Le he mandado mensaje ordenando su presencia. Lleva años a mi servicio y sabe como debe actuar. A la hora indicada suena el telefonillo. Abro la puerta del portal y dejo la de mi piso entornada. Voy al salón y me siento en el sofá. Le escucho abrir y cerrar la puerta y sus pasos en el pasillo. Pasa y saluda. "Buenas noches señor". Le ignoro. Se desnuda y se arrodilla ante mí mirando el suelo y mis piés desnudos que casi tocan su cara. Sabe que no debe hacer nada hasta que yo lo ordene. "Túmbate boca arriba, la cara a mis pies". Lo hace y coloco mis pies sobre su pecho. Me gusta sentir su cuerpo bajo mis piés. Le ordeno acariciarlos. Sabe como me gusta, suavemente, uno con cada mano. A ratos pongo uno sobre su cara y él trabaja el otro con ambas manos. Es una sensación muy placentera a la que le hago dedicarse un buen rato, pero es momento de algo más gratificante. "De rodillas" , le ordeno. Lo hace sabiendo lo que viene a continuación. " Besa mi pié". Siento sus labios en el empeine, la planta y los dedos. Cambio al otro. Como alargo mucho este momento, no pude resistirse y empieza a lamer. ¡sin mi permiso! Tanda de bofetafas con los pies como respuesta a su atrevimiento. Esto me encanta. Suelo hacerlo sin motivo, por puro placer, pero esta vez se lo ha ganado. Me gusta el sonido de cada bofetada , y la cara que pone, cada vez más roja esperando la siguiente. La sensación de dominio es absoluta. Sé que él aguantaría lo que yo quiera, pero tengo que contenerme porque podría hacerle mucho daño. Después del castigo, viene el premio a su actitud de total sumisión. Le ordeno lamer mis pies. Tras años a mi servicio sabe perfectamente lo que me gusta. Con una mirada o dándole los pies de una forma concreta, sabe lo que debe hacer y disfruta haciéndolo. Ama mis pies. Los adora. Es feliz, encuentra un sentido a su existencia. Su lengua traza ciŕculos en la planta de mis pies, se recrea en el arco, sube y baja por el empeine, se introduce entre los dedos...
Meto todo el pié en su boca y su lengua juega con mis dedos. Coloco el otro pié sobre su cabeza y la empujo contra el que está dentro de su boca. Le dan arcadas pero sabe que vomitar sería un gran error. Sigue lamiendo todo el tiempo que yo quiera. Es insaciable. Finalmente le ordeno calzarme y me dirijo al baño. El conoce el proceso. Paso al plato de ducha y dijo el chorro a mis pies. Él desde fuera y de rodillas los enjabona. Terminado, salgo, me los seca y me calza. Vuelvo al salón con mi esclavo detrás. Sentado en el sofá y con los pies en una silla, llega el momento de un buen masaje con crema.
Basta, le digo. Se pone en pié y se viste. Se despide " gracias Señor, buenas noches". Adiós.
- Este relato es una recreación auténtica de una de las muchas sesiones que durante años he tenido con mi esclavo.
Dedicado a tí, tu ya sabes quien eres.
A mis pies
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