetero. Eran cuatro y uno de ellos tenía un familiar que era dueño de un sexshop. Éste consiguió una gran cantidad de consoladores de los más diversos tipos. Había de distintos tamaños y algunos llegaban a ser enormes, y otros eran tan descomunales que eran sencillamente imposibles. En la trastienda del sexshop empezaron a introducirme consoladores por mi ano, al principio de un tamaño normal. Se divertían viendo como, por la excitación, mi ano se dilataba y segregaba fluidos anales abundantemente. La expresión de mi cara reflejaba un intenso placer y eso los divertía aún más. Empezaron a mofarse de mí. Me sentía indefenso ante ese grupo de machos hetero, expuesto a sus caprichos, pero era una sensación muy excitante. Para su diversión empezaron a introducirme consoladores de tamaño cada vez mayor. Al ver mi actitud de sumisión y docilidad y el tamaño cada vez mayor de los consoladores que me iban introduciendo se empezaron a reír. Oía estruendosas carcajadas de macho y me sentí terriblemente humillado. Pero ésa era la humillación infligida por el macho que tanto nos excita a los mariquitas. Uno de ellos empezó a introducirme un consolador de un tamaño aún mayor y otro me empezó a grabar con su móvil para poder presumir de la fanfarronada. El primero hacia entrar y salir una y otra vez el enorme consolador por mi ano, y el segundo que estaba grabando me ordenó que en mi cara y gesto reflejara placer y gusto y que dijera -ha, ha, ha...¡que gusto!-. Así lo hice. Soltaron unas carcajadas aún más estruendosas que antes ¡que humillación! El que me estaba grabando me parecía especialmente atractivo. Tenía unas manos muy varoniles, con las que sostenía su móvil, y sus brazos eran muy fuertes, muy robustos. Su boca era una boca sin labios, de macho, y tenía una mandíbula muy bien desarrollada, con una marcada hendidura en la mitad. Se reía divertido. Entonces, después de realizar su grabación, decidió escoger el consolador más grande de todos para introducírmelo. Yo tuve miedo. Era un consolador tan descomunal que su tamaño era sencillamente imposible. Los otros se quedaron impresionados por la pretensión de su compañero de juerga. Miraban atónitos el descomunal dildo y a su amigo. Pero ese bello macho fue acercando a mi ano el enorme proyectil de látex y dijo -le voy a meter esto, por mariquita-. Se oyeron las risotadas de macho más estruendosas que nunca escuché. Nunca me había sentido tan humillado, tan denigrado. Nadie mejor que un macho hetero para hacer sentir la humillación más absoluta a un mariquita. Yo le supliqué que no me introdujera eso, pero mi voz quedó anulada entre las estruendosas risotadas. Me sujetaban fuertemente y sentí la enorme presión de la cabeza del mastodóntico consolador sobre mi ano. Pensé que me destrozaría el ano, pero aunque con gran dificultad, el gran cabezón de látex pudo atravesar el esfínter y así el enorme proyectil pudo continuar por su camino hacia delante, introduciéndose más y más por mi ano. La presión en mi intestino se fue introduciendo a zonas cada vez más profundas y era enorme, casi insoportable, pero fue tomando forma una sensación placentera cada vez más intensa -ah, ah, ah...-. El macho de los brazos robustos no tuvo piedad y me introdujo el monstruoso dildo hasta el fondo -ah, ah, ah..- ¡Que gusto!. Esos machos se mofaban al advertir mi gozo. Luego él empezó a hacer avanzar y retroceder el monstruoso dildo, fornicándome con él entre risas. Cuando el éxtasis de gozo llegó a su culmen, me corrí. Cuando ellos se dieron cuenta de que me había corrido se dispusieron para marcharse, pero antes uno de ellos me dio una fuerte patada en la zona del ano como queriendo remachar la introducción total del gigante proyectil que todavía tenía metido. Por el fuerte impacto perdí el equilibrio y caí al suelo y el de la patada con gesto de macho burlón me dedicó el último insulto -¡por mariquita!-. Se disponían a marcharse y hablaban entre ellos tranquilamente, ignorándome. Era una conversación distendida entre ellos de la que a mí no me hacían partícipe. Relajadamente, como sin querer, uno de ellos escupió un gran lapo al suelo. Lo señaló y me ordenó de forma autoritaria que lo limpiara con la lengua, pues ése era el sexshop de un primo suyo y quería el suelo impecable -obedece o te damos una paliza-. Era un lapo enorme, de un verde muy intenso que brillaba de forma espectacular ante la luz artificial. Yo me apliqué sorbiendo con mi boca, degustado el gran lapo, mi lengua lamía los restos de lapo que pudiera haber en el suelo. Obedecía teniendo todavía metido el gran consolador por mi ano. Al ver mi docilidad y obediencia esos machos soltaron carcajadas a coro satisfechos. Se disponían a atravesar el umbral de la puerta. Estaban ya de espaldas y se habían puesto ya sus cazadoras. Me fascinaba contemplar sus espaldas tan anchas. Era difícil encontrar a hombres con unas espaldas tan anchas. Antes de que traspasaran el umbral de la puerta, yo, a modo de despedida, balbuceé algo con timidez, pero no obtuve ninguna respuesta. Ellos ni siquiera se molestaron en contestarme y se marcharon tranquilamente, ignorándome, como unos señores, haciéndome sentir muy inferior. El monstruoso dildo que me introdujeron era de color marrón oscuro, muy oscuro, casi negro, y como todos los productos comerciales tenía un nombre: Ahmed. Ése era un dildo Ahmed, de tipo Ahmed. Sabía que Ahmed es un nombre de origen árabe para hombres. Por el color del dildo, un marrón tan oscuro, y por su nombre: Ahmed, me di cuenta de que ese gran consolador quería simbolizar el falo enorme de un gran macho árabe. Entonces por mi cabeza pasó la idea de escribir una serie de relatos inspirados en Ahmed: el gran macho árabe, dotado físicamente, por su enorme miembro, y dotado psicológicamente, por su actitud de machismo absoluto, que te iba a castigar ¡por mariquita!.
TE VOY A CASTIGAR POR MARIQUITA - continuación del epílogo
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