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El psicoanalista

Escrito por: bocasum

Es una forma elegante y, posiblemente, incorrecta de referirme al psiquiatra al que fui a ver. Porque es verdad que tengo un problema, no sé si mental, sexual o ambas cosas.

Todo empezó más o menos a los quince años, tal vez antes. Yo no soy gay, siempre que me he enamorado ha sido de una mujer. No le daría un beso a un hombre ni borracho. Lo que ocurrió va relacionado con aquellas primeras revistas guarras. Lo que me llamaba más la atención era el cuerpo de las mujeres expuesto de manera explícita, con su sexo abierto y ofrecido.

Pero, cuando ya me acostumbré a ello, pasé a sentir predilección por imágenes de chicas mamando pollas. Hasta ahí todo normal.

Sin embargo, con el tiempo, me fui dando cuenta de que lo que me gustaba de las fotos no eran las chicas sino las pollas. Y fui un paso más allá cuando empecé a excitarme imaginando que yo era la chica que mamaba ese extraordinario pene.

Los años e internet no contribuyeron a superar esa perversión.

Ni siquiera vivir en una relación de pareja con una mujer ha conseguido hacerme olvidar aquel viejo y recurrente deseo de verme humillado a los pies de un macho mamando rabo gordo.

Así he vagado de un perfil a otro, de web en web, de chat en chat, huyendo y cayendo reiteradas veces sin capacidad de detener esa espiral, ese circulo vicioso.

Hasta que decidí que no podía seguir así, viviendo una doble vida. Así que localicé un profesional, un psiquiatra experto en estas cuestiones sexuales y de la mente. Era un señor ya con canas, una eminencia en el tema. Pero es que yo no podía perder el tiempo, necesitaba consultar al mejor especialista posible.

Al llegar a la consulta, me recibió este hombre maduro y corpulento, de aspecto algo intimidador. Y le expliqué el motivo de mi visita. Al principio de manera muy superficial, sin entrar en detalles. Claro, había mucho de que avergonzarse, desde mi punto de vista.

Pero no fue posible dejarlo ahí y a lo largo de la hora que duraba la consulta, debía de ser la última del día, pues empezamos a las ocho, me hizo contarle con todo lujo de detalles y sin omitir absolutamente nada, cada una de mis fantasías de sumiso, de esclavo mamón al servicio de machos maduros, sin olvidar mencionar mi fuerte fijación oral que me empuja a desear tragar de todo de un Amo así.

Yo no paraba de contarle todo esto, la primera vez que lo confesaba abiertamente y en persona a alguien.

Y este hombre no cambiaba su rictus serio, aquí si note varias veces que se movía en su sillón, como queriendo acomodarse. Normal después de tantas consultas y horas ahí.

Pero yo estaba ensimismado en mi relato, había cruzado la frontera, al fin podía decir que deseaba mamar pollas, que me moría por tragar una buena corrida de macho maduro.

Así continúe en mi mundo que ni me di cuenta que el señor este ya no estaba en el asiento... Estaba de pie a mí derecha.

Me ordenó, como parte de la terapia que iba a seguir, ponerme de rodillas ante él. Entonces, ni corto ni perezoso, se sacó la verga ante mi cara y me dijo que debía mamarla. Yo no salía de mi asombro pero, sin tiempo a cuestionar nada, ya estaba recibiendo su polla en mi garganta, toda una follada de boca. Él, entre gemidos de verdadero placer, me anuncio el tratamiento, el cual debía cumplir a rajatabla a partir de ahora sí quería tener alguna opción de curarme: todos los días, de ocho a nueve o el tiempo que fuera necesario, estaría en su consulta y me follaria la boca, también me mearia, me haría comerle el culo o lamerle los pies. Parecía de coña, además sus consultas no son baratas, cobra casi cien euros cada una.

Lo cierto es que ya le estaba pagando por adelantado casi antes de sacar su polla de mi boca. Se corrió y me hizo tragarlo todo, pues era fundamental hacerlo así.

Llevo tres años yendo allí, sin faltar un solo día, haciendo todo, absolutamente todo, lo que me manda. Hasta he tenido que ampliar la hipoteca para seguir pagando las consultas. Pero, la verdad, es que no noto mejoría, es más lo contrario: cada día necesito más mamar su polla, es como una droga. No tengo elección, seguiré yendo siempre.

El psicoanalista

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