En las relaciones románticas de intercambio de poder existe cierta confusión con respecto al sentido y la función del castigo y su relación con la disciplina. Esta confusión parece ser el resultado de una representación estereotipada de los roles del amo y el esclavo, como si fuesen conceptos equivalentes a superior e inferior, digno e indigno, depredador y presa e incluso, sic, macho y hembra como vectores del vinculo afectivo en nuestro contexto histórico/cultural. Sobre este sesgo ideológico pesa también la sombra de los conceptos religiosos de culpa y expiación, así como un reconocimiento implícito de la autoridad y la jerarquía como instrumentos de represión y mantenimiento del orden social.
Seria bueno combatir este estereotipo para establecer relaciones de intercambio de poder mas sanas y satisfactorias, y evitar que deriven en dramas afectivos o mero ejercicio ritual. La personalidad que se impone como dominante no esta por encima del bien y del mal, no detenta ningún privilegio, no puede ni debe impartir justicia, pues no es un ser superior, sino un vehículo espiritual para el cumplimiento acabado del destino del sumiso. La voluntad y el deleite del dominante no es el sentido ultimo de la relación, sino que esta debe enfocarse hacia la realización del potencial de la personalidad que se impone como sumisa.
Mi sumiso es de genero fluido. Es sin duda más inteligente y más bello que yo, y soy consciente de ello. Él tiene un propósito y un anhelo que cumplir. Su destino es pertenecer, su deseo desear, su deber servir. Su tarea es infinita y su meta la perfección inalcanzable en la entrega. Me atiende, me adora, me hace sentir bien, y yo le ayudo a crecer. Admiro sus cualidades y las cultivo como si fuesen mías. Detesto a los sumisos que se degradan a si mismos y a los dominantes mediocres que solo consumen energía para suplir sus carencias. Quiero que sea fuerte, inteligente, brillante, valiente y seguro. No soy su verdugo, él no es mi víctima.
Hay sumisos cuya pulsión masoquista les procura goce en el castigo, incluso si este es injusto. Hay dominantes cuya motivación sádica les lleva a administrarlo como descarga de sus pasiones violentas, sin criterio ni sentido. La disciplina sirve para canalizar esta dinámica. Suele entenderse la disciplina como un castigo preventivo o un aprendizaje del dolor y la entrega, pero su función básica consiste en definir los roles y sancionar las reglas del juego. Evita que el sumiso infrinja mecánicamente las normas para provocar la reacción del dominante, y que este utilice sus atribuciones para colmar sus impulsos narcisistas.
No suelo aplicar el castigo físico como correctivo. Para pulir la conducta de mi sumiso y preservar los códigos que rigen nuestro intercambio han demostrado ser mas eficaces otras medidas de orden psicológico o emocional, como la prohibición del contacto, la imposición de tareas desagradables o humillantes, la retirada de privilegios y placeres normalmente permitidos, el arresto temporal o la obligación de permanecer de rodillas o cara a la pared hasta purgar sus faltas. Pequeñas penitencias ajustadas a la magnitud de sus infracciones que resultan verdaderamente penosas y que trata de evitar por tanto corrigiendo en lo sucesivo su conducta.
Suelo reservar la aplicación de castigos corporales a los casos en que soy yo el que ha incurrido en un comportamiento inadecuado o necesito reparar mis propios errores, es decir cuando cometo algún exceso en mis atribuciones o descuido mis responsabilidades, degradando el intercambio. Entonces mi sumiso se convierte en mi chivo expiatorio, y su sacrificio restablece el equilibrio forzándome a efectuar un acto reflexivo. En tales situaciones nos fundimos en una sola criatura imperfecta y capaz de equivocarse. Su dolor y su aceptación se transfiguran en una suerte de sacramento o de rito purificador que nos redime a ambos, renueva el deseo y apuntala el compromiso. Una bofetada administrada con firmeza y con medida basta para desatar la catarsis y dejar que las tensiones fluyan. Entonces yo comulgo con sus lagrimas, pues no hay manjar mas sabroso ni alimento mas reparador que el llanto del inocente.
Los siete sacramentos. Castigo y disciplina
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