Álex colgaba inerte, su cuerpo desnudo y desprotegido. Konto bajó las luces del recinto y manipulando unos focos semejantes a los que se usan en el circo y algunos espectáculos los dirigió de modo que el esclavo encadenado recibía una luz intensa, casi irreal. La temperatura era agradablemente cálida, aunque posiblemente por efectos de los potentes focos fue subiendo un poco. Jorge podía ver perfectamente a Álex desde su sillón sobre la tarima, pero Konto se encargó de que su punto de vista fuese perfecto, y sin aparente esfuerzo empujó lentamente la base sobre la que se alzaba el sillón, deslizándola sobre el parqué, de modo que el sillón quedó emplazado a menos de dos metros del desdichado ruso.
—Con tu permiso, mi Amo —dijo mientras se esforzaba en que el desplazamiento fuera suave.
—Tráeme un wiski con hielo, esclavo —se le ocurrió pedir a Jorge, quien había reparado en que el sillón tenía una pequeña repisa dispuesta sin duda para poder apoyar una bebida.
Las primeras gotas de sudor empezaron a escurrirse por la piel de Álex y goteaban al suelo desde los pies; más adelante se formaría un buen charco.
—Álex, has sido mentiroso conmigo y no te ha importado ponerme en peligro con tal de salirte con la tuya. Me has engañado desde el principio, y eso merece un doloroso castigo.
—Sí, mi Amo, te pido perdón y que no tengas piedad conmigo —exclamó el esclavo con voz clara y potente.
—Voy a disfrutar con tu sufrimiento, esclavo. Te ordeno que aguantes las quejas todo lo que sea posible.
—Sí Amo, haré lo que pueda. Ojalá estos azotes te resulten placenteros, Amo.
—Veamos si vales tanto como dices, Kondo. Empieza de una vez.
El vilicus recordaba perfectamente que había de comenzar azotando el pecho. Se situó de modo que no estorbase la visión del amo, agitó el látigo en el aire y lo hizo restallar un par de veces. Seguía completamente desnudo.
—Obedezco, mi Amo.
Manejaba el látigo con evidente habilidad; hizo que el tercio final del mismo se clavara en la parte superior del torso de Álex, lacerando a la altura de ambos pezones. A pesar de lo que había ordenado Jorge, el esclavo dejó escapar un grito a todo pulmón.
(¡Sssss-cháááááás!)
—¡Aaaaaaaaaaah!
(¡Sssss-cháááááás!)
—¡Mmm! —gritó la segunda vez conteniendo mucho más el grito.
(¡Sssss-cháááááás!)
Los latigazos se sucedían inmisericordes, con un ritmo continuo, cubriendo poco a poco todas las zonas entre el ombligo y el cuello.
—Espera esclavo, bájalo para que pueda estar de pie, voy a acercarme a él.
Kondo bajó a Álex y este pudo quedar de pie, aunque sus brazos seguían en cruz. Jorge dio un sorbo a su wiski y se acercó al desgraciado; la piel tenía unos largos verdugones muy abultados que en algún punto casi querían sangrar, pero parecía bastante íntegra. Jorge acarició sin miramientos el hermoso pecho, ahora tan lastimado, entreteniéndose en pellizcar los pezones. Lo agarró por los huevos y obligó al esclavo a besarlo intensamente metiendo su lengua en la cavidad reseca de su boca, traspasando a la vez un hielo impregnado en wiski dentro de la boca de Álex.
—Gracias Amo —atinó a decir con sinceridad.
—Castiga ahora su espalda, esclavo —ordenó a Kondo mientras se sentaba de nuevo en el sillón. Kondo asistió humildemente pero tuvo buen cuidado de desplazar el asiento y la plataforma de modo que el amo viese perfectamente la parte posterior del cuerpo del esclavo, y volvió a estirar las cadenas para que no se pudiera apoyar en el suelo. Jorge, desinhibido por efecto del licor, se desnudó de cintura para abajo y empezó a masturbarse con placer. El látigo nuevamente estalló primero en el aire y luego mordiendo salvajemente la espalda del ruso.
(¡Sssss-cháááááás!)
—¡Mmm!
(¡Sssss-cháááááás!)
—¡Mmm!
(¡Sssss-cháááááás!)
—¡Mmm!
A partir de cierto momento el dolor fue tan intenso que Álex no pudo contener los gritos.
(¡Sssss-cháááááás!)
—¡Aaaaaaaaaaah!
(¡Sssss-cháááááás!)
—¡Aaaaaaaaaaah!
El culo del esclavo aún queda libre de latigazos. Jorge fue derivando su atención hacia él, le gustaba cómo acusaba cada golpe sacudiéndolo con una especie de espasmo. Llevarían ya casi una hora desde que habían empezado y Jorge quería correrse mirando cómo el culo era castigado.
—Esclavo, ahora azota su culo.
—Sí Amo —contestó Kondo sudando con profusión casi jadeando, porque se estaba empleando a fondo en conseguir golpes dolorosos pero que no dejaran marcas permanentes. Su cuerpo desnudo y brillante era también hermoso.
Álex llevaba ya tiempo dejando apenas escapar un susurro de queja con cada golpe, y Jorge pensó por un momento que tal vez estaba inconsciente; pero el cambio de zona de castigo le sacó del error, pues el esclavo renovó sus gritos cuando el látigo se clavó en su culo.
(¡Sssss-cháááááás!)
—¡Aaaaaaaaaaah!
(¡Sssss-cháááááás!)
—¡Aaaaaaaaaaah!
Jorge se corrió abundantemente y mandó parar de inmediato. Se acercó al esclavo y Kondo lo bajó como la primera vez, aunque en esta ocasión Álex no tenía fuerzas para mantenerse en pie y colgaba casi inerte de las cadenas; Jorge restregó su pene sobre el culo de Álex, untándolo con los restos de su esperma, hasta que el miembro del amo empezó a encogerse. Se secó con una toalla limpia que se apresuró a acercarle Kondo y se sentó de nuevo en el sillón para dar el último trago al vaso. Descartó la idea de terminar ahí el castigo, pues merecía la pena aprovechar y lanzarse a buscar una nueva corrida.
—¿Puedes hacer que el látigo se enrosque y el latigazo ciña su cuerpo? —preguntó a Kondo.
—Sí Amo, es uno de los golpes más duros y deliciosos. ¿Ordenas que sea sin marcas? Tiene ya bastantes llagas abiertas, pero puedo curarlo al final para que no se le queden siempre.
—Sin marcas, esclavo. Comienza como te he dicho.
Ahora Kondo movió la tarima de forma que Jorge estaba en posición lateral y veía así tanto el pecho y los genitales de Álex como también un poco de su culo; el vilicus se situó del otro lado, permitiendo que el amo viera a la perfección la ejecución de cada latigazo. Esta nueva serie realmente fue espectacular y demostró la maestría del que empuñaba el instrumento de tortura.
(¡Sssss-cháááááás! / ¡Ssssssss!)
—¡Uaaaaaah! —Aullaba el chico.
El látigo, convenientemente dirigido, pegaba en una zona alta del cuerpo del esclavo encadenado y luego describía un par de vueltas descendentes mientras se pegaba y se hundía en la carne; la pesada punta golpeaba la última zona de modo cruel y el instante de inmovilidad final se disolvía cuando Kondo daba un tirón echando su cuerpo hacia atrás con lo que el látigo deshacía su recorrido deslizándose en toda su longitud alrededor del desdichado, quien notaba arder el camino que recorría el cuero en su salida. La habilidad consistía en que en el primer momento el látigo mordiera la carne con bastante presión formando un surco momentáneo para que al retraer el instrumento de tortura no se aflojara y soltase la carne, sino que resbalara dolorosamente por el cuerpo; y a la vez tampoco se podía golpear con saña, porque entonces la carne se cortaba y sangraba demasiado. De hecho si este tipo de latigazos se aplicaban a fuerza máxima no solo se formaban marcas, sino que el esclavo podía morir, y de hecho se empleaban como forma de ejecución; pero Kondo era un maestro y lo hacía de un modo que resultaba extremadamente doloroso pero sin comprometer la salud. Jorge no tardó en volver a sentir una erección; comprendió que la sesión de más de una hora de intensos latigazos no podía alargarla mucho más antes de que como poco Álex perdiera el conocimiento, así que pensó en cuál podría ser el momento en que alcanzar el orgasmo.
—Esclavo, ¿puedes marcarlo ahora? —dijo masturbándose ostensiblemente.
—Sí, Amo. En pecho, nalgas y espalda, con el látigo. ¿En qué parte de estas zonas, Amo?
—En ambos pechos, en ambas nalgas y en el centro de la parte superior de la espalda.
No necesitó cambiar de instrumento, el que había usado desde el principio parecía lo suficientemente versátil como para satisfacer esas órdenes. Kondo repasó con los dedos la punta del látigo, pues la marca se produciría simplemente con un golpe de la misma suficientemente hundido que abriría totalmente la piel; para que no se formase cicatriz serían necesarios unos puntos quirúrgicos que desde luego nadie iba a darle a Álex, quien por tanto quedaría con laceraciones permanentes. Jorge intentó hacer coincidir los espasmos de su inminente orgasmo con las marcas en el culo.
(¡Chááááááááák! - Chááááááááák!)
—¡Uaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!
El hermoso pecho del esclavo lucía ahora dos líneas de unos diez centímetros cada una por las que chorreaba sangre. Jorge hizo todo lo que pudo para esperar a las siguientes.
(¡Chááááááááák! - Chááááááááák!)
—¡Uaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!
Jorge se corrió, ebrio del mayor orgasmo de su vida. Aún estaba lleno de placer cuando el último latigazo marcaba la magnífica espalda del chico.
(¡Chááááááááááááááák!)
—¡Uaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!
Kondo no necesitó órdenes para bajar de nuevo al esclavo y dejarlo accesible. Le acercó también una nueva toalla limpia a su amo. El culo de Álex era precioso, y las dos heridas que le dejarían cicatrices de por vida le recordaron a Jorge las obras de arte del italiano Lucio Fontana. Pensó en rematar todo con un beso pero antes tuvo una idea.
—Métele un buen dildo por el culo.
—¿Este está bien, Amo? —preguntó Koldo mostrando uno enorme al amo.
—¿No le hará un desgarro?
—No Amo, los latigazos anales dilatan el esfínter y los conductos, de hecho si el esclavo no hubiera estado limpio se habría salido toda su suciedad con ellos, no lo pueden controlar, Amo.
—Méteselo entonces —dijo Jorge mientras se acercó para ver cómo efectivamente el enorme artefacto se fue quedando enterrado por completo dentro del culo del desdichado. Entonces se acercó a Álex, le acarició la sangre del pecho, le metió los dedos mojados con ella en la boca y comprobó que el desgraciado, casi al borde del colapso, se los lamía e incluso dijo en un susurro cuando se los sacó:
—Gracias, Amo. Te suplico perdón y que me sigas castigando si lo deseas.
Jorge, completamente satisfecho, lo besó con ferocidad mientras Kondo le clavaba con cuidado y firmeza el enorme dildo, lo que le causaba aún mayor agonía. Ordenó a Kondo que se encargara de limpiarlo, hacerle las curas necesarias y proporcionarle agua y pellets. También que tras terminar todo le dejara un plug anal y una jaula genital, y se presentaran ante él. Se vistió y regresó a la habitación sintiendo que verdaderamente había nacido para ser Amo.
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