Este relato es un respuesta a la petición que me ha hecho un amo de esta web. Me ha encomendado que escriba un relato en primera persona relatando su experiencia. Espero que sea de su agrado.
Me considero heterosexual. Llevo casado doce años. Tengo dos hijos. Mi esposa cree que le soy fiel, pero no lo soy.
Sin embargo, no debo ser totalmente heterosexual porque no hay nada que me la ponga más dura que el tener a un maricón a mis pies. Durante años, he estado muy confundido con esto. Alguna vez que he convencido a mi esposa de ir a una playa nudista, he aprovechado para contemplar a los chicos que estaban por allí mientras mi esposa iba al mar. Lo hacía para observar mi propia reacción. Quería saber si alguno me provocaba atracción. Pero no, nada, total indiferencia.
Pero por otro lado, a veces me cruzo con un tío por la calle, uno de esos que se les huele lo gay a distancia, no porque sean amanerados, si no por como van por la vida, y se me pone como una roca. De inmediato me dan ganas de hostiarlos y escupirlos.
He reflexionado durante muchos años sobre esto. Evidentemente, hay algo de homofobia en mi reacción tan visceral. Y nada más lejos de quien quiero ser y como actúo en la vida. No obstante, hay un tipo en particular de hombre gay que me resulta despreciable. Y ese desprecio me lleva a desear usarlos brutalmente. Siento que alguien tiene que enseñarles su lugar. Mi vida sexual con mi esposa es buena, la amo y no la dejaría por nada, pero igualmente pongo en riesgo todo lo que he construido por ese tipo de marica a la que aborrezco. Y sí, hay un motivo para ello. Me brindan más placer del que jamás podría obtener con una mujer. Con una mujer siempre es sexo vanilla. Se me educó en que a las mujeres hay que respetarlas. Pero a esos hombres fallados que son las maricas que uso, no, no se les debe respetar. Y si se les cuida es porque uno no rompe lo que le pertenece, pero no porque lo merezcan.
La primera vez que experimenté este subidón fue en la adolescencia temprana. Los veranos iba a la casa del pueblo. Allí había un chico, un par de años menor, que era el mariquita del pueblo. Una tarde, aburrido, comencé a acosarle por las calles desiertas a la hora de la siesta. Él intentaba evadirme. Al final lo arrinconé contra una pared y le empece a dar hostias, no muy fuerte. Realmente lo que me molaba es que no se defendía. Se me empezó a poner dura de inmediato. Incluso llegué a manchar de líquido preseminal los gayumbos. Cuando noté eso, apenas momentos después de la primer bofetada que le propiné, me detuve confundido. Él aprovechó para escapar. Al día siguiente, me lo encontré de nuevo. Antes de que pudiera huir, le eché el brazo por sobre sus hombros y le dije que seríamos amigos. Me lo lleve a la ermita que estaba fuera del pueblo y le hice ponerse de rodillas y rezarle a mi polla. Él estaba confundido pero aceptó el juego. Le ordené que me masturbara. Si no me gustaba como lo hacía, le daba una colleja. En esa época, siempre me venía muy rápido, así que no tardaba mucho en llenarle su carita de lefa. No se la dejaba limpiar. Me encantaba verle así, humillado y marcado. No le dejaba irse hasta que me limpiaba bien la polla y hasta que la leche se secara en su rostro. No lo noté hasta empezar a usar maricas años más tarde, pero el jamás intentó tocarse la pollita mientras aquello sucedía. Y ese es el tipo de zorra que me gusta. Para mí no tienen polla, detesto vérselas. Tienen dos agujeros para mi uso y disfrute. Nada más.
Durante años, enterré los recuerdos de aquello. Alguna vez me cruce al chico este, pues cuando se mudo a Barcelona, vivía en el mismo barrio en donde yo trabajaba. Siempre nos ignoramos. Creo que ambos sentíamos vergüenza. Yo seguí con mi vida. Estudié una carrera, salí con chicas. A los 26 años conocí a mi esposa. Un par de años después nos casamos. Después de que nació mi primer hijo, mi esposa no estaba demasiado disponible para mí. Si bien sabía que debía entenderlo y ser paciente, en mi interior comencé a acumular rencor. Por supuesto, nunca le hice ningún reclamo. El niño era ya suficiente stress. Pero aquella furia tenía que salir por algún lado.
Una mañana iba en el metro y subió un crío que me hizo recordar aquel chico del pueblo. Tenía la misma edad, era parecido físicamente y le gustaba la polla. Instintivamente, sentí mi labio superior fruncirse en un rictus de asco. Entonces, me vinieron a la mente todas aquellas imágenes que había intentado enterrar, todos aquellos placenteros recuerdos. En ese momento, lo supe. Tenía que volver a experimentar aquello. Obviamente, no con aquel crío, pero no podía reprimir aquello más. Se podía ir todo al diablo. No me importaba. Necesitaba volver a sentir aquello. Al llegar a la oficina, entré a un chat. En lo laboral, fue la mañana menos productiva de toda mi vida laboral, pero para el mediodía ya había encontrado un maricón perfecto.
¿Por qué era perfecto? No lo sé. Creo que porque sabía qué era lo que yo necesitaba y estaba dispuesto a complacerme. Era mayor que yo, muy delgado y con la nariz demasiado grande, pero nada de eso me importaba. Hubo algo en su mirada que me la puso dura de inmediato. Le abofeteé fuerte, varias veces. Sus ojos se pusieron vidriosos, pero ni se quejó, seguía allí de rodillas.
- Vas a tragar meados, marica – le anuncié.
Su respuesta fue abrir la boca. Se la metí hasta la mitad de la boca y comencé a mearle despacio dándole tiempo a tragar. Me fascinó ver como se esforzaba en tragar todo. Esa zorra me daba tanto asco que me daban ganas de destrozarla. Apenas terminó de tragar, le empecé a follar la boca con furia. Intentó zafarse pero no le dejé, le cogí fuerte entre mis piernas y le mantuve la polla bien metida en la boca empujando con mis manos. Le llené la boca de lefa. Le escupí, me metí la polla en los pantalones y me fui.
Cuando salí de aquel piso, pensé que aquello no se iba a repetir. Estaba convencido de que sería cuestión de una sola vez. Sin embargo, la zorra me contactó unos días después, y me empezó a rogar para volver a quedar. No lo pude evitar. Tuve que volver. Seguí viéndole a lo largo de un par de años, pero habrán sido unas cuatro veces.
Luego empezaron a surgir webs y apps donde me era más fácil contactar con sumisos. He ido probando varios, pero ninguno me convence del todo. Mi sueño sería tener a un maricón permanente. He llegado a la conclusión que yo fui creado así, a imagen y semejanza de Dios. Por eso necesito lo que necesito y nadie tiene el derecho de prohibírmelo.
Yo, el mejor de todos.
Xtudr, el chat esencial para los fetichistas gays, te conecta con miles de chicos en tu área que comparten tus gustos. Disfruta de la comunicación instantánea enviando y recibiendo mensajes.
Explora una forma rápida, sencilla y divertida de conocer gente nueva en la red de encuentros para chicos líder como meame_y_hostiame.
Con Xtudr, puedes:
- Crear un perfil con fotos y preferencias.
- Ver perfiles y fotos de otros usuarios.
- Enviar y recibir mensajes sin restricciones.
- Utilizar filtros de búsqueda para encontrar tu pareja perfecta.
- Enviar y recibir Taps a tus favoritos.
Regístrate en la aplicación fetichista y BDSM más popular y comienza tu aventura hoy mismo.
https://www.xtudr.com/es/relatos/ver_relatos_basic/40812-yo-el-mejor-de-todos