Jueves 18 de septiembre. 16,10 horas.
En la mesa auxiliar estaban dispuestos en formaciones perfectas todo tipo de dulces y pastelillos con los que complementar el té, que con su maravillosa fragancia inundaba el ambiente.
—¿Qué variedad de té es esta que tiene tanto aroma? —Quiso saber Jorge.
—Es té rojo normal, pero lo preparamos con canela y un poquito de jengibre, y eso le da un carácter muy fuerte y especiado, a mi parecer insuperable. Es muy sencillo, deberían copiar la receta en todos lados —le contestó Kamar tomando su taza y dando un sorbo, a pesar de que el líquido recién vertido casi borboteaba.
—¿No quema?
—¡Sí, sí que quema, pero es que me gusta así! —rio el ketirí.
Habían entrado casi a la vez el muy alto Kamar Abumón y el personal de servicio con el carrito, la vajilla y demás utilería, y una vez dispuesto lo imprescindible el dignatario se ofreció a servir el té él mismo, lo que posiblemente era un gran honor, pensó Jorge.
—Así pues, ¿se mantiene usted firme en la idea de marcharse mañana a Nairobi? ¿no puedo convencerlo de otra cosa?
—No tiene que convencerme de nada. He cambiado de opinión y deseo aceptar la herencia de Benassur y por tanto formar parte de este país. Le confieso que no había examinado el dosier que me dejó ayer con el detenimiento que merecía, y al hacerlo ahora he decidido que debía aprovechar esta oportunidad tan poco corriente.
—¡Bravo! Desde un primer momento pensé que usted iba a querer ser uno de los nuestros —dijo Kamar.
—Le confieso que también me he sentido bastante perturbado con mucho de lo que se dice en la documentación; creo que voy a necesitar ayuda para ponerme al tanto de todo y no equivocarme, sobre todo pensando que la herencia no solo supone un gran honor sino que conlleva mucha responsabilidad al incluir producción de materiales y bienes tan estratégicos para el país.
—Por esto último no se preocupe, sus industrias y manufacturas funcionan solas; de hecho la muerte del alto Benassur no supuso ningún cambio apreciable en sus actividades, hay personal muy cualificado que lo lleva todo adelante.
—¿Y entonces no tengo que tomar decisiones digamos estratégicas? ¿Nunca hay que optar entre líneas de negocios distintos, nombrar altos cargos, autorizar o no cambios relevantes en las fábricas?
—Por supuesto, hay que hacer todo eso y más; pero para ello están los técnicos: para todo. Las decisiones siempre se adoptan de acuerdo a un método científico, primando la eficiencia y la racionalidad y dejando fuera las opciones personales. Usted será el dueño de todo, pero eso no significa que se tenga que implicar en el día a día de los negocios.
—Me quita un peso de encima.
—En cambio sí tiene mucha razón al suponer que va a necesitar un tiempo para adaptarse, y que posiblemente le surgirán muchas dudas. Pero tranquilo que todo se irá solucionando a su debido tiempo. Si le parece podemos ir hablando de esto durante nuestro vuelo.
—¿Vuelo? Pensé que íbamos a dar un paseo por la ciudad.
—Quizá no se lo dije con claridad; sí, le invito a un paseo por la ciudad, pero sobrevolándola en helicóptero, le aseguro que será una hermosa experiencia, desde el aire las cosas tienen otro encanto.
Jorge, que nunca había volado en este medio, aceptó con un poquito de temor fingiendo ser el hombre de mundo que no era. Bajaron hasta la recepción y desde allí cruzaron a un gran patio interior donde les aguardaba el aparato que los trasladaría, un helicóptero ultraligero pero con espacio para tres o cuatro personas más el piloto; era un aparato pequeño y con un diseño que parecía muy avanzado. Volaban a poca altura, y Kamar resultó ser un guía turístico ameno y afable.
—La ciudad de Sunrut es muy antigua, su origen tiene un origen mítico, se dice que fue fundada por una expedición venida desde lo que hoy día es Yemen y que había mandado nada menos que la Reina de Saba; lo cierto es que tenemos ruinas datadas como poco en el siglo VI antes de nuestra era, y es bastante posible que aquí se asentaran fenicios, griegos y romanos. Como verá, nuestro enclave se compone de la ciudad con su puerto y los alrededores, y tiene un tamaño muy modesto.
—¿Cuántos habitantes viven en Sunrut?
—Según el último censo serán apenas dos mil personas. Piense que Sunrut, aunque tiene una superficie de varios kilómetros cuadrados en realidad cuenta con pocos puntos activos: el puesto aduanero, el hotel, el aeropuerto y el puerto, que es donde se necesita gente sobre todo; el resto de infraestructuras son dependencias y viviendas para los trabajadores.
—¿Los trabajadores son esclavos? —quiso saber Jorge con intriga.
—No, todos los empleados del hotel y del resto de instalaciones que usted ha visto son ciudadanos libres. Hay algún esclavo en Sunrut, pero no a la vista. Los jardineros, estibadores, personal de servicio y demás subalternos reciben un sueldo por su trabajo —contestó Kamar en tono didáctico.
—Pero, ¿no hay entonces muchos esclavos en Ketirandia?
Kamar sonrió al escuchar la pregunta.
—No hay muchos esclavos en Sunrut —fue su contestación.
En comparación con el resto de paisajes africanos que Jorge había visto las semanas anteriores la vegetación que contemplaba desde el aire más parecía un gran jardín que parte de la naturaleza salvaje. Hileras de palmeras se mezclaban graciosamente con grupos de acacias y otros árboles altos que se alternaban con macizos florales muy tupidos. El puerto no era grande, pero permitía el atraque de buques mercantes de gran calado. Un enjambre de trabajadores se afanaba en descargar y cargar de varios barcos enormes contenedores mediante grandes grúas que se desplazaban por rieles.
—Con el ferrocarril bloqueado en este momento por la guerrilla somalí nuestro puerto es ahora un punto estratégico de salida de mercancías, sobre todo para Kenia, con quien mantenemos bastante buenas relaciones comerciales y diplomáticas. Para nosotros en realidad no importa tanto, porque sobre todo comerciamos y movemos mercancías desde el archipiélago.
El aeropuerto lo vieron desde cierta distancia, porque por razones obvias no podían sobrevolarlo directamente. También hubo ocasión de elevarse sobre el edificio de la aduana, y Jorge pudo avistar perfectamente el aparcamiento con el Rover estacionado donde lo habían dejado. El camino por el que vinieron era perfectamente visible, y también se distinguía la senda que se adentraba en Somalia; Sunrut era una cuña incrustada entre los dos países que parecía insignificante. Jorge ya había tomado confianza y se permitía preguntar a Kamar cualquier cosa que se le pasara por la cabeza sin plantearse si era prudente o conveniente hacerlo, posiblemente porque aunque sabía que se trataba de un funcionario de alto rango en cambio desconocía su estatus dentro del país, mucho más relevante de lo que suponía. Esa forma tan libre de conversar no era en absoluto habitual para los interlocutores del ketirí, quien realmente estaba encantado con la conversación de Jorge, la cual contrastaba con el muy medido hablar de los funcionarios y aún de los conocidos, que calculaban cuidadosamente cada palabra que cruzaban con tan alto dignatario.
—¿Y nunca han reclamado este enclave ni desde Kenia y desde Somalia?
—No les ha dado tiempo —dijo riendo Kamar—. Piense que son países muy recientes, ambos nacieron hace poco más de sesenta años. Anteriormente los países europeos trataban de quedarse con todo, aquí estuvieron los ingleses, portugueses, italianos, alemanes… Nosotros siempre fuimos un país independiente, y nos hicimos respetar. Para cuando se independizaron Kenia y Somalia nosotros ya estábamos mucho más asentados y organizados, así que se conforman con saber que el otro país nunca va a poseer este puerto, y ambos procuran mantener el equilibrio de poder y los territorios tal y como están.
—Disculpe si digo algo inconveniente, pero aunque veo algunas personas de raza negra la mayoría me parece que no lo son, usted mismo es blanco, ¿cuál es la explicación?
—Ah, la cosa es sencilla. Dejando aparte el hecho de que parte de los ciudadanos proviene de lugares lejanos, como va a ser su caso, piense que el núcleo del país no está en África, sino en un punto geográfico bastante indefinido, entre Asia y África en todo caso; y es seguro que tuvimos colonos venidos de Asia Menor y Grecia durante siglos; nos sentimos herederos de lo que se denomina Viejo Mundo: África, Asia y Europa. En todo caso estamos orgullosos de nuestra mezcla racial, el color de la piel no significa nada especial en Ketirandia.
Jueves 18 de septiembre. 19,20 horas.
Kamar quiso acompañar a Jorge de regreso a su suite; de vez en cuando le invadía un sentimiento de zozobra pensando en que había tomado una decisión descabellada, pero trataba de ahogar esos pensamientos con otros más consoladores, el más inmediato imaginar que esa misma noche se la pensaba pasar follándose a Álex; el caer de la tarde le hizo calcular que seguramente le estaría ya esperando, y solo imaginarlo le ponía duro el pene. Subieron en el ascensor hasta la cuarta planta, donde estaba la suite. Jorge se apresuró a abrir con la tarjeta que hacía las veces de llave electrónica. Dentro aguardaba Álex, tal y como él había supuesto. Estaba vestido con la misma ropa, camiseta roja ceñida y pantalones vaqueros cortados casi por la ingle; nada más entrar los dos hombres se hincó de rodillas.
—Soy tu esclavo, mi Amo —dijo al tiempo que besaba sus pies.
—Retírate a un rincón, esclavo —fue la reacción inmediata de Jorge, que se fijó en el nuevo corte de pelo rapadísimo de Álex. No quería interactuar con él delante de Kamar, ya lo haría cuando se marchara, que ojalá fuera pronto.
—Sí Amo.
Álex se retiró a una esquina, casi fuera de la vista de ambos, y permaneció de pie y con la mirada en el suelo, en total silencio.
—¿Hace mucho que conoció a su esclavo, señor Redondo? —preguntó con fingida indiferencia Kamar.
—Eh… no, no —contestó Jorge pensando a toda velocidad cómo salir del trance.
—Claro que no. Se conocieron ayer, ¿pensaba que no lo sabía?
Jorge se quedó pálido y paralizado, incapaz de contestar, porque se sabía totalmente descubierto.
—Lo que seguramente no sabe es que su esclavo, Alexander Sokolov, es espía de la Rusia de Putin, un mercenario en realidad, acostumbrado a vender información a distintos gobiernos. A pesar de su juventud ha trabajado para varios países, aunque ahora lo hace para el suyo natal. No tema, señor Redondo; el documento de posesión que usted nos mostró ha sido validado, su veracidad ha pasado nuestro filtro, así que de algún modo él mismo se ha entregado sinceramente a usted, desde nuestro punto de vista todo es correcto, salvo posiblemente la fecha del contrato, pero eso no cambia lo fundamental. Así que puede usted quedárselo y usarlo tal y como lo tenía pensado.
—¿Y si renuncio a él?
—Puede usted hacerlo. En ese caso dejará de pertenecerle, y por tanto no podrá heredar a Benassur, puesto que no será elí, no poseerá ningún esclavo. No obstante podrá marcharse sin obstáculo ni ningún inconveniente.
Jorge comprendió que Kamar ya sabía todo esto cuando estaban volando, y posiblemente desde el principio, y sin embargo no le había castigado por ello, sino todo lo contrario. Esto al menos era bueno.
—¿Y qué sería entonces de Alexander?
—Sería juzgado según nuestras leyes, que son muy severas; de acuerdo a ellas sería ejecutado sin ninguna duda. Sí, señor Redondo, porque en Ketirandia está vigente la pena de muerte, aunque no se puede aplicar a nuestros nacionales, pero sí a extranjeros que puedan poner en peligro nuestro país.
—Era una pregunta hipotética. Me lo voy a quedar, y si no hay inconveniente legal me gustaría obrar según le dije, heredar a Benassur.
—No hay inconveniente. Diviértase con su esclavo, le está salvando la vida. Es suyo, úselo como quiera. Y voy a preparar toda la documentación necesaria. Hoy ya no le molestaré más, de hecho creo que hasta dentro de algún tiempo no nos podremos ver, otros asuntos me reclaman. Pero le enviaré a alguien de confianza mañana, será su asistente y guía para todo lo que necesite, ya verá que le hace todo más fácil. De momento le dejo, seguro que va a pasar una noche divertida con su esclavo ahora que está todo más claro para ambos. Por cierto, cada vez que alimenta o da de beber a su esclavo es interesante que use productos veterinarios y no su propia comida.
—¿Porque así el soma le volverá obediente?
—Esa es una buena razón; pero también porque se trata del comportamiento más correcto; no está prohibido hacer otra cosa pero quizá le interesa empezar por lo habitual y cuando esté seguro de todo empezar a hacer excepciones.
—Perfectamente, así lo haré. Pero, por curiosidad, ¿qué pasaría si le dejo de dar soma? ¿terminaría por no obedecer?
—En realidad eso no podría pasar, simplemente le costaría más, pero siempre obedecería. No tema por una posible rebelión: es imposible. Una vez el soma actúa a nivel cerebral más de cuarenta y ocho horas la impronta de obediencia es indeleble. Muy pronto será su esclavo de modo irreversible, salvo que solicite que le apliquen el antídoto en las próximas horas, y mientras tanto el soma que se ha inyectado y ha tomado de los alimentos lo mantendrán bien sumiso, como debe ser.
Tras despedirse de Kamar con sincero alivio y agradecimiento, Jorge cerró la puerta y se dispuso a pasar una sesión de placer absoluto a costa de su esclavo. Tenía mucha curiosidad por ver qué había pasado con él tanto en lo físico como en lo mental.
Jueves 18 de septiembre. 19,50 horas.
—Ven esclavo.
—Sí, Amo —dijo Álex mientras corrió a arrodillarse frente a su Amo.
Jorge se sentó en una silla próxima y empezó a tocarse la erección por encima del pantalón.
—Desnúdate de inmediato, esclavo.
—Sí, Amo.
Álex se quitó todas las prendas con rapidez.
—Ponte en pie, esclavo. Coloca tus manos detrás de la cabeza, los codos bien abiertos. Los pies un poco separados —Álex iba obedeciendo con rapidez—. Harás esto cada vez que yo chasquee los dedos.
—Sí Amo.
—Vamos a ver. ¡De rodillas, esclavo!
Álex de inmediato cayó hincado de rodillas frente a su amo. Jorge chasqueó los dedos y Álex se puso de pie y con las manos en la nuca a toda velocidad, siempre sin osar mirar a su amo, sino con la mirada baja. Jorge notó un delicioso escalofrío en los testículos. Entonces pudo mirar a su esclavo con detenimiento por primera vez en ese día. Su cuerpo brillaba de un modo especial porque lo habían frotado con un producto hidratante que le daba muy buen aspecto, y además no había ni rastro del vello que antaño cubriera sus testículos, pecho y demás partes: lo que se dice nada. Examinó con satisfacción sus axilas, e incluso le hizo mostrarle el esfínter anal, ahora absolutamente despejado. Su cara había vuelto al aspecto anterior, sin señales de hinchazón en los labios, e incluso el afeitado del rostro era muy apurado; todas estas novedades, más el cabello tan corto hacían que el esclavo representase el ideal de belleza para Jorge. Agarró los huevos del esclavo y los estrujó a placer, sintiendo los espasmos dolorosos que este trataba de no visibilizar, pero que sin duda padecía. El pene definitivamente era pequeño, pero en cambio los testículos resultaban bastante gordos y divertidos de manosear. Sin soltarlos le dio la siguiente orden.
—Bésame apasionadamente, esclavo.
—Sí Amo, gracias Amo —repuso Jorge mientras se inclinaba y entreabría la boca para que la lengua de su amo pudiera invadirlo si lo deseaba.
Jorge apretaba sus testículos dolorosamente, pero él se concentró en la tarea de responder al beso del modo más sensual y placentero posible, a pesar de que una fuerte repugnancia trataba de abrirse paso desde su yo más interior. Tras un largo y húmedo morreo Jorge le ordeno que abriese la boca, escupió en ella y le hizo tragar, tarea que remató con sumisión.
—Gracias Amo —dijo como siempre.
En ese momento recordó que Álex le había engañado miserablemente. Se sentó frente a él.
—Arrodíllate, esclavo.
—Sí Amo —respondió mientras obedecía casi de inmediato.
Ahora te ordeno que me hables con total honestidad, incluso si al hacerlo dices algo que me desagrade, esclavo.
—Sí Amo.
—¿Eres un espía? ¿qué intenciones tenías al entrar en el país, esclavo?
—Espío para el gobierno Ruso, Amo. Quería sacar fotos que pudieran revelar datos importantes sobre el modo en que funciona el sistema de interferencias eléctricas de los ketiríes.
—¿Cómo ibas a llevarte esas fotos? ¿con la cámara Nikon que me mostraste?
—No Amo, esa era una distracción por si sospechaban de mí. Tengo un dispositivo analógico en miniatura con forma de barra de cacao para los labios; permite grabar imágenes en muy alta definición. Sabía que posiblemente iban a sospechar de mí, así que luego colocaría el dispositivo dentro de tu bolsa de aseo para que fueras tú quien la sacara del país; así en todo caso yo quedaba libre de sospecha si algo salía mal, Amo. Perdona por ello, mi Amo.
—No te preocupes, esclavo, me voy a tomar una buena venganza por ello. ¿Dónde está ahora esa cámara disimulada?
—En el cuarto de baño, mi Amo.
—¿Hay algún otro aparato del que no sepa?
—No Amo, eso es todo.
—Tráelo, esclavo.
—Sí Amo.
Álex se levantó, recogió el aparato microfilm camuflado como barra de labios y se la dio a su amo mientras recuperaba la postura arrodillándose.
—Destrúyela, esclavo. Usa tus manos y la fuerza bruta para ello, redúcela a trocitos. Tienes un minuto, esclavo.
Álex tomó de nuevo el pequeño cilindro y lo aplastó con sus manos, aunque solo lo deformó un poco. Con urgencia lo puso en el suelo y lo aplastó con los nudillos mediante golpes que eran forzosamente muy dolorosos para él. El cilindro se fue agrietando, y en un momento dado se fracturó.
—Sigue, esclavo, redúcelo a polvo.
Álex usó sus uñas, sus dientes, sus talones. Una mano le sangraba y se hizo varios cortes pequeños en lugares diversos. La camarita y su envoltorio sin duda habían sido convenientemente destruidos. Para que no dejar nada al azar Jorge le hizo recoger todos los pedazos y dárselos a él; a continuación fue al inodoro y lanzó todos los trocitos a su interior, haciendo luego circular el agua de la cisterna. Regresó junto a su esclavo arrodillado.
—Mereces un castigo, esclavo.
—Sí Amo, lo sé. Y sin embargo quiero pedirte un favor antes de que sea tarde.
—¿Cómo dices, esclavo? —preguntó Jorge bastante atónito.
—Mi Amo, soy tu esclavo. Pero respeta mi sexualidad, y sobre todo, no permitas que el soma se adueñe por completo de mí. Te lo ruego, si lo ordenas ahora me pueden poner el antídoto. Si lo haces así, Amo, y me dejas salir contigo del país te juro que Rusia no lo olvidará, ni yo tampoco, Amo. Esta misma noche te ofreceré de corazón un espectáculo sexual para que puedas darte placer a ti mismo, mi Amo. Sé que tú eres bueno, Amo. Por favor, no me deshonres, no me toques íntimamente como ayer, Amo. Te lo ruego, te lo suplico.
Jorge comprendió que en Álex aún la batalla del soma se estaba librando.
—Álex, intenta no obedecerme cuando te ordene que te pongas en pie.
—Sí, Amo.
—¡Ponte en pie, esclavo!
Jorge dio esta orden en voz lenta, palabra por palabra, para ver el efecto que causaba en Álex. Este se tensó muchísimo intentando permanecer de rodillas, pero fue escuchar la palabra “esclavo” y ponerse en pie, no lo podía resistir. Es todo lo que Jorge quería saber.
—Tú has pensado que soy gilipollas, ¿verdad?
—¡No Amo, no Amo!
—Me intentas usar y todavía quieres que te deje libre… debería hacer que te mataran aquí, como el perro que eres, pero no; prepárate porque vas a saber lo que es una polla metida en tu culo…
—¡No… Amo…! —decía Álex entre pucheros.
—… esclavo —remató Jorge.
—¡Sí, Amo! ¡Folla a este esclavo si lo deseas, mi Amo! ¡gracias mi Amo! —dijo Álex mientras las lágrimas le caían inevitables por la cara.
Jorge se desnudó y buscó el cinturón de su pantalón. Ordenó a Álex que se apoyara contra una pared con los pies abiertos y separados de ella, para formar inclinación. El cuerpo estaba recto, y el culo totalmente a su alcance.
—Cuenta y agradece, esclavo.
Tomó el cinturón por la punta, y dejó que la parte de la hebilla fuese la que golpease el hermoso y depilado culo de su esclavo. El sonido del cuero estrellándose contra la piel le resultó delicioso.
¡Scháss!
—Uno Amo, gracias Amo.
¡Scháss!
—Dos Amo, gracias Amo.
¡Scháss!
—Tres Amo, gracias Amo.
…
Jorge se dio cuenta de que esta tarea cansaba. Al llegar a quince paró, se acercó y pudo ver que el culo del esclavo había enrojecido. Con la palma abierta le dio con toda la fuerza que pudo en la zona más dañada.
¡Plas!
—¡Gracias Amo! —acertó a decir su esclavo, que no esperaba ese golpe.
Estaba tan enojado con la situación… él pensando en escrúpulos morales, en no causarle daños permanentes, y esa mierda de esclavo en cambio habría puesto en riesgo quién sabe si incluso su vida a cambio de salirse con la suya.
—Ponte apoyado de espaldas a la pared pero con los pies adelantados, para que quedes en ángulo; separa los pies y mete culo, para que tus testículos y tu pene queden bien a mi alcance, esclavo.
—Sí, mi Amo —Álex hablaba mientras adoptaba tan incómoda postura.
—Cuenta de nuevo, esclavo.
Jorge volvió a tomar el cinturón, y lo azotó con la hebilla. Empezó por el pecho y el abdomen, duro por la postura. Cada cinturonazo se clavaba inexorable causando un gran escozor en la piel recién afeitada del esclavo, que seguía contando y agradeciendo.
¡Scháss!
—Diecinueve Amo, gracias Amo.
¡Scháss!
—Veinte Amo, gracias Amo.
Y finalmente se atrevió y lanzó un golpe directo a los testículos. Al recibirlo Álex lanzó un alarido.
—¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaah!
—¡Cuenta y no hagas escándalos, esclavo!
—¡Perdona Amo! Veinticinco, Amo…
—Ahora tienes que empezar, esclavo —dijo lanzando otro hebillazo, que le dio en pleno glande.
¡Scháss!
—¡Mmmm! ¡Uno Amo, gracias Amo!
Álex se retorcía, nunca había soportado un dolor tan intenso. Jorge tenía una enorme erección. Cuando ya no aguantaba más, le ordenó:
—Come mi polla y traga mi leche, ruso.
Jorge había dado esta orden sabedor de que Álex intentaría resistirse a ella. De hecho levantó la vista y buscó los ojos de su amo, desafiante.
—Obedece… —Álex empezó a acercarse a él tambaleándose por el dolor ya tensión — … esclavo —y ahí Álex ya sin dudar se arrodilló frente a su amo con la boca abierta y dispuesto a satisfacerle.
—Sí Amo, dijo metiendo el pene durísimo de Jorge en su boca.
Jorge sujetó su cabeza con las manos y le clavó su miembro hasta notar que estaba en el esófago; ahí se movió brutalmente mientras Álex trataba de conseguir abrir algún hueco por el que respirar, y a la vez satisfacer a su Amo. Muy pronto Jorge se corrió en la cavidad bucal, y Álex por primera vez en su vida conoció el sabor del esperma, que en lo más íntimo le repugnó y le hizo sentir asco de sí mismo, pero al tiempo también lo recibió con la satisfacción del deber cumplido.
—Traga hasta la última gota, esclavo, y limpia bien mi pene con tu lengua, no quiero que quede ni rastro de mi leche en él.
—Sí Amo, como tú ordenes mi Amo, gracias por usarme, mi Amo.
Jorge se sentía mejor que bien, y aún no era ni la hora de la cena.
6. Sunrut
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