Por aquella época llevaba ya un tiempo trabajando en un local liberal como camarero y, bajo petición y secreto, haciendo de "animador" en fiestas privadas de los clientes.
Un cliente habitual con el que tenía buena relación me pidió asistir a su fiesta de cumpleaños. Acepté sin dudarlo y le dije que, como regalo de cumpleaños, iría gratis.
El día acordado me presenté en su casa y al abrir me dijo que pasara a una de las habitaciones para cambiarme.
En la cama había unos calcetines blancos de los que llegan por debajo de la rodilla y un disfraz de cerdito que incluía diadema de orejas, hocico, manoplas y plug de cola. Nunca me había tenido que disfrazar, así que me pareció divertido. Me cambié y fui al salón donde estaba él junto a otros tres tíos tomándose unas cervezas.
"Vaya escombro de cerda, joder, es que está empalmado y no se nota casi, vaya minipolla" fue mi mejor reseña de la noche.
Me quedé en un rincón a la espera de mis primeras instrucciones, las cuales no se hicieron esperar.
"Coge las galletitas saladas esas, sírvelas en unos recipientes, tráenoslas a los sofás y quédate de rodillas ahí en la alfombra". Cuando volví, estaban todos repartidos en dos sofás, desnudos y meneándosela. Dejé un recipiente en cada sofá y me puse de rodillas.
Sin previo aviso empezó una lluvia de galletitas saladas a mi cara y al suelo. "Intenta coger alguna, puto inútil, y cómete los que se han caído, que se mancha la alfombra". Segunda mejor reseña de la noche.
Cuando terminé de recoger las caídas, uno se puso una galletita entre los dedos de los pies. "Come". Y allí que fui. "Que se note que eres una cerdita". "Oink oink".
Otro cogió una galletita y se la puso en la punta de la polla después de haberla humedecido un poco con lo que ya goteaba por allí. "Venga". Y allí que fui. "Ejem" dijo un poco enfadado. "Oink oink" respondí, y me disculpé consciente de mi error.
Uno por uno fueron poniéndose galletitas en diferentes sitios para que yo fuera comiendo y, de paso, relamiendo la zona. Pies, polla, huevos, culo, un vaso encharcado con las babas de todos... aquello no parecía tener fin. No diré que estaba pasándolo mal, pero empezaba a estar empachado.
Cuando se acabaron las galletitas me dijeron que íbamos a jugar un rato al muelle (ir de polla en polla a pelo durante medio minuto aproximadamente, pierde el primero que se corre).
Me hicieron desnudarme por completo y empezamos el juego. Cada vez que uno de ellos se iba a correr yo tenía que descabalgar, él se corría en mi pelo y yo tenía que frotármelo como si fuera champú.
Cuando todos terminaron, el anfitrión me soltó un seco "y ahora, vístete y a tu puta casa, que es tarde... puedes llevarte el disfraz si quieres". Y eso hice.
Afortunadamente a aquella hora ya no había mucha gente por la calle y fui casi solo en el autobús, porque el olor de mi cabeza era de todo menos discreto...
pd: esto es un relato, fantasía, no realidad.
El nacimiento de piggy
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