No todo lo que parece… (4)

La presencia de Jairo en casa además de duplicar mi trabajo doméstico y hacerme desatender mis responsabilidades laborales me tenía profundamente trastornado, lo que no quita que consideraba que estaba en la gloria, que todo hay que decirlo. De momento no prestaba demasiada atención al hecho de que el nuevo amo me atrajera más que a mi auténtico señor, porque, al fin y al cabo, los tenía a los dos, aunque sólo fuera por unos días. Pero si siempre había pensado que yo era un poco puta, ahora creía haber entrado en la élite de la categoría.

Mi culo no tuvo nunca tanta actividad como aquellos días; jamás tragué tanta leche ni tan variada; porque, ni que decir tiene, dos jóvenes amos no iban a conformarse con una única sumisa. Cada noche acudían a casa nuevos chicos, y esta vez no eran los amigos habituales del amo sino contactos ocasionales buscados en las aplicaciones o encontrados en locales de ambiente. Yo era la última perra, la que no sólo debía de atender a mis dos amos, sino también a las otras perras invitadas para las que también era su sumisa.

Además, fui la chacha que limpiaba la casa después de las quedadas y a la que le tocaba garantizar el descanso y atender las necesidades de mis dos machos hasta las siguientes citas. Y lo curioso es que disfrutaba con ello. Para que no quedara dudas de que yo era la chacha y la perra de las perras, estaba obligada a estar con una jaula de castidad y una pajarita en el cuello como únicas prendas de vestir.

Si siempre he pensado que no hay nada peor que a alguien que es igual que tú se le dé vía libre para que te trate como quiera, en estos días desapareció cualquier duda que pudiera tener. Fui abofeteado, manoseado, meado, escupido, ninguneado y, por supuesto, humillado e insultado por perras como yo que, a su vez, recibían ese mismo trato de mis dos amos y de algún otro ocasional, que también los hubo. Obviamente todo ello era provocado por mis dos amos.

Fueron unos días en los que disfruté, porque descubrí que siempre puedes superar tus límites y que todo eso ha sido buscado por mí mismo. Descubrí que el recién llegado Jairo, que a la postre era el incitador de esas veladas, era un auténtico sádico; que su imaginación no tenía límites, que forzaba y forzaba situaciones que me incomodaban pero que a la vez me hacían subir peldaños en un mundo que cada vez me atraía más. Mi amo Daniel, era consciente de todo ello y no sólo no lo paró en ningún momento, sino que él también se subió a ese carro y competía con su amigo por ver quien llegaba más lejos.

Gocé aquellos días como nunca en mi vida. Además, sabía que, una vez acabada las citas, cada uno se iba a su casa y el que seguía con los dos amos hasta su nueva cita era yo. El que les limpiaba con su lengua las atareadas pollas tras tanta actividad, el que les lamería el sudor y el que velaría su descanso era yo. El que les mamaria sus respectivas pollas cuando amaneciera, el que recibiría en mi cuerpo sus primeras meadas del día, el que les enjabonaría en la ducha matinal era yo. Días magníficos que, como todo en la vida, tuvieron su fin ocho días después; pero eso ya lo contaré otro día.