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La dignidad del mandril - III

Escrito por: meame_y_hostiame

Los encuentros siguieron una dinámica parecida durante un tiempo, más o menos espaciados, con mayor o menor distancia e intensidad, con más o menos humillaciones, pero Borja seguía sin poder sentir la piel de su señora. Aquella privación parecía no hacer más que acrecentar el deseo.

Los castigos habían empezado a ser más físicos. Borja dejó de ir a la piscina, pues sería difícil de justificar las marcas rojas que se extendían de un lado al otro de su espalda. Por el mismo motivo, había empezado a usar pantalón de chándal largo para ir al gimnasio. Incluso se habían burlado de él por ello cuando fue a jugar al paddle de esa guisa.

Sin embargo, a pesar de las molestias, de las turbaciones y las burlas, o quizás por ellas, él se sentía más pleno que nunca. Tenía la sensación de verlo todo más claro, a la vez que totalmente abstraído de su ínfima e insignificante realidad. Como una hormiga que ve por primera vez desde fuera un terrario y entiende así su papel en la compleja maraña que construyen entre todas.

Los desprecios, humillaciones y castigos de su ama ponían orden en su vida. Al principio, intentando justificar su deseo, el hecho de que su ama fuera una CD, no un hombre o una mujer, era un modo más de auto-humillarse. Pero con el tiempo esa idea se diluyó y comenzó a aceptar que simplemente le atraía. En sus ojos, ella era más hembra que cualquier mujer. Pero ya no le importaba ni se cuestionaba si él era heterosexual, bisexual o qué. Eso ya no importaba.

Un sábado, a las 15:00 hs., recibió un mensaje de su ama. Él se encontraba en una comida de amigos. No habían llegado a los postres. No le importó. Ante al asombro de todos, inventó una excusa patética y salió de allí corriendo hacia la casa de su señora.

- “Este ha quedado con alguna seguramente” – escuchó decir a uno de sus amigos, al salir del local, mientras los demás reían.

Al entrar al piso y comenzar a desnudarse en el recibidor, como era habitual, le sorprendió que las luces estuvieran totalmente encendidas y que se adivinar movimiento en el interior. Normalmente, su ama le esperaba sentada o de pie, pero siempre inmóvil. No obstante, no le dio importancia. Él debía desnudarse por completo, ponerse el collar de perro y esperar a que su ama le diera permiso para entrar.

Esta vez, le aguardaba una sorpresa. Tras unos momentos, a pesar de que se encontraba con la cabeza gacha, pudo adivinar una silueta acercarse a la puerta desde el otro lado, a través de los coloridos vidrios biselados. La puerta se abrió, lo que llenó de estupor a Borja, pues esto nunca había ocurrido.

- Pase, señor, por favor – le dijo un muchacho de unos veinticinco años, atlético, con una sensual línea de vello que surgía desde su ombligo y se perdía entre sus fuertes piernas. El chico llevaba una moña al cuello, brazaletes de metal y un cinturón de castidad que estrujaba sus abultados genitales. Completando su indumentaria, el muchacho llevaba unas orejas de conejo entre su ensortijado cabello negro, un pompón en el culo, que se podía adivinar era la puta del iceberg de un plug que se había introducido en su recto.

Borja se quedó estupefacto al ver a aquel muchacho de ojos vibrantes suavizados por sus abundantes pestañas. Se sintió traicionado, pero a la vez que aquel muchacho le abriera la puerta con pleitesía, le había hecho sentirse más importante. Le llamó “señor”. ¿Qué quería decir aquello? La intriga superó a la ira y al despecho. Ganó el quedarse a averiguar qué estaba pasando, en vez de marcharse.

Su señora parecía ver la escena que se desarrollaba frente a ella con divertida expectación. El brillo pícaro de sus ojos realmente ocultaba el temor de haberse excedido en medir las aptitudes de sus más preciado objeto de deseo. Temía que Borja se fuera ante una situación que le fuera imposible de procesar.

- Ya sabes lo que hacer, conejito -le dijo al chico, sin siquiera darle una explicación a Borja.

- ¿Puedo? - le dijo el conejito a Borja llevando la clavija de una correa hacia la argolla de su collar.

Borja asintió en un silencio autómata que superaba el enfado inicial que sentía ante la inesperada situación.

Tirando de la correa, le acercó hasta el ama. Pero antes, con el fin de ponerle bien frente a ella, el chico debía mover la mesa de centro. Cogió el vaso de zumo que su ama tenía allí y se lo alcanzó servilmente. Luego alzó la mesa para depositarla donde no estorbara. Para hacerlo, debió inclinarse. Fue en ese momento en que Borja pudo ver el pompón de conejo que el chico llevaba entre sus nalgas. Le hizo sonreír. Le pareció gracioso ver a aquel chico exponerse de aquella manera.

El chico jaló nuevamente de la correa levemente, con el fin de exponer el cuerpo de Borja, en toda su frontal gloria ante su ama. A continuación, el muchacho se puso de rodillas junto a su musculosa y peluda pierna. El pene, ya morcillón, de Borja parecía querer acercarse al rostro de juvenil adultez del muchacho.

- Cuéntale tu historia, conejito. Y tú, Borja, escucha bien y aprende de ella.

- Yo conocía a mi señora hace cuatro años, cuando tenía veintiuno. Vi su perfil en una web y me enamoré – la risa del ama pareció lastimar al muchacho, pero sorbió su orgullo junto con sus mocos y siguió el relato – Ella me rechazaba. Decía que no buscaba “mocosos”. Yo en ese momento me creía el mejor sobre la tierra. Nunca me costó ligar. Siempre supe como ganarme a las chicas y siempre fui guapo. Por eso, cada vez que me rechazabas, más te quería para mí.

- No te dirijas a mí si no te lo permito. Te he dicho que le cuentes a él tu historia. No tienes derecho a dirigirte a mí – le digo Jennifer con autoridad casi maternal.

- ¡Perdón, señora! Pues el hecho es que desde el primer día que quedamos, ella me manejó como quería. Yo estaba totalmente perdido. No entendía lo que me pasaba, pero siempre quería más. Pero en un momento, un compañero de la uni me vio el WhatsApp mientras hablaba con ella. Creo que no llegó a ver todo, pero me dio miedo. No quería que se supiera. Y entonces, cometí el error. Un error del que me arrepiento. La bloqueé. Dejé de hablarle por un par de meses. Me desaparecí. Cuando volví a hablarle, ella no me respondía los mensajes. Veía que los había leído, pero me ignoraba.

- ¿Y eso por qué? - le preguntó con tono didáctico Jennifer.

- Porque un niñato desagradecido no vale su tiempo, señora.

- Sigue – dijo Jennifer con tono calmo mientras estudiaba la mirada casi vacía de Borja, quien parecía mirar a un horizonte que no existía.

- Finalmente, luego de meses de intentar obtener su atención, le envíe un video suplicándole que me diera una oportunidad. Lo hice desnudo. Literalmente, desnudo. Quería que supiera que mi necesidad de entregarme a ella era tan grande que me ponía totalmente en sus manos. Ya lo había intentando todo, audios, poemas, canciones. El video funcionó. Ella lo guarda. Puede hacerlo público si vuelvo a traicionar su confianza. Pero funcionó. Me dejó volver a estar cerca de ella. Sé que posiblemente no la pueda volver a tocar, aunque imploro todos los días que me vuelva a dar la oportunidad alguna vez.

Borja permanecía quieto intentando ocultar sus pensamientos. Todo aquello le parecía una locura. ¿Qué hacía aquel chico, que podía ser su hermano menor, arrastrándose de ese modo? Era un chico guapo. Estaba seguro que podía tener a otra CD con tan sólo abrir Grindr. A una trans, CD, chica, chico, lo que quisiera. Gente sobraba en este mundo. Había CDs más guapas incluso. Se preguntaba todas estas cosas como si no conociera la respuesta, pues es lo mismo que le sucedía a él. Sí, había mejores opciones, pero ninguna parecería ser la adecuada. Había una sola Jennifer.

Borja, perdido en sus pensamientos mientras el chico hablaba comenzó a sentir su propio olor a sudor. Parecía una de aquellas plantas que segregan una sustancia tóxica para alejar a sus competidoras. Fue en ese momento que entendió lo que estaba pasando. Su ama les estaba exponiendo y manipulando a ambos. Les estaba amenazando a ambos. Les estaba haciendo sentir su irrelevancia, lo fácil que era reemplazarlos. La indignación que sentía se convirtió en una placentera impotencia que le hacía tensar todos sus músculos como aquel que en el cadalso se prepara a recibir los castigos ejemplares que ordena el dueño del feudo.

- ¿Ves ese hombre ante el que te doblegas, conejito?

- Sí, señora.

- Ese es un hombre que aún puede tener el derecho a tocarme. Adórale como corresponde a tu inferioridad.

- ¿Tengo que hacerlo, señora? - preguntó el chico con una mueca de disgusto.

- Eres dueño de tu destino. Ya lo sabes. Yo no te obligo a nada.

La velada amenaza fue más fuerte que una sonora cascada de azotes. El chico se inclinó ante los masculinos pies de su contrincante. Los besó y comenzó a lamer entre sus dedos. Casi involuntariamente, Borja alzó un poco la punta de sus pies apoyándose en sus talones para que el chico pudiera lamerlos mejor.

Borja se sentía suspendido en una nube de irrealidad y cada tanto se observaba desde fuera, como si se tratara de una película. Desde la butaca de su propia cine, veía como aquel chico lamía sus pies y acariciaba sus piernas sin dejar de mirar a Jennifer, quien se mordía suavemente los labios ante la escena.

Cuando el chico comenzó a subir por sus muslos, Borja quiso tensarlos, para impedir que se acercara a su zona genital. Sin embargo, sus músculos, todos, parecían traicionarle. Sus piernas se abrieron dejando paso al intrépido conejo explorador quien se hundió en el valle que comienza en el fin del escroto y se hunde en los canales del recto.

El olor a hombre que emanaba de la zona debió repeler momentáneamente al muchacho, quien se alejó unos segundos para llenar sus pulmones. Realmente, si Borja hubiera podido preguntarse que le pasaba a ese otro joven en ese momento, hubiera conocido que el chico se estaba sorprendiendo de que el lamer el cuerpo de otro hombre no le resultara insatisfactorio.

- Lámele bien el ojete – ordenó de manera glacial la señora mientras se inclinaba apoyando con interés su mentón sobre la palma de su mano para observar mejor.

Borja se sorprendió a sí mismo abriendo sus nalgas con sus fuertes manos para permitir que la lengua del chico ingresara bien.

- Haz lo que se te ordena – le recordó la señora ante la mirada incrédula del conejito.

El chico sabía que ya no había vuelta atrás. Tomando coraje, se hundió entre aquel coño de macho que se le ofrecía y comenzó a lamer. Luego de los primeros lengüetazos, el aroma ocre empezó a desaparecer dejando sólo el calor del contacto entre dos órganos irresponsables de sus acciones. Aquello ya no le sabía tan mal. El coraje dejó pasó al ánimo, y esté a la excitación.

Luego de un rato, el chico comenzó a subir. De forma natural, Borja subió sus brazos para que el chico lamiera sus axilas y le dejó jugar con sus pezones. Si bien la polla de Borja no había recibido ninguna estimulación, se encontraba totalmente recta y humeante.

El chico evitaba tocarle la polla, aunque a veces, mientras lamía y besaba el torso, no podía evitar que alguna parte de su cuerpo la rozara.

- Bésale el cuello – ordenó Jennifer al muchacho.

La mirada espantada de Borja lo decía todo, pero igualmente no se opuso cuando los labios suaves del chico comenzaron a saborear el sudor de aquel cuello que se ofrecía renuente pero entregado. El chico ya no se resistía a nada. Lo importante era que su ama disfrutara.

Los labios invasores siguieron subiendo por el mentón que parecía querer rehuirles sin éxito. Siguieron besando suavemente, las mejillas y los labios, que se mantenían cerrados en una tensión implacable.

Borja fue muy consciente que aquello no le resultaba asqueroso, pero que su orgullo no le permitía ceder ante la curiosidad. No quería saber cómo era besar a un chico. Si había alguien a quien un macho como él quería besar era a su diosa. A nadie más. Él aún podía elegir y se encargaría de que así fuera.

Por primera vez en todo ese rato, Jennifer se incorporó y se acercó a Borja. Respetuosamente, el chico le cedió el paso. Jennifer puso sus labios muy cerca de los propios.

- Yo sé lo que quieres. No es difícil adivinarlo.

En un arranque, Borja intentó robarle un beso a su reina. Como respuesta, recibió una sonora bofetada que su mejilla agradeció enrojeciéndose.

- No tan rápido – dijo mientras cogía fuertemente el rabo majestuoso de su animal y jugaba con el.

- ¿Qué tengo que hacer? - preguntó Borja casi en bufidos y con la mirada vidriosa.

- Pues por empezar, vas a destrozar el culo de este conejito mientras los dos me miráis – dijo sin dejar de tocar el falo con ambas manos, como queriendo aceitarlo con sus jugos naturales.

- Eso no – dijo con un tono de indecisión absoluta que quería simular certeza el pobre Borja, que ya dudaba hasta de su nombre.

- Como veas… - le respondió el ama divertida.

- Está bien.

- Conejito, ponle un condón. Vas a aprender lo que se siente ser una nena hoy – río ante la mirada de temor del muchacho.

El muchacho comenzó a desenrollar el condón desde la punta de aquella polla que le parecía inmensa. Cualquier polla se lo hubiera parecido, pues al tener la propia disminuida y no haber nunca tenido una en su interior, no tenía realmente una noción real de los tamaños.

Borja seguía en un mundo paralelo. Sentía que se había convertido en muñeco que la única parte despierta de su ser manejaba desde un mundo paralelo. Desde ese mismo sitio, vio como la impiadosa señora cogía del cabello al muchacho, obligándole a ponerse en cuatro patas, y con cuidado removía el plug que expandía aquel recto que debía penetrar.

Ya listo, el pene de Borja se acercó al agujero que se le ofrecía. Con una mezcla de desesperación y de sadismo inusitado, comenzó la penetración, mientras su señora se recostaba en el sofá a mirar la escena, acariciándose su cubierta entrepierna.

El chico intentaba reprimir sus lamentos, pero las estocadas cada vez más violentas de Borja no le dejaban. Sus lamentos no eran realmente tanto de dolor como de humillación. Sentirse usado, penetrado, sodomizado por otro hombre era lo que le hundía en un sentimiento de vergüenza placentera y merecida.

Por su parte, Borja no podía dejar de mirar como su comportamiento agresivo parecía excitar cada vez más a su señora. Se sentía como un instrumento al servicio de una causa mayor, o al menos así quiso pensarlo para evadir el placer que su polla estaba recibiendo al entrar en las cavernosos interiores del muchacho.

En un momento, de improviso, la señora ordenó que pararan la acción, dejando inconcluso el placer final que estaba comenzando ya a experimentar Borja.

- ¡Tú, de rodillas y abre la boca! - ordenó con despectivo deseo Jennifer a Borja, quien sin dudar le hizo caso.

Por primera vez, Borja vio el falecillo de su señora, muy grande para clítoris, pequeño para pene. Le encantó. Le pareció lo más femenino y deseable que había visto en su vida, a la vez que marcial y dominante. Vio como aquello se iba acercando a su boca. Lo sintió introducirse. Y se sorprendió al llenarse su boca de un líquido cálido y amargo. Más se sorprendió al intentar tragarlo. No obstante, no pudo y el líquido comenzó a emanar por su pecho, pene y piernas. El chorro salió de su boca con el fin de también bañar su rostro y cabello.

Todo mojado, con la polla aún erecta e insatisfecha, Borja no pudo evitar preguntarse cómo había llegado hasta allí.

- Conejito, limpia con tu cuerpo este desastre que habéis hecho. Y luego limpia bien con tu lengua a mi chico.

La mezcla de sensaciones, el sentirse tan humillado y excitado se impactó sonoramente con la satisfacción de que Jennifer se refiriera a él como “su chico”. Fue feliz. Realmente feliz.

El conejito, hizo tal como se le ordenó y lamió con placer los restos de meados del cuerpo caliente de aquel hombre que no parecía poder reaccionar ante tantos estímulos.

- Borja, vístete y vete oliendo a meos, como corresponde. Pero antes, arrástrate ante mis pies y bésamelos.

Borja no dudo un segundo en hacerlo.

- Tú conejito, te quedarás a limpiar este desastre.

Ambos sumisos agradecieron el trato de su señora. Mientras el conejito se quedaba limpiando, Borja se dirigió al recibidor, se vistió y se fue en silencio. Al llegar a su casa, no se baño. Quería seguir oliendo a los interiores de su ama el máximo tiempo posible.

La dignidad del mandril - III

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