Tuerca y Tornillo (1)

Hasta ahora siempre he escrito sobre las pocas experiencias de D/s que he vivido personalmente. Este relato es el primero que escribo como fantasía que quisiera realizar; Pero se basa en conversaciones por chat y teléfono con alguien real.

Escuchando: Más Sexy - COZ - 1979

Me dijo que su AVE llegaba a Atocha a las 20:30h de aquel viernes de agosto. Y allí estaba yo media hora antes, sudando como un cerdo al calor del veranito madrileño y de los nervios ante la perspectiva de un fin de semana entero al servicio de un macho posesivo y controlador, el macho más dulce y persuasivo que nunca había conocido. Tenía que estar en Madrid el lunes por la mañana por motivos laborales, así que llegaba el viernes y aprovechaba para echar una canita al aire y hacer “turismo”.

Le reconocí inmediatamente al salir de la sala de llegadas. Habíamos intercambiado fotos durante un mes de largas conversaciones, en el chat de una aplicación de citas al principio, por teléfono después. Arrastraba una maleta de ruedas bastante grande y, en bandolera, un ordenador portátil. Me adelanté a saludarle. “-Hola, Carlos, soy Rafa…”

Me tendió una mano grande y vigorosa, que estreché con fuerza. Toda su cara era una sonrisa, puro afecto. Pero su voz sonaba imperativa: “Lleva tu la maleta, estoy cansado”. Obedecí.

-“Pesa un huevo! ¿Qué llevas dentro? Solo vas a estar un finde...”

-”Te he traído algunos regalitos, ya los irás viendo. ¿Te hace ilusión, Chocho?”

-”Mucha, Don Carlos”

En nuestras conversaciones previas, habíamos llegado a establecer esos nombres en código. Él era el Macho, Don Carlos. Y yo la hembra, la putita, Chocho.

Hasta que le conocí, nunca había fantaseado con el tema de la feminización, él me fue llenando la cabeza con imágenes de hembras-agujero y de machos-taladro, tuercas y tornillos que se complementan y necesitan mutuamente. Tengo que aclarar que no tengo pluma y que ni mi cara ni mi cuerpo resultan nada femeninos. Es cierto que no tengo mucho vello y que mis tetas son redondas y carnosas, con grandes pezones muy sensibles. Pero mido más de 1,90m y eso me aleja bastante del canon de mujer ideal.

Don Carlos y una servidora tomamos un taxi a la salida de la estación y, poco después, nos registramos en la habitación que él había reservado en un hotel céntrico, un cuatro estrellas cómodo y moderno pero discreto y apropiado para parejas no convencionales.

Aparte del maletón de ruedas de mi señor, yo no llevaba equipaje. Solo una ligera mochila con los útiles de aseo, tal y como Carlos me había indicado. Sus instrucciones eran precisas: nada de ropa de muda, ni siquiera interior, bien afeitado el torso y sobre todo el vello púbico, sin desodorantes ni colonias.

Entramos en la habitación, él por delante, inspeccionando las instalaciones, yo detrás con la maleta. “¿Dónde la dejo, Don Carlos?” “Ahí mismo, en la banqueta”. Dejó su ordenador encima de una mesita auxiliar y, sin mirarme, se acercó a la maleta, la abrió y de ella sacó un paquete envuelto primorosamente en papel de regalo y con un lazo rosa decorando. “Es para ti, Chocho. Un regalo de iniciación”.

Me lo entregó y empecé a abrirlo, nervioso. Era un osito de peluche blanco, con boca, barriguita y garras rosadas y un collar de cuero rosa haciendo juego. Una monada. “¡Gracias, Don Carlos!” -acerté a pronunciar, estupefacto ante una cosa tan cursi. “Hay más, Chocho, mira en la barriga!”.

La barriga rosada escondía un compartimento interior. Metí la mano y saqué otro paquetito con lazo rosa. “Ábrelo, Chocho, es para ti”. Eso hice y descubrí el artefacto que me habría de esclavizar durante el fin de semana: Una preciosa, sonrosada y totalmente cuqui jaula de castidad.