Mercancía Humana en Oaxaca, México Parte 3

Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. Juanito se había convertido en una sombra de su antiguo yo. Los hijos del patrón lo utilizaban para sus juegos sadicos, humillándolo constantemente.

Lo obligaban a comer de la basura, a dormir en el suelo y a realizar tareas inhumanas. Juanito perdió toda su dignidad, su autoestima y su sentido de pertenencia.

Pero en medio de tanta oscuridad, Juanito encontró una forma de sobrevivir. Aceptó su lugar en la sociedad, entendiendo que era inferior a los hombres que lo rodeaban.

Comenzó a servir con obediencia ciega, cumpliendo órdenes sin cuestionar. Su mente se había quebrado, y su espíritu se había doblegado.

—Sí, señor —decía Juanito, con la cabeza baja y los ojos clavados en el suelo.

—Haz esto, haz aquello —le ordenaban, y Juanito obedecía sin rechistar.

Se había convertido en una máquina, un objeto sin sentimientos ni emociones. Su única función era servir a los hombres superiores.

Y así, Juanito pasó años en la finca, perdido en un mundo de esclavitud y sumisión. Su historia se convirtió en un recordatorio de la crueldad humana y la capacidad de sobrevivir en las condiciones más inhumanas.

Años pasaron y Juanito se convirtió en un sirviente experto, cumpliendo órdenes sin cuestionar. Pero un día, todo cambió. El hijo mayor del patrón, un joven cruel y ambicioso, regresó a la finca.

—Mi padre me ha regalado un sirviente —dijo el joven, mirando a Juanito con desdén—. Tú serás mi servidor personal.

Juanito se estremeció. Sabía que el hijo del patrón era conocido por su crueldad.

—¿Qué debo hacer, señor? —preguntó Juanito, intentando mantener la calma.

—Harás todo lo que te ordene —dijo el joven—. Y más.

Juanito se sintió aterrorizado. El joven comenzó a darle órdenes absurdas y humillantes, obligándolo a realizar tareas inhumanas.

—Quiero que me sirvas en la mesa —dijo el joven—. Quiero que te arrodilles ante mí.

Juanito se arrodilló, sintiendo la vergüenza y la rabia crecer en su interior.

—Quiero que me laves los pies —dijo el joven—. Quiero que me masajees la espalda.

Juanito obedeció, intentando mantener su dignidad intacta. Pero el joven no se detuvo ahí.

—Quiero que te vistas como una mujer —dijo—. Quiero que bailés para mí.

Juanito se sintió horrorizado. Pero no tuvo opción. Se vistió como una mujer y bailó para el joven, sintiendo su dignidad desmoronarse.

El joven se reía, disfrutando de su poder sobre Juanito.

—Eres mio —dijo—. Eres mi juguete.

Juanito se sintió atrapado en un infierno sin fin, obligado a servir a un hombre cruel y sin corazón.