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La venta de esclavos. parte 1

Escrito por: MasterPig80

Una tarde, recibí la llamada de mi buen amigo Mario, un Amo dominante que gusta, al igual que yo, de someter perros esclavos en su finca, en un pueblo aledaño. Me comenta que este año los perros de su finca no trabajan como deben y pide mi ayuda para que recomiende algún capataz y un par de buenos esclavos para lograr su cosecha.

Mario: “Necesito esclavos fuertes y un capataz sádico que pueda dominar a esas bestias con solo gritarles y a punta de latigazos, para alcanzar mi cuota o no tendré ganancias este año”.

“No te preocupes ven mañana en la tarde, tengo lo que necesitas, te envío la ficha de algunas de mis bestias, su peso, su edad, sus fotos, tengo el lote perfecto para que escojas a 2 perros, también te prestaré a mi antiguo capataz, José, quien ya conoces y sabes que puede domar a cualquier bestia. Del precio?, lo hablaremos acá, todo es negociable”, le respondí.

A la siguiente mañana, muy temprano, antes que mis esclavos despertaran y sin previo aviso voy con Juan, mi nuevo capataz, a la bodega. Ya lo había planeado con Juan, sacaremos a 5 esclavos, los más fuertes y dóciles para llevarlos a la preparación en la mazmorra.

Juan lleva un paño humedecido con cloroformo, unas mordazas, y unas cuerdas, la idea es llevarnos a los 5 sin que los demás se dieran cuenta.

Juan: “¿A quién llevamos primero mi Amo?”, me pregunta en voz baja.

“Llévate a Pedro”, le respondo en el mismo tono, mientras sostengo una carretilla para acarrear a cada animal.

Juan le coloca el paño con cloroformo en la nariz a Pedro, sin que se diera cuenta, quedando adormecido, luego le coloca la mordaza y ata sus manos a la espalda y sus patas, lo tiramos a la carretilla y lo llevamos sigilosamente hacia la mazmorra.

Esto lo hicimos con Socra, Dan, Héctor y Manu.

Una vez en la mazmorra cortábamos sus ropas harapientas con unas tijeras y sacábamos su jaula de castidad, dejando a todos completamente desnudos, atados y los tirábamos al piso del calabozo.

Ya estaba amaneciendo, los demás perros esclavos notaron la falta de sus compañeros, pero siguieron su rutina normal. Desnudos y encadenados José los llevo a trabajar en las parras.

Poco a poco los elegidos comienzan a despertar, no decían nada, apenas se movían, sé que estaban conscientes y comencé a explicarles lo que venía.

“¡Escúchenme bien chinos de mierda!, mi buen amigo Mario, el cual algunos de ustedes conocen, necesita apoyo para trabajar en sus tierras. Es por eso que los he elegidos como los más fuertes y sumisos esclavos de mi finca para que Mario elija a dos bestias. Mierdas como ustedes no valen nada, solo son animales que sirven para el trabajo duro del campo, acarrear uvas en sus lomos, escarbar la tierra con sus palas y recibir latigazos en sus culos sin chistar. Yo me enriqueceré con esto, Mario paga muy bien por su trabajo, ustedes no verán nada de eso, sin embargo, al volver, los escogidos recibirán una recompensa, no les diré que es, pero será algo grato que les dará gusto, así que quiéranlo o no se prepararan con Juan para la llegada de mi amigo, quien se reúse a obedecer estará todo el día encadenado a una estaca en el patio, bajo el sol, sin agua ni comida”.

Juan, a mi lado, escuchaba con atención, se notaba en sus ojos esa excitación que provoca la morbosidad y espera atentamente mis órdenes.

“Juan, desata una a una a estas bestias y ponles una cadena en el cuello, luego los llevas al patio y con una manguera lava bien y con jabón a cada animal, por todas sus partes, mételes el jabón por el ano, y con la manguera genera presión para que expulsen todo, como tú ya conoces (por lo que le hice una noche en mi casa), coloca a cada uno a secar, encadenándolos en la estaca, el que no quiera seguir, lo dejarás allí todo el día. Luego, lleva este bolso, contiene unos trozos de madera de leña, son pequeños, de un medio centímetro de espesor y unos 3 centímetros de largo, unos alambres finos, algodón, una navaja y un cepillo de dientes. Colocarás la madera entre sus vergas, lo amarrarás firmemente con el alambre, abrirás su prepucio y rellenarás con algodón, con el mismo alambre, cerrarás el prepucio”.

Mi intención era que Mario viera hombres fuertes y viriles con una verga gruesa y bien erecta, limpios, sin ni un pelo en sus genitales y culo para que notara la sumisión de estos perros. Ahora, solo faltaba demostrar su obediencia.

Luego, les colocaras esposas en sus manos y con sus manos en la cabeza los llevarás jalando de la cadena de vuelta a la bodega, pondrás ganchos en la muralla y los dejarás colgados en ella, con sus vergas a la vista y sus patas que apenas toquen el suelo. Quiero a los 5 perros colgados de la muralla, pondrás grilletes entre cruzadas una pata con la pata del perro que está a su lado. Las patas bien abiertas, y que sus vergas se vean erectas e imponentes. Por último, en su cadena del cuello, colocarás un número del uno al cinco para diferenciarlos, y así Mario podrá identificar mejor al elegido. ¿Está claro Juan?”, le pregunto,

Juan: “Si mi Señor”, se agacha con una rodilla a tierra y besa mi mano, “Lo haré mi Señor”.

“Quiero ver, te seguiré en el proceso”, le respondo y observo como lleva al primer esclavo, Héctor,

“Me quiero asegurar que cumplas con cada orden que te di”, le digo a Juan.

Juan le quita la mordaza, Héctor no dice nada. Aún un poco adormecido queda sin ataduras. Juan le coloca la cadena en el cuello, tira de la cadena y saca a Héctor del calabozo. Los demás se quedan en el suelo, tranquilos, atados, desnudos, esperando su turno con resignación.

Juan llega con Héctor al patio,

Juan: “¡Ponte en cuatro patas, perro!”, le dice a Héctor,

Héctor: “Si mi Señor”, y obedece.

Juan comienza a mojar suavemente el lomo de Héctor con la manguera. Luego con una esponja y jabón lo deja espumoso y blanco.

“Jajaja, parece un oso polar”, le comento con ironía.

Luego, Juan coge una navaja y comienza a rasurar todo el cuerpo de Héctor, su espalda, sus brazos, su culo, sus bolas y su verga, dejándole solo los vellos de sus piernas. Prosigue con limpiar su ano, primero coge el cepillo de dientes, lo frota con el jabón y se lo introduce en toda su cavidad, la verga de Héctor se comienza a ponerse erecta.

“¡Bien puto que me salió ñol!, apenas unas sobaditas y comienzas a excitarte, no es así cerdo putito”, le digo con enfado a Héctor,

Héctor: “Perdón mi Señor”, me responde,

No espera a que Héctor termine de disculparse y Juan le introduce la manguera, generando presión con sus dedos, luego aprieta las nalgas de Héctor, por 10 segundos,

Juan: “¡Aguanta perro puto!”, le dice,

Héctor: “Si mi señor”, responde con dificultad,

Luego de los 10 segundos Héctor suelta toda la mierda. Esto lo repite unas 3 veces.

Juan: “Ponte de espalda al piso”, le dice a Héctor,

Héctor: “Si mi Señor”, le responde y obedece,

Juan coge la verga de Héctor, le abre el prepucio y le introduce el algodón como su patrón lo ordenó. Cierra el prepucio, con el mismo alambre fino con el que agarra la madera y fija su verga hacia arriba bien parada, también le da unas vueltas al alambre en sus bolas para que se vean hinchadas y gordas,

“Parece una longaniza”, comente,

Juan: “Ponte de rodillas con las manos en la cabeza”, para proceder con colocarles las esposas en las manos y le vuelve a colocar la mordaza a Héctor.

Juan: “Ponte de pie”, lo agarra de la cadena en su cuello y lo lleva camino a la Bodega, yo lo sigo también.

Juan clava un gancho en la muralla de la bodega según la altura de Héctor, y con ayuda de una escalera lo coloca colgado, con vista al frente, mostrando su verga bien parada, y sus bolas hinchadas, sus patas separadas, que apenas alcanzan a tocar el suelo, y luego le cuelga un cartel con el número 1.

Juan: “Así es como lo quería mi Amo”, me dice y se arrodilla ante mí,

“Justo así Juan”, le respondo, mientras le acaricio su cabeza. “Buen perro”, le digo.

“Falta muy poco, haz lo mismo con esos 4 perros que faltan, los quiero colgados a la pared, esposados, amordazados, patas bien separadas, que apenas toquen el suelo, engrilladas entre cruzadas con las patas del de al lado, con sus vergas firmes como robles, gruesas, poderosa como un martillo y sus bolas bien apretadas, todos a la vista de Mario”, le digo a Juan.

Juan: “A la orden mi Amo”, y va veloz por el siguiente esclavo.

Ya todo está listo, Mario llegará durante la tarde, tengo la mercancía limpia y a la vista, sacaré buen dinero de estos perros, pienso, mientras miro con orgullo lo que Juan ha conseguido. 5 fornidos esclavos viriles, respiraban agitadamente, la posición es cansadora, pero eso los hace más sumisos y serviciales, eso espero, en realidad temo que alguno se revele, y quedaré en vergüenza frente a Mario. No, no creo que pase, todo está saliendo según el plan.

Es un espectáculo verlos en la pared, Mario está por llegar, pero olvido que es hora de tragar, de repente veo que mis demás perros se acercan en fila, encadenados, en castidad y desnudos hacia la Bodega, eso es algo que no tenía pensado.

Juan: “¡Allí viene Don Mario mi Amo!”, me grita con emoción,

Luego escucho el sonido del motor de su vehículo.

La venta de esclavos. parte 1

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