Hace años había publicado un anuncio buscando un Amo para hacerle una mamada en su coche mientras yo tengo las manos atadas a la espalda y los ojos vendaos. Lo hice porque es una fantasía que tiene un montón de morbo y a mí me pone mucho.
Lo de las mamadas en el coche es porque siempre tiene ese morbo en que el Amo me hace estar doblado, me pone la polla en la boca, y me puede aguantar la cabeza con ese rol de que no puedo sacarme la polla de la boca. Y lo de los ojos vendados es porque es mi fetiche favorito. Muchas veces incluso me pongo los ojos vendados solo para dormir. El tacto de la venda en los ojos, y el no poder ver con la venda, me vuelve mucho más sumiso.
Ya ni me acordaba del anuncio cuando me escribió un Amo diciendo que lo había visto. Cuando lo leí dije “ostía, el anuncio”. Lo gracioso es que cuando lo puse no me escribió nadie los primeros meses.
Nos cambiamos cinco o seis correos, y al final encontramos una fecha para quedar, porque no coincidía los horarios de trabajo nuestros. No eran compatibles los horarios.
Llegué tope puntual. Me senté donde me dijo, en un banco de un parque, y tal como me ordenó el Amo me puse con los ojos cerrados, como si estuviera durmiendo o descansando, sin abrirlos ni un segundo. Lo cumplí a rajatabla.
A los diez minutos oí que alguien se sentaba a mi lado.
- “No abrás los ojos para nada” – me dijo.
- “No lo haré, Amo” – dije sumiso.
Me ordenó levantarme, y andamos como una esquina manteniendo yo los ojos cerrados hasta que en un momento me ordenó pararme. Oí la puerta de un coche abrirse. Un antifaz de cuero cubrió fuerte mis ojos. Con los ojos vendados entré en el coche, y ya dentro me quité la camiseta dejando mi torso desnudo. El Amo me pidió torturar mis pezones mientras se la chupaba.
Aquel Amo no tenía cuerdas. No era un experto en ataduras, pero quería asegurarse de tenerme atado. Tampoco tenía esposas, así que compro lo mejor, que es rollos de cinta de precintar. Dio de vueltas un montón, unas siete u ocho, en diagonal y por dentro y por fuera. Luego me hizo cerrar los puños, y como le sobraban rollos porque había comprado tres encerró mis manos con el puño encogido, como si fueran guantes de boxeo.
Cuando acabó yo suspiraba de excitación.
- “¿Se te ha puesto dura, perro?”.
- “Sí, Amo” – asentí.
Me quitó las zapatillas, y ya descalzo me quitó pantalón y calzoncillos. Mi polla estaba a reventar. Lo hizo para que no me corriera, y yo estaba encantado.
Al instante puso pinzas de ropa en mis pezones. Del dolor y presión yo gemí excitado.
- “¿qué te pasa, cerdo?”.
- “estoy excitado, Amo”.
- “eres una puta cerda viciosa, ¿verdad que sí?. Dilo”.
- “sí Amo, soy una puta cerda viciosa, Amo”.
- “Ahor me la vas a chupar”.
- “sí, Amo”.
Doblé la cintura buscando su polla, y cuando la encontré comencé a hacerle una mamada deliciosa y suave que le volvió loco de placer. Me molaba sus gimoteos. Aguantaba mi cabeza con fuerza de tal manera que yo no podía quitarme la polla de la boca, y la baba empezó a resbalar por mi barbilla y su polla. Eso hacia que resbalaba mucho mejor, y hubiese parado para que disfrutara, pero el Amo no me lo permitió. Quería correrse ya. Supuse que tenía prisa para ir a trabajar.
Al correrse, me preguntó.
- “¿Alguna vez te han dado por el culo?”.
- “no, Amo”.
- “¿ni el dedo?” – me preguntó.
- “No, Amo”.
- “Pues a mí me encanta desvirgar putos sumisos”.
Yo me asusté.
- “Por favor, Amo, desáteme”.
“escúchame, escoria de mierda, me la pone dura violar a basura como tú, ¿te enteras, cucaracha?”.
- “Por favor, Amo, no me haga daño”.
- “Abre la boca, imbécil”.
Lo hice, y a una velocidad de vértigo impulso una bola dentro de mi boca. Apretó las hebillas con tanta fuerza que me cortaba la comisura de los labios, y ya amordazado me sentí totalmente atrapado.
- “pórtate bien, obedece, y no te pasará nada. Si haces el gilipollas, será mucho peor, miseria humana. ¿Me has entendido?”.
Asentí afirmativo.
El viaje con ese coche del que no sabía ni modelo ni matrícula fue corto, quizá quince minutos. Aparcó en un lugar que por el aire se notaba que era un garaje, y a trompicones me bajó del coche. Puso su brazo de tal manera en mi espalda que me obligaba a levantar las manos atadas muy arriba, me doblaba el cuerpo impidiendo que me pusiera recto, y me dificultaba andar.
Babeaba yo como un perro asqueroso así doblado y con la mordaza puesta. Subimos al ascensor, y cuando se abrió entramos raudo en lo que debería ser su piso.
Estuve todo el rato doblado hasta que de un empujón me tiró encima de la cama, boca abajo. Un pegote de cinta se anudó a mi tobillo derecho, lo abrió al extremo, y debió de atarlo a una pata de la cama, o algún barrote. Hizo lo mismo sin perder tiempo en la otra pierna, y de repente me encontré con las piernas muy abiertas en uve, sin poder cerrarlas nada, boca abajo, y culo arriba, yo atado, amordazado, y con los ojos vendados.
Gimoteé desesperado, suplicando, luché lo imposible para desatarme, pero cuando sentí el dedo en mi dedo me rendí. Entró, y por sorpresa sentí una excitación que no me la esperaba.
- “¿te gusta, guarra, te gusta?”
- “ffffiiiiiiiiii” – reconocí.
Metió el dedo, y al minuto, con la polla que se rozaba duramente con las sábanas, me corrí. Aun estando boca abajo, se notó por mis gemidos.
- “¿te has corrido?” – me preguntó aun con el dedo en mi culo.
- “fffiiiii ffffiiiii” – dije esperando que parara.
No paró. Siguió, y yo ya casi me sentía desfallecer cuando por fin paró, pero fue un momento. Apneas cinco segundos después, metió un vibrador que aunque pequeño me enloquecía de dolor.
Paró cuando yo ya no podía ni respirar, y estaba tan agotado que no podía ni gemir.
Se marchó de la habitación, y sin darme explicaciones ni contarme nada no volvió hasta ya casi una hora después. Yo no podía ni andar de tanto rato las piernas abiertas y el culo abierto.
- “¿te ha gustado, ramera?”.
Hice que sí con la cabeza.
Entonces mi hizo andar a toda prisa. Yo tenía el culo que me entraba un huracán. Volví a oír el ascensor, el coche, y media hora después llegamos a un parque solitario.
- “¿Te estarás callado?” – y yo hice que sí con la cabeza.
Me quitó la mordaza, y saliendo del coche me hizo tumbarme boca abajo sobre una especie de césped. Me quitó la venda a cambio de seguir con los ojos cerrados. Luego cortó la cinta que me tenía atado, y ya libre me dio una orden.
- “aguanta las manos a la espalda” – y yo uní los dedos en silencio para cumplir la orden.
- “no te muevas, no te gires, y cuenta hasta cincuenta. Entonces abre los ojos”.
Al llegar a 50 abrí los ojos. No había nadie. Yo estaba solo, y tenía toda la ropa a mi lado. Me vestí, y me fui.
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