Empieza la función – La Academia De Amos y Esclavos – CAPÍTULO 6
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Marc ha pasado más de una hora atrapado en el expositor de cristal. Girando, atrapado entre tres paredes. Sin margen para ningún movimiento por lo estrecho del cubículo, sus piernas están ya cansadas. A su izquierda estaba Felipe y a su derecha los gemelos, que en una situación aún peor compartían el mismo espacio. El cuerpo de uno de ellos se marcaba aplastado en el cristal que compartían.
Su pequeña prisión de cristal estaba insonorizada, habría pasado una hora en el más absoluto de los silencios, de no ser por el bullicio de pensamientos que se arremolinaban en su cabeza. Atrapado, girando, Marc podía observar a los amos moverse con libertad, disfrutaban de una abundante barra de comida y bebidas, algunos fumaban, charlaban libremente. No los oía, pero a veces los veía reír a carcajada limpia. Deducía que a veces hablaban de él cuando le señalaban con el dedo…
En ese tiempo, Marc tuvo que reconocerse que se encontraba aterrado. Llevaba años esperando ese día con excitación. Pero solo ahora empezaba a darse cuenta de su nueva realidad. Estaba indefenso y expuesto, nada de lo que pudiese hacer o decir le libraría de lo que estaba por venir. Amaba a Álex con todas sus fuerzas, pero no quería que su relación cambiase. No quería que Álex cambiase, no quería cambiar él. Le adoraba y deseaba hacerlo feliz ¿Pero iba a ser capaz? Supongo que para eso está la Academia de Amos y Esclavos, para guiarles en ese cambio. Esa idea le relajaba un poco, saber que habría gente cualificada para ayudarle.
En uno de sus rutinarios giros, con su mente sumergida es ese torbellino de emociones, Marc observo una puerta abrirse al final de la sala. Tuvo que esperar a completar otra vuelta para descubrir que habían entrado dos personas, un amo, alto y fornido vestido con elegantes piezas de látex, nada de un traje uniforme y liso como el que llevaban el resto de sus compañeros. Este amo vestía con unos elegantes pantalones y botas militares, su torso cubierto en una elegante camisa con botones y sus brazos cubiertos por una elegante chaqueta. El látex de esa pieza era de un grosor considerablemente mayor, su color granate, su peso, su brillo, transmitían un poder embriagador. Eran los tutores de su clase, sus maestros.
El otro individuo era su esclavo, hecho evidente, pues en la frente llevaba un tatuaje, propiedad del amo Jorge. Un collar metálico rodeaba su cuello, una diminuta jaula de castidad hacía desaparecer su polla. Y aunque Marc no lo había visto, os diré, que un enorme plug taponaba su culo. En cuanto al resto, iba completamente desnudo, ni siquiera, estaba amordazado. Una amplia sonrisa se dibujaba en su rostro.
Cuando el expositor de cristal dejo de girar, los amos se colocaron frente a sus esclavos y las puertas se abrieron. Marc abandonó su sitio bajando el escalón y noto el agarrotamiento en sus piernas por el tiempo que había permanecido inmóvil. Álex unió de nuevo una correa en su cuello mirándolo con lujuria. El chasquido del mosquetón al cerrarse se unió al del resto de los esclavos que se encontraban en la misma situación.
El variopinto grupo de individuos que formaban esa clase avanzaba en una desordenada fila por un pasadizo. Marc no sabía hacia donde se dirigían, estaba realmente nervioso. Encabezados por quienes iban a ser sus profesores, Marc se fijó en sus cuerpos. Atléticos, preciosos, sexis, aparentaban sus veinticinco años, pasada esa edad el cuerpo humano dejaba de envejecer. La gente permanecía joven y con cuerpos preciosos el resto de la eternidad. Eso planteaba otra pregunta, una sin mucha importancia ¿Qué edad tenían sus profesores? Podían tener treinta, cien, quinientos o más de mil años. Eso no importaba, pues con el fin del envejecimiento la edad era solo un número.
Esta vez el camino que recorrieron fue mucho más corto, giraron en un par de esquinas y finalmente llegaron a una gran puerta de madera. Tras atravesarla, y por gran sorpresa para Marc, se encontraron en un amplio auditorio. La puerta conducía al pasadizo, que, dividiendo los asientos en dos mitades, atravesaba el teatro de arriba abajo. Había gente sentada en las sillas, otros alumnos de la academia, amos. Los esclavos estaban de rodillas en el suelo. Algunos de los espectadores vestían la misma chaqueta de látex granate que su maestro, debía tratarse de los profesores del resto de clases.
Marc avanzaba con la cabeza agachada y la mirada clavada en el suelo. La vergüenza que sentía al ser observado en ese desfile no llegaba, siquiera, a poder considerarse el aperitivo de lo que estaba por llegar. El profesor se detuvo en la primera fila y les indico que podían sentarse en esos asientos que claramente tenían reservados.
Víctor ocupó la silla del pasadizo y los gemelos, sus esclavos, que habían entendido la dinámica, se arrodillaron uno a cada lado. Álex se sentó a su lado y le indico que se arrodillase a su derecha, Marc obedeció con precaución, cuidando sus movimientos para no perder el equilibrio. Los brazos inmovilizados y el gancho que se le clavaba en el culo dificultaban la operación. A la izquierda se encontraban las tres parejas que aún desconocía y en la última silla Marc reconoció a Eric. Desconocía por qué se había sentado tan lejos de Víctor y Álex con lo amigos que parecían, pero sus pensamientos se dispersaron en cuanto observo el escenario.
Una formidable cruz de madera colgaba en el centro del escenario. Su profesor se encontraba frente a ella y ordenaba una serie de artilugios que Marc no era capaz de reconocer. También observo una elegante silla, que, más bien, podría considerarse un trono a su derecha. A la izquierda una simple mesa con una silla ordinaria en la que se sentó el esclavo propiedad del amo Jorge, nombrado así a falta de un mejor nombre.
- Los aquí presentes ya han oído esto varias veces, así que lo que ahora voy a contar es para vosotros, mi clase, quiero que me escuchéis con mucha atención. - dijo Jorge andando hacia el frente del escenario, dirigió su mirada hacia ellos y señalo con el índice hacia la primera fila.
Sin duda, capto la atención de Marc, que, ignorando las sensaciones de la mano que Álex acababa de apoyar en su hombro, alzó la cabeza y se concentró en la voz de Jorge.
- Lo que va a suceder a continuación es muy sencillo, vuestra clase ya está formada. IRIS ha determinado que sois un grupo muy compatible, pero todavía está por decidir a qué clases acudiréis cada uno de vosotros. A fin de decidir voy a ir llamando a los amos uno a uno. Cuando oigáis vuestro nombre, queridos aprendices de amo, subiréis con vuestro esclavo hasta aquí y me lo entregaréis. Esta silla es para vosotros – dijo Jorge señalando el trono – podréis presenciar el interrogatorio bien de cerca e intervenir si lo consideráis necesario. Yo voy a atar a vuestro compañero a esta cruz y le colocaré una serie de electrodos que tendrán dos funcionalidades. La primera – dijo haciendo un uno con el índice de su mano – permitirán que IRIS detecte si el chico miente, la segunda, provocarán una dolorosa descarga en su cuerpo en caso de que mienta. – dijo indicando un dos con los dedos
- Chicos, y ahora me dirijo a vosotros, futuros esclavos, el interrogatorio es por vuestro bien. Mi esclavo, que está aquí sentado va a ir apuntando vuestras respuestas, y después usaremos esa información para decidir a qué clases debéis acudir. Por favor, no os dé miedo contestar con sinceridad. Sé que vuestros gustos son patéticos, pero sabed que no estáis solos – dijo sonriendo – Vamos a proceder en orden alfabético, Álex, tú serás el primero.
Al oír esas palabras, Marc se quedó congelado. Cuando Álex se levantó permaneció inmóvil. Ni siquiera se percató del primer tirón de la correa. Con el segundo supo que debía levantarse, pero paralizado por el miedo no pudo. ¿Un interrogatorio? ¿Cuántas cosas iba a tener que contar? Álex tuvo que tirar con mucha fuerza de la correa para hacerlo reaccionar.
Lo siguió a paso lento, todo el mundo le estaba observando. Sus piernas flaqueaban al subir las escaleras hasta el escenario. Estuvo a punto de caer en más de una ocasión y las risas discretas que llegaban del público no ayudaban a su situación. Con los dos pies arriba del escenario se dio cuenta. No había alternativa, no podía escapar, y Álex parecía decidido. Entrego la correa a Jorge y se dirigió a su sitio. Lo mejor iba a ser afrontarlo con determinación, con valentía, así, por lo menos, el público no iba a reírse de él por cobarde.
Jorge le guio con delicadeza hacia la cruz, lo puso de espaldas al público, observando la estructura de madera que colgaba en el aire. Dando un pequeño tirón de la cadena que unía su collar y el gancho en su culo le dijo – parece que tu amo sabe lo que se hace. - El maestro procedió entonces. Desamarro el gancho de su cuello y con más bien poca delicadeza se lo saco del ano. Entonces empezó a liberar las correas que cerraban la chaqueta de fuerza y poco a poco le fue liberando los brazos. Cuando hubo terminado, volvió a colocar el gancho en su sito y con un ligero toque en los hombros le indico que debía girarse.
Con sus caras a dos palmos de distancia, Marc observo a Jorge mientras le colocaba unas muñequeras más bien aparatosas. Diez centímetros de cuero que apretaban sus antebrazos y dejaban en la palma de su mano una barra de metal. De los extremos de esta salían dos tiras de cuero que se unían a una gruesa argolla de metal. Le iban a interrogar colgado por las manos, soportando todo su peso en sus delicados brazos. Jorge procedía con movimientos decididos, dejaba claro que sabía lo que hacía, manejaba sus brazos como un muñeco. Su profesor era un chico fuerte, de hombros anchos y marcados músculos incluso en el cuello. Era moreno, con ojos negros y olía muy bien. Una mezcla entre hombre y látex que se fundía en la nariz de Marc y le provocaban un fuerte deseo por abrazarlo y hundir la cara en su pecho.
Comprobó la resistencia de esas nuevas ataduras. Con una mano le sujeto el codo y con la otra, dio un fuerte tirón de la argolla en el extremo. Le sonrió satisfecho y le dijo – voy a quitarte la mordaza para que puedas responder al interrogatorio, pero no debes decir nada a menos que te pregunte… - le advirtió mientras pisaba un pedal en el suelo y la cruz a sus espaldas descendía hasta apoyarse en el suelo. El alivio que sintió Marc al recuperar la movilidad de su mandíbula fue indescriptible. Tragó saliva y respiro libremente mientras Jorge anclaba sus brazos a la cruz.
Nuevamente indefenso observo como Jorge volvía a apretar un pedal en el suelo y esta vez la estructura recorría el camino inverso. Alzándose más de medio metro por encima del suelo y arrastrándole a él. Sus brazos se tensaron y se agarró con fuerza a la barra de metal al alcance de sus manos. Observó que eso no producía ningún alivio y se soltó rindiéndose a su propio peso. No fue consciente de que estaba pataleando con los pies, hasta que Jorge, ato sus tobilleras al mástil de la cruz. Si bien, no le servían de apoyo, le impedían separar su cuerpo de la cruz y limitaban enormemente sus movimientos.
- ¿Te parece bien si le coloco los electrodos en los huevos? Si no voy a tener que cortarle el traje para colocarlos en los pezones – pregunto Jorge a Álex que permanecía sentado en su sitio, observando, impasible, la escena
Claramente Marc los quería en sus pezones, en las limitadas prácticas que había experimentado con Álex en el pasado, nunca habían probado la electrocución. Experimentarlo por primera vez en sus testículos le parecía aterrador. Ni siquiera era capaz de imaginar lo que se sentiría.
- En los huevos está bien – dijo Álex que no compartía el mismo miedo
El tacto cálido de la mano de Jorge estirando sus bolas le relajó, sintió como el alivio recorría todo su cuerpo. Sus brazos dolían menos y el gancho dejaba de desgarrarle el recto que de repente se había relajado y abierto muchísimo. El frío de los electrodos lo tenso de nuevo y le devolvió todas esas sensaciones. Sin embargo, se sintió agradecido con su maestro por haberle ofrecido esos segundos de paz.
- El chico está listo – anuncio Jorge al público, y todos los amos allí presentes aplaudieron de tal forma que Marc no pudo evitar sonreír. De haber sido posible, hubiera hecho una reverencia para saludar, como los actores en el teatro.
- ¿Estás listo para anotar todas sus respuestas? – pregunto Jorge a su esclavo
- Si amo – respondió – todo listo.
- Bien, vamos a empezar con unas preguntas de prueba para asegurarnos de que todo funciona – dijo con una voz profunda, inundaba todo el teatro, pero se dirigía a Marc – Te voy a preguntar cómo te llamas y me dirás la verdad – le dijo mirándolo a los ojos
- ¿Cuál es tu nombre?
- Me llamo Marc – respondió tras unos segundos de pausa, dudaba. Sabía su nombre ¿Pero y si los electrodos fallaban? ¿Y si IRIS pensaba que mentía? ¿Cómo sería esa sensación? La electricidad recorriendo sus testículos… Afortunadamente, todo fue bien y el público estallo en otro aplauso que le lleno de valor.
- Muy bien Marc, ahora te lo volveré a preguntar, y vas a mentir. No te asustes, te va a doler, pero podrás soportarlo. Tenemos que saber que todo funciona correctamente, después si dices siempre la verdad no volverás a sentirlo.
- ¿Cómo te llamas?
Marc se quedó en silencio, mentir era como apretar un botón que te pega una patada en las pelotas, si no es tu decisión te jodes y te aguantas. Pero provocarlo tú mismo…
- ¿Cómo te llamas?
- Álex – respondió, buscando fuerzas en el nombre del chico al que amaba. Álex sonrió alagado por tal ocurrencia. Sonrió aún más cuando lo vio retorcerse en la cruz.
Su cuerpo entero se tensó, sus manos intentaban fútilmente llegar a sus pelotas. Flexiono las rodillas intentando taparse con las piernas, pero sus pies quedaron atrapados en las tobilleras. Marc hecho la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos y se golpeó duramente contra la cruz, intensificando su agonía. Algunos asistentes del público se echaron a reír descontroladamente, era humillante, era doloroso.
La descarga duró apanas cinco segundos, cinco segundos en los que Marc estuvo retorciéndose. La electricidad le provocaba un fuerte dolor, como mil agujas clavándose en sus testículos, invadiendo el torrente sanguíneo y trasladándose por el resto de su cuerpo, sobre todo en su abdomen y sus muslos. Cuando termino tardo el doble de ese tiempo en relajarse de nuevo y recuperar la compostura. Una gota de sudor le bajaba por la frente, le dolía la cabeza por el golpe y le ardían los huevos. Era injusto, ¿Por qué le había tocado a él ser el primero?
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