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Vacaciones peligrosas

Escrito por: amets

(continuación de mi relato anterior Vacaciones)

Salí del parque por el mismo método que había entrado, atravesando un agujero en el muro que lo rodeaba. Mientras volvía a casa tranquilamente, gozando de que ese tipo me hubiera desvirgado. Llevaba en mi mente el momento en que sentí su polla abriéndose paso en mis entrañas, rasgándome y penetrando con esfuerzo, pero con firmeza. Fue un momento, un instante de dolor y gozo. Estaba absorto en mis pensamientos cuando al ir a acariciar mi medalla de la suerte me di cuenta que no la llevaba. Me habrá caído mientras me estaba follando pensé, y por el momento de placer no noté que perdía mi amuleto.

Llegué a la pensión, tarde y cansado. La dueña de la pensión me saludó con una leve sonrisa. No tenía ánimos de hablar con ella y me dirigí directamente a la cama y me eché a dormir.

Al día siguiente, como había ido de vacaciones en este pueblo que siempre me había gustado, pensé en ir a la playa a tomar el sol y bañarme en el mar. Me habían comentado unos amigos que conocían el pueblo que había una pequeña cala muy agradable y apartada, donde la gente estaba como más le gustaba, vestidos o desnudos. No había problema. Era temprano. Había solo una toalla extendida y una persona nadando en el mar. Extendí mi toalla un poco alejada de la de este único bañista y me tendí en ella de espaldas al sol. Estaba con los ojos cerrados cuando oí unos pasos acercándose

—Hola mi niño. Sabía que ibas a venir por aquí. Te estaba esperando

Tendió la toalla al lado de la mía y se estiró en ella. Puso su brazo izquierdo encima de mi culo y lo tapó con su manaza.

—No quiero que se te queme tu coñito. Es mío y lo protegeré

Se puso el dedo índice en la boca. Lo lamió con lujuria y lo llevó a mi culo, introduciéndolo lentamente. La lejana presencia de un bañista, le hizo levantar la mano y girarse quedando de cara al sol. Estaba empalmado, y su pollón se movía inquieto pidiendo guerra. El nuevo vecino extendió su toalla bastante cerca de nosotros. Me pareció que saludaba ligeramente a mi compañero de playa. Antes de empezar a tender la toalla, mi compañero le dijo:

—¿Por qué no te juntas con nosotros, Moha?

—Acepto la invitación, Samuel

Tomó su toalla y la expuso al lado de la mía. En definitiva, yo quedaba entre ambos. Era un tipo robusto, alto, de complexión fuerte, con la cabeza totalmente afeitada, el pecho lleno de rizos negros y los ojos profundos y negros, duros.

De repente me di cuenta que llevaba colgada la cadena y mi medalla amuleto. Antes que abriera la boca Samuel me calló y me dijo muy seriamente

—Se la he dado yo, era mi trofeo de guerra. Quería que vieras que a partir de ahora le perteneces. Por eso le he invitado a venir esta mañana a la playa para entregarte

—Calla Samuel, yo mismo se lo puedo explicar

Mira nenita, empezó a decirme, Samuel es mi cazador privilegiado. Él es el encargado de capturar putitas como tú para mi harén. Y si son vírgenes como tú mucho mejor. Pero su apetito sexual desenfrenado ha estropeado la mercancía. Te ha desvirgado y ya no me sirves, no puedo venderte. Aunque como objeto sexual aún puedo sacar mucho dinero por ti. Y tampoco puede ser muy difícil hacerte pasar por virgen.

—Recoge tu toalla. Nos vamos, y tú te vienes con nosotros.

Acompañado por ambos, uno a cada lado, como si estuviera custodiado por la Guardia Civil, salimos de la caleta y nos dirigimos al coche de Moha. Era un Jeep, con caja trasera descapotable, iba cubierto por una lona. Me echaron dentro y Samuel se me acercó y me puso unos grilletes que estaban soldados a la caja metálica. Yo no entendía nada de lo que estaba pasando. Por un momento me pareció recordar que al poco de llegar Samuel, como yo estornudé un par de veces, me ofreció un pañuelo. Noté un olor extraño, pero no le di importancia. Poco a poco se me cerraban los ojos, sentía los párpados muy pesados y no conseguía permanecer en vigilia.

Me desperté medio atontado, con dolor de cabeza y de brazos. Los tenía atados a una cadena que colgaba del techo. Fue entonces que me di cuenta dónde estaba. Era una estancia ancha, un habitáculo de forma redonda, con una especie de piedra volcánica que daba aspecto de una caverna, sin luz natural y con una pequeña bombilla colgada del centro del techo. Era una luz tenue que no permitía ver bien el conjunto de la habitación. Apenas lograba vislumbrar el entorno donde me encontraba y poco más de cinco pasos más allá.

¿En qué recinto me encontraba? ¿En manos de qué crápulas había caído? ¿Qué pensaban hacerme este par de sádicos?

Desde que me habían traído de la playa no había comido ni bebido nada. No sabía el tiempo que había transcurrido. Estaba muy sediento. Necesitaba mojar la garganta. Tenía la lengua seca, sin ganas ni de chillar. De repente escuché el ruido de un cerrojo abriendo una puerta. La habitación se iluminó un poco pero aún no se podía ver la totalidad puesto que era amplia. Tras entrar y cerrar la puerta vi que se trataba de Samuel, mi camionero. Venía completamente desnudo, con todo su esplendor de cuerpo de camionero, barrigón, potentes brazos musculados y su badajo golpeando las piernas anchas a ritmo de campanadas.

—Te dije que eras mío, ¿te acuerdas pichoncito?

—Eres un cabrón

—No decías lo mismo cuando te la estaba metiendo

—Tampoco tú te comportabas igual

—¿Qué vas a saber de comportamiento? Tranquilo, perrete, aquí te enseñaremos a comportarte

—¿Tú y cuántos más?

—No te preocupes, ahora vendrá Moha y te pondrá bien caliente

Por la misma puerta por donde había aparecido Samuel salió Moha. Iba completamente desnudo. Solo un casco le cubría la cabeza. Se le podía admirar los pectorales muy marcados, con pezones completamente erectos, negros y grandes. Los brazos eran musculados como robles. Los abdominales eran marcados y definidos. El sexo era un badajo robusto y amplio que tapaba unos huevos colgantes y peludos. Las piernas eran dos jamones, anchas detrás de la rodilla, con unas pantorrillas musculadas y luego se estrechaban en el tobillo para dar paso los pies que eran grandes.

En su mano izquierda llevaba atada una correa que sujetaba un Rottweiler negro totalmente. No llevaba bozal y amenazaba a todo aquél que se movía. Por suerte Moha controlaba sus movimientos. Se acercó a mí mientras yo intentaba alejarme lentamente para no provocar al perro. Él cogió al perro por el arnés y echándose encima de mí me sonrió con sarcasmo.

—Tranquilo que ahora vendrá lo bueno. Esto sí que te dará miedo

Finalmente, la habitación se iluminó en su totalidad. Era una sala amplia con varios apartados, separados unos de otros con biombos que permitían ver su contenido, pero solo a quien estuviera fuera de cada recinto. Los que estaban en su interior no podían ver el contenido, pero sí podían escuchar lo que se desarrollaba. Frente a mi cubículo yo podía ver un pequeño recinto donde cabía una camilla con muñequeras y tobilleras. Detrás de la camilla había un panel lleno de artilugios para utilizar en juegos de tortura.

Había un panel donde colgaban toda clase de látigos y palas de azotar. Los látigos variaban desde los de una sola cuerda, a los que llevaban bola de acero en su extremo. Otros llevaban un nudo de esparto, que destroza la carne que roza. En el panel de al lado colgaban palas de todas las formas y medidas. En algunas de ellas se veían palabras resaltadas en su parte para azotar: pig, fag, whore, shit, cerda, esclava, puerca, zorra.

Samuel se acercó y me liberó de las cadenas que colgando del techo me mantenían inmóvil.

—Ahora, mi niño, te toca a tí.

¿Qué me estaban preparando? Me temía lo peor. El macho camionero al que me había entregado en mi primera noche era ahora un depredador junto a su amigo Moha. Había caído en la trampa urdida por los dos sádicos. Pero asumí que la culpa no era solo de ellos, era mía también por dejarme llevar, por culpa de mi candidez.

Samuel me condujo hasta el cubículo que tenía enfrente y me hizo subir a la camilla, me ató a las muñequeras y tobilleras y me dejó tendido con los brazos y piernas extendidos. Estaba completamente desnudo. Un foco potente me iluminó al tiempo que me deslumbraba. No pude ver nada de lo que sucedía, pero oí fuerte y potente el vozarrón de Moha.

—Bienvenidos Señores ...

(continuará...)

Vacaciones peligrosas

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