Escuchando: Visions of China - Japan - 1981
Así vestida de mamarracha, entre Barbie arruinada y Putón Verbenero, salí por el vestíbulo del hotel en dirección a la calle. Me seguía mi señor a cierta distancia, para comprobar según dijo el efecto de mi outfit entre la distinguida concurrencia de un viernes noche en la Gran Vía. Yo andaba con incomodidad por efecto de la jaula y, avergonzado, mirando al suelo. Algún gracioso soltó un silbidito piropeante y Don Carlos se descojonó de risa. Me arreó un fuerte cachete en el culo y se puso a mi altura, agarrándome por el collar de cuero. Anduvimos así un trecho bastante largo en dirección a Callao hasta que me dijo que torciera a la derecha por una de las calles laterales que tan mala fama arrastran desde tiempos antiguos. Pronto nos encontramos frente al portal del restaurante. Un luminoso anunciaba que entrábamos en el Palacio de la Gamba (Cocina Oriental).
-”Sus amigos ya llegaron, les están esperando” -dijo el maitre cuando D.Carlos reclamó la mesa reservada. -”Amigos? Quienes son, señor?” -”Amigos míos, Chocho, ahora te los presento”.
El jefe de sala nos condujo por un corredor decorado con farolillos hasta un pequeño comedor privado con una mesa redonda en el centro. Fuimos recibidos con un breve aplauso por los cuatro hombres que estaban sentados. O debería decir dos hombres y dos mariconas, no se podría expresar de otra manera la impresión que causaban a primera vista. Don Carlos hizo los honores.
-”Buenas noches, amigos!. Os presento a mi putita, se llama Chocho...”
-”Hola, Chocho, cómo estás” -sonaron varias voces a un tiempo.
-”...Y éstos son mis amigos, Don Roberto y Don Andrés, que vienen acompañados de sus putitas...”
-”Conchita” -dijo levantándose una de las maricas, bajita, peluda y regordeta, con bigote canoso y maquillada como una folclórica. Lucía un traje de lunares rojos muy ajustado y un collar a juego, de cuero como el mío.
-”y yo soy Xumina” y se levantó a saludar la otra, más joven y agraciada. Era muy delgada y vestía un vestido negro, entallado y sin mangas. Y también el collar rojo.
Conchita era la putita de D.Roberto y se sentó a su lado. D.Roberto era un hombre de unos sesenta años bien llevados. Tenía el cabello gris con entradas en las sienes y unos ojos azules que hipnotizaban. Don Andrés, en cambio, aparentaba unos cuarenta, era de complexión atlética y estaba muy moreno, sin duda de tomar el sol en la playa. Ambos vestían ropa deportiva.
-”Pues si ya estamos todos y todas, vamos a cenar!” remató Don Carlos. Me invitó a sentarme a su lado. Los camareros comenzaron a traer diversos manjares y pronto la mesa estuvo cubierta de todo tipo de platos exóticos. Observé que ninguna de las putitas teníamos cubierto. Sólo los amos disponían de vasos y copas, platos, cuchillos, cucharas y tenedores. Don Carlos se dio cuenta de que yo lo echaba en falta. “No váis a necesitar cubiertos, nena, ya verás”. Escanció un poco de vino en su copa, otro poco en un vaso de los de agua. Escupió un buen lapo en el vaso y me lo ofreció.
-“Vamos a brindar, amigos míos!! Por el Amor Verdadero!!” Roberto y Andrés repitieron la operación del lapo en el vino y todos chocamos nuestros vasos y copas en el centro. -“Por el Amor Verdadero!!” Bebí de un trago mi ración. Era un Ribera del Duero bastante bueno, y el lapo me supo a gloria. Tenía hambre.
En seguida comprendí que el juego consistía en que los amos nos daban de comer a las putitas. De vez en cuando, engullían un trozo de pollo o unas gambas, masticaban y salivaban el alimento y luego nos lo pasaban a la boca con un morreo. Sólo de esa manera teníamos derecho a comer.
La cena transcurría agradablemente, entre risas y anécdotas obscenas de los tres señores, las chicas callábamos si no nos preguntaban. El vino y los lapos corrían en abundancia.
-”Señores, ha llegado el momento del postre!!” -dijo mi señor. Los demás aplaudieron. -”Las galletas de la suerte decidirán quien lo recibe de quien”. Un camarero entró al comedor con una bandeja, portando tres copas de helado y tres galletas de la suerte. Don Carlos eligió el helado de chocolate, Don Roberto el de fresa y Don Andrés el de vainilla. Las galletitas nos fueron entregadas a las mariconas, una a cada una. -”Venga, venga… Abrid las galletas!”
Di un mordisquito a mi galleta y salió un papel: -“Fresa” dije sin entender bien qué pasaba. -”Vainilla!” gritó Conchita, contenta. -”Y yo chocolate” remató Xumina. Intrigado, dirigí una mirada de súplica a mi señor. Éste suspiró brevemente y me susurró al oído: -”Tienes que hacerle una mamada a Don Roberto. Procura esforzarte, tarda mucho en correrse y si se cabrea, te da de hostias. Procura no rozar con los dientes.”
Las tres mamonas nos arrodillamos a los pies de los afortunados, que bajaron sus braguetas mostrando tres rabos magníficos, aún a media asta. Engullí con mimo el pene de Don Roberto, que parecía contento con mi servicio. De cuando en cuando, me la sacaba de la boca y le daba lentos y húmedos lametones en sus huevos colganderos. Me costó trabajo y ya me dolía la mandíbula de tanto mamar polla, pero en un momento dado escuché sus rebufidos, el pene alcanzó su tensión máxima dentro de mi boca y un surtidor de espesa lefa caliente inundó mi boca y garganta. -"Trágatela toda, guarra!!" rugió el Don. Un postre delicioso.
-”Bravooo!!” gritaron los demás, que ya se habían corrido mucho antes. Sus mamonas seguían arrodilladas, rebañando lefa. -”Ahora vamos a tomar unas copas, no?” -sugirió Don Andrés.
Pidieron la cuenta al camarero, pagaron dejando una buena propina y nos enlazaron los collares con unas correas a juego. Salimos a la calle como tres perras paseadas por sus amos.
(3) Sábado Oriental
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