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La belleza y una bacanal adolescente

Escrito por: David9009

La primera vez que entendí el poder de la belleza fue siendo adolescente, en un campamento. Carlos tenía la tez clara, los ojos verdes, una nariz recta, como cincelada, unos labios carnosos de curvas perfectas y el pelo corto castaño. Pero sobre todo, Carlos tenía un culo redondo y esbelto, que, desde que bajó del autobús, llamó la atención tanto de chicas como de chicos, propiciando toda clase de comentarios.

Yo tenía el pelo y los ojos negros, la tez muy blanca. Era, quizás, demasiado delgado, pero también agraciado. Sin embargo, junto a Carlos, nadie parecía más que el intento de un artista torpe; su belleza era incomoda, era poderosa.

A su alrededor pululaban adolescentes como si se tratase de un espectáculo exótico. En su ausencia, las chicas comentaban sobre Carlos, como despiezando cada parte de él; había quien hablaba de sus ojos penetrantes, quien opinaba sobre sus pestañas, sobre sus piernas torneadas por el fútbol o su corte de pelo, que si bien no tenía nada de particular, se había convertido, oportunamente, en la envidia de todos los chicos. Pero sobre todo, se hablaba de su culo. Las chicas eran más libres de ser claras y directas, y se recreaban con risas nerviosas describiendo como le darían un bocado o un pellizco.

Lo que Carlos provocaba en los chicos era más difícil de explicar. Era evidente que Carlos sabía que su efecto no se limitaba al sexo femenino; no dudaba en pasearse desnudo, después de las duchas obligatorias. Las reacciones de los otros muchachos eran diversas. Había quien disimulaba, dando pequeños vistazos. Había quien bromeaba y le silbaba. Algunos, más aventurados, le daban un pequeño azote con una toalla. Y había quien miraba aquellas nalgas perfectas con los ojos quietos, casi salivando. Mi amigo Ramón era definitivamente de ese grupo. Yo era más cauto. A esa edad estaba bastante seguro de ser homosexual, y me veía obligado a disimular mi interés en sus atributos, sumándome al grupo de las miradas cortas.

Dormíamos en literas. En nuestra habitación estaba Ramón, que era rubio, con pecas. Tenía una figura llamativa, con curvas, algo corpulenta, y un culo respingón. Aunque era guapo, destacaban sus paletas prominentes y una nariz ligeramente aguileña. Su pene, descomunal para su edad, le había ganado una peculiar fama. Era cierto que abultaba de manera evidente aunque estuviera flácido.

Yo dormía en la litera encima de él. Había otras dos camas, también en litera. En la de abajo dormía Alejandro, un amigo de Ramón al que yo a penas conocía. Era más bajito, nervioso y delgado. Aunque su rostro resultaba más convencional que el de Ramón, más proporcionado, a mí me gustaba menos, y su personalidad, algo agresiva, me parecía inquietante. Por último, estaba Fran, que dormía en la litera de arriba, encima de Alejandro. Fran era también delgado, tenía una nariz grande y un poco gruesa, pero de alguna manera sus facciones se compensaban y resultaban agradables.

Fue difícil conciliar el sueño aquella noche. No podíamos parar de reír y hablar. Nuestras hormonas adolescentes dirigían las conversaciones y las bromas. El juego que terminó imponiéndose fue el siguiente; alguien fingía un gemido, otro le seguía, un tercero simulaba masturbarse bajo la sábana. En realidad, la línea que separaba la broma y la exitacion sexual era muy fina. Sospeché que Fran llegó a masturbarse realmente. Yo lo observaba desde mi litera. Sus sacudidas se volvieron menos exageradas y más rítmicas. Cuando se percató de que le miraba, resopló como un animal desbocado y se dio la vuelta.

Los gemidos y las bromas fueron espaciándose más y más, dando paso al silencio. En algún momento me dormí.

Me desperté sobresaltado. Había tenido una pesadilla, pero no era capaz de recordarla. Miré a las literas de Alejandro y Fran. Estaban vacías. Me asomé para buscar a mi amigo Ramón, colgándome boca abajo; tampoco se encontraba en su cama. Estaba solo en la habitación. Por un momento me pregunté, aún soñoliento, si seguía dormido. No. Era evidente. Estaba despierto. Y estaba solo. ¿Dónde estaban Ramón, Alejandro y Fran, mis compañeros de habitación?

Bajé de mi litera y me adentré en el pasillo.

Las puertas del resto de habitaciones se alineaban una tras otra. Podía oírse la respiración acompasada de los muchachos. En la distancia, creí identificar un murmullo. Avancé hacia el sonido, curioso y algo asustado. Parecía provenir del cuarto de baño. Conforme me acercaba, se hizo más evidente. Reconocí la voz de Fran.

-Lo que pasa es que la tienes demasiado grande.

-Cállate, no tienes ni idea- esa era la voz de Ramón, sin duda.

-Pues por la boca- identifiqué a Alejandro.

Estaba seguro, mis compañeros de habitación se encontraban ahí dentro. Dudé un momento frente a la puerta del cuarto de baño, que estaba entreabierta. Entré con sigilo. Unos ventanales dejaban entrar algo de luz. Me sobresalté cuando una hilera de espejos me devolvió el reflejo. Estaba en calzoncillos y llevaba puesta una camiseta de tirantes un poco ancha. Unas figuras en el fondo del cuarto de baño llamaron mi atención. No pude identificar inmediatamente de qué se trataba. Mi cerebro estaba tan lejos de imaginar el espectáculo pornográfico que se escondía en la penumbra, que tuve que hacer un esfuerzo para comprenderlo bien.

Reparé primero en Carlos. Carlos estaba completamente desnudo. Su piel brillaba lubricada por una fina capa de sudor. La poca luz que se colaba por los ventanales resaltaba las curvas y los valles de su cuerpo adolescente, perfilando sus piernas fuertes y su culo inmenso. Su rostro delicado me miró con una mezcla de indiferencia y súplica, que todavía, a día de hoy, intento descifrar. Su espalda estaba inclinada hacia delante.

Alejandro, sin camiseta y con los pantalones de su pijama bajados hasta las rodillas, agarró el bello rostro de Carlos con brusquedad, acercándole su pene a la cara. Intentaba penetrarle la boca de una manera torpe. La mirada de Alejandro estaba completamente concentrada en la boca del muchacho.

Detrás de Carlos, Ramón, también desnudo, intentaba penetrarlo. Empujaba su polla dura y sostenía las nalgas apretándolas con sus manos, que se hundían en la carne. Su polla era mucho más grande que la de Alejandro, gruesa y ligeramente curvada hacia abajo.

A un lado Fran, admiraba el espectáculo, casi en trance, masturbándose una polla más pequeña. Sus calzoncillos estaban en el suelo, pero de todos ellos, era el único que conservaba una camiseta con dibujos de dinosaurios.

La composición parecía diseñada por un pintor renacentista; la violencia de Alejandro usando la boca del muchacho para darse placer, la tarea infructífera de Ramón intentando meter su polla, la concentración de Fran sacudiendo su pene, y el contrapunto de esa belleza casi irreal de Carlos y su misteriosa mirada, que dotaba a la escena de un aura religiosa.

Cuando Alejandro me miró, hice el amago de marcharme, esperando que me reprendieran inmediatamente, pero me ignoraron.

-Lo que pasa es que no está abierto. Hay que dilatarlo- dijo Fran.

-¿Y cómo lo dilato?- preguntó Ramón.

-Hay que comérselo como un coño- aclaró Fran con la voz entrecortada por las sacudidas que daba a su propia polla.

-Pues te lo vas a comer tú- replicó Ramón, molesto, mientras seguía empujando el ano de Carlos con su miembro.

Alejandro volvió a mirarme. Por un momento dejó de usar la boca de Carlos.

-Aquí está David. Este es medio maricón. Que lo haga él.

Quise quejarme, pero guardé silencio. Mi corazón latía descontrolado. Ramón me miró de arriba abajo y dijo:

-¿Se lo comes tú?

La excitación me sobrecogía, hasta dejarme casi sin aliento. Tras un instante eterno, acerté a decir:

-Vale, pero no soy maricón.

Ramón se apartó cediéndome el sitio detrás del culo de Carlos. Clavé las rodillas en el suelo y sentí que me faltaban las fuerzas. Las nalgas de Carlos estaban a unos centímetros de mi cara. No tenían bello. Dibujaban un recorrido suave y delicado. El olor era dulce, una mezcla de hormonas, sexo y sudor adolescente. Acerqué la cara a sus nalgas y las aparté revelando un ano rosado y apretado. Me sorprendió un olor a fresa. En ese momento no lo entendí, y mi cerebro interpretó que su belleza solo podía oler a fruta, pero probablemente era el rastro del jabón con el que Carlos se había duchado.

Nunca había hecho nada parecido. Lamí su ano. Estaba mojado, seguramente Ramón lo había lubricado con saliva. Se me ocurrió pensar que al lamer ese ano mojado, también probaba la boca de Ramón. Carlos arqueó la espalda. Empecé a lamerle más rápido, alternando con empujoncitos de mi lengua rígida, para llegar más al fondo. Su respiración se mezclaba con gemidos en voz baja. Noté que se estremecía.

-Métele un dedo- ordenó Alejandro.

Aparté la lengua del ano, ahora empapado de mi saliva y observé como se apretaba y dilataba. Acerqué mi dedo índice y presioné sobre el agujero.

-No te preocupes. Le gusta que se lo metan- añadió Ramón, que se sacudía la polla a unos centímetros de mi cara.

"Le gusta que se lo metan". Aquella frase todavía resuena en mi cerebro. Implicaba tantas cosas. Solo había una razón por la que Ramón podía estar tan seguro de lo que le gustaba a Carlos; los días anteriores, mientras yo admiraba su belleza en la distancia como un poeta barato, Ramón no había dudado en meterle un dedo en el culo. Quizás, Alejandro ya había disfrutado de la boca de Carlos con su polla. Era posible incluso que aquella bacanal se hubiera repetido antes.

Sentí tantas clases de envidia que estuve a punto de echarme a llorar. Envidié a Carlos, a su seguridad y su descaro, convertido sin complejos en el juguete sexual de aquellos machos jóvenes. Los envidié a ellos, por usar a aquel ser divino como una puta, cuando yo me había conformado con admirarlo. Envidié a Ramón, al imaginarlo metiendo sus dedos en el culo de Carlos, mientras lo besaba y recibía el aliento de sus gemidos calientes en la cara.

Todas esas emociones me golpeaban mientras mi dedo empujaba su ano suave. Una primera resistencia fue seguida de un deslizamiento más fácil. Sentí el calor y la textura acuosa de su recto. Moví mi dedo con curiosidad. Una parte de mí creía estar cometiendo algún tipo de sacrilegio al invadir su intimidad de aquella manera. Si hubiese entrado en una iglesia desnudo, no habría sentido algo tan sobrecogedor.

Los tres muchachos, Alejandro, Ramón y Fran, se habían acercado y me rodeaban con sus pollas, mirando fíjamente el espectáculo mientras se masturbaban. Las indicaciones se habían vuelto comentarios sexuales, que parecían excitarlos. A cada frase se sacudían más fuerte y rápido las pollas.

-Métele dos ahora- pidió Ramón, acercando tanto su miembro que me rozó la mejilla con la punta.

-Sigue comiéndole el culo- comentó Alejandro al tiempo que nuestras miradas coincidían. Le miré con todo el descaro sexual que pude y saqué mi lengua. Me acerqué poco a poco al ano de Carlos sin dejar de mirarle, feminizando instintivamente mis movimientos. Pude ver cómo Alejandro abría más los ojos y se mordía el labio, antes de meter mi cara de nuevo entre las nalgas.

Lamía y Carlos gemía. Intentábamos no hacer ruido, pero uno de los gemidos fue más alto. Alejandro se abalanzó sobre Carlos y le sujetó la cabeza sosteniéndole la nuca, mientras empujaba hacia abajo.

-Calla ostia, y chupámela- dirigió la boca de Carlos hasta su polla y acompañó la mamada con los movimientos rítmicos de su brazo. Carlos se sincronizó y Alejandro ya no tuvo que hacer más fuerza.

Noté que alguien me bajaba los calzoncillos. Sabía que Fran estaba justo detrás de mi. Aparté mi cara del culo de Carlos un momento.

-Qué haces- pregunté.

Al mirar hacia atrás, vi a Fran en una posición inconfundible. Se disponía a intentar penetrarme. Escupió en su mano y se lubricó la polla. Sus ojos estaban tan fijos y concentrados que no parecía consciente de nada de lo que le rodeaba. Una parte de mi entendió que Fran ya no era mi amigo, si no un macho caliente que necesitaba desahogarse.

-Sigue comiéndole el culo- ordenó Ramón.

Le hice caso y volví a fundir mi lengua con el ano de Carlos. Mientras, en mi culo, notaba la presión húmeda de la polla de Fran. Era una polla más pequeña que la de Ramón, pero nadie me había penetrado antes. Noté una punzada.

-¡Para!- dije con el tono más cercano al grito que puede tener un susurro.

-Te va a gustar. Ya verás. Deja que el culo se te abra.

Fran me daba pequeños empujoncitos con su polla. Me escupió varias veces en el ano, y siguió con movimientos suaves y un ritmo constante. Fue cuidadoso. Pensándolo bien, no parecía que fuese la primera vez que penetraba un ano. Supe que su polla se hundió del todo en mi culo porque sus piernas se pegaron por completo a las mías. Metí la mano por debajo de mis huevos. Efectivamente, sus testículos estaban apretados contra mi escroto.

Yo había dejado de lamerle el culo a Carlos casi sin darme cuenta. Ramón aprovechó para dirigirlo hacia su polla, sujetándolo de las caderas. Intentaba, de nuevo y sin éxito, penetrarlo. Carlos se quejaba y se apartaba.

-La tienes muy grande- era la primera vez que Carlos hablaba desde que entré en el cuarto de baño. Solo lo había oído gemir.

-Tienes la polla de un caballo- lo ridiculizó Alejandro.

-Cállate subnormal. Por lo menos no tengo un micro pene como tú- se defendió Ramón.

Ramón se acercó a Alejandro y lo empujó, apartándolo y reivindicando la posición junto a la boca de Carlos. Sujetó la cabeza del adolescente con más delicadeza que el otro, y le metió la polla en la boca. A penas le entró el glande. Carlos la agarró con una mano y comenzó a mamarla.

Alejandro se colocó detrás de Carlos, escupió en su ano y empujó con su polla. Fue muy brusco y Carlos volvió a forcejear para apartarse. Alejandro se limitó a sostenerle la cadera y le pidió que se estuviera quieto, sin rastro de cuidado o ternura. El tamaño mucho más pequeño del pene, hizo lo demás, y en poco tiempo Alejandro estaba follando a Carlos con ritmo y cierta velocidad.

Fran seguía preparando mi culo con movimientos cortos. Yo tenía pánico de volver a sentir dolor, y no paraba de suplicarle que fuera más lento. Fran intentaba adaptarse a mis exigencias. Su polla, aunque era más pequeña que la de Ramón, seguía siendo más grande que la de Alejandro, y alcanzar el mismo ritmo estaba siendo difícil.

La bacanal se estabilizó de esa manera. Ramón recibía una mamada. Alejandro follaba a Carlos con embestidas que llegaban a hacer ruido. Fran me follaba a mi, con metidas y sacadas cada vez más amplias y veloces. Sentía un placer intenso, que comenzaba dentro de mí culo y se extendía hasta mi polla. Fran dio varias embestidas más fuertes.

-Ahhh, ahh joder. Me corro- anunció.

-¡Sácala!- me horrorizó la idea de que se corriese en mi culo.

-¡Ah! Puta. Toma puta...- Fran me agarró más fuerte de las caderas, inmovilizándome, y me llenó el culo de semen. Tras varias embestidas más, se quedó quieto- Tios, me he corrido.

Ramón me miró. Abandonó su posición frente a la boca de Carlos y caminó hasta mí. Yo me sentía profundamente avergonzado. No sabía cómo reaccionar y no me había movido. Aunque Fran había sacado la polla de mi culo, me seguía sosteniendo las caderas. Mi ano se cerraba y se abría. Cuando Ramón estaba cerca, Fran se apartó como si cediera el paso con educación.

Pensé que en ese momento yo no representaba más para mis amigos que un culo al que usar. Ramón me agarró las caderas. Sentí semen goteando por mí escroto y miré por debajo de mis piernas; el semen de Fran había goteado desde mi culo hasta formar un pequeño charco.

Ramón no parecía tener ningún reparo en que los fluidos de su amigo aún estuvieran dentro de mí. Frotó su polla arriba y abajo entre mis nalgas, lubricándose con semen. Por mí mente pasó el siguiente pensamiento; la saliba de Carlos seguía en la polla de Ramón después de la mamada, y ahora se mezclaba con el semen de Fran en mi culo. Sentí que estaba en mi propio paraíso sexual y vencí toda la vergüenza.

-Ufff toma puta- dijo Ramón mientras me sostenía las nalgas con más fuerza.

Carlos era penetrado de manera casi violenta justo delante de mi. Alejandro imitó el comentario de Ramón mientras le follaba:

-Perra, toma polla.

El proceso había sido laborioso, pero había ocurrido algo mágico. Sin pretenderlo, sin hablarlo, el instinto de nuestras naturalezas nos había indicado qué hacer, cómo hacerlo, hasta que, tanto Carlos como yo, nos habíamos transformado en las putas de esos tres machos. Nos habían convertido en lo que necesitaban que fuéramos, y nosotros habíamos encajado en aquel papel como si hubiésemos nacido para ello.

Mis movimientos se feminizaron, saqué el culo, arqueando la espalda. La polla de Ramón me empujó el ano. Entró un poco. Sentí la fuerza de mi agujero rodeando su polla y una punzada de dolor.

-Ah. Joder. Ten cuidado.

Ramón no me respondió, pero dejó de empujar. Unos instantes más tarde, noté que mi culo se dilataba.

-Más lento. Por favor.

Ramón ejercía una presión leve y era mi culo el que iba dejando entrar a su polla. Mi intestino se dilataba por tramos. Llevé mi mano hacia atrás, y palpé. Aún quedaba como la mitad de su pene por entrar. Ramón lo sacó un poco y volvió a meterlo hasta la mitad. Comenzó un ritmo suave de entradas y salidas. Volvió a detenerse dentro de mí, pero esta vez presionando con más fuerza. Noté que mi intestino se relajaba más, y mi culo absorbió el resto de su polla, que se deslizó sin esfuerzo.

Fran me había dilatado el ano con su follada, y lubricado con su leche. Su pene, más grande que el de Alejandro, había abierto el paso a la polla mucho más grande de Ramón. Cuando comenzó a meterla y sacarla, sentí un placer más intenso que antes. Notaba que mi interior se desplazaba para adaptarse al pene de mi amigo. La penetración suave fue dando paso a una follada mas rápida, y se me escaparon gemidos que una mujer no habría hecho más agudos.

-Calla perra- ordenó Alejandro, que todavía estaba follando a Carlos.

Fran había estado observando todo esto con la polla flácida después de correrse en mi culo. Pero los últimos minutos su joven líbido había vuelto a activarse, y comenzaba a pajearse frente a mí, con la polla, de nuevo, dura.

Ramón me daba embestidas cada vez más fuertes, sacudiendo todo mi cuerpo. Fran acercó su polla a mi cara, y mi instinto fue lamerla, como con el culo de Carlos. Me lancé a sus huevos. Les di lametones como un perrillo. Fran resopló y dio un gemido.

-Chupa puta- dijo.

-Toma polla perra- añadió Ramón, dándome un pequeño azote, que fue más intencional que real, para evitar el ruido.

-Toma rabo puta- Alejandro, había comenzado a dar embestidas fuertes y ruidosas a Carlos.

-Subnormal, que nos van a oír- le recriminó Fran.

-Ah ah aaaaaah. Aaah - Alejandro dio unas embestidas más profundas y largas. Se detuvo, y la sacó del ano de Carlos. Pude ver como la leche le caía del culo.

Fran me sostuvo la cabeza y me metió su polla en la boca. No mamaba, él me follaba la boca, y yo hacía lo posible por mantenerla abierta.

Pensé que Carlos se quedaría a cuatro, esperando como una perra una nueva polla para su culo. Pero no fue así. Caminó hasta nuestro trío y puso su polla dura frente a mi cara. Su actitud cambió por completo.

-Toma perra- dijo forzando su polla por mi boca y apartando la de Fran.

Me convencí de que sabía diferente, y de nuevo, pensé en fruta, pero en realidad, el único olor y sabor que percibía era el del semen, mezclado con hormonas y sudor. Su polla estaba completamente húmeda. Quise verla mejor, antes de meterla de nuevo en mi boca; un poco de bello púbico muy fino alrededor, y un glande rosa y brillante. El tamaño era similar al de Fran, pero me pareció un pene mucho más bonito. El diseño de Carlos no dejaba de ser perfecto ni si quiera en su polla, recta y proporcionada, como un dildo. Dio un gemido y se corrió en mi boca. Sacó la polla rápido, pero sus corridas continuaron en mi cara.

Fran, no dudó en utilizar aquel semen para restregar su polla en mis mejillas. La boca me sabía intensamente a leche. A Fran le dieron espasmos por todo el cuerpo. Me metió de nuevo la polla en la boca. Los chorros de semen me rebosaban. Se me ocurrió tragarlos demasiado tarde.

Una embestida de Ramón casi me tiró al suelo, apartándome de la polla de Fran. Otra embestida. Otra. Ramón me estaba empotrando como un animal, sin el más mínimo reparo por no hacer ruido. Nuestras piernas chocaban emitiendo un chasquido rítmico, que terminó en varias embestidas finales, largas y profundas. Su cuerpo se encogía y me apretaba tan fuerte las caderas que me hacía daño.

-Ahhhh joder. Toma puto maricón. Toma leche maricona de mierda. Ahhhhhhh.

Mi amigo me estaba insultando, pero mi cuerpo y mi mente reaccionaron con sumisión total. Una ola de placer me obligó a gemir en voz alta.

-Shhh, callaos los dos- riñó Fran, que terminaba de limpiar su semen con papel higiénico.

Ramón sacó su polla y su leche brotó de mi culo. Mis compañeros se limpiaban las pollas pasándose el mismo rollo de papel. Carlos utilizaba su propia camiseta, que había rescatado del suelo, para limpiarse el culo de leche.

-Vámonos rápido de aquí- ordenó Ramón, que había vuelto a su ser, adoptando el liderazgo de manera natural. Me miró- vamos David. Date prisa.

Los cuatro fueron sorprendentemente rápidos, y a penas unos instantes más tarde, salían por la puerta, en calzoncillos unos, en pijama otros.

-David. Qué te falta- pregunto Ramón justo en el umbral del baño.

-Voy a limpiarme un poco. No tardo nada.

Me quedé solo en el cuarto de baño. Debajo de mi, el charco se había extendido hasta mis rodillas. Mi polla seguía palpitando. Pretendía limpiarme, era cierto, pero no lo hice inmediatamente.

Me levanté y el espejo me devolvió una imagen impactante. Tenía la cara cubierta de semen denso. Las partes que se habían secado comenzaban a tener un aspecto blanquecino. Me puse de perfil al espejo y levanté el culo. Quería ser puta una última vez. Dirigí una mano a mi ano, recogí restos de semen y me los llevé a la boca. Luego bajé de nuevo los dedos y comencé a metérmelos con violencia. En el frenesí, me azoté el culo. Se oyó perfectamente. Me pajeaba con la mano libre, cuando unos chorros inmensos salieron disparados hacia todas partes. Nunca me había corrido así.

Limpié el estropicio como pude. Me enjuagué la cara hasta que me pareció que no tenía restos de leche, y utilicé mis propios calzoncillos para limpiar el semen de mi culo.

Caminé desnudo, salvo por la camiseta de tirantes. En mi habitación reinaba una paz absoluta. Mis amigos estaban dormidos, o lo fingían con una dedicación admirable. Me fijé en Alejandro y vi que abría ligeramente los ojos. Queriendo tentarlo una última vez, aproveché la búsqueda de un calzoncillo limpio en mi maleta para ponerme a cuatro patas cerca de él, enseñándole mi ano recién follado. Subí a mi litera, aún desnudo.

Ya arriba me puse mis calzoncillos limpios. Tenía la polla, de nuevo, como una piedra, pero no tardé en quedarme profundamente dormido.

La belleza y una bacanal adolescente

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