El despertar de Matthew (IV): un amo responde ante los errores de sus mascotas

El sol aún no había salido cuando los tres hombres, Matthew, Nico y Juan, se encontraron en una situación desesperada. Desnudos y vulnerables, estaban a merced del Gran Amo, una figura poderosa y misteriosa que gobernaba la exclusiva mansión y sus oscuros placeres.

Matthew y Nico habían sido arrestados antes de que pudieran abandonar la reunión de la noche anterior, su pasión e intensidad fueron interpretadas como una violación de las reglas de la mansión, que no permitía el disfrute de dos sumisos, y mucho menos correrse dentro de una mascota, sin que se lo hubiera ordenado un amo. Ahora, los llevaron al sótano, una gran habitación similar a una mazmorra con paredes de piedra y un piso frío y duro. El aire era pesado y húmedo, con el olor a sudor, sexo y castigo inminente.

Nico, con su cuerpo musculoso lleno de cicatrices y hermoso, estaba esposado al suelo, sus fuertes piernas estaban tensas tratando de mantener la posición. Miraba a sus captores con ojos desafiantes, pero su pecho subía y bajaba rápidamente, delatando su miedo subyacente. Matthew, con su cabello rubio cayendo sobre sus ojos, estaba desnudo y expuesto, sus rasgos juveniles y sensuales ahora marcados por la preocupación y la anticipación. Lo obligaron a arrodillarse, con un guardia detrás de él, listo para asestarle un golpe si se atrevía a moverse, mientras lo sujetaron al suelo al lado de Nico.

En el centro de la habitación, Juan, el hombre dominante y seductor, estaba atado a un potro de tortura, con su cuerpo musculoso a la vista. Las cuerdas rojas se clavaban en su piel bronceada y su cabeza colgaba hacia abajo, su cabello oscuro cubría su rostro. El Gran Amo estaba de pie frente a él, una presencia imponente con su cuerpo musculoso, cabello con mechas grises y mirada intensa.

"Has fallado, no has respetado las reglas de la mansión, Juan", dijo el Gran Amo, su voz profunda y autoritaria. "Se te encomendó asegurar que tus esclavos entendieran y obedecieran, pero aquí estamos. No puedo permitir que esta desobediencia quede sin consecuencias".

Juan levantó la cabeza, sus ojos brillaban con una mezcla de ira y miedo. "Aceptaré mi castigo, Amo. Pero por favor, ten piedad de ellos. Son nuevos en nuestro mundo y no querían ofenderos".

El Gran Amo sonrió, sus ojos fríos.

—Son tuyos, y por eso sus fracasos se reflejan en ti. Aprenderán las consecuencias de sus acciones. ¡Guardias!

Siete hombres, de cuerpos totalmente depilados y cuerpos musculados de hombros anchos, dieron un paso adelante. Sus capas rojas ondeaban mientras se movían, y las correas de cuero que cruzaban sus pechos brillaban en la penumbra. Eran los ejecutores de la mansión, y exudaban poder y peligro.

—Estos siete hombres te darán una lección, Juan —continuó el Gran Amo—. Se turnarán, usando tu cuerpo como quieran, desde el amanecer hasta el atardecer. Se correrán dentro de ti, te marcarán como suyo y te recordarán el precio de tu falta.

La respiración de Juan se entrecortó y cerró los ojos, su pecho subía y bajaba rápidamente. Los guardias avanzaron, rodeándolo, sus manos se extendían para tocar, agarrar y estirar su piel como si se tratara de un trapo viejo al que se puede hacer añicos. Un guardia dio un paso adelante, su capa cayó al suelo mientras revelaba su polla gruesa y dura. Se colocó entre las piernas abiertas y atadas de Juan y frotó la cabeza de su pene, una enorme verga con cabeza morada y un enorme meato en medio, contra el agujero de Juan, esparciendo el lubricante y sus jugos alrededor de su agujero cerrado y apretado.

Con un fuerte empujón, entró en Juan, sus caderas chasquearon mientras se hundía hasta las bolas. Juan gritó, su cuerpo se tensó contra las cuerdas mientras se adaptaba al pollazo que lo estaba invadiendo. El guardia comenzó a moverse, sus caderas chasquearon mientras follaba a Juan fuerte y rápido. Los gritos de Juan llenaron la habitación, una mezcla de dolor y placer, su cuerpo aceptando el castigo.

Cuando el primer guardia encontró su ritmo, otro dio un paso adelante, liberando su propia polla gruesa. Se movió hacia la boca de Juan, que se abrió obedientemente, tomando toda longitud de la picha del guardia en el calor de su boca. El guardia gimió, agarrando la cabeza de Juan y comenzando a follar su rostro al ritmo de los golpes que Juan estaba recibiendo por detrás. Juan estaba siendo utilizado, llenado y maltratado, por los dos guardias que tomaban lo que querían.

El sonido de la carne golpeando contra la carne llenó la mazmorra, junto con los gruñidos y gemidos de los guardias y los gritos desesperados de Juan. Los guardias lo trabajaron sin descanso, y el cuerpo de Juan se sacudió con cada embestida de aquellas dos verdaderas máquinas de follar, notando como sus fluidos llenaban poco a poco sus agujeros. Los guardias no hicieron caso de la tensión de Juan y continuaron usando su cuerpo para su placer.

Cuando los dos primeros guardias terminaron, corriéndose dentro de Juan y marcándolo como un trozo de carne que pueden usar sin consideración, los otros tomaron turnos. Usaron cada agujero, cogiéndole la cara, inclinándolo y abriéndole las piernas para acceder a su agujero. Juan estaba totalmente expuesto, siendo pasado de guardia en guardia, sus súplicas y gritos resonando en las paredes de piedra.

Matthew observó, su propia polla dura y goteando a pesar de la situación. Vio la mezcla de dolor y placer en el rostro de Juan y escuchó las duras palabras de los guardias mientras lo degradaban. Era una mezcla embriagadora, y sintió que su propia naturaleza sumisa se agitaba, ansiando el toque de una mano dominante, incluso mientras temía el castigo que se le impondría.

Nico también observaba, respirando entrecortadamente mientras contemplaba la escena. Su pene estaba erecto, un testimonio de sus propios deseos, incluso cuando sus ojos se dirigieron a Matthew, una comunicación silenciosa entre ellos.

El día avanzaba y el sol se deslizaba por el cielo, brillando a través de las pequeñas ventanas enrejadas. El cuerpo de Juan estaba resbaladizo de sudor y semen, y sus agujeros estaban rojos y abiertos por los incesantes golpes. Los guardias no daban señales de detenerse, su ritmo era implacable mientras seguían dándole una lección a Juan.

Finalmente, cuando el sol empezaba a ponerse, el Gran Amo dio un paso adelante, indicando a los guardias que se detuvieran. El cuerpo de Juan se desplomó hacia delante mientras lo desataban del potro, sus brazos y piernas fueron incapaces de sostenerlo. Cayó de rodillas, con los ojos cerrados y la respiración entrecortada.

«Llévenselo y límpienlo», ordenó el Gran Amo. «Mañana nos ocuparemos de Nico y Matthew. Quizá entonces entiendan las consecuencias de sus actos».

Se llevaron a Juan, con el cuerpo magullado y usado, pero con el espíritu intacto. Matthew y Nico intercambiaron una mirada preocupada, sabiendo que les esperaba su propio castigo. Los guardias se acercaron y los escoltaron a través de los enormes pasillos de la mansión. Un destino incierto se sumía sobre ellos mientras los oscuros deseos de la mansión seguían desarrollándose a su alrededor. Pero por el momento, aguantaron, con sus cuerpos y mentes llevados al límite, esperando la llegada del amanecer y los placeres y dolores desconocidos que traería consigo.