5. Un día más
Jueves 18 de septiembre. 07,53 horas.
Al despertar miró el hermoso reloj de péndulo de la habitación, y calculó que el tiempo que había dormido era insuficiente para metabolizar todo el alcohol que bebió la noche anterior. Jorge se fue espabilando muy poco a poco. Notó una sensación húmeda y cálida en su pene, y entonces comprendió que Álex seguía con él en la boca, mimándolo, acariciándolo con la lengua. Se lo sacó de inmediato sintiendo un inmenso arrepentimiento teñido de vergüenza y vestido de resaca, y es que medio litro de wiski era una barbaridad para él. No sabía ni qué decir ni cómo comportarse después de lo de anoche… anoche…
—Buenos días, Álex.
—Buenos días, mi Amo, espero que hayas dormido bien, Amo. Tu esclavo ha permanecido feliz con tu sagrado pene en la boca, como ordenaste. Si deseas algo de mí soy tu humilde esclavo, ordena y obedezco, Amo —dijo Álex sin osar levantar la mirada.
Se notaba que el soma efectivamente estaba alcanzando su efecto culminante en el atlético cuerpo del chico ruso, que había estado despierto y extasiado toda la noche realizando sus tareas orales. En unas horas saldría el vuelo de Jorge, pero antes tenía que desayunar y luego reunirse con ese Kamar para zanjar el asunto de la herencia. Tocaba ducharse pero mirando el hermoso cuerpo desnudo y el culazo de Álex pensó que no se lo había follado aún, parecía mentira, había dejado pasar toda la noche y nada… bueno, nada no, que recordaba las intensas corridas a su costa y cómo se las había provocado. Sí, pero ahora ya no se atrevía a follar, lo mismo a esa hora le traían el desayuno… de hecho se escuchaba ya cierta actividad, y el sol había salido hacía rato, esos no eran los horarios de España, donde a esa hora la mayoría de la gente se está levantando o sigue dentro de las sábanas. Ah, pero otra mamada no se la quitaba nadie.
—Cómeme la polla, esclavo.
Jorge se había sentado en la cama, con los pies en el suelo y el pene aún flácido. Álex se bajó de la cama en la que había estado tumbado y mamando el pene de su amo las últimas horas y con agilidad se arrodilló, colocó las manos a la espalda, sujetándose por la muñeca, y acercó la boca nuevamente al pene de Jorge diciendo con toda devoción:
—Sí Amo.
Entonces Jorge vio alarmado que los labios de Jorge estaban hinchadísimos y aparecían cruzados por hilos de sangre, algunos se diría que estaban recién cerrados y otros parecían activos.
—¡Alto esclavo! —dijo Jorge frenando en seco a Álex.
Levantó la barbilla del esclavo con la mano y se fijó detenidamente entonces su cara. Álex mantenía los ojos bajos, sin mirarle. Sus limpias mejillas estaban un poco inflamadas por las dos hostias que le había dado unas horas antes, pero sobre todo los labios estaban en muy mal estado, agrietados, sangrantes y muy hinchados.
—Pero, ¿qué te ha pasado?
—Nada Amo, estoy bien.
—¿Y los labios?
—Están para servirte Amo, ¿he hecho algo mal? —preguntó con un claro temor en la voz el esclavo.
—No, pero ¿por qué están tan hinchados?
—Porque te he servido toda la noche, como me ordenaste, Amo. Me has concedido el sublime honor de adorar tu pene lamiéndolo y chupándolo durante tu sueño, Amo, ¿he hecho mal? —preguntó ahora con alarma.
Esa era la explicación. A diferencia de la cara, que se había ido recuperando de la hinchazón de las bofetadas los labios habían seguido siendo usados sin descanso, y lejos de recuperarse habían ido a peor. Jorge incluso temió por su propia salud, pensando que haber tenido contacto en su pene con la sangre de Álex era seguramente un factor de riesgo de cualquier infección que pudiera transmitirle un chico en edad de contraer todas las enfermedades de transmisión sexual del planeta.
—¿Te duele?
—Sí, Amo, me duele muchísimo, me arden; pero por eso mismo sé que debo darlo todo al servirte y obedecerte sin pensar en mi daño.
En esas condiciones no valía la pena hacer lo que había planeado. Y para cuando estuviese recuperado ya él estaría lejos, así que suspiró tratando de consolarse con las travesuras de la noche anterior, que realmente superaban cualquier fantasía calenturienta, y se dispuso a rematar lo que faltaba.
—Venga, vamos a desayunar y me marcho.
—Sí Amo, como ordenes.
Se ducharon por separado, se vistieron y llamó al servicio de habitaciones para que les sirvieran el desayuno. A los pocos minutos un pequeño ejército de hombres y mujeres afanosos se llevaron las sobras del día anterior y pusieron la mesa dispuesta para darse un auténtico banquete; esta vez preguntaron si el esclavo iba a desayunar con platos como los del amo y tras dejarlo todo listo se fueron tan rápido como habían llegado. Desayunaron con apetito, aunque Jorge no supo nunca que usar la boca para desayunar y más tarde cepillársela a fondo conllevó para Álex un dolor enorme que él afrontó con la máxima humildad y sin llamar su atención sobre ello. Aún estaban terminando cuando llamaron a la puerta y se presentó Kamar, tan sonriente y agradable como el día anterior.
Jueves 18 de septiembre. 09,27 horas.
—Espero que haya descansado y desayunado convenientemente, señor Redondo.
—Sí, muchas gracias, he dormido bien, me acosté pronto —mintió Jorge sin inmutarse—. Y el desayuno ha sido también perfecto.
—Entonces, ¿ha tenido tiempo usted para estudiar la información y la propuesta que ayer le facilité?
—Sí, claro —mintió de nuevo—. Pero debo decirle que declino su oferta, y me gustaría marcharme cuanto antes. No me entienda mal, aprecio muchísimo tanto su exquisita hospitalidad como la gran oportunidad que me explicó, pero creo que lo mejor para todos será que retome mi vida de siempre.
—Lamento su decisión pero por supuesto será como usted guste, señor Redondo. Si lo desea ahora mismo trasladaremos su equipaje al aeropuerto, recuerde que el vuelo sale a las 13,22 horas, pero no se preocupe, nos aseguraremos de que no lo pierda.
—Muchas gracias —contestó un Jorge jubiloso con esa confirmación, deseoso de dejar atrás una experiencia tan poco esperada en muchos sentidos.
—En el vuelo de mañana a la misma hora partirá su esclavo; mientras tanto lo tendremos bien cuidado; naturalmente él irá a una celda apropiada cuando deje usted la suite.
—Naturalmente. Estoy seguro que lo atenderán correctamente. Ah, me gustaría que le hicieran algún tipo de cura en los labios, porque los tiene un poco irritados.
Kamar miró de reojo a Álex, que permanecía sentado en un rincón, tal y como Jorge le había ordenado, lejos de la conversación. Desde su sitio Kamar apenas si logró ver nada.
—Se lo devolveremos limpio y mi veterinario personal revisará su boca por si hay alguna cura que hacer.
—Se lo agradezco de corazón, señor Kamar.
—Y también podría usted quedarse un día más y de este modo podrían viajar juntos a Nairobi mañana.
—¿Cómo dice?
—Que si usted lo desea puede permanecer en la suite del hotel para regresar juntos, ¿no le parece eso mejor? Por supuesto con los gastos a nuestra costa; y si gusta después de comer podría ofrecerle un paseo por nuestro pequeño enclave, así conoce usted someramente nuestra ciudad de Sunrut ¿qué opina?
Jorge pensaba a toda prisa. Por un lado le tentaba mucho la idea de quedarse una noche más con Álex, ahí sí que no se le iba a escapar una buena follada, que posiblemente iba a ser la mejor de su vida, en realidad no tenía ninguna prisa porque el vuelo a París salía el domingo, así que si viaja a Nairobi al día siguiente, viernes, tenía tiempo más que de sobra. El único inconveniente era que su amigo Miguel Ángel se iba a preocupar si no llegaba en el vuelo de hoy, y no tenía medio para avisarle. Como si estuviese leyendo su mente Kamar le dijo:
—Por descontado nosotros podíamos ponernos en contacto con quien usted quiera para explicarle este cambio de planes.
—Don Miguel Ángel Jou es nuestro cónsul en Kenia y es amigo mío. Él me estaría esperando hoy, me quedaría si ustedes me garantizan que le avisarán.
A Jorge le gustó mencionar que tenía un amigo tan importante delante de Kamar. El ketirí abrió un elegante portafolio que llevaba y de él extrajo lo que parecía un pequeño teléfono móvil negro. Lo encendió y se lo entregó a Jorge.
—Use este teléfono con toda libertad, tiene conexión a Internet y le aseguro que no está controlado ni intervenido. ¿Recuerda usted el número de su amigo?
—No, pero puedo llamar a la embajada y allí me comunicarán con él.
—Hágalo así entonces. Ese teléfono no se bloquea, y tiene carga para más de un día a pleno uso. Eso sí, carece de cámara, le advirtió su anfitrión.
—Le dejaré a solas para que haga usted la gestión; tanto si finalmente decide quedarse un día más, cosa que personalmente me encantaría, como si se mantiene en la idea de irse solo tiene que avisar al servicio de la suite y ellos se encargarán de todo. Confío verle más tarde, pero si no fuera así le deseo feliz viaje y espero que guarde un buen recuerdo de Ketirandia.
—Claro que sí, señor Kamar; voy a ver si arreglo las cosas y me quedo, le avisaré con lo que sea.
Jorge estaba más que decidido a aprovechar este golpe de suerte; ya no pensaba en raras conspiraciones, ni en peligros ocultos. Es más, le daba lo mismo si el teléfono estaba intervenido y podían escucharle hablar, porque tampoco había ningún secreto en ello. En unos minutos estaba conversando con su amigo.
—Hola, Miguel Ángel… sí, muy bien, en Sunrut. Verás, ha surgido algo y voy a volar mañana a Nairobi, no me vayas a buscar hoy… no, ningún problema, al contrario… de verdad te lo digo, hombre, voy a hacer una pequeña excusión promocional gratuita que me ofrecen… no… jajajaja… no había caníbales, efectivamente, bueno, quedamos entonces para mañana a la misma hora… ¿cómo? Ah, sí, es que sí que hay aparatos funcionando, pero tienen que ser autorizados… no sé el número, pero estoy usando un móvil que me han prestado. Sí, muchas gracias, lo haré… nos vemos mañana, un abrazo amigo.
Resuelto. Jorge se apresuró a llamar al servicio de habitaciones para indicar su cambio de planes. Al poco acudió el bactani del hotel.
—Entendido, elí. El muy alto Kamar Abumón no puede estar con usted esta mañana, pero le visitará esta tarde a la hora del té.
—¿A las cinco entonces?
—No elí; en Ketirandia la hora del té son las cuatro de la tarde —dijo el empleado con una sonrisa amable. Ah, me ha dicho que su esclavo necesitaba una revisión, y me ha encargado que le haga llegar la hoja de servicios.
—¿La hoja de servicios?
—Sí, es muy simple. Usted solo tiene que marcar qué tratamientos desea para su esclavo y nosotros se lo devolvemos con ellos aplicados.
—Ah, qué práctico. Bueno, será solo que lo revise el médico y le haga una cura si fuera necesario.
—Pero elí… un médico no…
—El veterinario.
—¡Exacto elí! Bueno, usted simplemente marca las órdenes y se cumplirán.
Se marchó y al poco, tras llamar dos veces a la puerta y no obtener respuesta, entró con una hoja y un rotulador.
—Hemos traducido todo al español, señor —dijo con satisfacción el ketirí—. Cuando tenga todo listo llama al servicio y recogemos la hoja y el esclavo.
Jueves 18 de septiembre. 11,22 horas.
La verdad es que le picaba la curiosidad a Jorge y quería saber qué posibilidades habría en la famosa hoja, aunque a él en realidad le interesaba simplemente que le dieran al esclavo algún antinflamatorio o cosa similar para aliviar las heridas de los labios. Se sentó en un sillón de la entrada, frente a la misma mesa donde siempre había hablado con Kamar. Se trata de una hoja grande, doble, de modo que el cuestionario abarcaba cuatro páginas. Vio que su nombre ya estaba escrito, y también al final constaba ya la fecha y había un espacio para que estampara su firma, decía “EL AMO”. Rellenó en el encabezamiento el nombre del esclavo y la “fecha de inicio de la posesión”, que tuvo que buscar en el falso contrato que el mismo Álex había realizado ayer. Le parecía mentira que no hubiese pasado ni siquiera un día completo desde entonces cuando en su interior la intensidad y lo insólito del tiempo transcurrido le creaban la falsa impresión de que aquella conversación en el aparcamiento de la aduana, donde sin duda seguía el Rover, había tenido lugar varios días atrás.
Decidió revisar completamente las cuatro páginas antes de rellenar nada, no fuese a meter la pata en algo, y casi no podía dar crédito a lo que iba leyendo, pasando de algo sorprendente a otro apartado aún más insólito. Cada página correspondía con un epígrafe distinto: salud, alimentación, limpieza, y restricciones físicas. En el primero, salud, pudo indicar que solicitaba un reconocimiento general, análisis de sangre y orina con indicación de valores estándar y enfermedades infecciosas, curado y sutura de heridas, y en el espacio donde podía escribir un texto libre mencionó expresamente los problemas de la cara en general y de labios/boca en particular; hasta ahí sin problemas, marcó también que conocía los riesgos médicos y que autorizaba al veterinario para hablar con el esclavo para que le facilitara información que podía ser relevante sobre alergias o cualquier otro dato que se considerara (para lo que se rogaba al amo que diera orden directa de docilidad y obediencia al esclavo). En el apartado de alimentación se podía indicar que el esclavo debía permanecer por completo en ayunas, y si no era así indicar qué tipo de alimento se le debía suministrar: solo agua, alimentación parenteral, alimentación estándar. Además debía indicar si en el agua y la comida debía excluirse el soma, es decir, por defecto se entendía que sí, pero podía ordenarse que no se la dieran. Tras pensarlo un poco Jorge pensó que mejor que se la pusieran, por qué no. La alimentación estándar consistía en lo que se denominaban “pellets”; era posible dejar la cantidad a criterio del veterinario o bien indicar una porción concreta. Jorge pensó que lo mejor era solicitar que le dieran solo agua, con su dosis de soma correspondiente.
La cosa se ponía interesante en el apartado de “limpieza e higiene”. Jorge recordó que justamente por este motivo la noche anterior tuvo algún inconveniente por este motivo, así que marcó los apartados “limpieza exterior completa”, “limpieza a fondo de cavidad bucal” y “limpieza de cavidad anal con vaciado completo de intestinos mediante lavativa de suero salino”. Esto último le resulta bastante excitante como muestra de poder. Había más, y en ese momento había tomado de antemano la decisión de ordenar cualquier cosa que le gustase, total no pensaba volver a Álex nunca más después de esa noche. Así que también solicitó “rasurado absoluto de todo el vello corporal”, “afeitado facial al máximo apurado” y “corte de cabello”; había unos dibujos para elegir el tipo de corte, marcó uno tipo militar, que quedaba por arriba casi plano. Era muy corto desde el punto de vista de Jorge, cortísimo, pero el más largo si lo comparamos con los otros dibujos de opciones posibles, incluido el rapado total. Álex llevaba ahora el cabello bastante largo y desgreñado, pero igualmente ya se lo dejaría crecer luego todo lo que quisiera.
En cuanto a “restricciones físicas” se podía ordenar la colocación de tapón anal, restrictor de pene , jaula testicular, grilletes soldados en muñecas o/y tobillos, collar soldado, brazaletes cerrados, anillos y otros elementos variados en lóbulos auriculares, nariz, labios, pezones, ombligo, pene, testículos o cualquier zona que se indique; todos estos elementos tenían diversas opciones y modelos y podían escogerse de distintos materiales: hierro, acero, plata, oro e incluso platino. Al señalar una restricción debe marcarse también la incomodidad o dolor que deben proporcionar al esclavo: ninguna, moderada, extrema; algunos brazaletes y restrictores podían presentar púas interiores, fijas o retráctiles. También existía la posibilidad de solicitar la eliminación o sustitución de cualquier restricción existente. A Jorge le habría encantado mandarle poner a Álex por ejemplo dos anillos grandes de acero en los pezones, pero esto ya se salía de lo fácilmente reversible, así que dejó todo este apartado prudentemente en blanco.
Se advertía al dueño que el tiempo de servicio podía variar, dependiendo de lo que se hubiese ordenado; como pensaba dar ese paseo con Kamar después de comer pensó con razón que para cuando regresase de él ya tendría a su esclavo listo. Lo releyó todo, se tranquilizó leyendo que se cuidaría al esclavo convenientemente para que no sufriera daños innecesarios, firmó el papel y llamó de nuevo al servicio de habitaciones; el camarero leyó con rapidez, preguntó si el elí tenía alguna duda o quería algo específico que no estuviese en la hoja, y por último, tras asegurarle que el coste de este servicio corría completamente por cuenta del hotel, le solicitó a Jorge que ordenase al esclavo que aceptara las indicaciones que se le dieran por parte del personal de servicio, cosa que hizo de inmediato. Álex vestía la camiseta roja y los vaqueros cortados que llevaba cuando se encontraron por primera vez, cosa que sin duda al camarero le parecía muy divertida, una especie de travesura, como si fuera un perro disfrazado de rana. Álex se marchó tranquilo siguiendo al camarero, quien aseguró antes de marcharse que le devolverían a su esclavo unas horas después y en perfectas condiciones.
A mediodía ya se sentía bastante bien, y sobre la una llamó al servicio de la suite para ordenar una comida sencilla pero sabrosa, a base de canapés, salmón y solomillo de ternera, pero se abstuvo totalmente de beber alcohol. Finalizó con un sorbete de limón y un café con leche.
Jueves 18 de septiembre. 14,40 horas.
Tenía tiempo de sobra hasta que volviera Kamar para tomar juntos el té y luego ir de paseo por la ciudad, así que Jorge pensó que era el momento perfecto para revisar la documentación que el ketirí le había dejado, y que apenas si había hojeado; en ese mismo momento Álex se encontraba sujeto con fuertes correajes en una sala “de limpieza” donde le estaban administrando fuertes lavativas y purgantes que le iban a provocar vómitos y el vaciado total de su sistema digestivo, que sería luego concienzudamente lavado con suero salino, pero evidentemente Jorge no lo podía saber.
Lo primero que comprendió al revisar los documentos que le había dejado Kamar es que el testamento de Benassur ocupaba pocas hojas; en cambio el grueso del total correspondía a un dosier titulado simplemente “Ketirandia”, donde se advertía en la faja de papel que lo envolvía que al rasgarla el lector aceptaba la obligación ineludible de no comentar el contenido que se ofrecía fuera del país, ni por supuesto hacer copia del mismo en todo o en parte, y mucho menos darle difusión, advertencias todas que no hicieron sino avivar la curiosidad de Jorge. Lo abrió, y ya nada volvió a ser igual para él.
Ketirandia (“Ketiris” en su propia lengua… porque existía una lengua propia), la República de los Hombres Libres, se basaba en la esclavitud como forma de filosofía vital. Un esclavo es un objeto, un bien de uso que carece de entidad jurídica por sí mismo. Su valor, pues pueden comprarse y venderse, no es alto, ya que aparentemente hay superpoblación de ellos; no se cuentan por miles, sino por millones, aunque no aparecían cantidades exactas. En cambio los hombres libres apenas llegan a 25.000 en todo el país. También se hablaba de las mujeres ketiríes, que por ley viven separadas de los hombres. De hecho las dos islas principales del archipiélago que constituye todo el territorio del país salvo el pequeño enclave costero de Sunrut donde justamente estaba Jorge, llamadas Alfar y Betia estaban destinadas la primera a los hombres y la segunda a las mujeres. Y cuando se preguntó si no habría un lugar mixto encontró que había dos: la isla Onga y el enclave de Sunrut, donde efectivamente había visto alguna mujer entre el personal de servicio.
Sin terminar todo el dosier buscó el testamento y encontró una anotación final aclaratoria en la que se certificaba que solo el dinero depositado en forma de oro en los bancos ketiríes se elevaba a más de ochenta tesoros, y dado que un tesoro tiene mil talentos y cada talento mil doblones, eso significaba que Benassur disponía al morir de ochenta millones de doblones; calculando a ojo unos seis mil cuatrocientos millones de euros. Además la relación de fincas, barcos, empresas y demás era enorme; curiosamente no se mencionaba el número de esclavos, que se citan siempre con frases tales como “y los enseres y animales que corresponden”. No parecía existir ningún bien en el extranjero, o por lo menos no aparecía relacionado en el testamento.
Jorge era consciente de su edad, de que le quedaban tal vez veinte años de vida, y eso con mucha suerte. Había escuchado muchas veces que la gente se arrepiente en el lecho de muerte no tanto de los errores cometidos como de las ocasiones perdidas, y se dijo que a él eso no le iba a pasar. Lo peor que podía ocurrirle era la muerte, en cambio si todo salía medianamente bien podía alcanzar literalmente el paraíso. Volvió al dosier para continuar sabiendo todo lo posible sobre Ketirandia, pero interiormente ya había tomado una decisión.
5. Un día más.
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